Hace 125 años: nació Carlota de Nassau, una buena princesa salvó a la corona de Luxemburgo

El reinado de la gran duquesa Adelaida arruinó la reputación de la monarquía y la Casa de Nassau. Pero su hermana recuperó el prestigio por su valiente actitud en la guerra y su carácter democrático. Ella nació el 8 de julio de 1896, hace 125 años, una ocasión que aprovechamos para hacer un repaso de su interesante vida.

La derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial provocó la caída en efecto dominó de todos los tronos existentes en ese Imperio, en 1918. Uno tras uno fueron perdiendo sus coronas reyes, príncipes soberanos, duques, grandes duques hasta llegar al mismísimo káiser, Guillermo II. Muchos pudieron llevar desde entonces una vida tranquila en sus propios palacios, otros tuvieron que emprender camino del exilio y algunos nunca superaron la tragedia, como el gran duque de Mecklemburg, que se suicidó.

Pero el tsunami revolucionario de posguerra no tocó solamente suelo alemán: provocó la caída de los poderosos imperios de Turquía, Rusia y Austria y estuvo a punto de acabar con una monarquía impensable, la del gran ducado de Luxemburgo, un país pequeño que parecía un grano de arena en la inmensidad del mar que era Europa. Pero Luxemburgo no era Rusia ni Austria, por lo que la caída de su monarquía, regida por la dinastía Nassau, hubiera pasado desapercibida. Los periódicos apenas dedicaron algún rincón para publicar un cable sobre lo sucedido en ese desconocido país.

Sucedió hace 100 años, en enero de 1919. El pequeño gran ducado que estuvo durante siglos ligado a Bélgica y Holanda ahora era gobernado por la dinastía Nassau, que había tomado las riendas del país apenas unos 30 años antes. En el momento de la Guerra, reinaba la gran duquesa María Adelaida, una mujer ultracatólica, devota pero autoritaria, que era la mayor y la más hermosa de las seis hijas del gran duque Guillermo IV y la gran duquesa María Ana.

Adelaida estuvo profundamente involucrada en la política de su país y desempeñó un papel clave en la gobernabilidad. Sin embargo, sus puntos de vista religiosos y conservadores la hicieron impopular con muchas personas debido a su influencia en su toma de decisiones políticas. Una vez que estalló la guerra en 1914, el reinado de Adelaida comenzó a desmoronarse, ya que los políticos la pusieron entre dos opciones: expulsar a los alemanes que entonces ocupaban su país y romper el estatus neutral de Luxemburgo o permitirles quedarse.

Cualquiera de las dos decisiones dejaría en ruinas la popularidad de la gran duquesa. Finalmente, decidió permitir que la ocupación alemana continuara y se volvió más bien amiga de los alemanes, lo que hizo que el pueblo luxemburgués se volviera contra ella. Algunos acusaron a Adelaida de haberle abierto las puertas a las tropas del káiser y de no haber hecho nada para salvaguardar la soberanía luxemburguesa, lo que dio lugar, una vez terminada la guerra, a intrigas políticas, luchas por el poder y violentas manifestaciones.

Para enero de 1919, no había manera de salvar el reinado de Adelaida, acusada de ser progermana, y los miembros del parlamento comenzaron a empujarla a que renunciara. La gota que rebalsó el vaso fue cuando un grupo de políticos liberales y socialistas declararon al país como una República, lo que llevó a un malestar generalizado. El 14 de enero, Adelaida abdicó, manifestando el deseo de retirarse de la vida pública para recluirse en un monasterio.

Le correspondió entonces reinar a su hermana, la princesa Carlota, pero la monarquía estaba tan golpeada que los políticos se opusieron a una sucesión inmediata y propusieron que fuera la ciudadanía quien decidiera si querían seguir siendo gobernados por la dinastía Nassau o declararse una república. Los políticos deseaban un presidente, pero lo veían difícil ante la personalidad nueva gran duquesa, que entonces tenía 23 años. Hermosa, cálida, sencilla y majestuosa, los luxemburgueses la querían mucho y su porte contrastaba con la arruinada Adelaida.

El resultado de la votación, celebrada el 28 de septiembre, fue de 66.811 votos a favor de la monarquía (casi 80 por ciento) frente a 16.885 partidarios de la opción republicana. Desde entonces, se dice en Luxemburgo que la monarquía se salvó gracias a Carlota. María Adelaida marchó al exilio a recluirse en un monasterio italiano, donde adoptó el nombre de Sor María de los Pobres y donde murió de gripe en 1924.

