Dinastía Hohenzollern ganó caso legal contra un historiador que los asocia con el nazismo

En el marco de la disputa por la restitución de tesoros dinásticos, el príncipe Jorge Federico de Prusia, descendiente del káiser Guillermo II, ha emprendido acciones legales contra decenas de historiadores y periodistas por acusaciones «demostrablemente falsas».

Un tribunal de Berlín falló a favor de la familia real prusiana en una disputa con un historiador, el último giro en una batalla legal por una compensación por los tesoros históricos arrebatados a la dinastía Hohenzollern después de la Segunda Guerra Mundial.

La familia real, que gobernó Alemania hasta que el emperador Guillermo II abdicó en 1918, exigía la devolución de miles de pinturas, esculturas y libros del estado alemán, así como una compensación por la expropiación de propiedades por parte de la Unión Soviética cuyas fuerzas ocuparon el este de Alemania.

La cuestión de la relación de los Hohenzollern con Adolfo Hitler es fundamental para las afirmaciones de la familia. Según la ley alemana, la indemnización solo es posible si el demandante no ayudó significativamente a que los nazis llegaran al poder.

Algunos historiadores sostienen que el papel de la dinastía Hohenzollern durante el nazismo fue insignificante. Otros, sin embargo, aseguran que aparecer con Hitler y sus secuaces, incluida una famosa foto de Hitler con el príncipe heredero Guillermo, hijo mayor de Guillermo II, en Potsdam en 1933, fue útil y simbólico.

La familia real prusiana, hoy dirigida por el príncipe Jorge Guillermo (bisnieto de Guillermo II) dice en su sitio web que dos informes que encargó concluyeron que sus antepasados no brindaron ayuda significativa al régimen nazi. La familia real dice que esto respaldaría su reclamo de compensación, pero también reconoce que otros informes llegan a una conclusión diferente.

Disputa contra el historiador Winfried Suess

Como parte de una disputa de aproximadamente 7 años con los estados de Berlín y Brandeburgo y el gobierno federal, Jorge Federico de Prusia emprendió acciones legales contra decenas de historiadores y periodistas por acusaciones «demostrablemente falsas».

El tribunal regional de Berlín confirmó una orden judicial preliminar en una disputa sobre una declaración hecha por el historiador Winfried Suess en 2019 como parte de un debate sobre los posibles planes para un museo Hohenzollern en el que se exhibirían los artefactos devueltos y si la familia tendría voz en su presentación.

«El acusado todavía tiene prohibido hacer la declaración de que el demandante, como jefe de una antigua familia noble alemana, había exigido tener voz en la representación histórica de la familia en las instituciones públicas», dijo el tribunal.

«No es un buen día para la libertad de ciencia y la libertad de expresión», dijo Suess al diario Tagesspiegel. «Estoy muy seguro, y mi abogado también, de que esto puede corregirse en segunda instancia».

Suess agregó después de la decisión: «Si prevalece esta opinión legal, los investigadores tendrán dificultades para hablar sobre su trabajo sin asistencia legal en el futuro».

La asociación de historiadores VHD de Alemania condenó el fallo: “Este fallo podría ser trascendental para la libertad académica si las declaraciones de los historiadores sobre la disputa de compensación de Hohenzollern sobre hechos obvios ya no se pueden discutir públicamente sin una acción legal», dijo su directora Eva Schlotheuber.

Un año con el káiser: así eran la vida y la corte de Guillermo II de Alemania

A lo largo de su vida, Guillermo II recibió el apodo de Reisen-Kaiser (el emperador viajero) debido a su afición por los viajes. De hecho, fue uno de los primeros soberanos en visitar Oriente Próximo. Pero también por su peripatético estilo de vida que le hacia trasladarse de un palacio a otro.

(*) El autor es historiador. Estudió historia del Arte en la Universidad Autónoma de Barcelona y ahora ha terminado un máster en gestión de museos y patrimonio en la Universidad Complutense de Madrid. Realizó sus prácticas en el Palacio Real de Madrid. Actualmente es autor del Blog Noches Blancas y de Patrimonio de la Corona, dedicados a la historia y el arte en época moderna y contemporánea. Puede seguirlo en Instagram.

Cómo era el día a día del último káiser

Inicialmente, Guillermo II intentó emular la estricta rutina que seguía su amado abuelo Guillermo I. Se levantaba a las 8 de la mañana y tomaba el café mientras trabajaba. Los lunes, miércoles y sábados a las 11, el jefe del Gabinete Civil venía a entregar sus informes (Vorträge), la reunión duraba entre hora y hora y media. Los martes, jueves y sábados, era el turno del jefe de Gabinete Militar, la reunión se alargaba dos horas.

A la una en punto almuerzo, al que Guillermo I dedicaba poca atención. La tarde se dedicaba a más trabajo, audiencias y un pequeño paseo en calesa. Antes de las 8 cena, luego teatro hasta las 9 y a continuación conversación con miembros del séquito y académicos sobre temas no controvertidos. A las 11 todo el mundo se retiraba a la cama. Pocos eventos alteraron este horario durante los 27 años de reinado de Guillermo I.

