Así fue como el implacable «Sistema Kensington» amargó horriblemente la infancia de la reina Victoria

Fue emperatriz del imperio más grande del mundo, pero creció en una verdadera jaula de oro. Siete estrictas reglas dominaron su existencia alejada de cualquier contacto con otros niños.

“Entré en mi sala de estar (solo con mi bata) y los vi. Lord Conyngham luego me informó que mi pobre tío, el rey, ya no existía, y que había expirado a las dos y doce de la mañana y, en consecuencia, que yo era la reina». Así es como Victoria de Inglaterra recordó el momento que cambiaría su vida para siempre. A las seis de la mañana del 20 de junio de 1837, la joven princesa fue despertada de su cama para ser informada de que su tío, el rey Guillermo IV, había muerto durante la noche.

Esto significaba que Victoria, que solo tenía 18 años en ese momento, ahora era la reina de Inglaterra. A pesar de su corta edad, Victoria tomó las riendas estoicamente. Se mantuvo tranquila y no necesitó de las sales aromáticas que su institutriz había preparado para ella. En su primera reunión con su consejo privado, unas pocas horas después, los nuevos ministros de Victoria se alzaron sobre ella: Era pequeña y tuvo que sentarse en una plataforma elevada para poder verla. Sin embargo, lo que a Victoria le faltaba en altura, lo compensó con determinación y rápidamente causó una impresión favorable. Era, en definitiva, el primer día de su vida, después de haber pasado los anteriores 18 años sometida a una estricta y triste infancia.

Victoria nació el 24 de mayo de 1819 en el Palacio de Kensington.
Retratos de Victoria y sus padres Eduardo, duque de Kent, y Victoria Mary Luisa de Sajonia-Coburgo.

Aunque Victoria asumió sus responsabilidades reales con notable confianza, no había estado destinada al trono. Cuando nació en 1819, la posibilidad de convertirse en reina parecía muy remota. Como hija única del cuarto hijo del rey Jorge III, Eduardo (duque de Kent), era la quinta en la sucesión al trono. Sin embargo, cuando llegó a la adolescencia, a la muerte de su padre, sus hermanos y cualquier otro heredero legítimo la convirtieron en la heredera más cercana de Guillermo IV. Victoria pasó sus años de formación en el Palacio de Kensington, Londres. Sin embargo, en muchos sentidos, el palacio resultó ser una prisión para la princesa, y su infancia allí fue muy triste. Tras la muerte de su padre a causa de una neumonía, cuando ella tenía apenas ocho meses, su vida estuvo dominada por su madre, la duquesa de Kent, y su ambicioso asesor.

Justo hasta que se convirtió en reina, Victoria se vio obligada a compartir un dormitorio con su madre.

Su madre Victoria Mary Luisa era, por nacimiento, princesa de Sajonia-Coburgo-Saafeld. Desde que llegó a Londres en 1818, para casarse con el duque de Kent, la princesa alemana se empecinó en llevarse mal con todo el mundo, empezando por sus cuñados los reyes Jorge IV y Guillermo IV. Al morir su marido en 1820, la duquesa de Kent vio su oportunidad para alcanzar el poder mediante la regencia de su pequeña hija, que ya había ascendido todos los escalones posibles en la sucesión al trono. Se alió con sir John Conroy, un ambicioso, perverso, prepotente y violento funcionario que robaba dinero y hasta llegó a golpear a la duquesa frente a su hija cuando no conseguía lo que deseaba. Conroy tenía grandes esperanzas: imaginaba que la princesa Victoria llegaría al trono a una edad temprana, necesitando así un gobierno de regencia, que sería dirigido por la duquesa. Su plan era aislar a la duquesa de Kent y su hija de otros miembros de la familia real para que solo él estuviera en condiciones de aconsejarlos.

John Conroy mantuvo un control estricto sobre la princesa

Como secretario personal de la duquesa de Kent, sir John Conroy sería el verdadero «poder detrás del trono», pero no contaba con que Guillermo IV, sobreviviera el tiempo suficiente para que Victoria alcanzara su mayoría. Por la influencia de Conroy, la relación entre la duquesa viuda y Guillermo IV se agrió al punto de ser exiliada de la corte mientras ella impidió que el rey visitara a su sobrina y heredera. Confinada al palacio de Kensington y sin asignación propia, la duquesa vivía en el resentimiento, todo lo cual condujo a una dramática escena durante una cena en 1836 cuando el rey, harto de la duquesa y de Conroy, expresó en un banquete la esperanza de vivir lo suficiente para evitar la regencia de “una persona que está sentada cerca mío, que se encuentra rodeada por malos consejeros y es incompetente para comportarse con propiedad en cualquier posición en que se le situara”. Sintiéndose «groseramente insultada» la duquesa se retiró del banquete escandalosamente.

Sir John Conroy, asesor personal y ambicioso amante de la duquesa de Kent.

Victoria conservó pésimos recuerdos de su infancia, dominada por la ambición de la duquesa y su presunto amante, que tenía la intención de establecerse como el poder detrás del trono en el caso de una Regencia (en la que la madre de Victoria gobernaría con ella si ella accediera cuando aún era menor de edad). Viuda a los dos años de casada -cuando tenía apenas 32 años- la duquesa creó en torno a su hija una especie de proteccionismo neurótico, destinado a preservar la esperanza de la monarquía y, de esta forma, tanto su futura influencia en el gobierno como su bienestar económico. La pareja impuso un código de disciplina sofocante a la joven Victoria, que llegó a conocerse como el ‘Sistema Kensington’. Junto con un calendario estricto de lecciones para mejorar su rigor moral e intelectual, este asfixiante régimen dictaba que la princesa no pasaba mucho tiempo con otros niños y estaba bajo la supervisión constante de un adulto. Justo hasta que se convirtió en reina, Victoria se vio obligada a compartir un dormitorio con su madre. Se le prohibió estar sola, o incluso bajar las escaleras sin que alguien la tomara de la mano.

Victoria Mary Luisa, viuda del príncipe Eduardo de Inglaterra, duque de Kent.

Así, la princesa Victoria no pudo tener su propia habitación en el palacio de Kensington y tuvo que dormir en una pequeña cama, casi una cuna, al lado de la cama de su madre hasta que cumplió 18 años. La vigilancia de la duquesa hacia su hija era absoluta y las reglas de máximo cuidado reinaban en la casa: la princesa no podía subir ni bajar escaleras sin un adulto que le diera la mano. Cada tos, cada trozo de pan y mantequilla consumidos, cada carta y cada paso debía ser reportado a Conroy. Según el medio hermano de Victoria, el príncipe Karl de Leiningen, “la base de todas las acciones, de todo el sistema seguido en Kensington” era asegurar que solo la duquesa de Kent tuviera influencia sobre su hija y que “nada ni nadie fuera ser capaz de sacar a la hija de su lado”. Ese sistema implicaba la vigilancia constante de la niña «hasta el detalle más pequeño e insignificante».

La duquesa de Kent tuvo poca presencia en la corte de su hija y murió en 1861.

La joven Victoria aprendió a odiar a Conroy por su nociva influencia y el maltrato que les dispensaba a ella y a su madre. Lo describió como «un monstruo» y «un demonio». Más adelante en su vida, ya coronada como reina, Victoria reflexionó que tuvo “una vida muy infeliz de niña… y no sabía qué era una vida familiar feliz”. Ella mantuvo un profundo odio hacia John Conroy por manipular a su madre e imponerle reglas tan rígidas, que luego lo describió como «la encarnación del demonio». No fue sino hasta convertirse en reina, en 1837, cuando Victoria pudo liberarse de las garras claustrofóbicas de Conroy y su madre. Su relación con su madre permaneció tensa y distante durante muchos años y limitó ferozmente la influencia de Conroy en la corte. Apenas dos años después de que Victoria tomara el trono, el hombre renunció a su puesto y se fue a Italia en medio de vergüenza y escándalo.

Durante toda su infancia, la vida de Victoria estuvo dominada por 7 reglas inquebrantables:

1. No podía pasar tiempo sola y siempre tenía que dormir en la habitación de su madre. No podía bajar las escaleras sin tomar la mano de un adulto en caso de que se cayera.

