Un zar en Versalles: así fue la esplendorosa visita de Nicolás II a Francia

Hace poco más de 300 años que se produjo la visita del zar Pedro I de Rusia al palacio de Versalles. Se trataba de la primera vez que un soberano de la lejana (y atrasada, en ese momento) Rusia visitaba uno de los centros neurálgicos de la civilización occidental, pero no sería la única. Casi dos siglos después de aquella visita, en 1896, el último monarca ruso y descendiente de Pedro, Nicolás II, visitaría al templo de la monarquía absoluta francesa.

Coronación y tragedia

Desde el reinado del zar Alejandro III, se había forjado una estrecha alianza entre dos estados a priori opuestos: la República francesa, emblema del republicanismo laico, y el Imperio ruso, símbolo del absolutismo autócrata. La realpolitik había convertido a estos dos estados en extraños compañeros de viaje, la Alianza franco-rusa permitía controlar la creciente influencia alemana en Centroeuropa y unir fuerzas frente al expansionismo colonial británico.

En el verano de 1891, lo imposible ocurrió, una escuadra militar francesa visitó San Petersburgo y en la recepción oficial se tocó por primera vez “La Marsellesa”, himno revolucionario que hasta entonces había estado prohibido en Rusia.

Tres años después, en noviembre de 1894, el emperador Alejandro III fue sucedido por su hijo, Nicolás II, que, en mayo de 1896 (después del luto prescrito), fue coronado “Emperador y Autócrata de todas las Rusias por Gracia de Dios”. Precisamente durante las fiestas populares de la coronación ocurrió una avalancha humana en el Campo de Khodynka, en las afueras de Moscú. Más de mil personas fallecieron.

La siguiente noche, el embajador francés, el conde de Montbello, daba una gran recepción para agasajar a los recién coronados. Se habían traído desde los mejores museos franceses tapices, muebles y platería, y más de cien mil rosas habían llegado desde la Riviera francesa en vagones de tren refrigerados. Sin embargo, la Familia Imperial se encontraba dividida: el zar y la zarina no querían asistir por respeto a los fallecidos, pero los tíos del zar argumentaban que la alianza francesa era fundamental. Al final, el baile se celebró como si nada hubiera pasado, y todos los asistentes brindaron con el mejor champagne francés por la alianza franco-rusa.

Una vez pasadas las agotadoras ceremonias de coronación tocaba el no menos agotador “tour de la coronación”. Los nuevos soberanos viajarían por Europa para darse a conocer: visitarían al emperador Francisco José de Austria, al káiser Guillermo II de Alemania y a los abuelos de zar en Dinamarca, el rey Christian IX y la reina Luisa de Hesse-Kassel. En Dinamarca recogerían el nuevo yate imperial, el “Standart”, y viajarían hasta Escocia para ver a la abuela de zarina, la reina Victoria.

Día 1: Vive l’Empereur!

El 5 de octubre de 1896, hacia el mediodía, con el mar embravecido, el cielo plomizo y bajo una ligera llovizna el zar y la zarina desembarcaron en Cherbourg, donde fueron recibidos por el presidente Félix Faure. Después de las revistas militares, las presentaciones y los banquetes de gala de rigor el cortejo partió al anochecer hacia París.

No deja de ser curioso que un régimen como la Tercera República francesa, que tan antimonárquica se había mostrado en las dos últimas décadas, recibiera con tanto primor y suntuosidad al monarca ruso, que a su llegada a Paris fue recibido con vítores y “Vive l’Empereur!”, exclamaciones que no se habían oído desde que Napoléon III partió hacia el frente en el verano de 1870.

El zar, la zarina y la gran duquesa Olga (que tenía menos de un año) se alojaron en el Hôtel d’Estrés, la embajada rusa. Allí tuvieron lugar las audiencias a Mme Carnot, viuda de asesinado presidente Sadi Carnot, al arzobispo de París, al Nuncio Apostólico y al cuerpo diplomático. Luego, almuerzo con lo más granado de la realeza y aristocracia francesa: el duque de Chartres, el duque de Aumale, la princesa Mathilde Bonaparte, el duque de Rohan, el duque de Luynes, el duque de Doudeauville, la duquesa de Uzès y el mariscal de Mac-Mahon, entre otros.