El Salón del Káiser en el Hofzug (Tren Imperial). FOTO: NOCHES BLANCAS

Guillermo II mantuvo el esquema de los Vorträge inalterado en un principio. Los ministros escribieron más tarde que el Káiser les recibía amablemente pero con su habitual ansiedad y que no dejaba de mover y tocar objetos de su escritorio durante las reuniones. Sus preguntas eran inteligentes, pero usualmente dispares y sobre cuestiones secundarias que alargaban la reunión más de lo habitual. El káiser salía psíquicamente agotado de estas reuniones, y como resultado se fueron reduciendo en cantidad y duración.

Asimismo el estilo de vida frenético de Guillermo II dificultaba la planificación de las reuniones que usualmente se veían reprogramadas de un día para otro y que frecuentemente tenían que realizarse mientras Guillermo viajaba en coche, tren o barco.

Hacia 1910, la jornada del Káiser era muy distinta a la del metódico Guillermo I. Se levantaba entre las 9 y las 10 de la mañana y tomaba un copioso desayuno de tres platos, luego venía un largo paseo a caballo con sus aide-de-camp o una caminata con el Canciller o el Secretario de Estado de Asuntos Exteriores. El Vorträge era a las 12, no demasiado largo, porque a la una se almorzaba.

El Stadtschloss de Berlin. La primeras construcciones aparecieron a inicios del siglo XIII, pero el aspecto definitivo se lo dio Friedrich I a inicios del siglo XVIII. Sede de los Hohenzollern durante siglos, el edificio sufrió intensos bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial y fue dinamitado en 1950 por el gobierno comunista. FOTO: NOCHES BLANCAS

Guillermo II tampoco demostraba mucho interés por la comida, pero a diferencia de su abuelo hablaba profusamente. Luego otro paseo, generalmente con su esposa y una siesta de una o dos horas. Por la tarde el Káiser concedía audiencias, iba a los museos o a los ateliers de artistas famosos, hacia visitas de cortesía, etc. Si había tiempo continuaba el trabajo de la mañana. Hacia las 8 se cenaba y luego había teatro o tertulia con invitados que casi siempre se alargaba hasta la 1 de la madrugada.

Este intenso horario se seguía, no obstante, apenas tres o cuatro meses al año, cuando el káiser residía en Berlín o en Potsdam. El resto del tiempo lo pasaba viajando. Hacia 1888, Guillermo II pasaba el 65% del año entre Berlín o Potsdam. En 1894, estableció la organización del año que duraría hasta la guerra y en la que la estancia en Berlín o Potsdam se redujo al 40%.

La vida cortesana en el invierno

Vortragszimmer (sala de reuniones) de los aposentos del Káiser. FOTO: NOCHES BLANCAS

El Día de Año Nuevo, la Familia Imperial se trasladaba a Berlín para el inicio de la temporada. Bailes, ópera, exposiciones y algún que otro desfile ocupaban la mayor parte de la vida social de enero, en el que Guillermo II raramente dejaba la capital. En febrero, no obstante, había una breve excursión: una semana de retiro en el pabellón de caza de Hubertusstock. Marzo empezaba con una visita de dos o tres días a Wilhelmshaven donde el káiser tomaba juramento a los cadetes de la Kaiserliche Marine.

Primavera griega

La última mitad de marzo y casi todo el abril se dedicaban a viajes por el Mediterráneo o Italia y, a partir de 1907, a una prolongada estancia en la isla griega de Corfú.

En 1907, el káiser había adquirido en Corfú el Achilleion, el encantador palacio que la emperatriz Sisi había mandado construir de 1888 a 1891 y que no se había utilizado desde su asesinato en 1898. La adquisición del palacio costó la considerable suma de 600.000 marcos y el mantenimiento anual ascendía a 50.000 marcos. Asimismo debían sumarse lo gastos de viaje de casi cien criados, miembros del séquito e invitados además de cinco automóviles.

En 1907, el Káiser había adquirido en Corfú el Achilleion, el encantador palacio que la emperatriz Sisi había mandado construir de 1888 a 1891 y que no se había utilizado desde su asesinato en 1898. FOTO: NOCHES BLANCAS

La compra del palacio fue considerada un despilfarro por Wilhelm von Wedel, ministro de la Casa Real, que dimitió poco después. Pero Guillermo II reposaba en Corfú, disfrutaba de la belleza natural de la isla, de un ambiente distendido y de las excavaciones arqueológicas, que le apasionaban. Los historiadores han calificado Corfú como «el Sanssouci de Guillermo II».

A finales de abril, Guillermo II solía visitar las provincias de Alsacia y Lorena, anexadas al Imperio tras la Guerra Franco-prusiana. El emperador seguía con mucho interés la reconstrucción del castillo de Hohkönigsburg, versión idealizada del pasado alemán de la región, que no se incorporó a Francia hasta el reinado de Louis XIV.

En Estrasburgo, el káiser no se alojaba en la tradicional residencia de los soberanos franceses, el Palais Rohan, sino en un nuevo palacio imperial construido a partir de 1883.

