Quién es y por qué fue desheredado Nicholas Medforth-Mills, «rey de corazones» de Rumania

Casado con una periodista, el nieto del último rey de Rumania acaba de ser padre de una niña a la que bautizarán María Alejandra. Sin embargo, ni su hija tienen derechos sucesorios ni títulos. Una grave disputa familiar puso a la dinastía rumana en la cuerda floja.

Nacido en 1980, hijo de la princesa Elena y del británico Robin Medforth-Mills, Nicholas era un niño de 8 años cuando acompañó a su abuelo, el rey Miguel, en su triunfal regreso a Rumania, después de cuatro décadas y tras la caída del comunismo.

Miguel, primo de la reina Isabel II de Inglaterra, condujo a Rumania a través de la Segunda Guerra Mundial, se enfrentó al fascismo y dio la espalda al nazismo, pero perdió su trono cuando el régimen comunista lo amenazó con provocar un baño de sangre si no abdicaba en 1947. Desde la caída y ejecución del dictador comunista Nicolae Ceacescu, Rumania es una república, pero la familia real vive en Bucarest y cumple funciones públicas, mantiene el patrimonio nacional y tiene un presupuesto estatal.

En 2005, el rey Miguel, consciente de la ausencia de herederos varones, ascendió a Nicholas Medforth-Mills al rango de príncipe de Rumania y lo ubicó en la sucesión al desaparecido trono Hohenzollern. El nieto real, que adoptó el nombre de Nicolae, aprendió a hablar a la perfección el idioma y recorrió con su abuelo ciudades, pueblos y aldeas para conocer la situación de los rumanos después de la feroz dictadura comunista.

Desde entonces, el joven ha estado inmerso en un proceso de aprendizaje a marchas forzadas para asumir algún día la jefatura de la Casa. Bien asesorado por expertos en comunicación política, Nicholas se involucró en numerosos proyectos de carácter humanitario y benéfico, recorriendo Rumanía para darse a conocer y asistiendo a cada vez más actos públicos en representación de su abuelo.

«Un dirigente bajo el signo de la modestia»

Los monárquicos vieron en él la gran esperanza de la restauración, pero en 2015, sorpresivamente, el rey Miguel firmó un decreto regio por el que su nieto Nicolás perdía el título de príncipe de Rumanía y el tratamiento de Alteza Real, y pasaba a convertirse en un ciudadano más. 

“La familia real y la sociedad rumana de estos tiempos necesitarán un dirigente bajo el signo de la modestia, bien equilibrado, con firmes principios morales y que siempre piense en el servicio a los demás”, rezaba el decreto real, en cuyo texto Nicholas asegura ver la mano de Radu Duda, el consorte de su tía y actual jefa de la casa real, la princesa Margareta.

El príncipe más popular de Rumania, vetado de por vida

La casa real rumana prohibió a Nicholas participar en compromisos públicos y en actividades oficiales en las que el gobierno rumano incluye a la familia real. “No puedo entender cómo y con qué autoridad”, dijo Nicholas, “(…) se puede prohibir que una persona se presente en público. Tal vez la idea de mi aparición en público hubiera abierto los ojos de la gente a los juegos entre bastidores que tenían que permanecer en secreto”.

En un comunicado posterior se insinuaron motivos inquietantes: “La familia real y la sociedad rumana de estos tiempos necesitarán un dirigente bajo el signo de la modestia, bien equilibrado, con firmes principios morales y que siempre piense en el servicio a los demás”.

Una hija tardíamente reconocida

La prensa rumana se llenó de especulaciones: desde una supuesta homosexualidad, un romance con una asesora a la que obligó a abortar y un posible adicción a los juegos ilegales. Finalmente, acusado de inmoral hasta por su propia madre, Nicolae reconoció la existencia de una hija, Iris Anna, producto de una relación fugaz con una joven rumana.