2. No podía reunirse con ningún extraño o tercero sin que su institutriz estuviera presente.

3. Tuvo que escribir en un «Libro de comportamiento» qué tan bien se había comportado cada día, para que su madre pudiera evaluar su progreso. A veces era bueno, a veces «MUY SUCIA».

4. Solo podía aparecer en público en «giras publicitarias» cuidadosamente gestionadas por su madre y sir Conroy con el objetivo de distanciarla del impopular régimen de sus tíos, los reyes Jorge IV y Guillermo IV, y presentarla como «la esperanza de la nación».

5. No podía bailar la nueva danza escandalosa e íntima llamada el «vals», ni siquiera (como se suele decir) con personas de la realeza. Nunca lo haría hasta su boda con el príncipe Alberto.

6. Debía aumentar su fuerza corporal haciendo ejercicio con sus máquinas de madera y una máquina con poleas y pesas. Tomar suficiente aire fresco diariamente, otra de las reglas, la convertiría en una amante de las ventanas abiertas para toda la vida, incluso en invierno.

7. No podía elegir su propia comida. Se le permitía comer pan con leche y carne de cordero asada, y se le prohibió comer sus cosas favoritas: dulces y frutas. El menú era previamente aprobado por Sir John Conroy.

Sarah Forbes Bonetta: la esclava africana que vivió en la corte la reina Victoria

Era una princesa huérfana vendida como esclava, pero se convirtió en la ahijada de la reina Victoria. La monarca pagó la educación de Sarah Forbes Bonetta y también fue madrina de su hija. Ahora, se exhibe un nuevo retrato de Sarah, una consumada música y lingüista, en la antigua casa de Victoria en la Isla de Wight, Osborne House.

Su nombre de nacimiento, creen los historiadores, era Aina, pero en la alta sociedad de la Inglaterra del siglo XIX fue conocida como Sarah. La niña nació en una familia real de África occidental en 1843. Su padre murió en la guerra cuando ella tenía cinco años y fue capturada y esclavizada por Gezo, rey de Dahomey, actual Benin. En 1850, el capitán naval británico Frederick Forbes llegó a Dahomey en una misión fallida para persuadir a Gezo de que abandonara la trata de esclavos.

Forbes solicitó a la niña como regalo diplomático, llevándola a Inglaterra en su barco “HMS Bonetta”. La esclava, de 7 años, fue entregada por Forbes como regalo diplomático a Victoria, quien quedó encantada con ella, describiéndola como “aguda e inteligente”. Su nombre original, Aina, se cambió de camino a Inglaterra; tomó los nombres del capitán y su barco, el “HMS Bonetta”.

La reina se reunió con la niña varias veces, incluso en su casa junto al mar, Osborne House (Isla de Wight), donde se exhibirá el retrato de Uzor. Claramente la reina se encariñó genuinamente con Bonetta, convirtiéndose en su madrina y pagando su educación en Sierra Leona y Gillingham, Kent.

La directora curatorial de English Heritage Anna Eavis dijo: «Es una historia extraordinaria. Gran Bretaña había abolido el comercio de esclavos y ahora tenía la misión de asegurarse de que el comercio de esclavos fuera abolido en todo el mundo. El capitán Frederick Forbes, un capitán naval, llegó a Dahomey para tratar de convencer al rey de Dahomey de que no continuara con este comercio. .

«No tuvo éxito, pero el rey le presentó a esta niña que tenía siete años y era huérfana. Forbes la llevó de regreso y la presentó a la reina Victoria en el castillo de Windsor», relató Eavis. «Victoria estaba tan afectada por la llegada de esta niña que escribió sobre ello en su diario y la tomó bajo su protección, pagó su educación y se interesó por ella y su hija por el resto de sus vidas».

Más tarde, Bonetta vivió en Brighton, donde se casó con un rico comerciante nacido en Sierra Leona, James Davies, cuyos propios padres fueron esclavos liberados. Fue una boda de interés nacional e internacional con gente en las calles para ver a los novios y a los dignatarios asistentes. Bonetta vivió el resto de su vida en Lagos y más tarde en Madeira, donde murió de tuberculosis en 1887 a los 37 años de edad. Llamó a su hija Victoria, quien también se convirtió en la ahijada de la reina.

Enanos y deformes en palacio: la pasión de la reina Victoria por los circos de fenómenos

Cuando Charles Stratton, de 63 años de edad y 63 cm de altura, llegó al Palacio de Buckingham en marzo de 1844, con su espectáculo de fenómenos, marcó el comienzo de la obsesión de la reina Victoria de Gran Bretaña con el mundo de los «monstruos del circo».

Su “manager”, cuyo nombre artístico era “General Tom Thumb”, hechizó a la reina con trucos y parodias de enanos, que incluían una batalla ceremonial con el perrito de su majestad. La audiencia, que incluía al príncipe Alberto, pensó que todo aquello era divertidísimo. La reina Victoria quedó tan cautivada con Tom que escribió sobre él en sus diarios y lo invitó, junto con otros «monstruos» del circo, a varias reuniones más ese año.

Fue en ese mismo año de 1844 cuando Tom Thumb hizo su debut en los escenarios de Londres, con cientos de personas acudiendo en masa para ver al «el hombrecito maravilloso». Su llegada a Londres fue tan espectacular que su legado vive en la exitosa película de 2017 “The Greatest Showman”, protagonizada por Hugh Jackman como PT Barnum y Sam Humphrey como Stratton. Pero quizás nada de eso hubiera sido posible sin su fan más grande, que también era su fan más famoso: la obsesión de la reina Victoria por Tom Thumb y otros artistas extravagantes le aseguró a la compañía una vida de celebridad y riqueza.

El historiador John Woolf, autor de The Wonders: Levantando el telón sobre los shows de fenómenos, el circo y la era Victoriana dijo que la soberana en realidad popularizó el “freak show” en la Gran Bretaña de mediados del siglo XIX. «Antes de la década de 1840, el espectáculo freak se veía como un asunto humilde asociado con ferias itinerantes. Pero se convirtió en una forma respetable de entretenimiento, que disfrutan todos, de todas las edades, clases, géneros y orígenes», dijo Woolf. «El respaldo de la reina Victoria también abrió las puertas de los palacios europeos, y Tom Thumb hizo una gira europea en 1845 y se presentó ante el rey Luis Felipe de Francia, el rey Leopoldo y la reina Luisa María de Bélgica, y la reina de España. Años más tarde, se presentóante personas como el presidente Lincoln. Mientras tanto, Victoria siguió recibiendo a los fenómenos».

Según el doctor Woolf, el Palacio de Buckingham y el Castillo de Windsor se convirtieron en una puerta giratoria para personajes considerados “monstruos”, incluidos los enanos, los gigantes, los “aztecas”, los “terrícolas”, los gemelos siameses y guerreros zulúes: todo lo que no fuera “normal” era considerado un fenómeno para la diversión. «El amor de la reina Victoria por los intérpretes anormales era bien conocido en ese momento, aunque desde entonces los historiadores lo han ignorado en gran medida. Victoria escribió sobre muchos de los artistas que la visitaron”, dijo Woolf. “Busqué en sus diarios para encontrar sus entradas, lo que hace una lectura interesante. Por ejemplo, en julio de 1853 conoció a ‘los aztecas’: hermanos nacidos con microcefalia que desfilaron en espectáculos extraños y luego se casaron legalmente como parte un truco publicitario».

Mientras que la reina Victoria es recordada como la monarca de rostro severo, a menudo la lúgubre “viuda de Windsor” se convertía en una ferviente admiradora de la diversión que se sentía especialmente atraída por los forasteros. Woolf dijo que vale la pena recordar que Victoria era una princesa de sangre alemana nacida en Inglaterra y que vivía bajo el opresivo “Sistema Kensington” destinado a educarla como una monarca intachable. «Ella era, por nacimiento, una forastera. Incluso como reina fue marcada como diferente debido a su nacimiento. Y tenía sus propios problemas de cuerpo: era conocida como ‘la pequeña reina’, solo de 4 pies y 150 cm de altura, y ella solía lamentar que ‘todo el mundo crece menos yo’”. Se acercó más a sus sirvientes, John Brown y Abdul Karim, dos forasteros a quienes quiso mucho. Entonces, existe una conexión interesante entre Victoria y los artistas», dijo Woolf.