Mayo empezaba con una estancia del káiser en la ciudad balneario de Wiesbaden, donde disfrutaba del teatro y del casino. Durante la primera mitad del mes se sucedían visitas a Hallenburg, la residencia de su amigo el conde Emil von Schlitz, reputado escultor; y finalmente al extremo este del Imperio, en la Prusia Oriental, al pabellón de caza de Prökelwitz, propiedad del príncipe de Dohna.

El desfile de primavera en los jardines del Stadtschloss de Potsdam. FOTO: NOCHES BLANCAS

Guillermo II volvía Berlín a mediados de mayo, justo a tiempo para asistir al desfile militar de primavera (Frühjahrsparade) en el Stadtschloss de Potsdam y establecer su residencia oficial en el cercano Neues Palais de Sanssouci.

El opulento Neues Palais en el límite del parque de Sanssouci había sido construido a finales del reinado de Friedrich II el Grande como muestra del poderío prusiano, pero apenas había tenido un uso regular hasta que, en 1864, los padres del Guillermo II, Fiedrich y Vicky, en instalaron en él para pasar la primavera. Uso retomado por su hijo.

Relax de verano en el mar

A principios de junio el káiser volvía a partir, pero esta vez hacia el norte, para asistir a la Kiel Woche, la célebre semana de regatas celebrada en Kiel. Allí se reunían a principios de junio, desde que en 1882 se inaugurara el certamen, aristócratas y ricos industriales, muchos de ellos británicos y americanos, para ver y ser vistos. Durante su estancia en la ciudad, el soberano residía en el recogido castillo en el corazón del casco histórico, lugar de nacimiento del zar Pedro III de Rusia.

La Kiel Woche, que había sido promovida por el amigo de Guillermo II, el empresario naviero de origen judío Albert Ballin, se inspiraba en la Cowes Week y encajaba perfectamente con la personalidad del emperador, pues satisfacía a la vez su pasión por el mar y su admiración-envidia hacia el mundo anglo-sajón.

El Hohenzollern, botado en 1892. Era el mayor yate del mundo después del del zar ruso. FOTO: NOCHES BLANCAS

El propio Káiser competía a bordo de su yate de vela, el Meteor, aunque rara vez ganaba y las malas lenguas decían se mareaba. En 1914, Guillermo II había gastado más de 6 millones de marcos de su fortuna personal en las regatas, pero no había conseguido que la aristocracia prusiana (más terrateniente que navegante) dejara de considerar la Kiel Woche como un evento eminentemente burgués.

Una vez pasada la semana de regatas, toda la familia imperial se instalaba en el coqueto castillo de Bad Homburg, una pequeña ciudad balnearia. Allí era frecuente que el káiser recibiera visitas de la realeza extranjera, en especial de su tío el príncipe de Gales, luego Eduardo VII. Ambos tenían una relación bastante difícil. El mes de julio estaba dedicado casi exclusivamente a la Nordlandreise, el crucero por los fiordos noruegos a bordo del yate imperial Hohenzollern, tradición empezada en 1889 y que también seguía al zar Nicolás II a bordo de su yate Standart.

El crucero estaba destinado a relajar los nervios del káiser y alejarlo de la política y de la etiqueta de la corte, su familia casi nunca lo acompañaba, solía pasar el mes de julio en el pequeño palacete de Cadinen, cerca de la costa báltica. Sin embargo, Guillermo II acostumbraba a terminar el crucero más nervioso que al principio y el séquito acababa necesitando unas vacaciones para recuperarse de las vacaciones.

Después del crucero, el káiser no volvía a Potsdam. Hasta 1895 dedicaba buena parte del mes de agosto a visitar a sus parientes ingleses y sobre todo a asistir a la Cowes Week (equivalente y antecesora de la Kiel Woche) donde la rivalidad entre el káiser y el príncipe de Gales estaba a la orden del día.

Después de 1895, Guillermo II pasaba junto con su creciente familia casi todo el mes de agosto en el castillo de Wilhelmshöhe, encantadora residencia rodeada de un amplio parque a las afueras de Kassel. Del amplio parque de la residencia, solo una pequeña parte era cerrada al público durante las estancias de la Familia Imperial.

Pompa militar en otoño

El káiser con su primo, Jorge V de Inglaterra.

La Familia Imperial dejaba Wilhelmshöhe justo a tiempo para asistir al gran desfile militar de Tempelhof en Berlín a inicios de setiembre. Después seguían otras muchas maniobras militares y desfiles que duraban hasta mediados de mes. Cuando terminaban, el Káiser se dirigía a sus pabellones de caza de Rominten o Cadinen en la Prusia Oriental, lugares en los que descansaba especialmente. Los ministros tenían que hacer, pues, un largo viaje para preparar los presupuestos y el programa de construcción de la Kaiserliche Marine, que por lo general siempre se decidían en Rominten. A mediados de octubre Wilhelm II volvía a estar en Potsdam.