El apoyo refrendado por las urnas y su propia acción política a partir de ese momento consolidaron la posición de Carlota, quien reinó durante los siguientes 46 años. En la Segunda Guerra Mundial, se erigió como un faro de esperanza para su pueblo a través de sus transmisiones radiales que hacía desde Inglaterra y en tiempos de paz, respetó a rajatabla el constitucionalismo de un país considerado demócrata.

La inteligencia, el encanto y la dedicación de la gran duquesa a sus deberes reales la convirtieron en un símbolo de un país ampliamente admirado por su prosperidad, alto nivel de vida y legislación social con visión de futuro. El primer ministro Jacques Santer dijo que Carlota fue “una gran dama que entró en la historia por preservar, liderar, fortalecer e inspirar a nuestro país”, mientras uno de sus antecesores dijo fue “la madre de todos nosotros». En 1964, a sus 70 años, cedió el trono a su hijo, el gran duque Juan y murió en 1985 en el castillo de Fischbach, a unos 24 kilómetros de la capital de esta nación. Hoy, su nieto, el gran duque Enrique, reina en Luxemburgo.

Lea aquí sobre el gran duque Juan de Luxemburgo.

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Descendientes del último káiser de Alemania buscaron apropiarse del castillo de su exilio holandés

Holanda confiscó Huis Doorn después de la II Guerra como compensación por los daños causados por el nazismo y hoy es un museo. Los Hohenzollern reclamaron la propiedad.

Los descendientes de Guillermo II, último emperador alemán, intentaron en 2014 recuperar la posesión de Huis Doorn, del cual el emperador fue residente hasta su muerte en 1941, según reveló correspondencia secreta entre el gobierno holandés y la familia real alemana que fueron publicados por un estudiante de historia holandés.

En 1918, después de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, el káiser huyó a los Países Bajos, donde recibió asilo político de la reina Guillermina y pasó sus primeros años en el exilio en el castillo de Amerongen. Allí también firmó su abdicación y abdicó, poniendo fin al dominio de la dinastía Hohenzollern. Dos años después se mudó a Huis Doorn, a 10 kilómetros de distancia.

El 16 de agosto de 1919, Guillermo II compró Huis Doorn y la finca a su propietaria la baronesa Ella Van Heemstra por medio millón de florines. El exmonarca renovó el pequeño castillo y transfirió el mobiliario de los palacios imperiales de Berlín y Potsdam. Estos contenidos llegaron a los Países Bajos en 59 vagones de tren, que transportaban también sus amados uniformes militares.

El 15 de mayo de 1920, el ex emperador se mudó a Huis Doorn y vivió allí hasta su muerte el 4 de junio de 1941. Ahora, según un informe de la revista alemana Der Spiegel, el castillo, sus tierras y su mobiliario tienen un valor estimado en 65 millones de euros.

El estado holandés confiscó Huis Doorn después de la guerra como una especie de compensación por los daños causados por la Segunda Guerra Mundial. Con el castillo y otras posesiones, el gobierno holandés también obtuvo recursos económicos para la reconstrucción de Holanda, informó el diario Algemeen Dagblad.

Poco después de la guerra, los alemanes quisieron recuperar el castillo en reiteradas ocasiones, la última de las cuales ocurrió en 2014, cuando el príncipe Jorge Federico de Hohenzollern, actual jefe de la casa real de Prusia, lo reclamó como propiedad familiar. El ministro holandés de cultura, Jet Bussemaker, logró poner fin a la pretensión de la dinastía y logró que Huis Doorn continuara como museo propiedad del Estado holandés. Solo el mausoleo que contiene los restos de Guillermo II está en posesión de los Hohenzollern.

El estudiante de historia Frederick Ykema investigó el último intento de los alemanes de apoderarse del castillo de fama mundial y pudo acceder al expediente secreto del gobierno holandés. “Al principio, las cartas entre el abogado de los Hohenzollern y el ministerio eran agradables”, apunta la revista alemana Spiegel.

“Pero de repente el tono de la correspondencia se vuelve más agudo. Las partes no llegaron a un acuerdo y Jorge Federico de Prusia, de la Casa Hohenzollern, se ve obligado a presentar una solicitud formal para adquirir Huis Doorn con todas sus posesiones. La carta está fechada el 27 de septiembre de 2014 y ofrece información sobre un contenido que aún era desconocido: los Hohenzollern quieren de vuelta a Huis Doorn, ese castillo de fama mundial cerca de Utrecht”.