Las demostraciones anormales fueron muy importantes para la sociedad victoriana y tuvieron un gran impacto en cómo los victorianos veían el mundo. «Cuando era niña, Victoria encontró un escape de su difícil infancia en el circo”, finaliza Woolf en la entrevista con News.au. En 1839, unas semanas después de cumplir 18 años y poco después de que la hicieran reina, la cautivó el domador de leones Isaac A Van Amburgh, quien fue pionero en la combinación de menaje y circo. Ella lo vio actuar con leones siete veces en seis semanas; solía imaginarse luchando con los leones. Se sentía encantada y se ganó la reputación de preferir lo espectacular a lo agraciado, lo extranjero a lo británico».

¿Sabías que? La zarina Ana de Rusia era una gran amante de los espectáculos de fenómenos: su corte estaba repleta de enanos, paralíticos, deformes y otras criaturas.

Subastarán las joyas “de luto” con las que la reina Victoria recordaba a sus seres amados

Conservadas por la fallecida condesa Mountbatten, se venderán como parte de una subasta en marzo.

Una serie de joyas de la reina Victoria de Gran Bretaña que conmemoran la muerte de su madre y su hija, la princesa Alicia, se venderán en una subasta de la casa Sotheby’s en marzo.

Las joyas de luto incluyen un botón, un broche y colgantes, algunos con mechones de cabello, que “llevaron consuelo” a la reina británica en su momento de pérdida.

Las piezas pasaron a través de los descendientes de la princesa Alicia (1843-1878) a su tataranieta Lady Patricia Knatchbull, segunda condesa Mountbatten, quien murió en 2017. Los objetos se conservaron durante décadas “en un cajón de una casa familiar”.

David Macdonald, especialista de Sotheby’s y jefe de ventas de la subasta, dijo que los artículos son especiales debido a la importancia personal que tenían para la reina Victoria.

“Para mí, no hablan tanto de Victoria, reina y emperatriz, sino de Victoria, madre y esposa”, dijo Macdonald en declaraciones a la agencia Press Association.

Uno de los objetos, un colgante de ágata y diamantes, fue encargado por el príncipe consorte Alberto para su esposa para conmemorar la muerte de su madre, Victoria María Luisa de Sajonia-Coburgo, duquesa viuda de Kent, fallecida en 1861.

“Piensas en Victoria y piensas en las grandes joyas del estado, los diamantes, el Koh-i-Noor, todas esas piedras”, dijo Macdonald.

Estas joyas son mucho más íntimas, su valor no se debe a los grandes diamantes. Su valor radica en la expresión completa, una expresión emocional y profundamente personal sobre la pérdida y el amor”, agregó.

A 120 años de su muerte: así fue el grandioso y caótico funeral de la reina Victoria

Como monarca que más tiempo había reinado en la historia británica (64 años), muchos de sus súbditos pensaron que la vida que conocían había terminado para siempre y, por consiguiente, su último adiós fue un espectáculo como nunca antes se había visto en el reino.

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A 120 años de su muerte: la verdadera historia de la reina Victoria y su caballerizo escocés

La relación de la monarca, ya viuda del príncipe Alberto, con John Brown desató un sinfín de rumores. Para ella, Brown era “la perfección hecha sirviente”, pero el hombre se ganó el recelo y el desprecio de algunos miembros de la familia real y del personal de la Corte. La verdad es muy diferente.

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12 datos sobre la extraordinaria vida de la reina Victoria a 120 años de su muerte

Nacida en el palacio de Kensington, nadie sospechaba que la niña se convertiría en la monarca más poderosa de su tiempo y que su nombre sería el emblema de una era histórica.

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La Royal Collection publica en Internet los documentos personales del padre de la reina Victoria

Los documentos personales pertenecientes al padre de la reina Victoria de Inglaterra, el duque de Kent, han sido publicados en Internet por la organización The Royal Collection Trust, dando una idea de la vida de este príncipe de la dinastía Hannover. Los 1.018 documentos distribuidos en 57 volúmenes están disponibles en el sitio web del proyecto Georgian Papers Online, que trabaja para dar vida al material original.

Los documentos, que están fechados entre los años 1772 a 1898, incluyen correspondencia y cartas, así como documentos financieros del duque. La colección incluye además sus libros de estudios, que son en forma de cuero y papel hechos a medida cubiertos en cajas de madera con cierres de metal. También hay una carta de su hermano mayor Federico, duque de York, quien le escribió para informarle sobre su matrimonio con la princesa Federica de Prusia en 1791.

El duque de Kent y Strathearn, fue el cuarto y quinto hijo del rey Jorge III y de la reina Carlota. Si bien nunca se convirtió en rey, su hija fue coronada como reina en 1837 después de que los tres hermanos mayores del duque (Jorge IV, Guillermo IV y Federico, duque de York) murieran sin tener hijos legítimos sobrevivientes. El príncipe, Eduardo Augusto, nació en el Palacio de Buckingham en 1767 y murió en 1820, pocos meses después del nacimiento de su única hija, Victoria.

Las amadas acuarelas de la reina Victoria y Alberto de Inglaterra se exhibirán al público en 2021

Durante los poco más de veinte años que duró su matrimonio, la reina Victoria de Gran Bretaña y el príncipe consorte, Alberto de Sajonia-Coburgo, fueron apasionados defensores de las acuarelas y formaron una colección de varios miles de estas obras, muchas de las cuales protagonizarán una muestra en la ciudad escocesa de Edimburgo.

Alrededor de 80 obras seleccionadas por la Royal Collection Trust se exhibirán en el Palacio de Holyroodhouse en marzo de 2021. Entre ellas aparecen pinturas de varios de artistas escoceses, lo que refleja el profundo afecto de la pareja por Escocia desarrollado al principio de su vida matrimonial.

La colección forma un registro visual de la vida de la pareja real, que pasó muchas tardes felices organizándola en álbumes.

“Las acuarelas, recopiladas por la Reina Victoria y el Príncipe Alberto, ocuparán un lugar de honor en la Galería de la Reina en el Palacio de Holyroodhouse, donde la exposición, Victoria & Albert: Our Lives in Watercolor, se llevará a cabo del 5 de marzo al 5 de septiembre de 2021”, informó el periódico Edinburgh News.

Una acuarela de William Leighton Leitch, expuesta por primera vez al público, muestra el yate real navegando hacia el muelle de Granton y la cálida bienvenida que recibieron la reina Victoria y el príncipe consorte cuando llegaron a Edimburgo para su primera gira por Escocia en 1842. Leitch fue el tutor de acuarela de la reina durante casi 20 años.

Otra obra destacada de la exposición es una acuarela que muestra la ciudad de Edimburgo al atardecer por el pintor escocés Waller Hugh Paton, una representación que fue muy querida por Victoria, que la encargó personalmente. Se exhibe junto a otra escena de Edimburgo, del artista de Glasgow William Simpson, y que representa a la monarca en la inauguración del monumento a su esposo en Charlotte Square en 1876.

Una reina importó la costumbre del árbol de Navidad a Inglaterra y un príncipe la popularizó

Cuando la princesa Carlota era una niña, en su natal ducado de Mecklemburgo-Strelitz la costumbre de adornar e iluminar ramas del árbol de tejo se expandía por toda Alemania.

Se suele decir que fue el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, esposo de la reina Victoria, quien introdujo el árbol de Navidad en Inglaterra en 1840. Sin embargo, aunque Alberto y Victoria popularizaron esta tradición nacida en Alemania, el honor de llevar el árbol navideño al Reino Unido le pertenece a la «buena reina Carlota», la esposa alemana del rey Jorge III, quien colocó el primer árbol inglés en el Queen’s Lodge, cerca del Castillo Windsor, en diciembre de 1800.