En noviembre volvía a partir, primero al castillo de Liebenberg, propiedad de su mejor amigo el príncipe de Eulenburg y, después de su caída en desgracia en 1906 a Donaueschingen, mansión de príncipe de Fürstenberg. Luego llegaba la época de las cacerías de la corte, inmensos eventos con más de treinta invitados celebradas en los cotos de caza de la corona (Letzlingen, Göhrde, Springe y Königswusterhausen). Y finalmente las visitas (también con temática cinegética) a los riquísimos nobles de Silesia en sus inmensas propiedades, como al conde von Donnersmarck en Neudeck, al príncipe de Hohenlohe y duque de Ujest en Slawentzitz o al príncipe de Pless en Pless.

La segunda semana de diciembre el Káiser volvía a estar en el Neues Palais de Potsdam donde cada año se celebraba la Navidad con la familia. Seis días después se partía hacia Berlín y el ciclo volvía a empezar.

La de Guillermo II fue una corte itinerante

Los emperadores con su única hija, Victoria Luisa.

A lo largo de su vida, el emperador Guillermo II habitó algunos otros palacios que también merece la pena destacar, aunque estos no formaran parte del devenir regular de la corte.

En el extremo este de Alemania, se encontraba probablemente el más simbólico de todos, el castillo de Königsberg (actualmente Rusia), tradicional lugar de coronación de los soberanos prusianos. El castillo era una mezcolanza de estilos dispares situada encima de una colina y aunque Guillermo II lo visitó en alguna ocasión, nunca fue coronado allí, siendo el segundo rey de Prusia (después de su padre) en no hacerlo.

No lejos de Königsberg, cerca de Danzig se erigía el castillo de Marienburg (actual Polonia), sede de la antigua Orden de los Teutones y que Guillermo II mandó restaurar como emblema de la pétrea frontera este del Imperio, del mismo modo que Hohkönigsburg lo era de la frontera oeste. La pareja imperial lo visitó en 1902 y para ellos se re-amueblaron suntuosamente los antiguos aposentos del Gran Maestre.

También al Este, cabría destacar el Palacio Imperial o Residenzschloss de Posen (actual Polonia). Un inmenso palacio en medio de Posen construido entre 1901 y 1908 en un estilo también claramente teutón. A pesar de su aspecto, el edificio tenía lo último en confort moderno y podía alojar cómodamente a la Familia Imperial durante sus visitas a las ciudad.

Al sureste, cerca de Bohemia se encontraba las ciudad de Breslau (actual Polonia), una de las cuatro “capitales” de Prusia junto con Berlín, Postdam y la ya citada Königsberg. Allí también se erigía una residencia real (por depender del rey de Prusia y no del emperador de Alemania) empezada a edificar por Federico II el Grande. Al oeste del Imperio se encontraban otros dos castillos emblemáticos: el castillo de Stolzenfels (1826-1842, cerca de Coblenza) y el Burg Hohenzollern (1850-1867, cerca del Lago de Constanza). Ambos se edificaron como monumentos románticos a la dinastía y, por lo tanto, raramente fueron usados como residencia.

En Coblenza se situaba otro Residenzschloss, un enorme edificio neoclásico edificado para el príncipe-elector de Tréveris a finales del siglo XVIII. Recibió las visitas del soberano y su familia en más de una ocasión. Cerca de Bonn, en Brühl, se erigía el coqueto y delicioso palacio rococó de Augustusburg, en origen construido por el príncipe-elector de Colonia. En él se alojaron el emperador y la emperatriz en 1897 y en 1908 fue electrificado y dotado de nuevas instalaciones sanitarias.

Igualmente coqueto y rococó era Benrath, cerca de Düsseldorf, cedido en 1911 al ayuntamiento. En el centro de Hannover, había el Leineschloss, antiguo palacio de los reyes de Hannover hasta su incorporación a Prusia en 1866. El suntuoso palacio de la derrocada dinastía precedente recibió publicitadas y espectaculares visitas imperiales en 1889, 1898, 1907 y 1913.

Para terminar, no deberíamos olvidar que como emperador, Guillermo II disponía de aposentos reservados en las residencias de otros reyes y príncipes del Imperio, ya fuera en el palacio real de Dresde, la Residenz de Múnich o el castillo granducal de Schwerin.

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El trágico amor de juventud de Federico el Grande

Sometido a una rigurosa disciplina, era un príncipe heredero cuando sucumbió al encanto del teniente Hans Hermann von Katte, cuya ejecución fue obligado a presenciar.

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Federico II (1712-1782) fue uno de los monarcas más destacados que tuvo el Reino de Prusia y, hoy en día, uno de los más recordados. Apodado “el Grande”, Federico abolió la pena de muerte y la tortura, impulsó la creación del Código de Federico, que protegía a los más débiles de su reino y estableció la independencia judicial. Aunque desató guerras que convirtieron a Prusia en una potencia europea y que costaron la vida a millones de personas, hoy es considerado como uno de los mayores genios militares de toda la Historia, siendo comparado con Alejandro Magno, Julio César o Napoleón. Durante su reinado, la corte berlinesa se llenó de pensadores, artistas, literatos o músicos a los que Federico II prestó su apoyo. Uno de sus huéspedes más famosos fue el filósofo francés Voltaire.

