Japón: cómo funciona la corte más estricta y misteriosa del mundo

La ‘Kunaicho’ o Agencia Imperial es una poderosa burocracia secreta que ejerce un enorme control sobre los asuntos de la familia del emperador.

La familia imperial japonesa es un fenómeno extraordinario, muy querida por el pueblo nipón, pero cargada de tabúes que la mayoría de los japoneses se abstienen de discutir. Incluso sin contar su mítica prehistoria, es mucho más antigua que cualquier otra monarquía hereditaria existente. A diferencia de la realeza europea o los antiguos emperadores de China, los emperadores japoneses eran considerados seres divinos, descendientes directos de la diosa del sol Amaterasu Omikami.

Pero después del siglo XII, perdieron la mayor parte de su poder temporal y pasaron a tener peso espiritual. Una larga línea de “shoguns” (señores feudales) utilizó a los emperadores para validar su propio gobierno. Los emperadores fueron recluidos, a menudo sirviendo como símbolos decorativos. Muchos de ellos fueron coronados siendo niños y obligados a abdicar a edad temprana, para responder a los intereses políticos del shogun de turno. De hecho, después de ocho siglos de gobierno militar muchos japoneses a principios del siglo XIX ni siquiera sabían que todavía existía un emperador.

“La historia de Japón comienza con el emperador”

El emperador Hirohito y la emperatriz Nagako.

La revolucionaria ‘Restauración Meiji’ cambió todo eso. En 1867, un grupo de samurais derrocó al último shogun. Temerosos de que el poder occidental invadiera Japón, colocaron al emperador Mutsuhito (conocido póstumamente como Meiji), de 15 años de edad, en el centro del gobierno y lo convirtieron en el punto focal de sus esfuerzos por estimular una nueva conciencia nacional. Por primera vez, todo Japón se vio obligado a jurar lealtad a un emperador, y efectivamente el sistema se convirtió en una teocracia. El Shinto, la religión nativa de Japón, que nunca había desarrollado un dogma u ortodoxia formal, se reconfiguró para centrarse en el emperador. Los lazos imperiales con el budismo fueron cortados. Codificado por una constitución y una serie de nuevas leyes, todo poder terrenal y religioso emanaba ahora del emperador, un dios encarnado.

Los historiadores japoneses entonces reforzaron la nueva legitimidad imperial mediante el uso de textos antiguos para trazar una línea directa –de dudosa existencia– de 120 emperadores entre Meiji y Jimmu, el primer emperador mitológico que comenzó su reinado el 11 de febrero de 660 a.C. Dice el profesor Mori, de la Universidad de Doshisha: “Es de conocimiento general que los primeros nueve emperadores fueron inventados”. “No creo que la mayoría de la gente se dé cuenta de que toda la concepción actual del sistema imperial tiene solo 135 años, y es un producto de la política», escribe Kyosuke Itagaki, autor de un libro sobre el sistema imperial. “Una serie de tradiciones que muchos japoneses consideran antiguas, incluyendo la bandera y el sello imperial del crisantemo, en realidad provienen de finales del siglo XIX”, agrega.

Pero tras la refundación del sistema imperial, ya no fueron los shogun, sino los funcionarios de la corte, quienes mantuvieron el control absoluto sobre el emperador. Para antes de la Segunda Guerra Mundial, el Ministerio de la Casa Imperial se había convertido en una de las burocracias más poderosas del país. Manejaba las propiedades más grandes de Japón y estaba entre sus instituciones financieras más grandes, con amplias participaciones en el Banco colonial de Corea y el Ferrocarril de Manchuria del Sur. Gracias a los inmensos poderes para operar independientemente del parlamento, el ministerio funcionaba casi como un gobierno en la sombra.

Tras la guerra, el general estadounidense Douglas MacArthur y el gobierno de Estados Unidos decidieron que retener a la corte imperial era esencial para la legitimidad de la ocupación, aunque el emperador fue obligado a renunciar a su divinidad. Para los ultranacionalistas aún poderosos de Japón, que desean restablecer una reverencia por el emperador, el linaje imperial conserva una importancia mística, incluso religiosa. Akira Momochi, profesor de derecho constitucional en la Universidad de Nihon, lo cree: “El emperador posee una existencia divina, una existencia sagrada”. Norifumi Shimazu, jefe de teología de la Asociación conservadora de santuarios sintoístas, subraya el supuesto papel central del emperador en la historia: “Japón no puede existir como país sin el emperador. La historia de Japón comienza con el emperador. El emperador se encuentra en la raíz de quienes somos como japoneses”.

Más de un millar de cortesanos

Proclamación de Akihito como príncipe heredero en 1952.