“Como resultado de mi insistencia en la prueba de establecer la paternidad de mi presunta hija, la señora Nicoleta Cîrjan aceptó la realización”, dijo Nicholas, quien tiempo atrás se negó a reconocer a la niña porque, alegaba, la madre no quería realizar análisis de ADN. “El resultado fue positivo, confirmando que yo soy el padre de su hija. Dado el contexto en el que esta niña vino al mundo, ya que no tuve una relación con su madre, asumí la responsabilidad legal de ello”, escribió Nicholas.

Poco antes, en 2019, Nicholas había contraído matrimonio en Bucarest con la periodista rumana Alina-Maria Binder, su novia desde hacía varios años. Ni su madre ni otro miembro de la familia real asistieron a la ceremonia, un desplante que agigantó más la grieta de la casa de Rumania con quien parece ser la única esperanza dinástica.

Nicholas no tuvo oportunidad de despedirse de su abuelo, fallecido el 5 de diciembre de 2017. Mientras el anciano exmonarca agonizaba en su casa de Aubonne -Suiza- la familia real le prohibió la entrada y estalló el escándalo. La princesa Elena acusó a su hijo de no respetar “la privacidad, el sufrimiento y la dignidad” del rey Miguel después de que tratara de ingresar por la fuerza a la casa para decir adiós a su abuelo. La casa real lo denunció ante la policía suiza por haber “maltratado física y verbalmente a tres miembros del personal”. 

Según la princesa Elena, el rey había despojado a su nieto de la sucesión al trono porque “no tiene las cualidades necesarias para asumir un puesto en la casa real de Rumania“. Refiriéndose a los intentos de Nicholas por ver personalmente a su abuelo en Suiza, Elena dijo: “Las acciones de Nicholas en los últimos días son errores moralmente graves. Mi hijo ha demostrado desprecio por Rumania, su gente y los principios de la casa real”.

La grieta familiar provocó una crisis sucesoria

Nicholas no es el único «desheredado». En 2014, la princesa Irina -tercera hija de Miguel y Ana- y su segundo esposo, John Wesley Walker, fueron condenados a tres años de libertad condicional en los EEUU después de que la justicia local los declarara culpables de operar un negocio de apuestas ilegales y, como parte del acuerdo de culpabilidad, la pareja decidió vender bienes raíces y pagar una fianza de US$ 200.000 para el gobierno. El 29 de octubre del mismo año, el viejo monarca publicó un documento según el cual desbancaba a Irina y a sus hijos de la línea de sucesión y la despojaba de sus títulos reales. Irina no fue invitada por Margarita a los funerales de su madre, dos años después.

En 2018, la princesa Sofía (acompañada de su única hija, Elisabeta-Maria de Roumanie Biarneix), abandonó Francia para volver a Rumania y asumir un papel secundario en casa real, aunque personas allegadas al Palacio Elisabeta aseguraron meses atrás que la joven tiene problemas para adaptarse a la vida en Rumania y deseaba irse del país balcánico para volver a su Suiza natal.

Unos meses después, algunos medios rumanos publicaron que su hermana mayor, María, había renunciado a su papel como miembro de la casa real. Por otra parte, la princesa Elena nunca se mudó a Rumania y reside en el Reino Unido. Según el historiador Seth B. Leonard, de Eurohistory, “no ha habido indicios de que Elena alguna vez intente ser parte de la vida pública rumana y a pesar de ser la heredera directa de Margarita, solo aparece en el país para ciertos eventos familiares y, de lo contrario, rara vez viaja a Rumania”.

“Podría decirse que 2020 podría ser el último año horrible para la realeza rumana”, dice Leonard. “Si la princesa Margarita se encuentra incapaz de unificar a su familia, es probable que pase a la historia real como un fracaso absoluto como Jefe de una Casa Real”. A sus 68 años y sin descendencia de su matrimonio con el príncipe Radu, Margarita debería “garantizar el futuro de la dinastía” reconciliándose con Nicholas.