Su juventud sin embargo fue absolutamente desoladora. Sometido a una rigurosa disciplina, era frecuentemente castigado en público y privado por su padre, Federico Guillermo I. Los crueles castigos no calmaban la ira del espartano Federico Guillermo, que además se burlaba de su hijo por aguantarlos: “Si mi padre me hubiera hecho esto, me habría saltado la tapa de los sesos, pero este hijo mío no sabe lo que es el honor”. Tras un romance trágico con un teniente del ejército, el rey lo obligó a casarse con una mujer que no deseaba ni le gustaba: “el matrimonio es uno de los deberes más duros del oficial prusiano”, se lamentó Federico. Después de su coronación, en 1740, Federico II se deshizo de su mujer, que nunca volvió a vivir con él, y se empeñó en reunir en Berlín a un sorprendente y variado grupo de músicos, filósofos, matemáticos, poetas y escritores de distintas nacionalidades que convirtieron la corte prusiana en la más ilustrada del siglo XVIII.

Poeta, filósofo, rebelde, creativo y audaz, Federico II nació en 1712, hijo de Federico Guillermo I y de su esposa inglesa, Sofía Dorotea (1687-1757). Federico era todo lo contrario a su progenitor, apodado el “Rey Sargento” por su marcial severidad. Atractivo, alto, delgado, con una mirada viva y penetrante, durante su juventud transmitía cierta inseguridad, a la que contribuía sin duda el carácter autoritario de su padre, que se regía por una rutina militar, austera en extremo, descuidada y absolutamente carente de cultura. El Rey Sargento desaprobó toda su vida las aficiones artísticas de su heredero y lo ridiculizó en público, tildándolo de afeminado. Por disposición paterna, un grupo de militares (que dormían en la misma alcoba de Federico) se encargó de la educación del niño. El rey se encargó de cronometrar minuto a minuto las obligaciones de su heredero: los domingos tenía que levantarse a las 7 y, de inmediato, arrodillarse a rezar junto a la cama. El resto de la rutina era casi militar: desayuno en siete minutos, clases con sus tutores militares, lectura de la Biblia y cena con el rey durante la cual no se podía emitir palabra alguna. En los ratos libres, un pastor se encargaba de predicarle el Evangelio. En la vida del kronprinz, de repente, todo lo que el rey no consentía estuvo prohibido y se armó un enorme revuelo cuando Federico Guillermo descubrió que su hijo estaba aprendiendo a tocar la flauta.

El severo rey menudeó las reprensiones y aun las violencias. Cierta vez, en presencia de toda la corte, vociferó: ‘Querría saber qué contiene esta cabecita. Ya me consta que el príncipe no piensa como yo y que hay gente que le infunde otras inclinaciones y le induce a no estar nunca conforme con nada’. Acompañando estas palabras, le propinó unas bofetadas al príncipe, cosa nada rara y que se repetía como habitual”. [Pedro Voltés, Federico el Grande de Prusia]

«Es soberbio, altanero, no habla con nadie y no es popular ni afable»

El rey no soporta a mi hermano”, confesaba en una ocasión la princesa Guillermina. “Lo maltrata cada vez que se cruzan, y eso ha provocado en Federico un terror hacia él que persiste aún después de haberse convertido en un hombre”. La violencia del Rey Sargento se centraba, sobre todo, en el príncipe heredero, a quien quería forjar a su imagen y semejanza, pero también se extendía a su esposa y su hija. La reina Sofía Dorotea, hija de la corte británica, era una mujer refinada y culta que se vio condenada a llevar una vida gris y solitaria porque el rey pensaba que su misión era simplemente ser una buena madre de familia. Guillermina, también víctima de la espartana disciplina de su padre, fue por esta misma causa la persona más querida por Federico a lo largo de toda su vida. Primero, porque juntos compartían los castigos a los que los sometía el riguroso padre y, en segundo lugar, porque ayudó a su hermano a comprar secretamente los libros que le interesaban, y el rey prohibía leer. Para el Rey Sargento, nada más femenino que la lectura, y prefería que su hijo se acostumbrara a la vida militar, la cacería, las groserías, los chistes verdes y las borracheras.

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Siete datos curiosos sobre Guillermo II, el último emperador de Alemania

Nieto de la reina Victoria, nació con una discapacidad en un brazo que toda su vida procuró disimular y le generó un grave trastorno psicológico que marcaría todas sus acciones venideras.