“Guillermo II era un refugiado”

Debido a que Guillermo II tenía el estatus de refugiado, el estado holandés nunca debería haberse apoderado de Huis Doorn, argumentan los descendientes del emperador. “Guillermo II estaba, con sus bienes, bajo la protección permanente del estado holandés”, escribió el abogado de la familia real. “Las solicitudes de extradición del ex emperador de las potencias de la alianza han sido repetidamente rechazadas por el estado holandés y Guillermo II también ha disfrutado de la seguridad física del estado holandés”, explicó, citado por el diario alemán Die Welt.

“La familia Hohenzollern todavía está sumamente agradecida al estado holandés por esto. Por lo tanto, es incorrecto que el descendiente directo fuera llamado enemigo, mientras que su bisabuelo disfrutaba de la protección del estado holandés con sus posesiones. Y él mismo tuvo que salir de Alemania bajo una gran presión y despojado de casi todas sus posesiones, donde el gobierno alemán lo calificó de exiliado”, justificó el abogado de la dinastía.

El contenido de los documentos publicados es de gran importancia, dice Ykema, que ahora está estudiando en Escocia. “Es muy importante que no se oculte, sino en un debate abierto y honesto. Si hubiera un reembolso, esto debería discutirse. No me corresponde a mí quién pertenece a Huis Doorn. Todos somos iguales ante la ley. Se trata de una enorme colección de arte. Son obras maestras, pero ¿de quién es? No puedo contestar eso. Es especial que este caso se manejara al más alto nivel, mientras que las víctimas de la guerra de arte saqueado, por ejemplo, tuvieron que luchar por el reconocimiento durante años”.

Herman Sietsma, director de Huis Doorn, dijo que conocía la historia de la carta, pero no el contenido: “No hemos solicitado estas cartas y no las hemos visto antes. Una vez tuvimos una conversación con Ykema, pero se trataba de otra cosa. No sabíamos nada de esto. La correspondencia tampoco nos sorprende. Pero tampoco hay correspondencia con nosotros. Eso tiene sentido, porque no somos el propietario, sino los administradores”.

Algemeen Dagblad / Spiegel / Welt

Francisco Fernando de Habsburgo: el malogrado archiduque nunca cayó bien

El archiduque Francisco Fernando nunca cayó bien. Su llegada al rango de thronfolger (heredero al trono) estuvo precedida de un desastre y a su “partida” le sucedió otro desastre aún mayor. Considerado por algunos el mártir de la Vieja Europa y por otros el emblema de un régimen y de un mundo destinados a desaparecer, Francisco Fernando es hoy en día mayoritariamente recordado por su asesinato en Sarajevo. ¿Pero quién fue este archiduque tan célebre y a la vez tan desconocido?

INFANCIA

El día 30 de enero de 1889, temprano por la mañana, la emperatriz Sisi fue informada, mientras asistía a sus clases de griego, de que su hijo, el archiduque Rudolf, heredero al trono, se había suicidado en el pabellón de caza de Mayerling, a unos veinte kilómetros al sur de Viena. Poco después fue la propia emperatriz, entre sollozos, la que tuvo que informar al emperador Francisco José I.

Más tarde, fue el propio Francisco Fernando el que se enteró, por telegrama, de la muerte de su primo. Sabía bien lo que significaba: su padre el archiduque Carlos Luis (hermano del emperador) era el nuevo heredero, aunque teniendo apenas tres años menos que el propio emperador, difícilmente viviría más que él.

El archiduque Carlos Luis se volvió a casar dos años después, esta vez con la animada y jovial infanta María Teresa de Portugal. Fue ésta la verdadera madre de Francisco Fernando, y a lo largo de su vida demostró ser uno de sus grandes apoyos.

Francisco Fernando creció sobretodo junto con su hermano menor Otto, aunque las marcadas diferencias de carácter pronto se tornarían en una declarada rivalidad. Francisco Fernando era serio, reservado, poco hablador y con tendencia a encolerizarse; Otto era en cambio divertido, carismático, despreocupado, aunque imprudente e irreflexivo. Su padre Karl Ludwig nunca escondió su preferencia por el hermano menor.

Educado, como todos los miembros de la familia Habsburgo, en el arte militar, pasó buena parte de su juventud viajando de un lado a otro del Imperio sirviendo en distintas unidades del ejército y ascendiendo rápidamente. Fue entonces cuando se empezó a evidenciar su obsesiva pasión por la caza y sobre todo por documentar cada pieza que cazaba, parece ser que a lo largo de su vida mató exactamente 274.551 animales, aunque esto le ocasionó, sin embargo, daños irreparables en su tímpano derecho.