Según la leyenda, fue el reformador religioso Martin Lutero, compatriota de la reina Carlota, quien inventó el árbol de Navidad. Una noche de invierno en 1536, según cuenta la historia, Lutero caminaba por un bosque de pinos cerca de su casa en Wittenberg cuando de repente levantó la vista y vio miles de estrellas brillando como joyas entre las ramas de los árboles. Esta vista lo inspiró a colocar un abeto iluminado con velas en su casa esa Navidad para recordarles a sus hijos el cielo estrellado de donde Jesús.

Carlota fue la esposa de Jorge III y abuela de Victoria I.

Para principios del siguiente siglo, los árboles de Navidad se expandían por los hogares del sur de Alemania. Porque en ese año un escritor anónimo registró cómo en Yuletide los habitantes de Estrasburgo plantaban abetos en los salones … «y colgaban rosas cortadas en papel de varios colores, manzanas, obleas, papel de aluminio, dulces, etc». Cuando la princesa Carlota nació, en el ducado de Mecklemburgo-Strelitz, en 1744, la costumbre de adornar e iluminar ramas del árbol conocido como tejo se expandía por toda Alemania.

El poeta Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) visitó el ducado en diciembre de 1798, y quedó muy impresionado por la tradición navideña que presenció allí, y en una carta a su esposa, fechada el 23 de abril, escribió lo siguiente , 1799: «En la tarde antes del día de Navidad, uno de los salones está iluminado por los niños, en el que los padres no deben ir; una gran rama de tejo se sujeta a la mesa a poca distancia de la pared, una multitud de pequeños cirios se fijan en la rama … y el papel de color, etc. cuelga y revolotea de las ramas«.

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«Bajo esta rama«, continúa el relato de Colerige, «los niños colocan los regalos que significan para sus padres, aún ocultando en sus bolsillos lo que se quieren el uno al otro. Luego se presentan a los padres, y cada uno presenta su pequeño regalo; luego sacan el resto uno por uno de sus bolsillos, y los presentan con besos y abrazos«.

Cuando la joven princesa Carlota abandonó de Mecklenburg-Strelitz en 1761 y viajó a Inglaterra para casarse con Jorge III, trajo consigo muchas de las costumbres que había adquirido de niña, incluida la instalación de una rama de tejo en la casa en Navidad. Pero en la Corte inglesa, la reina transformó el ritual esencialmente privado de la rama del tejo de su tierra natal en una celebración más pública que podría disfrutar su familia, sus amigos y todos los miembros de la corte.

La nobleza imita a la realeza

Carlota colocó su rama de tejo no en un salón pequeño sino en una de las habitaciones más grandes del palacio real de Kew o del castillo de Windsor. Asistida por sus damas de honor, ella misma adornó la rama de este árbol. Y cuando todos los cirios de cera se habían encendido, toda la Corte se reunió y cantó villancicos. La festividad terminó con una distribución de regalos a todos los asistentes, que incluían artículos como ropa, joyas, platos, juguetes y dulces.

Estas ramas de tejo real causaron un gran revuelo entre la nobleza inglesa, que nunca había visto algo así antes pero acostumbraba a emular en todo a la realeza. Sin embargo no fue hasta diciembre de 1800 cuando apareció en la corte el primer árbol de Navidad en inglés. Ese año, la reina planeó celebrar una gran fiesta de Navidad para los niños del pueblo de Windsor. Para ello, adornó un gigantesco árbol, el primer árbol navideño de la historia.

El doctor John Watkins, uno de los biógrafos de la reina Carlota, quien asistió a la fiesta, ofrece una vívida descripción de este espectacular árbol «cuyas ramas colgaban racimos de dulces, almendras y pasas en papeles, frutas y juguetes, arreglados con el mejor gusto; todo iluminado por pequeñas velas de cera«. El médico agrega que «después de que todos caminaron y admiraron el árbol, cada niño obtuvo una porción de los dulces que había, junto con un juguete, y luego todos regresaron a casa muy encantados«.

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El árbol navideño del Castillo de Windsor en 1857

Los árboles de Navidad ahora se convirtieron en furor en los círculos ingleses de la clase alta, quienes transformaron sus árboles navideños en el centro de las celebraciones y también competían por ver quiénes tenían los árboles más espectaculares. Los árboles navideños de principios del siglo XX eran cubiertos con velas, juguetes y adornos de madera pintados. Cuando la reina Carlota murió, en 1818,la tradición del árbol de Navidad estaba firmemente establecida en la sociedad inglesa, y continuó floreciendo a lo largo de los años 1820 y 30.

La reina Victoria, nieta de Jorge III y Carlota, conoció la costumbre de los árboles navideños en su infancia: «Después de cenar, como cada año, en el palacio de Sandringham… nos dirigimos al salón de dibujo cerca del comedor… Allí había dos grandes mesas sobre las cuales se encontraban dos árboles de Navidad decorados con luces y todo tipo de adornos. Los regalos estaban cuidadosamente colocados alrededor de los abetos«, escribió la monarca en su diario a la edad de trece años.

Cuando en diciembre de 1840, el príncipe Alberto -casado desde 1838 con la reina Victoria- importó varios ejemplares de abeto de su Coburgo natal, no eran una novedad para la aristocracia inglesa. Sin embargo, no fue hasta que periódicos como el «Illustrated London News«, «Cassell’s Magazine» y «The Graphic» comenzaron a describir minuciosamente los árboles de Navidad de la familia real todos los años desde 1845 hasta finales de la década de 1850, que la costumbre de establecer tales árboles ingresaron en los hogares de la gente común en Inglaterra.

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Siempre hubo ratas en el palacio de Buckingham y la reina Victoria tuvo un «cazador» profesional

Durante la era victoriana, el palacio de Buckingham estaba invadido por roedores y sus excrementos, aunque la plaga nunca pudo eliminarse definitivamente.

El personal doméstico de los palacios de la reina Victoria de Inglaterra (1837-1901) no solo abarcaba a puestos elevados, como el de ama de llaves, sino también al personal de cocina, el personal de la despensa, incluidos los mayordomos, mucamas, porteros, chefs, cocineros y muchachos de la cocina mayordomos, mayordomos menores, lavanderas, floristas, un departamento dedicado a la restauración, reparación y tapizado de muebles, encendedores de luces, un relojero, una brigada de de bomberos y una docena de deshollinadores…

Pero uno de los personajes más importantes en la vasta corte de la reina Victoria era el «Real Cazador de Ratas», llamado Jack Black. Durante la era victoriana, el palacio de Buckingham estaba invadido por roedores y sus excrementos, aunque la plaga nunca pudo eliminarse definitivamente y se han reportado invasiones incluso hasta 2020. Los trabajadores de las partes más bajas del palacio están acostumbrados a ver ratones de vez en cuando, pero se considera algo habitual y son casos aislados, pero a pesar de ello, se suelen colocar trampas y veneno para tener controladas estas plagas. Los trabajadores de las cocinas de palacio reciben instrucciones, como asegurarse de cerrar siempre los armarios y las despensas, así como no dejar nunca comida a la vista.

Definido como «el cazador de ratas más valiente que cualquier hombre que viviera», el deber de Black era deshacerse de esas alimañas de la corte, aunque no siempre las mataba. Algunas las enviaba vivas a las tabernas de Londres donde se organizaban peleas de ratas y la gente apostaba. El joven había comenzado a atrapar ratas a la edad de 9 años, y se hizo conocido a principios de la década de 1840 cuando comenzó a atrapar ratas de varios departamentos del gobierno en Londres hasta que fue contratado por la reina. Black caminaba por corredores y salones de palacio con un llamativo chaleco rojo, un traje de cuero blanco, un abrigo verde, una banda de oro alrededor del sombrero y un cinturón adornado con ratas de hierro fundido.

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Una reina de España fue el primer royal nacido en Escocia después de 300 años

Fue la nieta menor de la reina Victoria de Inglaterra y ahijada de la emperatriz Eugenia de Francia. Según el autor Gerard Noel, el castillo donde nació se convertiría en su hogar favorito.

Carlos I Estuardo, rey de Escocia y rey de Inglaterra, nació en Escocia en 1600 y desde entonces, durante casi tres siglos, ningún miembro de la monarquía nació allí hasta Victoria Eugenia. Se trata de la nieta más joven de la reina Victoria, Victoria Eugenie Julia Ena de Battenberg, quien nació el 24 de octubre de 1887 y fue bautizada con los nombres de su abuela, Victoria, y de su madrina Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia. Para celebrar su nacimiento, se encendió una gran hoguera en Craig Gown.