1. Odiaba todo lo relacionado con Inglaterra

El 27 de enero de 1859 nació quien sería el último emperador de Alemania, Guillermo II. Hijo del káiser Federico III y la princesa británica «Vicky», nació con una discapacidad en un brazo que toda su vida procuró disimular y le generó un grave trastorno psicológico. Su abuela, la reina Victoria envió a uno de sus médicos a Alemania para ayudar en el parto de su nieto en 1859, pero algo salió muy mal y el niño quedó con un brazo paralizado permanentemente como resultado del daño a los nervios durante su nacimiento. Su infancia transcurrió soportando tratamientos inútiles que iban desde tener una liebre recién sacrificada alrededor de su brazo, hasta un tratamiento de electroterapia y restricciones metálicas para mantener su postura erguida. Su estricta madre no colaboró y, en lugar de ayudarlo, le marcaba constantemente sus errores. Guillermo alimentó de esta forma un sentimiento amargo hacia ella y hacia su país, y ese odio empeoró en 1888 cuando un médico británico intentó sin éxito tratar a su padre, víctima del cáncer de garganta, lo que provocó el estallido: «¡Un médico inglés me paralizó el brazo y un médico inglés está matando a mi padre!» La Primera Guerra Mundial, que le costó el trono en noviembre de 1918, fue sin dudas una batalla personal contra todo lo que más odiaba en el mundo: Inglaterra y su familia real.

2. Se enamoró de una prima

Cuando tenía 19 años, el último emperador de Alemania se enamoró desesperadamente de su prima la princesa Isabel «Ella» de Hesse, por lo que empezó a visitar con frecuencia las residencias del gran duque de Hesse con el objetivo de cortejarla. Sin embargo, hizo de todo excepto agradarle, según contó el historiador Robert Massie: «En carácter de huésped, se mostró siempre egoísta y descortés. Con frecuencia arrojaba su raqueta de tenis en medio de una partida si la misma no le era favorable, o se bajaba del caballo en medio del bosque y exigía que todos le acompañasen a hacer cualquier otra cosa». Cómo es natural, y pese a las dulces atenciones que Guillermo le destinaba, la princesa Isabel sintió desagrado por él y finalmente se casó con un gran duque ruso. El día que se enteró de la boda de Isabel, Guillermo no quiso volver a verla jamás.

3. Creía ser un buen músico

La infanta Eulalia de España contó que el káiser Guillermo II de Alemania “se dedicaba a vigilar la limpieza de la ciudad, anotando en una libreta en una libreta los lugares que hallaba descuidados para llamar la atención tan pronto regresaba a palacio”. “A veces”, continúa la infanta, él mismo detenía el coche para ordenar al cochero que recogiera un diario abandonado, un papel arrastrado por el viento o un pedazo de tela descolorida que colgara de una ventana”. Una vez, detuvo su coche al escuchar a un músico callejero interpretar pésimamente una pieza de música clásica con un violín: “Es una infamia deshacer una obra maestra”, dijo. “Descendió del carruaje y le pidió al ciego el violín, que apoyó en su hombro fuertemente, pese a su mano izquierda defectuosa, y con arco sabio comenzó a tratar de ejecutar en el modesto instrumento del ciego. Fue imposible escuchar aquella sinfonía, pues los dedos de la mano izquierda carecían del movimiento adecuado y las notas seguían desentonando aún más que antes”. “Yo no pude evitar una sonrisa ante aquel emperador que hacía templar a Europa y no podía someter medianamente a Bach”, dijo doña Eulalia. El humilde ciego fue más duro: “Démelo señor, él y yo nos llevamos mejor”.

4. Se burlaba sin piedad de los otros monarcas

Una de las pocas cosas para las que el emperador tenía talento era para causar indignación. Su especialidad era insultar a otros monarcas. Llamó al diminuto rey Víctor Manuel III de Italia «el enano», frente al propio séquito del rey. Al zar Nicolás II de Rusia lo definió como un «tonto» y un «llorón” solo apto para «cultivar nabos» y al príncipe (más tarde Zar) Fernando de Bulgaria lo apodó «Fernando naso», a causa de su nariz aguileña, y difundió rumores de que era hermafrodita. Como Guillermo II era notablemente indiscreto, la gente siempre sabía lo que decía a sus espaldas. Fernando tuvo su venganza. Después de una visita a Alemania, en 1909, durante la cual el Káiser lo abofeteó en público y luego se negó a disculparse, Fernando le otorgó un valioso contrato de armas que había prometido a los alemanes a una compañía francesa.

5. Adoraba los uniformes militares

El fetiche de Guillermo II era el ejército, a pesar de que, en palabras de un alto mando alemán, no podía «dirigir a tres soldados por una cuneta»: el emperador se rodeaba de generales, llegó a ser dueño de entre 120 y 150 uniformes militares y los vestía a todos. Cultivó una especial expresión facial severa para ocasiones públicas y fotografías (hay muchas, ya que Wilhelm enviaría fotos firmadas y bustos de retratos a cualquiera que quisiera una) y también un bigote encerado y muy curioso que era tan famoso que hasta tenía su propio nombre, «Er ist Erreicht!» (¡Se logra!). En 1918, al caer la monarquía, se llevó todos sus uniformes a Holanda.