“En el espíritu de la reconciliación cristiana, es su responsabilidad reunir a sus hermanas, sus sobrinos y sus sobrinas, para que todos puedan esforzarse por perpetuar el legado de los los reyes de Rumania en las generaciones futuras. Margarita de Rumania debe abrazar la máxima ‘el deber primero’. Si Margarita es incapaz de adaptar su comportamiento, entonces su mandato como Jefe de la Casa Real rumana no será considerado amablemente por la historia”, sentenció Leonard.

Antes del nacimiento de su hija, Nicholas dijo que cree importante que la casa real rumana, aunque Rumania no sea una monarquía, transmita los valores que defendieron sus ancestros y se una como una familia. “No como en un reino, por ejemplo. Tratamos de vivir con estos valores morales especiales, se los transmitiré a mi hijo. Y creo que todos podemos hacer lo mismo. Cada uno de nosotros puede decirle a nuestros hijos lo que cada rey y cada reina hicieron por el país y cómo se comportaron con la gente”, dijo en la entrevista.

Consultado sobre si espera ver al país convertido en una monarquía, respondió: “Es muy difícil dar una respuesta en este momento. Pero creo que es posible que durante mi vida Rumania vuelva a la monarquía. Pero creo que todos debemos querer eso, y debemos estar unidos y trabajar juntos en este objetivo”.

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Nicolae, el príncipe “desterrado” de Rumania, espera que el nacimiento de su hijo reconcilie a la familia real

El nieto del rey Miguel dice que cree “posible” que se restaure la monarquía en su país: “Debemos estar unidos y trabajar juntos en este objetivo”.

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En una entrevista publicada por el diario rumano “Adevărul, el príncipe Nicolae de Rumania habló sobre el próximo nacimiento de su hijo y sobre su deseo de reconciliarse con la Familia Real, que ha estado dividida durante varios años, y sobre las posibilidades de que la monarquía regrese a Rumania. Nicolás, nieto del fallecido Miguel I (último rey de Rumania), anunció el 1 de junio que su esposa, Alina-Maria Binder, está embarazada y dará a luz en noviembre de este año. Ambos se casaron el 30 de septiembre de 2018 en la iglesia de San Elías en Sinaia, sin que ningún miembro de su familia asistiera a la boda.

Ahora, espera que el próximo nacimiento reúna a su familia: “Invitaré a mi familia y espero que la llegada de un niño nos acerque. Me gustaría presentarles a mi tía (la princesa heredera Margarita) y mi tío a mi hijo, creo que él tendría mucho que aprender de ellos”.

Nacido y criado en el extranjero, llegó por primera vez a Rumanía en 1992, cuando tenía siete años, con motivo de la primera visita de su abuelo después del comienzo del exilio de 1948. Graduado en 2012 del Royal Holloway College de la Universidad de Londres, especializado en gestión, Nicolás se hizo muy popular en Rumania por participar durante muchos años en numerosas acciones benéficas, centradas especialmente en los jóvenes. “Es un honor para mí que la gente nos apoye de esta manera”, dijo Nicolae. “Pero lo importante es estar unidos y mantener viva la memoria de reyes y reinas y continuar con sus valores morales. Estoy muy contento de que la memoria del rey Miguel siga viva”.

El príncipe, desterrado de su lugar de la sucesión por desavenencias con su tía, cree que es importante que la familia real rumana, aunque Rumania no sea una monarquía, transmita los valores que defendieron sus ancestros. “No como en un reino, por ejemplo. Tratamos de vivir con estos valores morales especiales, se los transmitiré a mi hijo. Y creo que todos podemos hacer lo mismo. Cada uno de nosotros puede decirle a nuestros hijos lo que cada rey y cada reina hicieron por el país y cómo se comportaron con la gente”, dijo en la entrevista.