El 23 de noviembre de 1887 se celebró el bautizo de la futura reina de España en el salón del castillo de Balmoral, que según el autor Gerard Noel, se convertiría en el hogar favorito de la princesa de Battenberg. A menudo Victoria Eugenia se refería cariñosamente al lugar en cartas a una de sus primas, la princesa María de Teck. A diferencia de otros miembros de la familia Battenberg, a quienes se les otorgó el rango inferior de Alteza Serena, Victoria Eugenia nació con el rango de Alteza debido a una Orden Real emitida en 1886 por la reina Victoria y que muestra el apego que tenía hacia su hija menor, Beatriz, madre de la niña.

Para su familia y el público británico, era conocida por el último de sus nombres, Ena. En 1905 conoció al joven rey Alfonso XIII de España, quien había viajado a Londres con la intención de buscar una esposa británica y estaba interesado en la princesa Patricia de Connaught. Sin embargo, se enamoró de Victoria Eugenia de Battenberg y la convirtió en reina de España en 1906. Se casaron en el Real Monasterio de San Jerónimo en Madrid y en la ceremonia estuvieron presentes la madre y los hermanos de Ena, así como sus primos, el Príncipe y la Princesa de Gales.

Ena se dedicó toda su vida a trabajar para hospitales y servicios para los pobres, así como a la educación, y también participó en la reorganización de la Cruz Roja Española. En 1929, la ciudad de Barcelona erigió una estatua de ella con uniforme de enfermera en honor a su labor de Cruz Roja. Desde entonces, la estatua ha sido destruida, pero varios monumentos españoles llevan el nombre de Victoria Eugenia, incluido el «Puente de la Reina Victoria» de Madrid que cruza el río Manzanares. Murió en Lausana el 15 de abril de 1969, a los 81 años, después de haber presenciado seis reinados británicos y la caída de la monarquía española.

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Nuevo retrato revive la historia de Sarah Forbes Bonetta, la ahijada negra de la reina Victoria

La niña africana esclavizada fue presentada como regalo a la monarca en 1850. Osborne House, donde vivió al abrigo de Victoria, exhibirá un nuevo retrato que busca realzar las figuras de personas negras cuyas historias se han pasado por alto.

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La extraordinaria vida de Sarah Forbes Bonetta está siendo destacada por los curadores del English Heritage, que revelaron un nuevo retrato de ella realizado por la artista Hannah Uzor, parte de un proyecto para encargar y exhibir pinturas de figuras negras cuyas historias se han pasado por alto. “Su historia es extraordinaria ”, dijo Anna Eavis, directora curatorial de English Heritage. “A lo largo de su vida, también podemos ver una serie de cosas interesantes y bastante incómodas en torno a las actitudes coloniales hacia ella”, agregó citada por The Guardian.

Su nombre de nacimiento, creen los historiadores, era Aina, pero en la alta sociedad de la Inglaterra del siglo XIX era Sarah Forbes Bonetta, una niña esclavizada de lo que ahora es el país africano de Benin, que se convirtió en la ahijada de la reina Victoria. La niña nació en una familia real de África occidental en 1843. Su padre murió en la guerra cuando ella tenía cinco años y fue capturada y esclavizada por Gezo, el rey de Dahomey, actual Benin. En 1850, el capitán naval británico Frederick Forbes llegó a Dahomey en una misión fallida para persuadir a Gezo de que abandonara la trata de esclavos.

Forbes solicitó a la niña como regalo diplomático, llevándola a Inglaterra en su barco “HMS Bonetta”, según The Times. La esclava fue entregada por Forbes a Victoria, quien quedó encantada con ella, describiéndola como “aguda e inteligente”. La reina se reunió con la niña varias veces, incluso en su casa junto al mar, Osborne House (Isla de Wight), donde se exhibirá el retrato de Uzor. Claramente la reina se encariñó genuinamente con Bonetta, convirtiéndose en su madrina y pagando su educación en Sierra Leona y Gillingham, Kent.

Más tarde, Bonetta vivió en Brighton, donde se casó con un rico comerciante nacido en Sierra Leona, James Davies, cuyos propios padres fueron esclavos liberados. Fue una boda de interés nacional e internacional con gente en las calles para ver a los novios y a los dignatarios asistentes. Bonetta vivió el resto de su vida en Lagos y más tarde en Madeira, donde murió de tuberculosis. Llamó a su hija Victoria, quien también se convirtió en la ahijada de la reina.

En un momento, Bonetta fue fotografiada por la fotógrafa de sociedad Camille Silvy, una imagen que se encuentra en la colección de la Galería Nacional de Retratos. Es en esta fotografía que Uzor ha basado su retrato de Bonetta, con un vestido de novia color crema brillante sobre un fondo vibrante de turquesa oscuro. Eavis dijo que la historia de Bonetta fue fascinante y que también arrojó luz sobre los lados más incómodos del colonialismo, como por ejemplo, cómo ella era «vista como un espécimen de lo que una mujer negra podría llegar a ser con el patrocinio adecuado».

La artista dijo que se sintió atraída por Bonetta debido a los paralelismos con su propia familia e hijos, que comparten su herencia nigeriana: “A través de mi arte, estoy interesada en explorar a esos negros olvidados en la historia británica, gente como Sarah”, dijo Uzor. “Lo que encuentro interesante de Sarah es que desafía nuestras suposiciones sobre el estatus de las mujeres negras en la Gran Bretaña victoriana. Verla regresar a Osborne, la casa de su madrina, es muy satisfactorio y espero que mi retrato signifique que más personas descubran su historia”.

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El palacio de Buckingham: de casa privada de la reina a sede burocrática de la monarquía británica

Ubicado en Londres, es la sede administrativa del monarca británico desde 1837 cuando la joven reina Victoria, por entonces de 19 años, accedió al trono tras la muerte de su tío, el rey Guillermo IV.

Mientras el mundo lidia con la pandemia del coronavirus, la ausencia de la reina del Palacio de Buckingham (y su estadía prolongada en el Castillo de Windsor) es muy significativa dado que es probable que sea el período más largo que estará ausente en su reinado de 68 años. La residencia ubicada en Londres es la sede administrativa del monarca del Reino Unido, y lo ha sido desde 1837 cuando la joven reina Victoria, por entonces de 19 años, accedió al trono tras la muerte de su tío, el rey Guillermo IV. Las únicas veces que Isabel II y sus antecesores abandonaron Buckingham en los últimos 180 años fueron por breves períodos, en momentos de crisis o de guerra, o en sus tradicionales vacaciones, cuando pasan tiempo y realizan deberes ceremoniales desde el Castillo de Windsor.

El gran edificio ornamentado y los amplios jardines de Buckingham han servido como un sitio importante para los asuntos ceremoniales y políticos del Reino Unido. Es la sede burocrática de la corte, donde cientos de funcionarios trabajan para que funcione el mecanismo de la realeza. Antes de su ocupación como sede administrativa de la monarquía, era el Palacio de St. James, ubicado unos cuantos metros de distancia, el que cumpió ese propósito desde el año 1698 hasta el reinado de Jorge IV. El sitio en el que se encuentra Buckingham fue propiedad de la monarquía británica durante más de 400 años, y está emplazado en un terreno que en el siglo XVI el rey Jacobo I había adquirido para usarla como jardín privado de la familia real. También tenía una arboleda de cuatro acres de moreras, que esperaba usar para la producción de seda.

En 1698, una mansión de ladrillos rojos en esta parcela de tierra fue vendida a un hombre llamado John Sheffield, que más tarde recibió el título de Duque de Buckingham y en cuyo honor sería bautizado el palacio. Fue el rey Jorge III, el abuelo de la reina Victoria, quien compró Buckingham House a los herederos del duque en 1761 y poco después del nacimiento de su primer hijo, Jorge III y su consorte, la reina Carlota, abandonaron St. Jame’s por ser demasiado pequeño para el uso de su cada vez más numerosa corte y familia. A partir de entonces, Buckingham House pasó a ser propiedad real, como explica el historiador H. Clifford Smith: «Fue elegida principalmente como casa viuda de la reina Charlotte, pero al rey y la reina les gustó tanto que se convirtió en su residencia en Londres. El precursor del palacio actual se conoció como la ‘Casa de la Reina, pero los actos cortesanos continuaron celebrándose en el Palacio de St. James”.