6. Abandonó la corona, pero no sus tesoros

El 28 de noviembre de 1918 el exiliado emperador emitió desde Holanda una declaración de abdicación, poniendo punto final al reinado de 400 años de la dinastía Hohenzollern en Prusia. La decisión fue tomada el mismo día en que la emperatriz Augusta Victoria, muy desmejorada de salud, llegó a Holanda desde Berlín. Aceptando por fin que había perdido el poder para siempre, Guillermo II renunció a sus «derechos al trono de Prusia y al trono imperial alemán» y liberó a oficiales y soldados alemanes de su juramento de lealtad hacia su persona. Instalado definitivamente en el castillo de Doorn, la República de Weimar le prohibió regresar a su país, pero permitió retirar sus pertenencias. De esta forma, entre septiembre de 1919 y febrero de 1922, cinco trenes con 59 vagones con las posesiones del emperador -incluidos muebles, obras de arte, documentos personales, fotografías, uniformes, un automóvil y un bote- fueron llevadas a Holanda desde Alemania, con lo que el antiguo soberano fue capaz de mantener un cierto nivel de grandeza. La corona que recibió en 1888, al morir su padre, y ahora se conserva en el Castillo de Hohenzollern, fue uno de los tesoros que la República le permitió conservar. 

7. Hitler quiso utilizar su funeral como propaganda política

Guillermo II de Alemania murió lejos de lo que fue su imperio el 4 de junio de 1941. So contra la monarquía y prohibió todos los símbolos de la dinastía Hohenzollern, pero ahora reclamó el cadáver del káiser y planificó un gran funeral de Estado en Berlín: «Quiere aprovechar esta oportunidad para desfilar detrás del ataúd del káiser ante el pueblo alemán y el mundo entero para demostrar que él es el legítimo sucesor», se quejó el príncipe Luis Fernando de Prusia. Guillermo, previendo el uso político que el nazismo haría de su muerte, manifestó en su testamento que ninguna bandera nazi o cruz esvástica se viera en su funeral y «no fue nada fácil para el kronprinz negociar con la cancillería para que respetara los deseos de su padre», según la princesa Victoria Luisa. «Uno habría pensado que nadie quiere molestar a los muertos, pero Hitler sí quiso». Finalmente, como no pudo salirse con la suya, el líder nazi ordenó minimizar al máximo las noticias sobre el funeral del último emperador Joseph Goebbels recordó en un editorial a Guillermo II como «una partícula flotante, distinguida, claro, pero nada más, en la historia alemana».

Hohenzollerngruft: la cripta de la dinastía Hohenzollern, un tesoro bajo los pies de Berlín

Ubicada en la Catedral de la capital alemana, cerró sus puertas para someterse a una restauración millonaria que durará más de tres años.

Con sus sarcófagos de plomo, madera o mármol en una cámara abovedada con columnas, desde 1999, los visitantes de Berlín pudieron conocer el lugar de descanso final de reyes y príncipes de la dinastía Hohenzollern. Bajo el suelo de la Catedral de Berlín, 96 muertos de la casa Hohenzollern descansan en la cripta, incluidas “celebridades” históricas como el rey prusiano Federico el Grande y el Gran Elector. La cripta es el lugar de entierro dinástico más importante de Alemania y, junto con la Cripta Capuchina en Viena, las tumbas reales en la Catedral de St. Denis en París y la tumba de los reyes españoles en El Escorial, cerca de Madrid, es una de las tumbas señoriales más importantes de Europa.

La historia de la cripta, como la de la catedral, se caracteriza por los frecuentes movimientos y demoliciones. El príncipe elector Joaquín II (1505-1571) determinó la bóveda bajo la antigua iglesia dominicana en la Schlossplatz de Berlín para enterrar a su familia en el siglo XVI y transfirió los huesos de su padre y su abuelo a la nueva bóveda desde sus sitios originales cerca del año 1542. Alrededor de dos siglos después, Federico el Grande (1712-1786) hizo que la Iglesia y su cripta fueran demolidas y reconstruidas al otro lado del jardín de recreo. A finales de 1749, 51 ataúdes fueron reubicados en la nueva cripta. La catedral fue demolida nuevamente en 1893 y reemplazada por un nuevo edificio.

La Cripta Hohenzollern (en alemán, Hohenzollerngruft) fue terminada en 1905, durante el reinado del último emperador, Guillermo II, que perdió su trono en 1918. El sagrado sitio de reposo final sufrió graves daños en la Segunda Guerra Mundial cuando una bomba golpeó la cúpula de la Catedral de Berlín en 1944. El templo ardió durante dos días, luego se desplomó y penetró en el techo abovedado de la tumba. Entre otras cosas, fue destruido el ataúd de madera de la reina Elisabeth Christine de Brunswcik-Beverns, consorte de Federico II el Grande, rey de Prusia. En 1975, la iglesia del monumento en el lado norte de la catedral fue demolida, obstruyendo así el acceso original a la cripta real.

La cripta junto con los ataúdes se consideró de propiedad privada de la dinastía Hohenzollern hasta al menos principios de la década de 1940, en pleno nazismo. Entre los entierros más famosos se pueden encontrar allí al brillante príncipe y músico Luis Fernando de Hohenzoller, que murió en el campo de batalla, o al amante del entretenimiento, el rey Federico Guillermo II de Prusia, que convirtió a Berlín en un centro de romanticismo y clasicismo en solo unos años. Pero los más de 100 ataúdes y sarcófagos en la cripta y en la catedral no están allí solo por la piedad profesada, sino también como una muestra de poder.

