Casado con una periodista, el nieto del último rey de Rumania acaba de ser padre de una niña a la que bautizarán María Alejandra. Sin embargo, ni su hija tienen derechos sucesorios ni títulos. Una grave disputa familiar puso a la dinastía rumana en la cuerda floja.
Nacido en 1980, hijo de la princesa Elena y del británico Robin Medforth-Mills, Nicholas era un niño de 8 años cuando acompañó a su abuelo, el rey Miguel, en su triunfal regreso a Rumania, después de cuatro décadas y tras la caída del comunismo.
Miguel, primo de la reina Isabel II de Inglaterra, condujo a Rumania a través de la Segunda Guerra Mundial, se enfrentó al fascismo y dio la espalda al nazismo, pero perdió su trono cuando el régimen comunista lo amenazó con provocar un baño de sangre si no abdicaba en 1947. Desde la caída y ejecución del dictador comunista Nicolae Ceacescu, Rumania es una república, pero la familia real vive en Bucarest y cumple funciones públicas, mantiene el patrimonio nacional y tiene un presupuesto estatal.
En 2005, el rey Miguel, consciente de la ausencia de herederos varones, ascendió a Nicholas Medforth-Mills al rango de príncipe de Rumania y lo ubicó en la sucesión al desaparecido trono Hohenzollern. El nieto real, que adoptó el nombre de Nicolae, aprendió a hablar a la perfección el idioma y recorrió con su abuelo ciudades, pueblos y aldeas para conocer la situación de los rumanos después de la feroz dictadura comunista.
Desde entonces, el joven ha estado inmerso en un proceso de aprendizaje a marchas forzadas para asumir algún día la jefatura de la Casa. Bien asesorado por expertos en comunicación política, Nicholas se involucró en numerosos proyectos de carácter humanitario y benéfico, recorriendo Rumanía para darse a conocer y asistiendo a cada vez más actos públicos en representación de su abuelo.
«Un dirigente bajo el signo de la modestia»
Los monárquicos vieron en él la gran esperanza de la restauración, pero en 2015, sorpresivamente, el rey Miguel firmó un decreto regio por el que su nieto Nicolás perdía el título de príncipe de Rumanía y el tratamiento de Alteza Real, y pasaba a convertirse en un ciudadano más.
“La familia real y la sociedad rumana de estos tiempos necesitarán un dirigente bajo el signo de la modestia, bien equilibrado, con firmes principios morales y que siempre piense en el servicio a los demás”, rezaba el decreto real, en cuyo texto Nicholas asegura ver la mano de Radu Duda, el consorte de su tía y actual jefa de la casa real, la princesa Margareta.
El príncipe más popular de Rumania, vetado de por vida

La casa real rumana prohibió a Nicholas participar en compromisos públicos y en actividades oficiales en las que el gobierno rumano incluye a la familia real. “No puedo entender cómo y con qué autoridad”, dijo Nicholas, “(…) se puede prohibir que una persona se presente en público. Tal vez la idea de mi aparición en público hubiera abierto los ojos de la gente a los juegos entre bastidores que tenían que permanecer en secreto”.
En un comunicado posterior se insinuaron motivos inquietantes: “La familia real y la sociedad rumana de estos tiempos necesitarán un dirigente bajo el signo de la modestia, bien equilibrado, con firmes principios morales y que siempre piense en el servicio a los demás”.
Una hija tardíamente reconocida
La prensa rumana se llenó de especulaciones: desde una supuesta homosexualidad, un romance con una asesora a la que obligó a abortar y un posible adicción a los juegos ilegales. Finalmente, acusado de inmoral hasta por su propia madre, Nicolae reconoció la existencia de una hija, Iris Anna, producto de una relación fugaz con una joven rumana.
“Como resultado de mi insistencia en la prueba de establecer la paternidad de mi presunta hija, la señora Nicoleta Cîrjan aceptó la realización”, dijo Nicholas, quien tiempo atrás se negó a reconocer a la niña porque, alegaba, la madre no quería realizar análisis de ADN. “El resultado fue positivo, confirmando que yo soy el padre de su hija. Dado el contexto en el que esta niña vino al mundo, ya que no tuve una relación con su madre, asumí la responsabilidad legal de ello”, escribió Nicholas.
Poco antes, en 2019, Nicholas había contraído matrimonio en Bucarest con la periodista rumana Alina-Maria Binder, su novia desde hacía varios años. Ni su madre ni otro miembro de la familia real asistieron a la ceremonia, un desplante que agigantó más la grieta de la casa de Rumania con quien parece ser la única esperanza dinástica.