Después de la muerte de Jorge III, su hijo Jorge IV, que ascendió al trono a la edad de 60 años, puso todo su empeño en hacer de Buckingham House una casa más cómoda y moderna, con la intención de convertirla en la residencia real. En consecuencia, contrató al célebre arquitecto John Nash para ampliar y renovar el edificio. Sin embargo, su hermano y sucesor Guillermo IV, despreocupado del poder, la corte y la vida en general, no estaba interesado en residir en el nuevo palacio y prefirió seguir en su amada Clarence House, una mansión que está adjunta al Palacio de St. James. Incluso cuando el Parlamento fue destruido por un incendio en la década de 1830 y le ofrecieron a Guillermo IV el Palacio de Buckingham para pronunciar su discurso, él se negó cortésmente.

Después de su muerte en 1837, su sobrina, la princesa Alejandrina Victoria de Kent, tomó la corona y se convirtió en el primer monarca en hacer del Palacio de Buckingham su residencia oficial porque el Palacio de Kensington, el hogar de su niñez, le traía pésimos recuerdos. Aunque siguió siendo la residencia oficial de la reina hasta su muerte en 1901, había muchos aspectos del palacio que quería remodelar o ampliar para satisfacer las necesidades de su creciente familia. Por ejemplo, poco después de que ella y su esposo, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo, se mudaran, se dice que se dieron cuenta de que el palacio permanecía demasiado frío con frecuencia, carecía de ventilación adecuada y también estaba bastante sucio. A lo largo de los siguientes años, el príncipe consorte se dedicó a renovar el palacio y, medida que la familia creció en tamaño, se agregaron nuevas alas, balcones y otros exteriores.

El personal doméstico de los palacios de la reina Victoria no solo abarcaba a puestos elevados, como el de ama de llaves, sino también al personal de cocina, el personal de la despensa, incluidos los mayordomos, mucamas, porteros, chefs, cocineros y muchachos de la cocina mayordomos, mayordomos menores, lavanderas, floristas, un departamento dedicado a la restauración, reparación y tapizado de muebles, encendedores de luces, un relojero, una brigada de de bomberos, una docena de deshollinadores, y un cazador de ratas y su asistente.

En una burocracia tan grande como la corte británica, el desperdicio era inevitable. Se cocinaban y servían miles de comidas gratis innecesariamente y las provisiones desaparecían en paquetes que los miembros del personal llevaban a sus familias. Las requisiciones para los carruajes de los cortesanos se falsificaron y los vehículos se usaban para el transporte personal o incluso para transportar al personal a sus hogares. Todas las velas eran reemplazadas diariamente, ya sea que hayan sido usadas o no, y las descartadas desaparecían en los bolsillos de los lacayos, quienes más tarde las vendían en Londres. La desaparición de objetos del palacio aumentaba mensualmente los pedidos de suministros para el palacio y las cifras fueron asombrosas: en un período de tres meses, se entregaron casi 200 cepillos, escobas y trapeadores, a pesar de que ya se usaban cientos y era difícil que se gastaran tan pronto.

Después de la muerte del príncipe Alberto en 1861, la reina viuda se aisló efectivamente, negándose a asistir a casi todas las ceremonias reales y eventos sociales. Durante la década de 1860, pasó mucho tiempo en el castillo de Windsor, en la propiedad privada de Balmoral en Escocia y en de Osborne House, en East Cowes. Durante este tiempo, Buckingham estuvo casi descuidado. En 1864, en un momento en que la monarquía estaba siendo objeto de muchas críticas por la ausencia de la reina de la vida pública, se encontró una nota clavada en las rejas del exterior del Palacio de Buckingham que decía: “Estos imponentes locales se alquilan o se venden porque su anterior ocupante se ha ido”. Finalmente, aunque la opinión pública convenció a la reina Victoria de que regresara, se mantuvo alejada tanto como pudo.

Durante mucho tiempo, las funciones ceremoniales se llevaron a cabo en el Castillo de Windsor, mientras que el Palacio de Buckingham permaneció cerrado durante gran parte del año, mientras la vida social de Londres comenzó a girar cada vez más en torno al príncipe de Gales, el heredero del trono, y su esposa Alejandra de Dinamarca. Cuando el príncipe llegó al trono con el nombre de Eduardo VII, en 1901, la residencia estaba casi abandonada y en pésimas condiciones. El rey descubrió que el enorme edificio estaba despintando, húmedo, sin electricidad y con las cañerías tapadas. La mayor parte de sus 700 habitaciones estaban llenas de polvo, muebles viejos y cuadros envueltos en papel, pero solo había dos inodoros y las pocas líneas telefónicas existentes solo comunicaban con el despacho vacío y polvoriento de la fallecida monarca.

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Durante los reinados de los sucesores de Victoria, Eduardo VII, Jorge V y Jorge VI, se revivió la vida en el Palacio de Buckingham y también se agregaron grandes características arquitectónicas. Incluso Eduardo VIII, durante su breve reinado de diez meses antes de su abdicación en 1936, se esforzó por modernizar las cocinas y los rituales cortesanos, con la ayuda de su amante norteamericana, Wallis Simpson. Durante la Segunda Guerra Mundial, los reyes Jorge VI e Isabel se quedaron en el palacio, a pesar de que pasaban las noches con sus hijas, Isabel y Margarita, en el Castillo de Windsor, donde habían sido trasladadas por seguridad.

Antes de que Isabel II ascendiera al trono en 1952, vivía con su esposo, el príncipe Felipe, en Clarence House. Después de la coronación, la reina encargó a Felipe la tarea de continuar la modernización del palacio, que aún mostraba huellas de los bombardeos nazis de 1940. El duque de Edimburgo se consagró a su misión haciendo instalar nuevas cañerías, sanitarios modernos, nuevas habitaciones para los empleados, líneas telefónicas con una central, televisores y radios modernas, y nuevo tendido eléctrico, además de modernizar las tareas que, anteriormente, se llevaban a cabo bajo un protocolo anticuado y que entorpecían el funcionamiento de la casa real.

Helena de Gran Bretaña, la princesa victoriana «falta de modales» que trabajó por los derechos de la mujer

Eclipsada por sus hermano, la quinta hija de la reina Victoria fue un personaje digno de ser celebrado y recordado.

Casi 100 años pasaron desde que la princesa Helena de Gran Bretaña falleció tranquilamente en su casa en Londres, después de haber presenciado los reinados de su madre, Victoria, de su hermano Eduardo VII y de su sobrino, Jorge V, además de haber contemplado cómo el apellido alemán de su familia, Sajonia-Coburgo-Gotha, desaparecía para convertirse mágicamente en Windsor en medio de las hostilidades antigermánicas de la Primera Guerra Mundial. Nacida el 25 de mayo de 1846 en el Palacio de Buckingham, Helena fue la quinta de los nueve hijos de la reina Victoria y de su amado esposo, Alberto, quien murió cuando Helena tenía apenas 15 años. «Yo adoraba a papá, lo amaba más que a nada en la tierra», escribió ella.

Fue bautizada como Helena Augusta Victoria, pero rápidamente su padre, el príncipe alemán Alberto, la apodó cariñosamente “Lenchen”. “Cuando era niña, Helena parece haber sido una niña enérgica que mostró un talento artístico, algo que complació a la reina Victoria. A pesar de sus muchos talentos en la música y el arte, su talento eventualmente se vería eclipsado por los de su hermana menor Luisa, talentosa artísticamente”, escribió la historiadora de la realeza Moniek Bloks. “En las primeras etapas de su dolor, la reina Victoria dependió en gran medida de sus hijas para administrar los roles de secretaria dentro del hogar. Helena, sin embargo, fue vista como demasiado emocional para desempeñar un papel significativo, ya que solía romper a llorar”.