También allí, bajo el suelo de la catedral berlinesa, se encuentra el simple ataúd de Elisabeth Magdalene von Braunschweig, quien murió en 1595, los enormes féretros de piedra en las que reposan el Gran Elector Federico Guillermo I de Brandeburgo, su segunda esposa Dorothea de Schleswich-Holstein, su sucesor Federico III, quien fue coronado Rey de Prusia, y su segunda esposa, Sophie Charlotte.

Espléndidos ataúdes barrocos como el del príncipe Luis de 1687, pero también carpintería de madera de finales del siglo XIX que parece muy contemporánea, completan esta colección única de reliquias dinásticas. En el ataúd número 97, un sarcófago de mármol para niños, se encuentra el pequeño cuerpo de una nieta sin nombre del káiser Guillermo II. Sin embargo, el último emperador alemán no descansa en la cripta, sino que está enterrado en el exilio en un mausoleo en el parque del castillo holandés de Doorn Huis, donde murió en 1941.

La Hohenzollerngruft obtuvo su aspecto actual de la reconstrucción de la catedral en la década de 1990. Esta reconstrucción fue financiada con la ayuda del gobierno federal, el estado de Berlín y la asociación de construcción de la catedral. En ese momento, el diseño de la Cripta Hohenzollern fue modelado significativamente por Rüdiger Hoth, un antiguo arquitecto de la catedral. Hasta ahora, los descendientes de la Casa de Hohenzollern nunca contribuyeron financieramente con el mantenimiento de la cripta y en los próximos años el Estado federal alemán destinará 18 millones de euros a su restauración. Los pasillos serán renovados y los ataúdes (que fueron enviados a un sitio secreto) serán reorganizados cronológicamente.

La antigua casa real de Alemania acordó con el estado por la propiedad del Castillo de Rheinfels

Contra la opinión del gobierno, el príncipe Jorge Federico, descendiente de la dinastía Hohenzollern, reclama desde 2013 que pertenecía a su familia.

La larga disputa legal sobre la propiedad del Castillo de Rheinfels, en el municipio alemán de St. Goar finalmente se resolvió. Este jueves 28 de febrero, el ayuntamiento local aprobó un acuerdo extrajudicial con el príncipe Jorge Federico, el joven descendiente y jefe de la dinastía Hohenzollern, que desde hace años afirma que la propiedad de esta antigua residencia real pertenece a su familia. El castillo está ubicado en un área del Patrimonio Mundial de la UNESCO. y atrae a turistas de todo el mundo, por lo que es una propiedad valiosa.

Según el acuerdo, las ruinas del castillo seguirán siendo propiedad de la ciudad pero una parte de los ingresos de las entradas que pagan los turistas se entregarán a la “Fundación Kira-von-Preußen” para beneficiar los proyectos de niños y jóvenes en St. Goar. Los ingresos anuales dependerán de la cantidad de visitantes al castillo de Rheinfels, pero para apoyar a la fundación, se aumentará la tarifa de entrada a un euro adicional por adulto y 50 centavos por niño, informó la Deutsche Welle.

El alcalde estima que se pueden recaudar aproximadamente € 50,000 (US$ 55.000) anualmente para la fundación. «Debido a que este dinero es independiente del presupuesto de la ciudad, el trabajo de niños y jóvenes en St. Goar está garantizado por décadas», dijo Hönisch. La cooperación con la fundación comenzará el 1 de enero de 2021, con el aumento de los precios de las entradas el 1 de marzo, según informó la agencia alemana Deutsche Presse-Agentur.

El Tribunal Superior Regional de Coblenza había decidido en junio de 2019 que el príncipe Jorge Federico, descendiente de Guillermo II, último rey de Prusia y emperador de Alemania, no podía reclamar la propiedad del castillo de Rheinfels. Las ruinas habían pertenecido a la familia del príncipe hasta el final de la Primera Guerra Mundial, luego fueron transferidas a un administrador. En 1924, el castillo cambió de propietario nuevamente y fue entregado a la ciudad de St. Goar.

¿Por qué el príncipe reclama a Rheinfels?

La familia Hohenzollern, de la que Jorge Federico es el jefe dinástico desde 1994, había sido propietaria del castillo desde el siglo XIX. La ciudad de St. Goar se convirtió en propietaria en 1942 con la condición de que las enormes murallas medievales no se vendieran. En 1998, la ciudad y el hotel celebraron un contrato de arrendamiento de 99 años con el castillo, con la posibilidad de una extensión igualmente larga. Pero el Príncipe de Prusia argumenta que un contrato de arrendamiento de 99 años es equivalente a vender el castillo.

Gert Ripp, el operador del Rheinfels Castle Hotel, cree que el príncipe solo está interesado en reclamar sus derechos, pero el alcalde de St. Goar está convencido de que el «dinero» es la motivación detrás de lo que llamó una «redada». «De lo contrario, habría venido… antes con su reclamo», dijo el funcionario, en lugar de esperar hasta que el estado, la ciudad y el arrendatario hubieran invertido millones de euros en el castillo.

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