EL HEREDERO

La súbita muerte del archiduque Rudolf en 1889, colocó a Francisco Fernando en una posición inesperada, su relativamente despreocupada vida acababa de dar un vuelco completo, ahora tenía que prepararse para la más que posible probabilidad de regir un imperio de más de 51 millones de habitantes y con más de diez nacionalidades distintas.

Francisco Fernando pasaría 25 años preparándose para heredar el trono y sin embargo, hoy ha caído en el olvido, a pesar de que durante más de dos décadas fue una importante figura política.

Descrito como serio, poco carismático, brusco y colérico a veces, poco dado a las sutilezas diplomáticas o las conversaciones ingeniosas, su persona fue pronto aborrecida por la alta sociedad vienesa, que, por lo general, hubiera preferido que su carismático y refinado hermano Otto fuera el thronfolger.

Las relaciones con el emperador Francisco José I tampoco fueron nunca fáciles, el soberano era el emblema del inmovilismo y Francisco Fernando carecía de habilidades diplomáticas; las opiniones del monarca y del archiduque sobre como gobernar el Imperio estaban destinadas a colisionar. No en vano Eugen Ketterl, valet del emperador, cuenta la famosa anécdota de que cuando el emperador y Francisco Fernando discutían parecía que todas las luces del Hofburg temblaban.

El archiduque defendía como fundamental una alianza con Rusia, sin ésta el reparto de las zonas de influencia en los Balcanes sería tortuoso. Sin embargo, Francisco José I había dejando que la alianza con Rusia se hubiera deteriorado lentamente desde 1848. Bajo impulso de Alemania, Rusia y Austria habían firmado en 1873 la Dreikaiserabkommen (Liga de los Tres Emperadores), alianza que afianzaba las relaciones entre las tres monarquías conservadoras de Europa, sin embargo el acuerdo caducó en 1887 y no volvió a ser renovado para disgusto de Francisco Fernando.

Por otro lado, el archiduque consideraba fundamental llevar a cabo un fortalecimiento del ejército y de la marina y al mismo tiempo una política exterior moderada, que evitara conflictos con las naciones vecinas, en especial Italia y Serbia. Por lo tanto, su oposición a una “guerra preventiva” le enfrentó particularmente con Conrad von Hötzendorf, jefe del Estado Mayor, que siempre que había una crisis proponía la misma e indistinta solución: la guerra.

Francisco Fernando ha sido tachado a veces de ultraconsevador pero, aunque es cierto que carecía de las actitudes liberales del difunto Rudolf, no era un reaccionario.

Fiel defensor de la dinastía y de sus deberes y privilegios, del derecho divino de los monarcas y ferviente católico, Francisco Fernando era además partidario de mantener el sistema semi-democrático presente en el Imperio. Para él la democracia de la clase media tenía un papel limitado en la vida política y los monarcas debían mantener sus prerrogativas sobretodo en política exterior y en cuestiones militares.

Dichas posturas le acercaban especialmente al káiser Guillermo II de Alemania, con el que además compartía sus pocas habilidades diplomáticas y cierta brusquedad; pero si Francisco Fernando era callado y reservado, Wilhelm II en cambio hablaba por los codos y a veces rozaba lo histriónico. La relación entre ambos fue siempre cordial y próxima, no en vano se llevaban apenas cuatro años de edad (el Káiser era mayor). Sin embargo, al a veces errático y torpe programa político del Káiser le correspondía uno de muy bien estructurado por parte de Francisco Fernando.

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Siete datos curiosos sobre Guillermo II, el último emperador de Alemania

Nieto de la reina Victoria, nació con una discapacidad en un brazo que toda su vida procuró disimular y le generó un grave trastorno psicológico que marcaría todas sus acciones venideras.