Consultado sobre si espera ver al país convertido en una monarquía, respondió: “Es muy difícil dar una respuesta en este momento. Pero creo que es posible que durante mi vida Rumania vuelva a la monarquía. Pero creo que todos debemos querer eso, y debemos estar unidos y trabajar juntos en este objetivo”.

“Como creo que todo el mundo sabe, soy padre desde hace algunos años, pero claro que ahora el contexto es diferente. Estoy seguro de que a partir de noviembre mi vida cambiará mucho y por supuesto para mejor. Ahora nos estamos preparando más mentalmente. Estamos muy felices de escuchar esta noticia y nuestro futuro hijo”, dijo Nicolae, quien agregó: “Nuestros esfuerzos estarán enfocados en criar al niño y en estar sanos y felices, eso es lo más importante”. El niño nacerá a principios de noviembre en Bucarest y, aunque tiene varios nombres “en mente”, el príncipe dice que aún no se decidieron: “Esperaremos hasta que aparezca este milagro y luego decidiremos”.

Reina sin corona: la princesa Margarita, elegida la «mujer más influyente» de Rumania por Forbes

Titulada “Custodio de la Corona”, la heredera del rey Miguel se convirtió en un símbolo de los cambios que sufrió su país.

La actitud hacia ella como figura central de la familia real rumana sirve como un verdadero termómetro de la democracia.

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Durante la Gala de Mujeres Forbes de 2020, organizada por la revista económica «Forbes Rumania» por novena vez, la princesa Margarita de Rumania recibió el título de «personalidad femenina más importante» del país balcánico. La Gala de la Mujer de Forbes lleva nueve años animando a las personalidades femeninas más valiosas en diversos campos, para que sirvan de modelo en toda la sociedad rumana y Margarita fue galardonada con este título por Forbes Romania en 2016, 2017, 2018 y 2019 y ocupó el primer lugar entre las 50 mujeres más influyentes de Rumania en 2014.

¿Quién es la princesa Margarita?

Margarita de Rumania ocupa un puesto único en el mundo: es la heredera del último rey de su país, pero no es reina. Sin embargo, los rumanos y su gobierno la reconocen como un símbolo del Estado y la tratan de “Majestad”. Su presencia y su influencia son altamente importantes para el gobierno republicano de Bucarest y tanto ella como su familia son tratados como si realmente Rumania fuera una monarquía. No fue sino hasta 1990 cuando Margarita pudo pisar por primera vez su país. En 2007 el rey Miguel la designó como heredera del Trono y le otorgó el título de «Custodia de la Corona Rumana». En marzo de 2016, cuando su salud ya se encontraba seriamente deteriorada, el rey le cedió la jefatura de la dinastía y en 2017, al morir su padre, se convirtió en la cabeza de la dinastía. Si la monarquía se restaurara en Rumania, Margarita sería su primera reina.

“Desde el punto de vista pragmático, cada capa de la sociedad rumana reconoce el papel de la Familia Real, un cambio psicosocial que conduce lógicamente a la restauración de la monarquía mediante un acto democrático de refuerzo de la legitimidad histórica de la casa real”, escribió el periodista rumano Claudiu Pădurean en Romania Libera. Aunque no tiene papel político, las reuniones entre los miembros de la Familia Real Rumana y las autoridades públicas -del gobierno, del parlamento, de la justicia, y de las gobernaciones locales- se convirtieron en una rutina. La presencia de la princesa o de su familia en ceremonias nacionales o recepción de jefes de Estado extranjeros es casi obligada. A cambio, la República les concede una residencia oficial, un presupuesto y permiso para vivir en otras antiguas residencias reales.

En la actualidad, las relaciones entre la familia real rumana y los poderes políticos son de naturaleza más bien institucional que constitucional. Aunque Rumania todavía conserva su sistema republicano por el momento, los deberes públicos de la familia real rumana no difieren mucho de los de la familia real británica. Esto llevó a algunos teóricos a hablar del concepto de “Nueva Monarquía”, o “República Coronada”, en el que la institución real trasciende la forma de gobierno.