La ocupación vio una reducción masiva de la Casa Imperial, que se transformó en la “Kunaicho”, la Agencia de la Casa Imperial: final de la guerra, tenía más de 6.000 empleados y actualmente consta de 1.100 personas que velan por las tradiciones imperiales con mano de hierro. Responsable de administrar todos los asuntos de la familia imperial de Japón, incluidos los palacios imperiales, la agenda oficial y las ceremonias rituales, se dice que es la agencia más secreta en Japón, incluso más que la oficina de Inteligencia del Estado, y que su principal misión es ocultar todo lo que sucede puertas adentro del palacio.

La agencia está dividida en dos partes: el omote, o «frente», y el oku, o «atrás». El “frente” son un grupo de funcionarios administrativos que sirve de enlace con los miembros del gabinete, los ministerios y otras agencias estatales. La «parte posterior» consiste en 80 personas que cuidan la vida cotidiana de los emperadores. El jefe del “oku” es el “jijucho”, o gran chambelán, a quien asisten cortesanos menores y damas. “Cuidan del emperador y de su esposa las 24 horas del día”, dice el periodista Kiyoshi Kubo, del diario Yomiuri Shimbun. “El oku incluye a las criadas y otros que sirven comidas, se cambian de ropa y limpian sus habitaciones. También incluye a los médicos de la corte”. Hasta la década de 1970, cuando el gobierno decidió que trajes, corbatas y automóviles serían más apropiados, los chambelanes vestían túnicas blancas y viajaban en carruajes tirados por caballos para rezar en los santuarios del palacio.

Los críticos dicen que la Kunaicho utiliza sus poderes para dibujar una «cortina de crisantemo» casi impenetrable alrededor de la familia imperial en una búsqueda sostenible y eficiente por mitificar al emperador y los suyos. La agencia controla estrechamente el flujo de información sobre la monarquía japonesa, no solo al público sino al resto del gobierno, y orquesta las “conferencias de prensa” en la que los miembros de la familia imperial aparecen ante periodistas para repetir de memorias repuestas previamente escritas por el chambelán.

La Kunaicho es una agencia dependiente directamente del Ministerio de la Casa Imperial una organización a nivel de gabinete. Bajo las reformas de la Posguerra, se rebajó a una oficina adjunta a la oficina del primer ministro, con el gran administrador designado por el primer ministro. La agencia tiene 1.130 empleados, con un presupuesto anual de alrededor del Estado. La familia imperial, a diferencia de la familia real británica, por ejemplo, no tiene otra fuente de ingresos que no sea ese presupuesto anual. La mayor parte, US$ 66 millones en el último año fiscal, se destinó a los costos administrativos de la agencia, que incluyen el mantenimiento de los palacios imperiales y varias funciones oficiales. El resto, alrededor de US$ 24 millones, fue directamente a la propia familia imperial, incluido el príncipe heredero (actual emperador Naruhito).

En otros tiempos, el emperador generalmente pasaba parte de su día en su oficina tratando con sus limitados deberes oficiales, como firmar documentos. “Si el Emperador tiene una pregunta que hacer mientras trabaja” explicó Kubo, “sus chambelanes le ayudarán y, si es necesario, se comunicarán con el omote”. Estos funcionarios escriben cuidadosamente las apariciones públicas del emperador, incluidas sus reuniones ceremoniales con jefes de estado visitantes. Por tradición, cuando el emperador se encuentra con un invitado, los contenidos de la discusión nunca se revelan, pero el gran chambelán y el gran maestro de ceremonias asisten a esas reuniones y luego informan a la prensa. La mística que rodea al oku se ha visto agravada por el hecho de que, hasta hace unas décadas, los que ocupaban sus primeros puestos eran de familias aristocráticas de alto nivel. De hecho, hasta el inicio del reinado del emperador Akihito el gran chambelán era un descendiente de la poderosa dinastía Tokugawa que gobernó a Japón como shogunes durante 250 años. Pasó más de 50 años en su cargo.

Proteger la divinidad imperial

Akihito fue el primer emperador que llegó al trono como un ser humano común y no como un semidiós shinto.