1. Odiaba todo lo relacionado con Inglaterra

El 27 de enero de 1859 nació quien sería el último emperador de Alemania, Guillermo II. Hijo del káiser Federico III y la princesa británica «Vicky», nació con una discapacidad en un brazo que toda su vida procuró disimular y le generó un grave trastorno psicológico. Su abuela, la reina Victoria envió a uno de sus médicos a Alemania para ayudar en el parto de su nieto en 1859, pero algo salió muy mal y el niño quedó con un brazo paralizado permanentemente como resultado del daño a los nervios durante su nacimiento. Su infancia transcurrió soportando tratamientos inútiles que iban desde tener una liebre recién sacrificada alrededor de su brazo, hasta un tratamiento de electroterapia y restricciones metálicas para mantener su postura erguida. Su estricta madre no colaboró y, en lugar de ayudarlo, le marcaba constantemente sus errores. Guillermo alimentó de esta forma un sentimiento amargo hacia ella y hacia su país, y ese odio empeoró en 1888 cuando un médico británico intentó sin éxito tratar a su padre, víctima del cáncer de garganta, lo que provocó el estallido: «¡Un médico inglés me paralizó el brazo y un médico inglés está matando a mi padre!» La Primera Guerra Mundial, que le costó el trono en noviembre de 1918, fue sin dudas una batalla personal contra todo lo que más odiaba en el mundo: Inglaterra y su familia real.

2. Se enamoró de una prima

Cuando tenía 19 años, el último emperador de Alemania se enamoró desesperadamente de su prima la princesa Isabel «Ella» de Hesse, por lo que empezó a visitar con frecuencia las residencias del gran duque de Hesse con el objetivo de cortejarla. Sin embargo, hizo de todo excepto agradarle, según contó el historiador Robert Massie: «En carácter de huésped, se mostró siempre egoísta y descortés. Con frecuencia arrojaba su raqueta de tenis en medio de una partida si la misma no le era favorable, o se bajaba del caballo en medio del bosque y exigía que todos le acompañasen a hacer cualquier otra cosa». Cómo es natural, y pese a las dulces atenciones que Guillermo le destinaba, la princesa Isabel sintió desagrado por él y finalmente se casó con un gran duque ruso. El día que se enteró de la boda de Isabel, Guillermo no quiso volver a verla jamás.

3. Creía ser un buen músico

La infanta Eulalia de España contó que el káiser Guillermo II de Alemania “se dedicaba a vigilar la limpieza de la ciudad, anotando en una libreta en una libreta los lugares que hallaba descuidados para llamar la atención tan pronto regresaba a palacio”. “A veces”, continúa la infanta, él mismo detenía el coche para ordenar al cochero que recogiera un diario abandonado, un papel arrastrado por el viento o un pedazo de tela descolorida que colgara de una ventana”. Una vez, detuvo su coche al escuchar a un músico callejero interpretar pésimamente una pieza de música clásica con un violín: “Es una infamia deshacer una obra maestra”, dijo. “Descendió del carruaje y le pidió al ciego el violín, que apoyó en su hombro fuertemente, pese a su mano izquierda defectuosa, y con arco sabio comenzó a tratar de ejecutar en el modesto instrumento del ciego. Fue imposible escuchar aquella sinfonía, pues los dedos de la mano izquierda carecían del movimiento adecuado y las notas seguían desentonando aún más que antes”. “Yo no pude evitar una sonrisa ante aquel emperador que hacía templar a Europa y no podía someter medianamente a Bach”, dijo doña Eulalia. El humilde ciego fue más duro: “Démelo señor, él y yo nos llevamos mejor”.

4. Se burlaba sin piedad de los otros monarcas

Una de las pocas cosas para las que el emperador tenía talento era para causar indignación. Su especialidad era insultar a otros monarcas. Llamó al diminuto rey Víctor Manuel III de Italia «el enano», frente al propio séquito del rey. Al zar Nicolás II de Rusia lo definió como un «tonto» y un «llorón” solo apto para «cultivar nabos» y al príncipe (más tarde Zar) Fernando de Bulgaria lo apodó «Fernando naso», a causa de su nariz aguileña, y difundió rumores de que era hermafrodita. Como Guillermo II era notablemente indiscreto, la gente siempre sabía lo que decía a sus espaldas. Fernando tuvo su venganza. Después de una visita a Alemania, en 1909, durante la cual el Káiser lo abofeteó en público y luego se negó a disculparse, Fernando le otorgó un valioso contrato de armas que había prometido a los alemanes a una compañía francesa.

5. Adoraba los uniformes militares

El fetiche de Guillermo II era el ejército, a pesar de que, en palabras de un alto mando alemán, no podía «dirigir a tres soldados por una cuneta»: el emperador se rodeaba de generales, llegó a ser dueño de entre 120 y 150 uniformes militares y los vestía a todos. Cultivó una especial expresión facial severa para ocasiones públicas y fotografías (hay muchas, ya que Wilhelm enviaría fotos firmadas y bustos de retratos a cualquiera que quisiera una) y también un bigote encerado y muy curioso que era tan famoso que hasta tenía su propio nombre, «Er ist Erreicht!» (¡Se logra!). En 1918, al caer la monarquía, se llevó todos sus uniformes a Holanda.

