Mujer profundamente religiosa, la madre del fallecido duque de Edimburgo sería reconocida formalmente por el Estado de Israel por su valentía al albergar a una madre judía y algunos de sus hijos en la II Guerra Mundial. Nació el 25 de febrero de 1885, hace 137 años.
A cientos de metros de ese sitio, se encuentra la tumba de su abuela, en el Monte de los Olivos: “Ella tiene un árbol plantado a su nombre aquí en Yad Vashem y se cuenta como uno de los Justos entre las Naciones, un hecho que nos da a mí y a mi familia un orgullo inmenso”, aseguró el príncipe de Gales en la semana en que se cumplen 75 años desde la liberación del mayor campo de concentración del nazismo, el de Auschwitz-Birkenau.
La princesa Alicia de Battenberg nació en el seno de la realeza y murió pobre. Nacida en 1887, fue una de las bisnietas alemanas de la reina Victoria de Inglaterra.
Sorda desde su nacimiento y muy hermosa en su juventud, Alicia se casó con el príncipe Andrés de Grecia en 1903 y tuvo cinco hijos, cuatro princesas (Margarita, Cecilia, Sofía y Teodora) y el príncipe Felipe, el futuro duque de Edimburgo y consorte de la reina Isabel II.
La familia fue llevada al exilio en dos ocasiones en una Grecia que no lograba estabilizarse políticamente, y se vio obligada a pedir asistencia económica a sus parientes europeos debido a la crisis que atravesaban.
Tras ser abandonada por su marido, Alicia fue diagnosticada con esquizofrenia paranoide y pasó un tiempo en un sanatorio después de sufrir una crisis nerviosa. Sigmund Freud fue consultado sobre la salud mental de las princesas, y concluyó que sus delirios fueron el resultado de «frustración sexual». En su libro de memorias «Bubbikins» (el apodo de su hijo), la princesa hace referencia al psicólogo, diciendo: «No era un hombre amable. Estuve allí por poco más de dos años y logré escapar».
Su gran secreto
Después de escapar del asilo, la princesa llevó una existencia nómada y monástica, dejando de tener contacto con su familia durante años. En 1928 se convirtió después en una monja ortodoxa griega mientras vivía en Francia, y regresó a Atenas sola en 1940, viviendo en la residencia de tres pisos de su cuñado.
Durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó con la Cruz Roja de Suecia y Suiza para ayudar a los necesitados. Más tarde fundó una orden de monjas conocidas como la Hermandad Cristiana de María y Marta. Gran parte de su dedicación a la fe nació después del gravísimo accidente de avión que le costó la vida a su hija Cecilia, en 1937.
Cuando los nazis entraron en Atenas en 1943, la Hermana Alicia albergó a tres miembros de la familia Cohen. El padre de la familia, el ex parlamentario Haim Cohen, había estado cerca de la familia real hasta que falleció ese año. La princesa Alice no conocía a la esposa de Cohen, Rachel, ni a su hija, Tilde, pero de todos modos los escondió en su residencia ateniense, y más tarde también albergó al hijo de Rachel, Michael.
Yad Vashem dice que la princesa visitaba regularmente a la familia y quería aprender más sobre su fe judía. Muchas veces Alicia no comía los alimentos que el régimen daba a cuentagotas para poder alimentar a los Cohen. En un momento, cuando oficiales de la Gestapo llegaron a la casa para interrogarla, la princesa usó su sordera para evitar responder a sus preguntas.
La propia familia de la princesa Alicia luchó en ambos lados de la Segunda Guerra Mundial. Mientras el joven príncipe Felipe sirvió en la Marina Real Británica, sus tres yernos reales alemanes fueron partidarios de Adolfo Hitler y ocuparon puestos en la jerarquía nazi, que mató a seis millones de judíos. Muchos años después, el príncipe Felipe dijo que no había sabido de la existencia de la familia Cohen sino hasta mucho tiempo después del fallecimiento de su madre.
Sepultada en Jerusalén
“Era casi sorda de piedra y, por lo tanto, algo remota, bastante franca y bastante austera”, dijo el historiador británico Hugo Vickers, autor de una biografía de Alicia.“Fue una santa y, de hecho, era una filántropa. Ella fundó una hermandad de enfermería, escondió a una familia judía durante la guerra y regaló todo lo que poseía”.
“El príncipe Felipe lo adoraba, y él era bueno con ella”, relató Vickers. “A diferencia de lo que dice la serie The Crown, él había estado tratando de que ella viniera a vivir con ellos en Londres durante años. Solo cuando su hija Sofía le dijo que la invitación venía de parte de la reina, ella accedió de inmediato a venir”.
