Hace un siglo, el 10 de marzo de 1921, el problemático príncipe de Rumania se casaba con la princesa griega en un intento por demostrar que no estaba descarriado. El resultado fue una tragedia para la monarquía rumana y un escándalo mediático nunca antes visto.
«Esta es la historia completa, espantosa, trágica, llena de insoportables dolor, sufrimiento, pesar, humillación y vergüenza para todos nosotros, que despertó en el país una verdadera tormenta de pasión…». Estas dramáticas palabras, escritas por la reina María de Rumania a su hijo menor, resumen a la perfección el capítulo de la historia reservado a su hijo mayor, el rey Carol II, y su esposa, Elena de Grecia, los padres del rey Miguel de Rumania (1921-2017).
Definida por su único hijo como «una mujer maravillosa… con una sólida moral… un ser muy dulce, muy amoroso», la princesa Elena nació en Atenas en 1896, durante el reinado de su abuelo el rey Jorge I (1845-1913), que había fundado la nueva dinastía griega. El asesinato de su abuelo el rey y el primer derrocamiento de su padre, cuando Elena tenía 21 años, pusieron fin a la felicidad y armonía de la que gozaba la familia real griega. A esta tragedia se sumó en 1921 la muerte de Alejandro, hermano de Elena, que había quedado en Grecia como «títere» del dictador Elefterios Venizelos.
Fue en el año 1920 cuando las reinas Sofía de Grecia y María de Rumania, dos primas hermanas, ambas nietas de la reina Victoria, concertaron unas vacaciones familiares, en las que la reina griega y su familia se sintieron muy bien recibidos, y fascinados, por la corte de Bucarest. María abrigaba la secreta esperanza de que su apuesto hijo mayor, Carol, el heredero de la corona de Rumania, sentara cabeza definitivamente uniéndose en matrimonio con alguna de las hijas de su prima.
Fue así que en esas mismas vacaciones las dos familias consintieron el matrimonio del príncipe heredero griego Jorge con la revoltosa Isabel de Rumania, hermana de Carol, y para las ceremonias toda la exiliada familia griega viajó a la esplendorosa corte de Bucarest. Allí, Elena conoció a su futuro marido, un joven muy atractivo que ya había creado importantes problemas a la familia rumana. Elena describió a Carol, en sus recuerdos de aquel viaje, como un personaje retraído y poco amistoso.
Pocos días después de la trágica muerte de Alejandro I de Grecia -hermano de Elena-, Carol le pidió matrimonio a la enlutada princesa y ella aceptó sin dudarlo. Se sentía atraída por el príncipe rumano, pero, como ella explicó más tarde, lo que le decidió realmente a aceptar aquella proposición matrimonial fue el hecho de que «durante todo el exilio mi única esperanza había sido volver al país que ambos (ella y Alejandro) amábamos, y ahora que él ya no estaba no podía enfrentar el volver a Atenas y a Tatoi de nuevo. Casarme con Carol e ir a Rumania, y no tener que vivir en un palacio en el que mi herida se vería constantemente abierta por los recuerdos, parecía una amable liberación en aquellos tiempos de dolor«.
Muy feliz, la reina María escribió: «¡Carol está salvado! Elena es muy dulce y es una dama. Además, es una de la familia, pues todos descendemos de la abuela, la reina [Victoria de Inglaterra]».
Carol el desagradable

Carol era la antítesis de la princesa griega. De los cuatro reyes que se sentaron en el trono real de Rumania, indudablemente el menos popular fue él. Algunos lo recuerdan como el primer monarca rumano nacido en Rumania, muchos le acusan de responsable de la desintegración de la monarquía al inicio de la Segunda Guerra Mundial, mientras que otros lo rememoran como el desalmado hijo que le negó atención médica a su madre moribunda. A pesar de las historias amorosas, que le costaron el trono varias veces, la carga más pesada de la vida de Carol fue el haber sido acusado de corrupto, libidinoso y con una obsesión desmedida por el sexo.
Carol, nacido en 1893, era el hijo del rey Fernando y de María de Sajonia-Coburgo. El niño descubrió su apasionada afición por los sellos postales siendo niño, cuando a los cinco años le regalaron su primer álbum de sellos, pasión que compartió con dos reyes de su época, Jorge V de Inglaterra y Farouk de Egipto. Mantuvo estrechas relaciones con comerciantes y coleccionistas de su época y logró reunir una valiosa y extensa colección de sellos, de unas 11.000 piezas, muchas de ellas únicas.