La sucesión de visitas fue particularmente intensa. El primer día, al mediodía, misa solemne en la iglesia ortodoxa de París, la catedral de Alejandro Nevski. Por la tarde, en el Palacio del Élysée, la presentación de los parlamentarios franceses y altos cargos del gobierno y el ejército, por la noche cena de gala oficial de 225 cubiertos. A continuación, el zar, fatigado, declinó asistir a los fuegos artificiales en el Champ de Mars. Los soberanos y el presidente partieron directamente a representación en la ópera, que finalmente también fue abreviada.

Día 2: Notre-Dame, Les Invlides y Pont Alexandre III

El día siguiente, visita matinal a Notre-Dame y luego a la Sainte-Chapelle y al Palacio de Justicia, con recepción a los altos cargos del poder judicial incluida. A continuación un tour por el Panteón, templo a las glorias republicanas francesas, con una parada especialmente emotiva a en la tumba del asesinado presidente Sadi Carnot. Para concluir la mañana, visita a Les Invalides y a la tumba de Napoléon I, que invadió Rusia bajo el reinado de Alejandro I, bisabuelo de Nicolás II. Almuerzo en el antiguo refectorio de la institución.

A las tres y pico de la tarde, con retraso según lo previsto, llegó uno de los puntos culminantes del viaje de estado: la colocación, en medio de una flotilla de yates y barcazas en el Sena, de la primera piedra del Pont Alexandre III, emblema pétreo de la alianza.

Por la tarde, visita a La Monnaie (la Casa de la Moneda), con intercambio de medallas y monedas conmemorativas incluido. Una vez partidos los soberanos y el presidente, se invitó a los trabajadores de la institución a tomar champán. A continuación, la Academie française, la presentación de los académicos, las disquisiciones sobre la visita de Pedro I el Grande en 1717 y la lectura de poesía. Pasadas las cinco, el cortejo se volvió a poner en marcha hacia el Hôtel de Ville (ayuntamiento), donde se presentaron el consejo municipal y tuvo lugar un concierto. Por la noche hubo representación teatral en la Cómedie-Française con fragmentos de obras de Musset, Corneille y Molière.

Día 3: el Louvre

La mañana del tercer día empezó con la visita al Louvre. Paradas obligatorias fueron la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo, los restos de las Joyas de la Corona (vendidas en 1886) y la interminable colección de pintura. Todo ello en menos de hora y cuarto, no había tiempo, había que partir, por la tarde tocaba visita a Versalles. Entremedias una visita relámpago a la célebre manufactura de porcelana de Sévres y a su museo, el tiempo previsto era 25 minutos, se alargó más de una hora.

A la cuatro y media llegaban los soberanos rusos y el presidente al palacio de Versalles. Como era tarde, se decidió empezar por la visita a los jardines en calesa. Los solitarios parterres y avenidas, en medio del crepúsculo otoñal ofrecían una imagen particularmente melancólica de las pasadas glorias de la monarquía francesa. Parada excepcional en la Fontaine de Neptune donde fueron encendidos los surtidores.

Acto seguido, visita al interior del palacio empezando por los Aposentos de la Reina y en especial los petits cabinets de María Antonieta, soberana por la que la zarina sentía una viva curiosidad. A continuación recorrido por la Galerie des Glaces y los Grands Appartements hasta la capilla, luego vuelta hacia la galería para ver la puesta de sol desde el balcón central. Los soberanos quedaron particularmente impresionados por los estanques y los parterres teñidos del rojo crepuscular.

Para que reposaran brevemente, al zar y a la zarina se les preparó algunas estancias en el antiguo appartement privé (aposentos privados) de Luis XV y Luis XVI: el boudoir de la zarina en el dormitorio de Louis XVI, el salón de recepción en el llamado Cabinet de la Pendule, el gabinete del zar en el antiguo gabinete privado del rey y el tocador del zar en el gabinete de la princesa Adelaida. Todas las estancias fueron reamuebladas con una mezcla de muebles antiguos y modernos de procedencia real y con una remarcable profusión de flores.

El reposo duró hasta las siete y media, cuando todo el mundo se reunió en la Galerie des Batailles para la cena. La suntuosa galería, construida bajo Louis-Philippe I para glorificar la historia militar francesa (y a él mismo) había sido dividida en dos. La parte más cercana a la entrada había sido recubierta de tapices y guirnaldas de flores, servía de salón; la parte más lejana era el comedor, con una larga mesa para los ilustres invitados.

