Soraya Esfandiary, segunda esposa del shah de Irán, fue la soberana más hermosa y la más trágica de su tiempo.
(*) La autora es Profesora y Licenciada en Historia y especialista en Monarquías de la Edad Moderna.
Soraya Esfandiary Bakhtiary nació en Isfaham en 1932. Pertenecía a una familia de la nobleza del sur de Irán. Era hija de un embajador iraní de origen noble y de una alemana, de ahí sus llamativos y bellísimos rasgos. Educada entre Londres, Berlín, Suiza e Irán, el shah (o emperador) Reza Pahlevi la vio por primera vez en 1948, después de su divorcio con la hermosísima Fawzia de Egipto, cuando un pariente de la joven Soraya le mandó una foto de la chica. Pahlavi vio aquella foto y quedó hipnotizado. Pronto se conocieron, se enamoraron y él le regaló un diamante de compromiso de 23 quilates.
La fantástica boda tuvo lugar en 1951, con 2.000 invitados de todas las casas reales europeas. Para la celebración hubo arreglos florales con orquídeas y tulipanes holandeses y se brindó a los invitados un circo de caballos traído de Roma. El traje de la novia era blanco plateado, bordado con perlas legítimas, adornos de plumas y capa de visón blanco, diseño de Christian Dior. Soraya tenía sólo 19 años y el shah ya era un experimentado hombre divorciado de 32. Un detalle promisorio: el día de la boda nevó mucho en Teherán, lo que se tomó como un excelente augurio para el flamante matrimonio.








Todo fue romanticismo oriental y cuento de hadas de las mil y una noches hasta que el imperio empezó a inquietarse por la falta de heredero. La monarquía iraní necesitaba un varón para subsistir y el shah sólo tenía una hija mujer de su anterior matrimonio con Fawzia. Soraya no se quedaba embarazada y esa fue justamente su desgracia.
Pasó por todos los médicos especialistas posibles, desde Berlín a Nueva York sin resultados. Y como suele pasar en las mejores familias, la suegra y la cuñada de Soraya no se mostraron muy empáticas que digamos. La hermana melliza del shah, la princesa Ashraf, a la que llamaban la “Pantera Negra”; lo dominaba completamente insistiendo con el tema del heredero: Soraya debía embarazarse y si no, el shah buscarse otra esposa a fin de salvar la amenazada dinastía.
En sus memorias, Soraya confesará años después que suegra y cuñada manipularon médicos y estudios ginecólogos para demostrar que ella no estaba capacitada para ser madre. Nunca lo sabremos, pero en 1958 la joven princesa tuvo que elegir: o aceptaba que su esposo conviviera con otra mujer (los musulmanes pueden tener hasta cuatro esposas a la vez) u optar por el divorcio.
El shah la amaba y Soraya era una joven enamorada también. ¡Cómo no estarlo con la apabullante colección de tiaras y joyas que le regalaba su marido y las sesenta rosas rojas que recibía cada mañana en la que el shah no amanecía con ella! Lo cierto es que, el 14 de marzo de 1958, los siete sabios del reino decidieron que el rey debía divorciarse. En cuanto se lo comunicaron a la joven reina, ella supo que no había vuelta atrás.
La última noche juntos, él puso un disco y bailaron sin decirse nada. “Volverás enseguida”, le dijo él antes de despedirse. “Puede ser que no vuelva nunca más”, respondió ella. Soraya se marchó. Ella sólo quería volver a ser Soraya Esfandiary, pero no, pues el shah le asigna pasaporte diplomático para que entre y salga de cualquier país del mundo y el título de Princesa de Irán, quizás él, en realidad, no quería perderla del todo. Soraya no quedaba desprotegida, se llevaba todas sus joyas y gemas. Acompañada de su madre y su hermano arribó a Italia, no sabía ni siquiera comprarse un helado sola. Allí se quedó para probar suerte en el cine. Los mejores representantes del jet set internacional la cercaban por todos lados.









Ella sólo quería vivir. Un año después de su divorcio, parecía que el príncipe Raimundo de Orsini la había conquistado, se los veía juntos y se hablaba de boda inminente, y aunque no pasó de rumores, él estaba enamorado.
Poco después Soraya probó suerte en el cine: protagonizó una película y se enamoró del director Franco Indovina, pero él era casado. La película no tuvo gran éxito. Dicen que el shah compró todas las cintas y las hizo desaparecer, él aún pensaba en ella, aunque ya estaba casado con la joven Farah Diba. En 1972 Franco murió en un accidente de avión y Soraya abatida por el dolor abandonó Roma para siempre.
Se fue a París, a las Bahamas, a la Costa Azul, a España. Amó España. Huía como princesa errante, no pertenecía a ningún lado, pero añoraba Irán aun cuando los años pasaban. Se convirtió en la reina de la prensa del corazón. El shah manifestó que siempre pensaba en ella, aunque ya tenía cuatro hijos con Farah.
En 1979 una revolución islámica derrocó al shah Pahlaví y en 1980 falleció en Egipo de un cáncer linfático sin poder volver a Irán ni ver a su amada Soraya. Ella ya había devuelto las joyas a Irán, quizás por eso el régimen del Ayatollah no puso precio a su cabeza. Poco después Soraya viajó a Egipto y visitó la tumba de su marido. Volvió a París y continuó sola. En octubre de 2001, a los 69 años, una mucama la encontró muerta en su departamento. Murió sola, los ojos tristes se cansaron de soñar con Irán y se cerraron para siempre.
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