El príncipe Carol fue un muchacho difícil desde sus primeros años. María y Fernando fueron padres indulgentes y no dudaron en dejar a sus hijos bajo el cuidado de infinidad de criados y bajo la fea influencia de la reina Isabel (esposa del rey Carol I) y la gobernanta Winter, que se esforzó inútilmente en corregir la conducta del príncipe. Al crecer se transformó en un joven hermoso e inteligente, y con un notable elemento de inestabilidad en su carácter.
En 1919, años después de que Carol hubiera sido despreciado por la zarina Alejandra de Rusia para casarse con su hija, la gran duquesa Olga, el príncipe desertó del ejército y se escapó con su amante Ioana (“Zizi”) Lambrino hija de un Mayor del Ejército que después llegaría a General, protagonizando así el primero de una serie de escándalos que afectarían mortalmente a la monarquía y a su familia. Al violar la Constitución (casándose morganáticamente) y desertar al ejército, el hijo del rey Fernando cometió un gravísimo error, que le costaría el trono, e incluso el haber abandonado su regimiento le podía cortar la vida.
Los reyes se sintieron completamente abatidos y avergonzados. Él era un joven de 24 años, elegante, con bigotes, y encantadores ojos azules y cabellos rubios cuando se fugó a Odessa, Ucrania, y se casó en septiembre de 1918 con Ioana, joven de cabellos y ojos oscuros de 18 años y nacida en Moldavia. La reina María describió la crisis como una «tragedia de familia que nos golpeó repentinamente, un golpe contunden para el cual nosotros no estábamos preparados«. En agosto de 1919 Carol renunció al trono, para sorpresa de todos, y los reyes se sintieron, nuevamente, insultados y heridos por su hijo.
Carol y Zizi tuvieron un hijo, al que nombraron Mircea Gregor Carol, pero el matrimonio fue declarado nulo y el príncipe se vio obligado a retornar a Rumania y darle una pensión a la madre de su hijo. La noticia causó un tremendo escándalo. No sirvió de nada encarcelar a Carol en un castillo ni enviarlo a hacer un largo viaje oficial. La reina María sabía que lo mejor que podía hacer por él era buscarle una buena esposa: Elena de Grecia.
Un gran casamiento balcánico

Todos vieron en Elena de Grecia a la esposa ideal para el «príncipe playboy» rumano. Era una joven muy inteligente, y a la vez elegante y responsable, que hablaba seis idiomas y dibujaba a la perfección. La boda se celebró en la Catedral de Atenas el 10 de marzo de 1921 pese a la resistencia de la reina de Grecia, que todavía no consideraba a Carol como un buen esposo para su hija.
«¡Qué poco me daba cuenta entonces de lo ciertas que eran sus palabras de advertencia! -escribió Elena años más tarde-. «De haberla escuchado me habría ahorrado muchos años de desgracia«.
Tras la luna de miel, Carol y Elena fueron padres del príncipe Miguel, el 25 de octubre de 1921. Hasta entonces todo marchó felizmente, y la familia de príncipes herederos irradiaba en la prensa europea la imagen de familia unida, moderna, con una princesa dedicada a su casa y un marido atento y apuesto. Sin embargo, al cabo de poco tiempo, empezarían a surgir, tanto en un lado como en otro, los primeros roces.
«Dado que el entorno y los intereses de Carol eran fundamentalmente diferentes de los míos«, diría Elena, «nuestra unión comenzó a debilitarse muy de a poco, y así comencé a sospechar que nuestros temperamentos no estaban tan en sintonía como yo había imaginado en un principio«.
Preocupada por la peligrosa situación política en la que estaba sumida su propia familia en Atenas, tras la muerte del rey Alejandro, Elena partió hacia Grecia con su hijo, y se ausentó de Rumania durante muchos meses, cosa que, si bien disgustó en principio al príncipe Carol, luego éste aprovechó para lanzarse a los brazos de otra mujer que conoció en aquellos tiempos, en marzo de 1923.