Una vez finalizada la cena, una parte de los invitados se trasladó a la otra punta del palacio, al Salon d’Hercule, para asistir a una representación de cortas partes de tragedias, comedias y ballets franceses. Sarah Bernhardt fue una de las actrices invitadas. Para concluir, una breve colación en el cercano Salon de Diane. A las once y media de la noche, en una berlina cerrada, el zar y la zarina abandonaron el palacio rumbo a la estación de Versalles, tocaba hacer un trayecto nocturno para ir a Châlons.

Día 4: la despedida

El último día de la visita a Francia estuvo consagrado a un desfile y maniobras militares celebradas en el campo de Châlons-sur-Marne. La comitiva llegó hacia el mediodía desde París. Hubo salvas de artillería, desfiles de los regimientos de ambos ejércitos, de los jefes árabes de las colonias francesas y una carga de la caballería francesa. Por la tarde, fue el turno de las emotivas despedidas, el zar y la zarina tomaron el tren imperial rumbo a Rusia. La apoteósica visita a Francia llegaba a su fin.

Nicolás II encargaría nada más llegar a San Petersburgo un retrato oficial que plasmara sus recuerdos de la visita a París. El sofisticado pintor Ernst Lipgart fue el encargado de pintar a un apuesto y joven zar rodeado del bureau de Louis XV que había visto en el Louvre, del sillón neorrococó del duque de Nemours colocado en sus aposentos en Versalles y de una galería que recuerda a la del Grand Trianon.

La pareja imperial tendría el honor de volver a visitar Francia. En 1901, el káiser Guillermo II invitó al zar y a la zarina a una revista a la flota alemana en Danzig. El gobierno francés, jugando la baza de la alianza franco-rusa, hizo lo mismo, invitó a la pareja imperial a una revista militar, no fuera el caso que Rusia olvidara quien era su única y auténtica aliada.

Esta vez no hubo visita a París. En su origen, el zar debía haber visitado la capital francesa en 1900, para inaugurar el Pont Alexandre III, pero el temor a un atentado anarquista hizo cancelar la visita.

En 1901, el Palacio de Compiègne, antigua residencia otoñal de Napoléon III al norte de París, fue reamueblada y electrificada a toda prisa. Nicolás II y Alejandra Feodorovna llegaron a Dunkerque el 18 de setiembre, esta vez fueron recibidos por el presidente Émile Loubet. En Compiègne, el zar tuvo el honor de dormir en el antiguo dormitorio de Napoleón I y Napoleón III; la zarina, por su parte, lo hizo en el de las emperatrices María Luisa de Parma y Eugenia de Montijo.

Unos 20.000 visitantes y 11.000 soldados saturaron el pequeño municipio de Compiègne durante la breve visita imperial. El primer día hubo maniobras militares y visita a varios fuertes y a la emblemática catedral de Reims. El segundo día, audiencias privadas y paseos por el parque del palacio, por la noche gran cena de gala. La cacería tuvo que anularse debido al mal tiempo. El tercer y último día se consagró a una revista militar en Bétheny, cerca de Reims. Luego el zar y la zarina partieron en tren hacia Darmstadt para visitar al hermano de la zarina, el gran duque Ernesto Luis de Hesse.

Como recuerdo de este segundo viaje, el presidente francés regaló a la zarina un tapiz representando a la reina María Antonieta de Francia con sus hijos. Cuán macabra puede llegar a ser la historia.

A lo largo de más de treinta años, como prueban estas dos visitas, la relación entre la más abierta de las repúblicas y la más cerrada de las monarquías siguió siendo estrecha y fundamental. Francia ofrecía importantes préstamos monetarios y un apoyo sin fisuras a la política rusa en los Balcanes, a cambio se esperaba que Rusia re-dirigiera sus planes militares de Austria-Hungría, su enemigo tradicional, a Alemania, el enemigo de Francia.

Durante años, los diplomáticos franceses convirtieron los asuntos balcánicos en uno de los pilares de su política exterior. Al mismo tiempo, presionaban al estado mayor ruso para que mejorara sus conexiones ferroviarias con la frontera alemana.

En el verano de 1914, mientras Europa se deslizaba al abismo de la Gran Guerra, el presidente Raymond Poincaré, acérrimo nacionalista, visitaba a Nicolás II en San Petersburgo. El presidente francés fue recibido en las afueras de la ciudad, en el palacio de Peterhof, entre su séquito se rumoreó que había huelgas y disparos en la capital rusa. Una vez más, una parte esencial de la visita fue una revista militar. A los franceses les pareció estupendo el ejército ruso y a los rusos les maravillaron los acorazados franceses.