Para muchos japoneses, la actitud de la Agencia de la Casa Imperial es un vestigio incómodo de la era anterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando el emperador se mantuvo totalmente alejado del pueblo, no podía ser visto a los ojos, su nombre jamás podía ser mencionado y era tratado como una figura divina de acuerdo con los antiguos mitos. Los cuerpos de los emperadores Meiji y Taisho (que reinaron a principios del siglo XX) no podía ser tocados por los médicos sino con guantes de seda, y la leyenda dice que los sastres tomaban medidas a los emperadores desde lejos. La divinidad imperial no podía ser vulnerada al punto que, cuando el carruaje imperial pasaba (velado por cortinas para que nadie pudiera ver a su imperial pasajero), las ventanas de los edificios debía cerrarse inmediatamente, y la torre del cuartel de Policía de Tokio, en los años 20, no se terminó de construir porque desde ella se veían los jardines del palacio.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, dentro de los muros palaciegos los cortesanos de más alto rango se encargaban de mantener intacta la sacralidad de los emperadores, que incluso tenían prohibido comunicarse con nobles cuyos linajes no se remontasen a más de 2.000 años de antigüedad. Los escasos retratos que la casa imperial publicaba se cubrían con una tela semitransparente y una vez un funcionario se negó a responder a un embajador acerca del aspecto físico del emperador Hirohito porque no era concebible que el “Mikado” (término de la literatura clásica nipona que significa “Puerta de los cielos” y que designaba indirectamente al emperador) pudiera ser descrito, de la misma forma que el aire o el Sol. En 1936, la revista norteamericana “Time” publicó en su portada uno de esos escasos retratos de Hirohito y centenares de súbditos japoneses escribieron a la editorial suplicando a quien tuviera un ejemplar que jamás lo apoyara con la portada hacia abajo o pusiera ningún objeto sobre ella.

Pasados setenta años de la capitulación de Japón, y de que los Estados Unidos hubieran presionado para eliminar aquellos “mitos y leyendas” que adjudicaban divinidad al emperador, la Kunaicho aún procura mantener intacta la sacralidad imperial al preservar rituales, costumbres y protocolos de varios siglos de antigüedad. “La agencia está orgullosa de su sistema secreto, que mantiene al Emperador rodeado de muchos tabúes”, explicó una vez un funcionario. “Incluso el Primer Ministro no habla directamente con el emperador sin pasar primero por la Agencia”, dijo Hakubun Shimomura, un parlamentario del Partido Demócrata Liberal y partidario de la sucesión imperial femenina. La Agencia rara vez permite que los medios de comunicación accedan a la familia imperial y no oculta su aversión a la prensa.

Al tiempo, los burócratas de la agencia niegan que estén ocultando información del público y, en comparación con el período anterior a la guerra, los últimos años se encargaron de mostrar unos emperadores mucho más activos. Sin embargo, la vida de la familia real continúa en gran medida en los alrededores distantes del Palacio Imperial, al que el público casi no tiene acceso. Dentro del palacio, el emperador todavía realiza rituales de varios siglos de antigüedad asociados con las antiguas creencias del culto a los antepasados y el sintoísmo. “El principio de la agencia es no decir nada de lo que ocurre dentro de la institución imperial”, dice el periodista Hiroshi Takahashi.

A diferencia de los miembros de la realeza europea, que tienen sus propios intereses y objetivos y presiden organizaciones benéficas, los miembros de la familia imperial de Japón prácticamente no tienen voz en sus calendarios. En su determinación de administrar por etapas la vida de la familia real y moldear su imagen pública, la Kunaicho incluso va tan lejos como para bloquear ciertas líneas de investigación académica para evitar revalorizaciones incómodas de la historia imperial. “Los miembros de la familia imperial no pueden elegir a dónde van o qué hacen», dice Shinji Yamashita, un ex jefe del departamento de relaciones públicas de la agencia.

«Nunca se les podría permitir favorecer a una organización benéfica sobre otra”, agrega el exfuncionario. No pueden decir que les gustan las manzanas, porque si las tuvieran, ¿qué dirían los cultivadores de naranjas?” De manera significativa, los miembros de la realeza japonesa, por diseño, todavía habitan el reino celestial: no tienen apellido, ni riqueza ni posesiones personales, ni pasaportes y pocos derechos legales, si es que tienen alguno, y el derecho del emperador Akihito a jubilarse fue discutido ampliamente durante tres años por el gobierno y el parlamento. Akira Asada, profesor de la Universidad de Kyoto, reflexiona: “A los miembros de la familia imperial no se les permite vivir como los seres humanos normales. Se les obliga a vivir en una situación miserable, despojados de muchos derechos humanos básicos”.

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Qué es el ancestral sistema Miyake que podría salvar a la monarquía japonesa de la desaparición

Una idea conservadora del gobierno pide regresar a la familia a los expríncipes que perdieron títulos y privilegios tras la II Guerra Mundial.

El gobierno de Japón comenzará a debatir muy pronto la restauración del sistema de ramas imperiales colaterales o “Miyake” con el objetivo de ampliar los horizontes sucesorios de una familia imperial reducida. El sistema, que durante muchos siglos estuvo vigente en Japón hasta el fin de la II Guerra Mundial, permitía que los hijos e hijas menores de los emperadores obtuvieran títulos nobles que pudieran heredar sus descendientes. Según la idea actual, la restauración de este sistema permitiría a las princesas japonesas mantener su estatus real después del matrimonio, encabezando sus propias ramas familiares.