La princesa nació en 1949 en Lausana, Suiza, siendo la primera de las cuatro hijas del rey Miguel I -derrocado por los soviéticos en 1947- y de su esposa Ana de Borbón-Parma, descendiente de reyes daneses y franceses. Su padrino de bautismo fue el príncipe Felipe, esposo de Isabel II de Inglaterra, y recibió su nombre en honor a su abuela materna, Margarita de Dinamarca (1895-1992). La princesa asistió a escuelas en Italia, Suiza y Gran Bretaña y con el asesoramiento de su abuela, la reina Elena, asistió a la Universidad de Edimburgo, donde obtuvo un título en Sociología, Ciencias Políticas y Derecho Internacional Público.

Siguiendo el ejemplo establecido por sus familiares en la familia real e imperial de Habsburgo, Margarita optó por una carrera en organizaciones internacionales bajo los auspicios de las Naciones Unidas. Trabajó para la Organización Mundial de la Salud, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola. Luego renunció a su carrera internacional en el contexto de los dramáticos cambios introducidos en 1989, que selló la caída de los regímenes comunistas en Europa Central y Oriental.

En los últimos años, entre otras cosas, la princesa Margarita se convirtió en presidenta de la Sociedad de la Cruz Roja Rumana, la posición que una vez tuvo su bisabuela, la reina María, leyendaria por su valentía y solidaridad durante la Primera Guerra Mundial, y los miembros de la familia real rumana gradualmente llegaron a ocupar un lugar central dentro de la élite rumana. Además de la pareja real, la princesa María vive en Bucarest.

El sistema de condecoraciones reales revivió, los miembros de la familia real representan al país en varias acciones internacionales oficiales, patrocinan jóvenes talentosos y familias necesitadas, brindan asistencia a los ancianos, y apoyan la cultura, las artes, el deporte, la economía, los medios de comunicación y las escuelas y universidades. Instituciones como el Comité Olímpico y Deportivo de Rumania, del High Royal Patronage, y las federaciones deportivas nacionales, como la liga de rugby, que organizan las Copas Reales.

Margarita y su hermana, la princesa Sofía, fueron los primeros miembros de la familia real en regresar a Rumania, el 18 de enero de 1990. Las dos hijas de Su Majestad el Rey Miguel I fueron recibidas con alegría por algunos rumanos, pero con hostilidad por los miembros de la élite política. Pasaron ocho días en el país, y sus recuerdos de esa época fueron evocados en el discurso que dio Margarita en 2015, cuando Rumania celebró el 25° aniversario del regreso de dinastía a su tierra natal:

Su Majestad el Rey y su madre, la reina Elena, salieron de Rumania la noche del 3 de enero de 1948. Pasaron cuarenta y dos años antes de que pisara suelo rumano el bendito día del 18 de enero de 1990, acompañado por mi hermana, la princesa Sofía. Fue un viaje de retorno, un viaje de integración personal e histórica. Hoy celebramos juntos un cuarto de siglo durante el cual día tras día hemos estado al lado de nuestros compatriotas, y al lado de los más vulnerables de Rumania, sobre todo, continuando el pacto de nuestros antepasados”.

“En 1990, la Rumania más profunda no conocía la Corona, como un niño que nunca ha conocido a sus padres”, agregaba Margarita. “El último cuarto de siglo le ha dado a la Corona el rol de educadora y modelo, en los campos principales de la vida rumana, tal como Carol I nos enseñó. Bajo la dirección del rey Miguel, la Familia Real construyó un edificio social, cultural y educativo, así como una institución real respetada, en un momento en el que ha necesitado modelos, amor, inspiración y ejemplo personal”. «Todos estos años han arraigado a Rumania más firmemente, han vuelto a tejer su identidad y tradiciones desenmarañadas. Hoy en día, la mayoría de los rumanos tienen la Corona con afecto y respeto. Hace un cuarto de siglo, nos detuvieron en la carretera Bucarest-Pitești, con ametralladoras apuntando a la caravana real. Veinte años después, el rey se dirigió al Parlamento de Rumania en sesión solemne ”.