La alianza franco-rusa, por extraña que parezca, siguió indeleble hasta la Revolución de Febrero. Su influencia en el estallido de la Primera Guerra Mundial no debe infravalorarse. Tampoco su éxito: consiguió distraer a las tropas alemanas de su avance hacía París. El coste humano fue altísimo.

Raison d’état.

(*) El autor es historiador. Estudió historia del Arte en la Universidad Autónoma de Barcelona y ahora ha terminado un máster en gestión de museos y patrimonio en la Universidad Complutense de Madrid. Realizó sus prácticas en el Palacio Real de Madrid. Actualmente es autor del Blog Noches Blancas y de Patrimonio de la Corona, dedicados a la historia y el arte en época moderna y contemporánea. Puede seguirlo en Instagram.

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La fortuna de Nicolás II: ¿fue el último zar ruso uno de los hombres más ricos de la historia?

Aunque la riqueza personal de último Romanov estaba muy lejos de las de los magnates y empresarios actuales, fue increíblemente rico. Pero su dinero era bien custodiado y no podía disponer de él muy libremente.

Por GEORGEI MANAEV

Según el Indice de Millonarios de Bloomberg, la persona más rica del mundo actual es Jeff Bezos, con una fortuna estimada en 189.000 millones de dólares. Pero en la lista de las personas más ricas en un período que se extiende desde finales del siglo XV a la actualidad, el zar Nicolás II de Rusia ocupa el cuarto lugar, con un valor neto estimado entre 250.000 y 300.000 millones de dólares, sobre la base de un tipo de cambio de 2010. Desde que la Iglesia Ortodoxa rusa canonizara a Nicolás II, también podría decirse que es el “santo más rico de la historia”. Sin embargo, el zar no era tan rico como muchos creen. Aquí te explicamos por qué.

Según la ley rusa de la era imperial, a cada miembro de la familia Romanov se le asignaba un “ingreso básico” anual. A partir de 1884, cuando Nicolás se convirtió en tsasarévich (heredero del trono ruso), al futuro gobernante de 16 años se le asignó un salario de 100.000 rublos. En 1894, cuando se convirtió en emperador, esta cantidad se duplicó. Sabemos que en 1896 sus fondos personales ascendían a dos millones de rublos y 355.000 francos.

En 1897 una libra esterlina valía aproximadamente 10 rublos, o 25 francos, lo que significa (usando la calculadora de inflación del Banco de Inglaterra) que Nicolás II sólo poseía una “modesta” fortuna de 215.000 libras. Funcionarios de la Cancillería de Su Majestad Imperial, un organismo estatal que supervisaba los asuntos privados de la familia gobernante, eran los encargados de administrarla.

El dinero del zar se invertía principalmente en acciones, pero sus fondos privados en efectivo disminuyeron gradualmente hacia el final de su reinado. Los mayores gastos se hicieron en 1899, cuando el zar y su familia visitaron a sus parientes reales europeos. Para hacer el viaje, Nicolás necesitaba dinero para comprar ropa elegante. Ese año también financió de manera privada la construcción de una iglesia ortodoxa en Darmstadt, Alemania. En 1917, los fondos del zar habían disminuido a un millón de rublos.

¿Qué había en el alcancía del zar?

El zar recibía una paga anual de 200.000 rublos, que incluía el llamado “dinero de habitación”, unos 20.000 rublos. Nicolás siempre excedió esta cantidad, y a veces gastó hasta 150.000 rublos. El “dinero de habitación” se usaba para comprar ropa y artículos personales como jabón, crema de afeitar y tabaco; también para obras de caridad, regalos y premios entregados por el propio zar; así como para comprar libros, revistas y obras de arte.

Nicolás II nunca llevaba efectivo, y se dice que para dar algunas monedas de caridad durante las misas, el zar tenía que pedir efectivo a su cancillería. El último emperador gastó mucho dinero en uniformes militares, ya que le encantaban. En 1910 se gastó los 20.000 rublos en uniformes nuevos para poder presumir ante sus parientes y amigos alemanes.

Según fuentes privadas, Nicolás II también financió organizaciones atléticas y también gastó dinero en actividades deportivas como tenis o ciclismo. Hay un registro en el que se puede ver que el zar pagó dos rublos a un zapatero para que cubriera el mango de una mancuerna con cuero.