Nicholas no tuvo oportunidad de despedirse de su abuelo, fallecido el 5 de diciembre de 2017. Mientras el anciano exmonarca agonizaba en su casa de Aubonne -Suiza- la familia real le prohibió la entrada y estalló el escándalo. La princesa Elena acusó a su hijo de no respetar “la privacidad, el sufrimiento y la dignidad” del rey Miguel después de que tratara de ingresar por la fuerza a la casa para decir adiós a su abuelo. La casa real lo denunció ante la policía suiza por haber “maltratado física y verbalmente a tres miembros del personal”.
Según la princesa Elena, el rey había despojado a su nieto de la sucesión al trono porque “no tiene las cualidades necesarias para asumir un puesto en la casa real de Rumania“. Refiriéndose a los intentos de Nicholas por ver personalmente a su abuelo en Suiza, Elena dijo: “Las acciones de Nicholas en los últimos días son errores moralmente graves. Mi hijo ha demostrado desprecio por Rumania, su gente y los principios de la casa real”.
La grieta familiar provocó una crisis sucesoria
Nicholas no es el único «desheredado». En 2014, la princesa Irina -tercera hija de Miguel y Ana- y su segundo esposo, John Wesley Walker, fueron condenados a tres años de libertad condicional en los EEUU después de que la justicia local los declarara culpables de operar un negocio de apuestas ilegales y, como parte del acuerdo de culpabilidad, la pareja decidió vender bienes raíces y pagar una fianza de US$ 200.000 para el gobierno. El 29 de octubre del mismo año, el viejo monarca publicó un documento según el cual desbancaba a Irina y a sus hijos de la línea de sucesión y la despojaba de sus títulos reales. Irina no fue invitada por Margarita a los funerales de su madre, dos años después.
En 2018, la princesa Sofía (acompañada de su única hija, Elisabeta-Maria de Roumanie Biarneix), abandonó Francia para volver a Rumania y asumir un papel secundario en casa real, aunque personas allegadas al Palacio Elisabeta aseguraron meses atrás que la joven tiene problemas para adaptarse a la vida en Rumania y deseaba irse del país balcánico para volver a su Suiza natal.
Unos meses después, algunos medios rumanos publicaron que su hermana mayor, María, había renunciado a su papel como miembro de la casa real. Por otra parte, la princesa Elena nunca se mudó a Rumania y reside en el Reino Unido. Según el historiador Seth B. Leonard, de Eurohistory, “no ha habido indicios de que Elena alguna vez intente ser parte de la vida pública rumana y a pesar de ser la heredera directa de Margarita, solo aparece en el país para ciertos eventos familiares y, de lo contrario, rara vez viaja a Rumania”.
“Podría decirse que 2020 podría ser el último año horrible para la realeza rumana”, dice Leonard. “Si la princesa Margarita se encuentra incapaz de unificar a su familia, es probable que pase a la historia real como un fracaso absoluto como Jefe de una Casa Real”. A sus 68 años y sin descendencia de su matrimonio con el príncipe Radu, Margarita debería “garantizar el futuro de la dinastía” reconciliándose con Nicholas.

“En el espíritu de la reconciliación cristiana, es su responsabilidad reunir a sus hermanas, sus sobrinos y sus sobrinas, para que todos puedan esforzarse por perpetuar el legado de los los reyes de Rumania en las generaciones futuras. Margarita de Rumania debe abrazar la máxima ‘el deber primero’. Si Margarita es incapaz de adaptar su comportamiento, entonces su mandato como Jefe de la Casa Real rumana no será considerado amablemente por la historia”, sentenció Leonard.
Antes del nacimiento de su hija, Nicholas dijo que cree importante que la casa real rumana, aunque Rumania no sea una monarquía, transmita los valores que defendieron sus ancestros y se una como una familia. “No como en un reino, por ejemplo. Tratamos de vivir con estos valores morales especiales, se los transmitiré a mi hijo. Y creo que todos podemos hacer lo mismo. Cada uno de nosotros puede decirle a nuestros hijos lo que cada rey y cada reina hicieron por el país y cómo se comportaron con la gente”, dijo en la entrevista.
Consultado sobre si espera ver al país convertido en una monarquía, respondió: “Es muy difícil dar una respuesta en este momento. Pero creo que es posible que durante mi vida Rumania vuelva a la monarquía. Pero creo que todos debemos querer eso, y debemos estar unidos y trabajar juntos en este objetivo”.
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