En 1967, después del golpe militar que destronó a la monarquía en Grecia, Alicia voló a Londres por pedido de su nuera, Isabel II, quien la alojó en el Palacio de Buckingham, donde se recluyó. Hugo Vicker recuerda: “Al final de su vida, el público en general apenas recordaba que estaba viva y desconocía en gran medida que estaba en el Palacio de Buckingham”.
Dos años después murió allí y, siguiendo su deseo, su cuerpo fue llevado a la Iglesia ortodoxa rusa de Santa María Magdalena, cuyas cúpulas de cebolla dorada se elevan desde el Monte de los Olivos, a las afueras de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Cerca suyo están las tumba de su tía, la gran duquesa Elisabeth de Rusia, quien también había dedicado su vida a la caridad, fue ejecutada por los bolcheviques en 1918 y fue canonizada como una santa ortodoxa rusa.
Los trabajos de restauración en curso que se han llevado a cabo en el Palacio Tatoi de Grecia en los últimos meses han descubierto algunos tesoros históricos ocultos. Los trabajadores encontraron en el ruinoso palacio y sus edificios anexos cientos de objetos de varios tamaños, todos pertenecientes a los últimos ocupantes, la Familia Real de Grecia, que abandonó el país tras ser derrocada en 1967.
Entre los descubrimientos recientes, los trabajadores de la renovación encontraron un total de setenta maletas y baúles, que se cree que pertenecieron a Frederica, reina consorte de Grecia, de 1947 a 1964, y madre el último rey, Constantino II. Y en la restauración también se han desenterrado exquisitos carruajes de caballos reales, que ya fueron restaurados y catalogados, así como docenas de botellas de vino tinto sin abrir, que datan de la década de 1950.
El valor de los más de 17.000 objetos encontrados en Tatoi en los últimos años es inestimable. “Los hallazgos en Tatoi van desde antigüedades, coches y carruajes hasta muebles, material de papel [libros, contratos, etc.], fotografías, enseres domésticos del palacio y objetos de la familia”, explicó Maria Mertzani, jefa de la Dirección de Conservación de Monumentos Antiguos y Modernos del ministerio de Cultura. El palacio en ruinas conservaba “desde objetos de poco o ningún valor hasta obras de grandes maestros”.
¿Por qué no se retiraron los objetos valiosos al día siguiente de la abolición de la monarquía? ¿Por qué se les permitió pudrirse u oxidarse durante décadas? ¿Y por qué se permitió sacar ciertos tesoros valiosos del territorio griego? Estas preguntas no tienen respuesta y los expertos coinciden en que importante es lo que suceda de aquí en adelante, porque a pesar de pérdidas significativas, los objetos que han sido rescatados de Tatoi son una parte invaluable del patrimonio del país: “Gracias a los hallazgos de Tatoi, tenemos una instantánea de toda una era”, dijo Mertzani.
“Esto incluye artículos cotidianos como botellas de refrescos, cerveza y vino, muñecas, artículos de moda y revistas. Es una instantánea de un momento [diciembre de 1967], pero también describe la vida cotidiana y esto es importante porque los griegos pueden ver paralelismos con sus propias vidas en estos objetos”, dijo la experta. Los 17.000 objetos fueron almacenados de forma segura hasta que se decida si se deben exhibir públicamente.
Hogar y cementerio familiar
Ubicada en una ladera del monte Parnitha, la finca real de Tatoi se encuentra a 27 kilómetros del centro de Atenas, en un área cubierta de bosques, con ríos y abundante vida silvestre. La antigua propiedad real cubre una enorme área total de 4.500 hectáreas, y fue adquirida por la familia real griega en la década de 1870. Desde entonces, ha sufrido numerosos cambios de propiedad y uso, siguiendo la turbulenta vida política del país durante finales del siglo XIX y XX.
Tatoi ha vivido momentos gloriosos y desastrosos, en total consonancia con la turbulenta historia de Grecia. Desde el incendio de 1916, durante la Primera Guerra Mundial, hasta la revolución de 1926, cuando se estableció la Segunda República Helénica, y desde el regreso de la monarquía en 1936 hasta su abolición definitiva en 1974, la finca ha sido testigo de todos los principales acontecimientos de la historia reciente de Grecia.
Al menos veinte miembros de la realeza han sido enterrados en el cementerio de Tatoi, ubicado en el parque, desde la princesa Olga, quien murió en 1880, hasta Lady Katherine Brandram, nacida como la princesa Catalina de Grecia, fallecida en 2007. Además, cinco reyes han sido sepultados allí con sus esposas: Jorge I y la reina Olga, Alejandro de Grecia (fallecido en Tatoi tras sufrir la mordida de un mono rabioso), Constantino I y la reina Sofía, y el rey Pablo y la reina Federica, padres del último rey, Constantino II.
El complejo del Palacio también incluye una gran cantidad de edificios que cumplieron diferentes propósitos para la familia real mientras vivieron allí. Originalmente diseñado como un retiro de verano para la familia real, más tarde se convirtió en el centro oficial de la familia real griega, que encontraba sus instalaciones más privadas en comparación con el Palacio Real (ahora el Palacio Presidencial) en el centro de Atenas.