Beneficios del zar

Entonces, ¿qué pasa con sus ingresos? La idea central acerca del mito sobre la inmensa riqueza del zar se basa en el valor de las tierras, propiedad del Ministerio de la Corte Imperial. Es cierto que estas explotaciones eran extensas: sólo en Altái y Transbaikal totalizaban más de 65 millones de hectáreas. Pero no podían venderse, por lo que no es correcto estimar el valor de mercado de esas propiedades.

Aunque Altái y Transbaikal estaban llenos de oro, plata, cobre, carbón y minas de plomo, lo que proporcionaba unos ingresos anuales entre seis y siete millones de rublos. Además, el Museo Real del Hermitage, los teatros imperiales de Moscú y San Petersburgo y otras empresas eran de propiedad imperial. Ni que decir tiene que eran importantes fuentes de ingresos.

Todo el dinero ganado se destinó al Ministerio de la Corte Imperial, que financiaba los gastos de la corte, las recepciones oficiales, el transporte y la seguridad de la familia real, entre otras cosas. A menudo, el Ministerio tenía que pedir fondos prestados al Estado. En 1913, el Ministerio tuvo unos gastos que ascendieron hasta los 17 millones de rublos.

Cuentas en el extranjero y joyas

La familia imperial tenía cuentas en bancos europeos. Se estima que contenían entre 7 y 14 millones de rublos (entre 905.000 y 1,8 millones de dólares, equivalentes en dinero actual). Todavía se desconocen los importes exactos de estas cuentas. Durante la Primera Guerra Mundial, Nicolás cerró sus cuentas en Inglaterra y devolvió el dinero a Rusia. Sin embargo, fue incapaz de cerrar las cuentas alemanas, congeladas debido al conflicto bélico entre ambos países.

En 1934, Natalia Sheremétevskaia, viuda del hermano de Nicolás, el gran duque Miguel, demandó a Alemania. Quería que se reconocieran sus derechos de herencia. Cuatro años más tarde, el tribunal le otorgó permiso para heredar el dinero de esas cuentas. La cantidad no se reveló nunca, pero se sabe que no fue una gran cantidad, debido a la hiperinflación que hubo en Alemania en la década de 1920.

En cuanto a las cantidades nacionalizadas por los bolcheviques después de la Revolución, ni siquiera los historiadores experimentados pueden afirmar con seguridad cuánto fue al presupuesto estatal y cuánto se robó.

Entre los artículos más valiosos de la familia real estaba la joyería. Tras la abdicación de Nicolás, los Romanov perdieron los diamantes de la corona y el derecho a recibir regalos imperiales.

El Gobierno Provisional también nacionalizó los fondos controlados por la Cancillería, pero permitió que la familia imperial conservara sus joyas personales. La zarina y sus hijas las colocaron bajo sus ropas cuando fueron enviadas al exilio en Siberia. Tras su ejecución, las joyas fueron descubiertas en sus cuerpos. Mucho tiempo después, aparecieron en los mercados europeos los diamantes y la joyería imperiales, donde los compraban coleccionistas privados.

Según esta información, la fortuna personal de Nicolás II estaba muy lejos de las riquezas de los magnates y empresarios actuales. Aunque el zar tuviera un ingreso estable, tenía que pedir más dinero y rendir cuentas de la mayor parte de los fondos que gastaba. Además, esos ingresos se recortaron después de su abdicación. (RBTH)

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Así era el barco favorito de Nicolás II, el último zar

El yate imperial Standart comenzó su singladura como el barco más lujoso del Imperio Ruso… y lo terminó de manera ignominiosa como un blanco de tiro flotante de la Armada Soviética.

“Es una gran alegría volver a nuestro hogar sobre el agua”, escribió Nicolás II en su diario después de embarcar en el Standart. Uno de los barcos más hermosos de su época, sirvió a la familia Romanov durante 20 años, llevándolos sobre las olas desde los islotes de Finlandia hasta la costa de Crimea.


La quilla de este navío fue colocada en Dinamarca en 1893. Aunque originalmente se construyó para el zar Alejandro III, debido a su repentina muerte fue su hijo Nicolás quien comenzó a utilizarlo al ascender al trono de Rusia en 1894. Con 122,3 metros de largo, 15,4 metros de ancho y un desplazamiento de 5,5 toneladas, el Standart era uno de los yates más grandes de la época, más parecido a un crucero de hecho. Diseñado como barco de vela, estaba equipado con una máquina de vapor de última generación.