6. Abandonó la corona, pero no sus tesoros

El 28 de noviembre de 1918 el exiliado emperador emitió desde Holanda una declaración de abdicación, poniendo punto final al reinado de 400 años de la dinastía Hohenzollern en Prusia. La decisión fue tomada el mismo día en que la emperatriz Augusta Victoria, muy desmejorada de salud, llegó a Holanda desde Berlín. Aceptando por fin que había perdido el poder para siempre, Guillermo II renunció a sus «derechos al trono de Prusia y al trono imperial alemán» y liberó a oficiales y soldados alemanes de su juramento de lealtad hacia su persona. Instalado definitivamente en el castillo de Doorn, la República de Weimar le prohibió regresar a su país, pero permitió retirar sus pertenencias. De esta forma, entre septiembre de 1919 y febrero de 1922, cinco trenes con 59 vagones con las posesiones del emperador -incluidos muebles, obras de arte, documentos personales, fotografías, uniformes, un automóvil y un bote- fueron llevadas a Holanda desde Alemania, con lo que el antiguo soberano fue capaz de mantener un cierto nivel de grandeza. La corona que recibió en 1888, al morir su padre, y ahora se conserva en el Castillo de Hohenzollern, fue uno de los tesoros que la República le permitió conservar. 

7. Hitler quiso utilizar su funeral como propaganda política

Guillermo II de Alemania murió lejos de lo que fue su imperio el 4 de junio de 1941. So contra la monarquía y prohibió todos los símbolos de la dinastía Hohenzollern, pero ahora reclamó el cadáver del káiser y planificó un gran funeral de Estado en Berlín: «Quiere aprovechar esta oportunidad para desfilar detrás del ataúd del káiser ante el pueblo alemán y el mundo entero para demostrar que él es el legítimo sucesor», se quejó el príncipe Luis Fernando de Prusia. Guillermo, previendo el uso político que el nazismo haría de su muerte, manifestó en su testamento que ninguna bandera nazi o cruz esvástica se viera en su funeral y «no fue nada fácil para el kronprinz negociar con la cancillería para que respetara los deseos de su padre», según la princesa Victoria Luisa. «Uno habría pensado que nadie quiere molestar a los muertos, pero Hitler sí quiso». Finalmente, como no pudo salirse con la suya, el líder nazi ordenó minimizar al máximo las noticias sobre el funeral del último emperador Joseph Goebbels recordó en un editorial a Guillermo II como «una partícula flotante, distinguida, claro, pero nada más, en la historia alemana».

Hohenzollerngruft: la cripta de la dinastía Hohenzollern, un tesoro bajo los pies de Berlín

Ubicada en la Catedral de la capital alemana, cerró sus puertas para someterse a una restauración millonaria que durará más de tres años.

Con sus sarcófagos de plomo, madera o mármol en una cámara abovedada con columnas, desde 1999, los visitantes de Berlín pudieron conocer el lugar de descanso final de reyes y príncipes de la dinastía Hohenzollern. Bajo el suelo de la Catedral de Berlín, 96 muertos de la casa Hohenzollern descansan en la cripta, incluidas “celebridades” históricas como el rey prusiano Federico el Grande y el Gran Elector. La cripta es el lugar de entierro dinástico más importante de Alemania y, junto con la Cripta Capuchina en Viena, las tumbas reales en la Catedral de St. Denis en París y la tumba de los reyes españoles en El Escorial, cerca de Madrid, es una de las tumbas señoriales más importantes de Europa.

La historia de la cripta, como la de la catedral, se caracteriza por los frecuentes movimientos y demoliciones. El príncipe elector Joaquín II (1505-1571) determinó la bóveda bajo la antigua iglesia dominicana en la Schlossplatz de Berlín para enterrar a su familia en el siglo XVI y transfirió los huesos de su padre y su abuelo a la nueva bóveda desde sus sitios originales cerca del año 1542. Alrededor de dos siglos después, Federico el Grande (1712-1786) hizo que la Iglesia y su cripta fueran demolidas y reconstruidas al otro lado del jardín de recreo. A finales de 1749, 51 ataúdes fueron reubicados en la nueva cripta. La catedral fue demolida nuevamente en 1893 y reemplazada por un nuevo edificio.