A Carol le pareció una buena excusa aquellas ausencias de Elena para culparla del fracaso matrimonial, quejándose de que su esposa siempre se hallaba rodeada de sus hermanas griegas a quienes él detestaba, y a partir de allí todo se desarrolló con velocidad increíble. De pronto Elena comenzó a sentirse realmente infeliz en Rumania y solo las visitas de su hermana Irene, de sus primas griegas, y de su tía María, aliviaban su soledad y sensación de fracaso.
“Como si nos hubiera caído un rayo”

No pasó mucho tiempo entre la vez que el príncipe Carol conoció a la cautivante y voluptuosa Elena Wolf, más conocida como “Magda Lupescu”, hija de un farmacéutico judío casada con un oficial del ejército, Ion Tampenu. Los secretos encuentros entre Carol y Magda -de quien se decía era hija ilegítima del rey Carol I- terminaron en 1925 cuando abiertamente comenzaron una relación estable. Elena no era bien vista en lacorte porque era muy extrovertida y caminaba moviendo atrevidamente las caderas. Para los rumanos Elena Lupescu, era todo lo opuesto a la princesa.
El romance causó un escándalo sin precedentes en la monarquía rumana y se vio agravado por los antecedentes del príncipe con Zizi Lambrino, así como por la enemistad entre Carol y el muy poderoso clan político de los Brătianu. Inicialmente, sin embargo, el conocimiento del escándalo real fue restringido a la élite de Bucarest y a la prensa extranjera; a la prensa rumana se le prohibió divulgar informaciones al respecto, incluso cuando todos sabían que las relaciones entre Carol y Elena se deterioraron gravemente.
El anunciado fracaso matrimonial de Carol y Elena amargó a Fernando y María, y Sofía de Grecia vio cumplidos sus peores temores. El mundo conoció la noticia del nuevo amor ilegal del príncipe Carol en diciembre de 1925, cuando él, viajando a Londres en representación de la familia real rumana en el entierro de la reina Alejandra de Inglaterra, llegó a Milán en compañía de Lupescu, lo que le valió la portada de todos los diarios italianos. Como ya se había hecho costumbre, poco después de irse a París, otro escándalo sacudió a la corte rumana.
Lupescu fue deportada para mantenerla alejada de la corte, pero Carol no lo soportó y salió en busca de su amante. Desde entonces Magda dominó la vida de Carol y se establecieron en París, donde el príncipe trató de vivir en el anonimato con el nombre de “Carol Caraiman”. Sobre el momento en que todos se enteraron de que Carol había abandonado a su familia, la reina María dijo: «Los tres [el rey, Elena y ella misma] nos sentamos como si nos hubiera caído un rayo encima«.
El rey Fernando harto de su insoportable heredero, le confesó a Elena estar realmente cansado del comportamiento de Carol, y le aclaró que “en aquella ocasión-durante su aventura con Zizi Lambrino-, se salvó de la pena de muerte porque intervino la reina, pero ahora nadie va a intervenir». El rey decidió desheredar a Carol y lo obligó a renunciar a sus derechos al trono, nombrando sucesor a su pequeño nieto, Miguel.
Como resultado de ello, Elena quedó sola en Bucarest y su hijo se convirtió automáticamente en el heredero del trono que entonces ocupaba su abuelo. Tan humillante, doloroso y escandaloso fueron aquellos acontecimientos que la princesa decidió no volver a mostrarse en público hasta el año siguiente.
«Tú y Carol nunca tendrían que haberse conocido»

Tremendamente dolida, la reina María prefirió escribirle a su primogénito una larga y emotiva carta: «¿Qué te puedo decir, Carol? ¿Qué puede decirle una madre a un hijo que la está apuñalando en el corazón por segunda vez? Nada te falta: tienes un país, una esposa linda y buena, un hijo adorable, unos padres que te adoran (…) A todo esto arruinaste, todo lo hiciste añicos, lo tiraste como si fuera basura«. «Papá, con el corazón hecho trizas, aceptó su renuncia y lo excluyó de la herencia…», le escribió María su hijo Nicolás. «Es una pena, la más amarga, la más absoluta, la más horrible de las penas«.