Eclipsada por sus hermanas mayores, que estaban destinadas a concertar importantes matrimonios reales, y menos mimada que sus hermanos menores, Helena se convirtió en una adolescente poco atractiva, poco inteligente y poco talentosa, pero aprendió a disfrutar de la vida de forma especial: disfrutaba de horas y horas aire libre, de la naturaleza, del sol y los animales. Su robustez física contradecía algo de una fragilidad interior, que se hizo evidente con la muerte del príncipe Alberto. Sumergida la reina Victoria en una depresión absoluta, las princesas Alicia y Luisa se convirtieron en sus guardianas mientras Lenchen prefería escapar de ese mundo luctuoso que comenzó a rodear a su madre porque sufría mucho. Pero una vez que la princesa Alicia se mudó al gran ducado alemán de Darmstad, después de su matrimonio, Helena asumió el papel de asistente de Victoria, leyendo y respondiendo sus cartas, consolándola en sus momentos de pesar, organizando sus días…

La reina, que ya había decidido que sería su hija menor, Beatriz, la que la acompañaría como secretaria el resto de su vida, comenzó de inmediato a planear el matrimonio de Helena porque la consideraba “muy útil y activa, inteligente y amable”, pero que “no mejora en apariencia y tiene grandes dificultades con su figura y su falta de modales tranquilos y elegantes”. El marido ideal fue encontrado entre las nutridas ramas de la dinastía Schleswig-Holstein que reinaba en Sonderburg-Augustenburg, un príncipe y ex soldado sin dinero, el príncipe Christian, quien era quince años mayor que Helena. La ventaja que este matrimonio tenía, para la reina Victoria, era que su futuro yerno no tenía obligación alguna en el extranjero y por lo tanto podía instalarse en el Reino Unido junto a Helena. La boda se celebró en 1866 en la capilla privada del castillo de Windsor con la asistencia de su madre vestida de luctuoso negro, y a pesar de este comienzo poco romántico, el matrimonio del príncipe y Helena, que a partir de entonces sería titulada la princesa Christian de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Augustenburg, parece haber sido relativamente feliz, produjo seis hijos y duró 51 años hasta la muerte de Christian en 1917.

Durante toda su vida, Helena se destacó por su discreción y la seriedad que puso en la representación de la monarquía. Fue una de las primeras princesas europeas en desarrollar actividades sociales y benéficas, hasta entonces algo inaudito en la realeza. Era muy joven cuando se interesó en la profesión de enfermería infantil convirtió en miembro fundador del Comité de Damas de la Cruz Roja Británica e hizo campaña por el registro de las enfermeras. Además, “Helena también se hizo popular entre los jóvenes, los pobres y los desempleados, ya que su obra de caridad alimentó a 3.000 personas en el duro y amargo invierno y la primavera de 1886”, escribió la historiadora Bloks. Amante de la costura, llegó a ser presidenta de la Royal School of Needlework, y trabajó intensamente en la traducción de obras alemanas al inglés y en la promoción de los derechos sociales de la mujer. Después de la muerte de su madre en 1901, Helena y Christian se retiraron un poco de la vida en la corte y soportaron la triste noticia de la muerte de su hijo mayor, Christian Victor, en la Guerra de los Bóers. Helena murió el 9 de junio de 1923, en Schomberg House, a los 77 años.

La causa de muerte del príncipe Alberto, un misterio después de 150 años

Si bien durante más de 150 años la versión oficial es que el príncipe Alberto, consorte de la reina Victoria de Gran Bretaña, murió tras haber sufrido de fiebre tifoidea, algunos médicos argumentan ahora que la causa de su muerte fue otra. Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha murió en diciembre de 1861 a los 42 años. Sufrió de su dolencia durante unas cuatro semanas, desarrollando unos vagos síntomas de insomnio. También le dolían las piernas y los brazos y no tenía ganas de comer. Basándose en esto, el médico de consulta William Jenner creyó que padecía fiebre tifoidea. Además, registró en sus notas clínicas la aparición de un sarpullido rosa en la piel de su paciente.

Sin embargo, los detalles que se dieron a conocer al público sobre la enfermedad del príncipe fueron «incompletos e imprecisos», escribió el doctor Howard Markel, quien opina que Alberto tenía un largo historial médico de calambres abdominales intermitentes, obstrucción intestinal ocasional, anorexia, diarrea, fatiga y problemas reumáticos de articulaciones. Otros médicos incluso sugieren que Alberto falleció por una forma de cáncer abdominal y señalan que corría riesgo de desarrollar esta dolencia debido a sus genes, dado que su madre murió de cáncer de estómago a los 30 años. También hay quienes aseguran que Alberto pudo haber sufrido la enfermedad de Crohn o una colitis ulcerosa complicada por una perforación de intestino y de sepsis.

En la época previa a los primeros antibióticos y líquidos intravenosos, un ataque de fiebre tifoidea solía durar de 21 a 30 días. O el paciente moría o, si su organismo era lo suficientemente fuerte, se iba recuperando lentamente. Varias semanas antes de morir, Alberto confesó con desesperación que no tenía ganas de vivir. Se cree que le dijo a Victoria que no se aferraba a la vida porque no le daba importancia. «Si supiera que los que amo estarían bien atendidos, estaría listo para morir mañana… Estoy seguro de que si tuviera una enfermedad grave, me daría por vencido de inmediato. No debería luchar por la vida. No tengo voluntad para vivir», escribió.

A sus 94 años, Isabel II ocupa el podio de más longevos de la realeza británica

La vida de la reina británica es una acumulación de récords. Sin embargo, todavía no es la persona más longeva de su dinastía.

Al cumplir 94 años este 21 de abril de 2020, la reina Isabel II es la monarca más longeva de la milenaria monarquía británica. En 2015 superó a su tatarabuela, la reina Victoria (1819-1901) como monarca más anciana y en 2016 la superó en el tiempo de permanencia en el poder. Sin embargo, Isabel todavía está muy lejos de convertirse en el miembro de la realeza más antiguo, ya que tiene a otras cinco personas ocupando el podio. La persona más longeva de la monarquía fue la tía de Isabel II, la princesa Alicia, viuda del duque de Gloucester, quien murió el 2004 a los 102 años de edad. Fue una de las nueras del rey Jorge V. En 1935 contrajo matrimonio con el príncipe Enrique, duque de Gloucester, con quien tuvo dos hijos. El mayor, Guillermo, murió en un accidente de aviación en 1972, mientras el menor, Ricardo, es el actual duque de Gloucester.

Otra de las nueras de Jorge V ocupa el segundo lugar en el ranking: se trata de la reina Isabel, Reina Madre, viuda de Jorge VI y madre de Isabel II. La monarca vivió una vida extraordinariamente larga: nacida en 1901, provenía de la nobleza escocesa y en 1922, tras rechazar la petición de mano del Príncipe de Gales, se comprometió con el príncipe Alberto, duque de York, hijo de Jorge V. En 1936, al abdicar su hermano, Alberto se convirtió en el rey Jorge VI mientras Isabel fue coronada como reina consorte. En 1952, tras enviudar, se creó para ella un título especial: Reina Madre. Murió en 2002 a los 101 años y fue sepultada en Windsor.

El príncipe Felipe, duque de Edimburgo y consorte de Isabel II, pasó a ocupar el tercer puesto del ranking al cumplir 97 años y 10 meses en 2018. Nacido como príncipe de Grecia y nacionalizado británico con el apellido Mountbatten, Felipe se casó en 1947 con la entonces princesa Isabel de Inglaterra. El duque, quien se retiró de sus funciones públicas cuando tenía 96 años, es el consorte más longevo de la historia británica y, al mismo tiempo, el que más tiempo se mantuvo en su puesto. En febrero de 2013, se había convertido en el miembro masculino más longevo de la familia real británica, superando el récord establecido por el príncipe Arturo, duque de Connaught y Strathearn (tercer hijo de la reina Victoria), quien murió en 1942 con 91 años y 260 días. Actualmente, Felipe tiene 98 años.