La Cripta Hohenzollern (en alemán, Hohenzollerngruft) fue terminada en 1905, durante el reinado del último emperador, Guillermo II, que perdió su trono en 1918. El sagrado sitio de reposo final sufrió graves daños en la Segunda Guerra Mundial cuando una bomba golpeó la cúpula de la Catedral de Berlín en 1944. El templo ardió durante dos días, luego se desplomó y penetró en el techo abovedado de la tumba. Entre otras cosas, fue destruido el ataúd de madera de la reina Elisabeth Christine de Brunswcik-Beverns, consorte de Federico II el Grande, rey de Prusia. En 1975, la iglesia del monumento en el lado norte de la catedral fue demolida, obstruyendo así el acceso original a la cripta real.

La cripta junto con los ataúdes se consideró de propiedad privada de la dinastía Hohenzollern hasta al menos principios de la década de 1940, en pleno nazismo. Entre los entierros más famosos se pueden encontrar allí al brillante príncipe y músico Luis Fernando de Hohenzoller, que murió en el campo de batalla, o al amante del entretenimiento, el rey Federico Guillermo II de Prusia, que convirtió a Berlín en un centro de romanticismo y clasicismo en solo unos años. Pero los más de 100 ataúdes y sarcófagos en la cripta y en la catedral no están allí solo por la piedad profesada, sino también como una muestra de poder.

También allí, bajo el suelo de la catedral berlinesa, se encuentra el simple ataúd de Elisabeth Magdalene von Braunschweig, quien murió en 1595, los enormes féretros de piedra en las que reposan el Gran Elector Federico Guillermo I de Brandeburgo, su segunda esposa Dorothea de Schleswich-Holstein, su sucesor Federico III, quien fue coronado Rey de Prusia, y su segunda esposa, Sophie Charlotte.

Espléndidos ataúdes barrocos como el del príncipe Luis de 1687, pero también carpintería de madera de finales del siglo XIX que parece muy contemporánea, completan esta colección única de reliquias dinásticas. En el ataúd número 97, un sarcófago de mármol para niños, se encuentra el pequeño cuerpo de una nieta sin nombre del káiser Guillermo II. Sin embargo, el último emperador alemán no descansa en la cripta, sino que está enterrado en el exilio en un mausoleo en el parque del castillo holandés de Doorn Huis, donde murió en 1941.

La Hohenzollerngruft obtuvo su aspecto actual de la reconstrucción de la catedral en la década de 1990. Esta reconstrucción fue financiada con la ayuda del gobierno federal, el estado de Berlín y la asociación de construcción de la catedral. En ese momento, el diseño de la Cripta Hohenzollern fue modelado significativamente por Rüdiger Hoth, un antiguo arquitecto de la catedral. Hasta ahora, los descendientes de la Casa de Hohenzollern nunca contribuyeron financieramente con el mantenimiento de la cripta y en los próximos años el Estado federal alemán destinará 18 millones de euros a su restauración. Los pasillos serán renovados y los ataúdes (que fueron enviados a un sitio secreto) serán reorganizados cronológicamente.

Enfoque: el drama legal de los Hohenzollern, descendientes del último káiser de Alemania

Desde 2013, el jefe dinástico reclama a los estados de Berlín y Brandeburgo desde 2013 la devolución de las antiguas tierras y posesiones a su familia.

Con 176 habitaciones recientemente renovadas, grandes jardines y fuentes majestuosas, ¿quién no querría mudarse al Palacio Cecilienhof en Potsdam, a las afueras de Berlín? Aparentemente, una persona está ansiosa: Jorge Federico, príncipe de Prusia, el jefe de la antigua Casa Real de Hohenzollern y el tataranieto del último emperador alemán. Pero si se le permite o no sigue siendo una cuestión legal cargada de importancia histórica.

Desde 2014, Jorge Federico batalla contra los gobiernos estatales de Alemania mientras intenta asegurar el derecho de residencia en la propiedad, el último palacio construido por su familia real prusiana. También está tratando de asegurar la restitución del arte y otras posesiones familiares anteriores pero sus perspectivas siguen sin estar claras, informó Deutsche Welle.

¿Quiénes son los Hohenzollern?

El jefe de la dinastía, Jorge Federico, con su esposa la princesa Alejandra.

Las raíces dinásticas de los Hohenzollerns se remontan al siglo XI, y la primera referencia oficial tuvo lugar en 1061. La residencia imperial de la familia estaba en la cima de una montaña en el estado de Baden-Württemberg, en el suroeste de Alemania, hoy hogar del neogótico castillo de Hohenzollern.