Que los antiguos príncipes vuelvan al palacio

Las discusiones planeadas por el gobierno, que incluirán aportes de expertos, comenzarán después de que el príncipe Akishino (hermano del emperador Naruhito) sea investido como Príncipe Heredero. Este debate obedece a una resolución parlamentaria complementaria de la ley especial promulgada en 2017 que permitió que el emperador Akihito abdicara en 2019, donde se le pide al gobierno que considere los desafíos de garantizar una sucesión estable y busque soluciones.

La propuesta, lanzada por un sector conservador del gobierno del Partido Liberal Democrático, dice que se restablezca el estatus imperial de los hombres solteros de las ramas colaterales de la familia imperial que perdieron títulos y honores imperiales y se transformaron en plebeyos tras la II Guerra Mundial. Esta idea es apoyada públicamente por el primer ministro, Abe Shinzo, que aboga por restituir títulos principescos a los ex príncipes Kuni, Kitashirakawa, Kaya, Asaka, Higashikuniy Takeda y otras seis familias descendientes de antiguos emperadores. Algunos conservadores proponen incluso la concertación de matrimonios de las princesas solteras con los hombres de esas familias para volver a asociarlos a la dinastía reinante.

«Cuesta creer que personas que se separaron del linaje hace más de setenta años puedan garantizar la conservación de la cultura tradicional auténtica del imperio», dijo la socióloga japonesa Minashita Kiryū. Argumenta que «el emperador debe conocer una amplia variedad de ritos y los príncipes comienzan su aprendizaje desde la infancia» y que «el pueblo siente un vínculo emocional de cariño y respeto con la pareja imperial». «Me pregunto si los japoneses seguirían reconociendo el simbolismo permanente de la Casa Imperial al incluir en la línea sucesoria a esos nuevos miembros. Es muy probable que cambiase su visión de esos ritos ancestrales que incumben a las esferas nobles y que perviven al paso de los siglos sin guardar relación alguna con el pueblo llano». «El sistema imperial terminaría perdiendo su conexión con la vida cotidiana de la ciudadanía, y creo que eso significaría la banalización del simbolismo del imperio», afirma la experta.

Permitir que las mujeres conserven su título

Frente a esta iniciativa se encuentra el sector progresista del gobierno, que sin embargo contempla una solución parecida: la de permitir que las princesas japonesas solteras mantengan su título una vez que contraen matrimonio y, al mismo tiempo, permitan que sus hijos varones ostenten derechos sucesorios al trono. Esta iniciativa incluiría a la princesa Aiko (hija única de Naruhito) y las princesas Mako y Kako (hijas de los príncipes herederos Akishino y Kiko), entre otras. Esta propuesta se encuentra en sintonía con la realizada en 2005 por un panel de expertos comisionado por el gobierno del entonces primer ministro Junichiro Koizumi.

Según la Ley la Casa Imperial, las mujeres de la familia imperial deben abandonar la familia si se casan con plebeyos y en Japón la nobleza fue abolida después de la guerra. Como la familia actualmente está compuesta principalmente por mujeres, existe preocupación por una fuerte caída en el número de miembros de la familia imperial en el futuro. Por esa razón, algunos en el gobierno están pidiendo que se les permita a las mujeres permanecer en la familia incluso después del matrimonio y educar a sus hijos para reinar. Esto significaría que la princesa Aiko no podría reinar, pero sí su hijo mayor.

La posibilidad de una emperatriz reinante es popular entre el público. Según una encuesta de Kyodo News en 2019, el 81,9 por ciento de los encuestados dijo estar a favor de tener una emperatriz reinante, mientras que el 13,5 por ciento estaba en contra de la idea. Además, el 70 por ciento dijo que apoyaría a un emperador o emperatriz de la línea femenina, lo que significa que la madre del monarca descendería de la familia imperial en lugar de su padre, mientras que el 21,9 por ciento se opuso a la idea. Actualmente solo hay tres posibles herederos al trono. El príncipe Akishino tiene 53 años y es el primero en la línea sucesoria, seguido por su hijo Hisahito, de 14 años, y del príncipe Hitachi, el tío del emperador de 83 años.

Naruhito representa la séptima generación por línea directa masculina del emperador Kokaku, que reinó desde 1780 hasta su abdicación en 1817. Fue sucedido por Ninko (1817-1846), quien no era hijo de la emperatriz, sino de una de las “sokushitsu” o concubina. Lo mismo puede decirse de sus tres siguientes sucesores, los emperadores Komei (1846-1867), Meiji (1867-1912), y Taisho (1912-1926), hijos igualmente de sokushitsu. La esposa principal del emperador Meiji no le dio hijos de ninguno de los dos sexos. Akihito fue el primer emperador en varios siglos que es hijo de la emperatriz y desde entonces la familia imperial se vio sumida en una verdadera crisis hereditaria que incluso logró que algunos vaticinen que se extinguirá con el príncipe Hisahito a mediados del siglo XXI. (S.C.)

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