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Enfoque: A 30 años de su retorno a Rumania, la familia real está dividida y sin herederos

Popular y respetada, la princesa heredera «custodia» la Corona pero no supo reconciliar a su familia.

Por Darío Silva D’Andrea | @dariosilvad

Este mes de enero se cumplieron 30 años desde que la familia real de Rumania volvió desde el exilio a su país después de 42 años de ausencia. Habían pasado apenas unas semanas desde que los revolucionarios ejecutaron públicamente al dictador Nicolau Ceausescu, en 1989, tras lo cual cayó definitivamente el último y más sangrienro régimen comunista de Europa del Este. El retorno de las dos hijas mayores del exiliado rey Miguel I, las princesa Magarita y Sofía, fue el sueño cumplido de la familia real y de miles de rumanos que añoraban la época de la monarquía, derrocada en 1947.

Treinta años después, sin embargo, las cosas no son tan esperanzadoras para la familia real rumana, que reside en el país, tiene un palacio subvencionado por el Estado y cumple funciones oficiales en la estructura constitucional del país a cambio de un estipendio a cargo de los contribuyentes. Fallecida la reina Ana en 2016 y su esposo, el rey Miguel I en 2017 (70 años después de ser obligado a abdicar), la jefatura de la casa real de Hohenzollern quedó a cargo de la mayor de sus hijas, la princesa Margarita, titulada “Su Majestad la Custodia de la Corona Rumana”.

Años antes de morir, el rey Miguel había designado a su nieto, Nicholas Medforth-Mills, como príncipe y presunto heredero de Margarita, quien no tuvo hijos. Desde entonces el joven estuvo inmerso en un proceso de aprendizaje a marchas forzadas para asumir algún día la jefatura de la Casa y se ganó el aprecio de la sociedad rumana. Apenas puso un pie en Rumania, los rumanos lo adoptaron. Nicholas aprendió a hablar a la perfección el idioma y recorrió con su abuelo ciudades, pueblos y aldeas para conocer la situación de los rumanos después de la feroz dictadura comunista. Desde entonces, el joven inició un proceso de aprendizaje a marchas forzadas para asumir algún día la jefatura de la Casa. Bien asesorado por expertos en comunicación política, Nicholas se involucró en numerosos proyectos de carácter humanitario y benéfico, recorriendo Rumanía para darse a conocer y asistiendo a cada vez más actos públicos en representación de su abuelo.

Los monárquicos vieron en él la gran esperanza de la restauración, pero en 2015, sorpresivamente, el rey Miguel firmó un decreto regio por el que su nieto Nicolás perdía el título de príncipe de Rumanía y el tratamiento de Alteza Real, y pasaba a convertirse en un ciudadano más. En el comunicado posterior se insinuaban motivos inquietantes que no han hecho sino avivar toda clase de especulaciones. “La familia real y la sociedad rumana de estos tiempos necesitarán un dirigente bajo el signo de la modestia, bien equilibrado, con firmes principios morales y que siempre piense en el servicio a los demás”.

La prensa rumana se llenó de especulaciones: desde una supuesta homosexualidad, un romance con una asesora a la que obligó a abortar (tema que se comprobó posteriormente que no era cierto) y un posible adicción a los juegos ilegales. Sin que jamás se supieran los motivos de la expulsión, la familia real impidió que Nicolás se despidiera de su abuelo en su lecho de muerte en un incidente que involucró a la policía de Ginebra. Su madre, la princesa Elena, lo acusó públicamente de perturbar la paz de la familia y de actuar con violencia contra los empleados: “No tiene las cualidades necesarias para asumir un puesto en la casa real de Rumania. Mi hijo ha demostrado desprecio por Rumania, su gente y los principios de la casa real”.