Después de la unificación de Alemania en un imperio en 1871, Guillermo I de Hohenzollern, entonces Rey de Prusia, fue proclamado káiser alemán. A su muerte en 1888, su hijo Federico III tomó el trono, pero solo durante 99 días antes de que él mismo muriera de cáncer de garganta. El hijo de Federico, Guillermo II, de solo 29 años, se convirtió en el próximo emperador de Alemania y, finalmente, en el último.

El fin de la monarquía

El último emperador abdicó en 1918 y murió en el exilio.

La monarquía alemana terminó con la abdicación de Guillermo II en noviembre de 1918, pocos días antes de que concluyera la Primera Guerra Mundial. El káiser y su esposa, la kaiserina Augusta Victoria, se exiliaron en los Países Bajos después de un penoso proceso de transición. La Constitución de Weimar de 1919 eliminó el estatus especial y los privilegios de la nobleza. Sin embargo, a los miembros de la realeza y la nobleza se les permitió conservar sus títulos, aunque solo como parte de su apellido.

El sentimiento antimonárquico fue alto durante la República de Weimar. Las posesiones imperiales fueron confiscadas. Los Hohenzollern recurrieron a los tribunales, y en 1926 llegaron a un acuerdo de compensación con el Estado Libre de Prusia, el estado democrático que surgió de su antiguo reino. Sin embargo, sus consecuencias continuaron siendo impugnadas legalmente hoy.

Una ley de 1926 preveía la devolución de una gran parte de las posesiones confiscadas de Hohenzollern , incluido el Palacio Cecilienhof, a la familia. Sin embargo, la situación cambió nuevamente después de la Segunda Guerra Mundial.

Un antepasado nazi, reproche histórico

El kronprinz Guillermo de Prusia, hijo del último emperador.

En 1945, la mayoría de las propiedades y posesiones de la familia Hohenzollern estaban ubicadas en la zona ocupada por los soviéticos en el este de Alemania, lo que más tarde se convertiría en Alemania Oriental. El estado comunista tomó posesión y la familia real prusiana fue expulsada del país nuevamente.

El Tratado de Unificación de 1990 que reunió a Alemania Oriental y Occidental reconoció la expropiación ilegal de terrenos y edificios, pero no el inventario físico. En 1994 se estableció una indemnización por dicha expropiación reconocida. Pero después de que un tribunal determinó que los Hohenzollern habían «incitado considerablemente» al régimen nazi, la familia fue excluida de la compensación en estos casos.

La evidencia histórica indica que el ex príncipe heredero Guillermo, hijo mayor del emperador abdicado, simpatizaba con los nazis y felicitaba a Adolfo Hitler en su cumpleaños y en el Año Nuevo. En diciembre de 1936, el antiguo príncipe heredero envió a Hitler sus «más sinceros deseos» por las «acciones beneficiosas del dictador para el bienestar de nuestro querido pueblo y nuestra patria».

Los historiadores no están de acuerdo con la interpretación de esta evidencia y el peso que se le debe dar en las cortes. Sin embargo, ambos factores influirán decisivamente en el resultado de la batalla legal. Los cuatro testimonios de expertos escritos hasta la fecha llegaron a conclusiones diferentes sobre las opiniones y el comportamiento político del antiguo príncipe heredero.

Más recientemente, en una audiencia del comité cultural del Parlamento alemán, siete historiadores, expertos en derecho y expertos en arte no pudieron acordar si la familia Hohenzollern «incitó considerablemente» a los nazis. La pregunta sobre la posible compensación para los miembros vivos de la familia Hohenzollern, o incluso el regreso de su propiedad anterior, sigue abierta, al igual que el tema de la interpretación histórica en los años de entreguerras.

Jorge Federico, de 43 años, exige el derecho a residir sin pagar alquiler en la antigua residencia real de Cecilienhof y exige que cientos de pinturas, muchas de las cuales actualmente se encuentran en museos estatales alemanes, regresen a la propiedad de su familia. Las personas tienen derecho a una indemnización por los bienes tomados por las fuerzas soviéticas, pero los funcionarios argumentan que este derecho se pierde si ellos mismos apoyaron al régimen nazi.

Los herederos del último káiser luchan por las riquezas perdidas durante la era comunista

La disputa puede continuar durante años, pero, según Der Spiegel, no es mucho «después de una disputa de un siglo y un milenio de historia familiar».

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El heredero del último káiser de Alemania busca la devolución de propiedades

La casa Hohenzollern reclama, entre otras cosas, el derecho a residir en propiedades como el Palacio Cecilienhof, donde los poderes aliados se reunieron después de la II Guerra Mundial para decidir sobre el futuro de Alemania.

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