El cuarto puesto lo ocupa la princesa Alice, condesa de Athlone, una de las nietas de la reina Victoria, quien murió a los 97 años y 10 meses en 1981 y fue la última sobreviviente de la familia victoriana. Asistió a los funerales de la reina Victoria, a las coronaciones de Eduardo VII, Jorge V, Jorge VI e Isabel II y fue testigo de la crisis de la abdicación de Eduardo VIII y las dos guerras mundiales. En 1917 fue una de las princesas que pasaron a formar parte de la flamante Casa de Windsor cuando Jorge V la creó para diferenciarse de sus parientes alemanes. La última nieta sobreviviente del rey Jorge III y último miembro de la Casa de Hannover, la princesa Augusta de Cambridge, ocupa el quinto lugar en el ranking de personas más longevas de la realeza: nació en 1822, durante el reinado de Jorge IV, asistió a la coronación de su prima, la reina Victoria, y murió en 1916 a los 94 años y 4 meses de edad, tras haber sido testigo de cinco reinados. Isabel II superará a la princesa Augusta en septiembre de 2020.

A continuación, el ranking de los 5 personajes más longevos de la realeza británica:

  • Princesa Alicia, duquesa de Gloucester, murió en 2004 a los 102 años.
  • Reina Isabel, reina madre, murió en 2002 a los 101 años.
  • Príncipe Felipe, duque de Edimburgo (98 años y 10 meses)
  • Princesa Alicia, condesa de Athlone, murió en 1981 a los 97 años y 10 meses.
  • Princesa Augusta de Cambridge, murió en 1918 a los 94 años y cuatro meses.
  • Reina Isabel II (cumplió 94 años el 21 de abril de 2020)

Así eran los banquetes navideños de Victoria, una reina obsesionada por la buena mesa

Por DARÍO SILVA D’ANDREA

La reina Victoria de Gran Bretaña tenía una obsesión por la buena comida, mayormente producto de la depresión en la que la sumergió la prematura muerte de su amado esposo, el príncipe Alberto. El médico real, James Read, se mostraba especialmente exasperado con ella. No paraba de comer y, como era de esperarse, se quejaba de dolores de estómago y de hinchazón que la había mantenido despierta toda la noche, como resultado de un pesado pudín que disfrutó en la cena. Cuando el médico le prescribía una dieta estricta, Victoria se mostraba obediente pero al retirarse el médico volvía a atiborrarse de lujosos platos y abundante postre.

Dada la pasión que Victoria sentía por la buena mesa, durante su reinado se repitieron los banquetes y cenas formales en el Palacio de Buckingham con un flujo aparentemente interminable de platos exóticos fabricados en las amplias cocinas reales. En el transcurso de los banquetes reales, se servían entre cuatro y seis platos, con siete a nueve manjares en cada uno. Para grandes ocasiones, solían incluir bacalao con salsa de ostiones, patas de pato en salsa Cumberland y asado de cordero. Según los archivos reales, durante una comida en 1857 Victoria disfrutó de pasta italiana y sopa de arroz; caballa y merlán; carne asada y capón con arroz; pollo asado y espárragos; merengue y otros pasteles. De postre, los preferidos de Victoria: helado y profiteroles de chocolate.

Esto explica lo opulentos que solían ser los banquetes de Navidad y Año Nuevo, que fueron acrecentándose a medida que la reina envejeció. Victoria pasó las fiestas de diciembre de los últimos años de su vida en Osborne House, en la Isla de Wright. Mientras la cena navideña ofrecía platos muy bien elaborados, los menúes de las cenas de Año Nuevo demuestran que era una verdadera maestra del ahorro, ya que se comían las sobras de Navidad, incluyendo el pavo asado, chine de cerdo, pasteles de carne y pudín de ciruelas. Por supuesto, había un poco más de «restos» de la Navidad real, incluida toda la cabeza de jabalí, terrina Foie-Gras, pastel de gallo, ternera asada. El tradicional pudín de ciruelas era de un tamaño tan grande que tras la fiesta se cortaba en rebanadas y se enviaba en nombre de Victoria a sus parientes más importantes: la primera rebanada estaba reservada para su nieto imperial, el zar Nicolás II de Rusia, y llegaba por correo a San Petersburgo justo a tiempo para la Navidad ortodoxa rusa celebrada el 7 de enero.

En un menú de la cena navideña que se sirvió para la reina Victoria y sus invitados en la Navidad de 1894, consta la presencia de productos «de lujo» enviados como una cortesía por familias reales de toda Europa. La cabeza del jabalí solía ser un regalo del káiser Guillermo II de Alemania -nieto de Victoria- o del rey de Sajonia, mientras que el zar de Rusia enviaba algunos esturiones imperiales. El gran duque de Mecklenburg-Schwerin enviaba la mejor terrina de Pâté de Foie Gras, envuelta en masa de modo que pareciera una empanada de cerdo gigante, mientras el viejo emperador de Austria enviaba una docena de botellas de vino Tokay desde sus viñedos personales. A cambio, la reina Victoria enviaría 200 «puddings» navideños hechos en el Castillo de Windsor a todos sus familiares y familias reinantes de Europa para cuya cocción se necesitarían 24 botellas del mejor brandy.

La historia de Sophia Duleep, la princesa india que luchó por el sufragio femenino

Hija de un maharajá y protegida de la reina Victoria, fue destacada defensora de los derechos de las mujeres.

Le encantaban las fiestas, los perros y, como ahijada de la reina Victoria que vivía en un apartamento real “de gracia y favor”, estaba fabulosamente bien conectada. Pero la princesa india Sophia Duleep Singh (1876-1948) también fue parte del movimiento de mujeres sufragistas británicas y, por lo tanto, calificaba como un peligro para el Estado.

Duleep Singh, la hija de un maharajá indio exiliado, recibió la ayuda de la reina Victoria después de que su padre la abandonara y la dejara en la miseria, otorgándole un apartamento en el palacio de Hampton Court. Las relaciones con el Palacio de Buckingham se pusieron a prueba cada vez más por la participación de Sophia en la campaña por el sufragio femenino después de 1907, un papel que combinaba su estatus de celebridad con un creciente deseo de lograr un cambio real.

Duleep pasó de disfrutar de los bailes cortesanos y la cría de perros de caza a actividades más políticamente importantes como miembro activo de la Liga de Resistencia Fiscal de las Mujeres y la Sociedad Social y Unión Nacional de Mujeres Sufragistas. Por este motivo, la policía la vigiló de cerca y la biblioteca contiene archivos de vigilancia para Duleep Singh que se extienden desde 1902 hasta 1920, algunos marcados como «departamento político y secreto».

¿Cómo se involucró Sophia en el movimiento de sufragio femenino? Contra los deseos del gobierno británico, la princesa visitó la India, lo que la transformó por completo: “Se volvió más consciente políticamente después de ver el movimiento revolucionario del país y regresó buscando algo útil que hacer. Tampoco quería ser una buena persona que daba dinero a la gente. Ella quería cambiar las cosas, y lo hizo”, dice su biógrafa, Anita Mand.

“Winston Churchill estaba absolutamente harto de ella”, relató Mand. Una nota de abril de 1913 registra una llamada telefónica a la oficina de Lord Crewe, el entonces secretario de Estado de la India, por un destacado político que pregunta si se puede hacer algo para «detenerla«. Un funcionario escribe que no hay control financiero sobre Duleep Singh: «Corresponde al rey decir si su conducta es tal que debería exigir su desalojo del alojamiento que ahora disfruta en Hampton Court por favor de su majestad», escriben.

Polly Russell, curadora de una exhibición que la Biblioteca Británica hizo sobre la princesa, reconoció que ella «fue vista como un problema real para el estado». Duleep “ayudó mucho, al igual que otras mujeres, a cambiar el país y obtener votos para las mujeres”, relató la historiadora. “Si ellas no hubieran empujado esa puerta, Dios sabe cuánto tiempo habría permanecido cerrado, porque no hubo una apresurada carrera por dar el voto a las mujeres, ni apetito por ello. Todo se debió a la determinación obstinada de estas mujeres muy, muy valientes”.

Cómo la ‘enfermedad real’ arruinó la vida del último zarevich ruso

La corta vida de Alexéi estuvo teñida de dolor y sufrimiento: sufrió de una enfermedad congénita toda su vida, y fue fusilado por los bolcheviques a la edad de 13 años.

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