“La rápida desintegración de la familia real rumana es bastante alucinante”, dice el historiador Seth B. Leonard en Eurohistory. En 2014, la princesa Irina -tercera hija de Miguel y Ana- y su segundo esposo, John Wesley Walker, fueron condenados a tres años de libertad condicional en los EEUU después de que la justicia local los declarara culpables de operar un negocio de apuestas ilegales y, como parte del acuerdo de culpabilidad, la pareja decidió vender bienes raíces y pagar una fianza de US$ 200.000 para el gobierno. El 29 de octubre del mismo año, el viejo monarca publicó un documento según el cual desbancaba a Irina y a sus hijos de la línea de sucesión y la despojaba de sus títulos reales. Irina no fue invitada por Margarita a los funerales de su madre, dos años después.

En 2018, la princesa Sofía (acompañada de su única hija, Elisabeta-Maria de Roumanie Biarneix), abandonó Francia para volver a Rumania y asumir un papel secundario en casa real, aunque personas allegadas al Palacio Elisabeta aseguran que la joven tiene problemas para adaptarse a la vida en Rumania y desea abandonar el país balcánico para volver a su Suiza natal. Unos meses después, algunos medios rumanos publicaron que su hermana mayor, María, había renunciado a su papel como miembro de la casa real. Por otra parte, la princesa Elena nunca se mudó a Rumania y reside en el Reino Unido. Según Seth B. Leonard, “no ha habido indicios de que Elena alguna vez intente ser parte de la vida pública rumana y a pesar de ser la heredera directa de Margarita, solo aparece en el país para ciertos eventos familiares y, de lo contrario, rara vez viaja a Rumania”.

“Muchos podrían pensar que 2020 ha sido otro annus horribilis para la familia real británica. Podría decirse que 2020 podría ser el último año horrible para la realeza rumana”, opina el historiador. “Si la princesa Margarita se encuentra incapaz de unificar a su familia, es probable que pase a la historia real como un fracaso absoluto como Jefe de una Casa Real”. A sus 68 años y sin descendencia de su matrimonio con el príncipe Radu, Margarita debería “garantizar el futuro de la dinastía”, opina. “En el espíritu de la reconciliación cristiana, es su responsabilidad reunir a sus hermanas, sus sobrinos y sus sobrinas, para que todos puedan esforzarse por perpetuar el legado de los los reyes de Rumania en las generaciones futuras. Margarita de Rumania debe abrazar la máxima ‘el deber primero’. Si Margarita es incapaz de adaptar su comportamiento, entonces su mandato como Jefe de la Casa Real rumana no será considerado amablemente por la historia”, sentenció Leonard.

Una gran mayoría de los rumanos respeta a la princesa Margarita como a una reina, y una buena porción de ellos elegiría convertir al país en una monarquía al estilo británico. Sin embargo, gran parte de los ciudadanos ve con recelo al príncipe Radu, oscura influencia de Margarita tras bastidores y a quien muchos apuntan como el artífice del “destronamiento” de Nicholas por motivos de celos de popularidad. Radu Duda está casado desde 1996 con la princesa y es la “eminencia gris” de la casa real, quien controla la agenda, el patrimonio, el presupuesto, el protocolo y se encarga de mantener el vínculo entre la familia real y el establishment político.

El consorte, con un pasado como actor mediocre en televisión y teatro (y, según algunos, agente del todopoderoso secreto al servicio de Ceaucescu en los años 80), tiene fama de ser extremadamente ambicioso y de no conformarse con el papel de segundón. Los muchos críticos que cosechó Radu Duda en las últimas décadas creen que sus ambiciones llegan al punto de aspirar a ser él el auténtico rey algún día, un rey rumano de sangre rumana y nacido suelo rumano. Sin embargo, le falta algo importante para un rey que desea fundar una dinastía: hijos.

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