Dos veces Carol le rogó a su esposa que le concediese el divorcio, pero ella había prometido a su suegro que nunca haría semejante cosa. En señal de adhesión y respeto a la princesa Elena, adorada por los rumanos y compadecida por la Familia Real, el gobierno firmó un decreto por el que Elena sería elevada a la dignidad de “Reina Madre” en el momento en que su hijo se convirtiera en rey. En julio de 1927 el momento llegó: Fernando I murió y Elena acompañó a su hijo hasta el Parlamento para su proclamación como rey. Tenía 5 años.
La relación entre Carol (que ahora se hacía llamar «Su majestad Carol II») y Elena se rompió para siempre. En 1928, Carol decidió volver a Rumania y dar un golpe palaciego para derrocar a su hijo, pero los servicios secretos británicos lograron impedírselo. Ese mismo año, Elena le concedió el divorcio. «Espero que él pueda comenzar una mejor vida», escribió Elena, «y pueda entrar al fin en la paz que conmigo no halló. Yo puedo perdonar, pero nunca podré olvidar los errores que cometió conmigo y con mi hijo».
El cometido de Carol se cumpliría finalmente en 1930, cuando el Parlamento le permitió el regreso al país y lo nombró rey. La coronación resultó en un desastre que dividió para siempre a la familia real. En el palacio de Foishor, Elena quedó mucha al saber la noticia y le dolió tener que explicarle a su hijo de 9 años que ya no era rey: «¿Cómo puede ser que papá sea el rey, si yo soy el rey»?, le preguntó el niño.
Carol II estableció la orden de eliminar de todos los archivos reales, decretos parlamentarios, leyes y documentos históricos cualquier cosa que recordara que su hijo había sido Rey entre 1927 y 1930, y cualquier indicio de que él mismo había renunciado alguna vez al trono. De hecho, la renuncia nunca existió, y Carol II proclamó ser rey desde 1927. También suspendió la fabricación de sellos postales y monedas con el rostro del rey Miguel, y comenzó una increíble purga en la familia real, la corte, el servicio diplomático y los ejércitos.
La niñez de Miguel quedó arruinada. La segunda decisión de Carol II -y su primer gran error- fue separar al hijo de su madre, ordenar un arresto domiciliario e incomunicarla para que pudiera influenciar en su contra. El nuevo rey rodeó la casa de su exesposa con policía que la vigilaron día y noche, estableció severas restricciones en cuanto a las visitas que podía recibir. Elena recibió la prohibición de mantener contacto con políticos y hacer apariciones públicas.
Cuando el gobierno rumano le advirtió a Carol que no podía ser coronado sin Elena, madre del futuro rey, este se negó rotundamente y la coronación jamás se celebró. Carol II se negó a volver a vivir con su esposa, dejando perpleja a la reina María cuando le explicó, con mucho odio, que «cuando se declaró el divorcio [Elena] le envió un telegrama a su madre y le digo que ‘por fin se liberaba de tal pesadilla’. Así que ¿por qué tengo que atarme a una mujer que me aborrece y a quien yo detesto?».
El arrogante Carol estaba enfurecido con Elena, celoso de su popularidad, y aprovechó su nueva posición para hacerle la guerra: «Cuando salí de Rumania y abandoné todos mis derechos al trono, era el deber de mi esposa seguirme«, se defendió. «Al mundo entero, incluyendo a mis padres, quizás les puede ser justificada su oposición hacia mí, pero a mi esposa no. A pesar de todo, ella me abandonó, y pasó al campo de mis enemigos«.
Carol II dio a su exesposa un trato tan salvaje, que provocó que la reina María quisiera desaparecer del mundo, y escribió en su diario: «¡Negarle la comida a la madre de su hijo!… Eso le hace a una querer taparse la cara de vergüenza». Y, dolida, se lamentó ante Elena: “Tú y Carol nunca tendrían que haberse conocido«. El encierro de Elena duró varios años hasta que Carol le permitió volver a Grecia a condición de no regresar jamás a Rumania y ver a Miguel solo con su permiso.
El pequeño Miguel, testigo silencioso de esa guerra, fue sometido a la misma vigilancia de su celoso padre. Durante los diez años que duró el desastroso reinado de Carol II, el niño fue utilizado como objeto de extorsión ante Elena y fue la víctima de los súbitos ataques de ira de su padre. Muchos años más tarde, Miguel I resumiría la historia de su penosa infancia: «Cuando necesité un padre, tuve una madre; cuando necesité una madre, tuve un padre«.-