Era, en esencia, un “palacio flotante con oficinas, camarotes, cuarteles generales y muchos cortesanos”, recuerda el oficial de a bordo Nikolái Sablin en su libro Diez años en el yate imperial Standart. La decoración interior, en sus palabras, “era de un estricto gusto inglés, sin dorados, adornos o estucos, pero esta simplicidad, este buen gusto lo hacía parecer mucho más rico que si hubiese tenido cualquier lujoso esplendor”.

A bordo del Standart había innumerables camarotes para la familia de Nicolás II, grandes duques y duquesas, invitados de alto rango, sirvientes y tripulación (que llegaban a 373 personas), además de un comedor con una mesa para 75 personas, una iglesia a bordo, la oficina privada del zar y muchas otras habitaciones para cubrir las necesidades de la dinastía gobernante.

A bordo de su yate favorito, Nicolás II no estaba aislado del mundo exterior. Cada día un barco de mensajería traía despachos e informes al Standart, así como periódicos recién impresos. Funcionarios lo visitaban de vez en cuando para reunirse con el emperador. En verano, se empleaba un horario especial, dos días de trabajo y cinco de descanso, durante los cuales no se permitía subir a bordo a ningún extraño.

“La emperatriz se volvía más sociable y alegre en cuanto pisaba la cubierta del Standart”, escribió Alejandro Mosolov, jefe de la Cancillería del Ministerio de la Corte Imperial, en sus memorias En la corte del último emperador ruso, todo el barco era un enorme patio de recreo para los hijos de la pareja imperial, cuya seguridad estaba garantizada por marineros especialmente asignados, conocidos como “tíos”. En cuanto al entretenimiento para adultos, siempre había una banda de música e intérpretes de balalaika en el yate. Y de sus ocho cañones Hotchkiss de 47 mm con barriles niquelados, montados en cubierta, a veces se lanzaban fuegos artificiales.

La ruta de navegación favorita de los Romanov corría a lo largo de la costa de Finlandia. «Los islotes rocosos eran el único lugar que proporcionaba a sus majestades calma tanto en el mar como en la vida familiar”, escribió Nikolái Sablin. A menudo bajaban a tierra para hacer picnics, paseaban por el bosque y recogían bayas. A veces, el asombrado propietario de alguna finca costera finlandesa recibía una visita matutina del emperador, pidiéndole permiso para usar su ancha de tenis, un juego que le gustaba mucho.

Sin limitarse al Báltico, el Standart navegaba a menudo a puertos europeos, pasando mucho tiempo en particular en el mar Negro, frente a la costa de Crimea. A bordo del yate, Nicolás II recibió a muchas personalidades, entre ellas el rey Gustavo V de Suecia, los monarcas británicos Eduardo VII y Jorge V, los presidentes franceses Armand Fallieres y Raymond Poincare. El emperador alemán Guillermo II también se quedó en el Standart varias veces. Fascinado por el barco (su propio yate, el Hohenzollern, era mucho más pequeño), incluso insinuó a Nicolás que le gustaría recibirlo como regalo, pero el zar ruso hizo oídos sordos.

La seguridad del Standart y de la familia imperial estaba garantizada por una impresionante escolta, que incluía destructores y submarinos. A menudo tenían que ahuyentar a los curiosos pescadores curiosos que querían echar un vistazo al emperador, e incluso hundió un barco de pesca (afortunadamente, no hubo bajas). En otra ocasión, el carguero británico Woodburn resultó ligeramente dañado tras aproximarse en extremo y no haber respondido a las advertencias. El escándalo diplomático resultante se resolvió con algunas dificultades.

Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el zar ya no estuvo de humor para el ocio. El Standart sirvió como barco de mensajería entre San Petersburgo (renombrada Petrogrado debido a su antipatriótico nombre “alemán”) y Helsingfors (Helsinki). Cuando la monarquía rusa cayó durante la Revolución de Febrero de 1917, el Standart fue renombrado “18 de Marzo” en honor al primer día de la Comuna de París.

En 1936, el antiguo yate imperial, que ahora lleva el nombre de Marty (en honor del comunista francés André Marty), comenzó una nueva vida como minador de la Flota Roja del Báltico. Fue con esta misión con la que participó en la Segunda Guerra Mundial, y el 25 de junio de 1941, destruyó un submarino enemigo.

Así como la vida útil de Standart fue grande, también lo fue su final. Después de la guerra, rebautizado una vez más (esta vez Oka), el barco fue usado primero como cuartel flotante y luego para prácticas de tiro con misiles por la marina soviética, antes de ser desmantelado para chatarra a mediados de la década de 1960.

Por Boris Egorov / RBTH