El palacio nació bajo Jorge I
Fue el rey Jorge I, primer monarca de Grecia (1863-1913) quien originalmente tuvo la idea de establecer un retiro de verano para su extensa familia, su esposa la gran duquesa Olga Constantinovna de Rusia y sus hijos Constantino, Jorge, Nicolás, Andrés, Alejandra y María. Aparte del edificio principal, el palacio, que era lujoso pero no ostentoso, como lo ha sido todo edificio real en Grecia desde el siglo XIX, la finca tenía todo un sistema de habitaciones para el personal, almacenes, establos, colmenares y granjas de ganado; todo lo que una familia real pueda desear en su residencia.
De 1872 a 1967, Tatoi fue parte de la historia de Grecia y un escenario importante para el desarrollo político. Además de servir como residencia de verano de la familia real, la finca también se utilizó para varias ceremonias de juramentación del gobierno y muchas reuniones políticas. “Tatoi se convirtió en parte de la historia oría del estado griego moderno desde el momento en que el rey Jorge I lo eligió como su residencia de verano. Como sabemos, la primera manifestación de interés en la zona fue en 1870 ”, explica el historiador Costas Stamatopoulos, presidente de la Elliniki Etairia (Sociedad para el Medio Ambiente y el Patrimonio Cultural), lleva años estudiando la historia de la finca.
“Tatoi pertenecía a un griego fanariote, Skarlatos Soutsos, que fue jefe de la corte y ministro de varios gobiernos. Las negociaciones iniciales fracasaron porque el Rey George se dio cuenta de que Soutsos estaba tratando de engañarlo. Finalmente regresó de un viaje al extranjero y reinició el proceso porque se había enamorado del lugar, que le había sido señalado por Ernst Ziller, quien era amigo de ambos hombres”, relató Stamatopoulos.
El historiador continúa su relato: “Finalmente, en mayo de 1872, se firmó el contrato de compra en la casa de Soutsos, que luego se convirtió en la casa de Giorgos Rallis, en la esquina de las calles Korai y Panepistimiou [en el centro de Atenas]. Desde 1872 hasta 1967, Tatoi fue una de las casas más importantes del país y un lugar donde se tomaron decisiones de importancia nacional para Grecia”.
Cuando Tatoi fue vendido a la familia real, era poco más que una granja. “Cuando Jorge I compró Tatoi, sabemos que tenía un molino, algunas cabañas esparcidas aquí y allá y una casa de cinco habitaciones. Jorge, Olga y sus tres hijos se apretujaron en esta casa. Mientras tanto, comenzó la construcción de lo que inicialmente se planeó como una casa de huéspedes, pero que nunca sirvió como tal, construida por Ziller entre 1872 y 1874. Este edificio fue posteriormente modificado con la adición de otro piso”, explicó el historiador.
“Mientras tanto, en 1880, el joven arquitecto Savvas Boukis fue enviado a San Petersburgo con la orden de copiar una mansión que estaba en el complejo real de Peterhof. La construcción de la residencia principal, o palacio, basada en estos diseños, comenzó en 1884 y se completó en 1886, aunque cuestiones de decoración de interiores y paisajismo retrasaron la mudanza de la familia real de Constantino I y Sofía hasta 1889”, agregó.
Stamatopoulos explica que Tatoi se utilizó como residencia de verano hasta 1948, generalmente desde mayo hasta el otoño. Era un centro político importante no solo porque la realeza de otros países de Europa lo visitaba con frecuencia, sino también porque a Jorge I, un ex príncipe de Dinamarca electo rey de los helenos en 1863, le gustaba quedarse solo para trabajar sin distracciones.
“Solo unos pocos gobiernos prestaron juramento en Tatoi, ya que era un espacio privado más que formal. Pero en 1915, cuando Constantino I estaba demasiado enfermo para viajar, el gobierno de Eleftherios Venizelos juró en Tatoi. Además, los primeros contactos con Constantine Karamanlis se llevaron a cabo allí en octubre de 1955, así como la última reunión con el entonces primer ministro, ocho años después, cuando las relaciones se habían agriado por completo”.
Abandono, soledad y muerte
El 13 de diciembre de 1967, el rey Constantino II fracasó en un intento por derrocar la dictadura y él y su familia abandonaron el país. Hasta 1973, la ex familia real continuó recibiendo dinero del estado, pero la finca de Tatoi quedó en mal estado.
“Entonces, tenemos el primer período de 1967 a 1973 cuando el rey fue depuesto por [el dictador Giorgos] Papadopoulos, lo que llevó a la desaparición gradual de la propiedad: el dinero entraba a montones y montones y los [empleados] que se retiraban eran no reemplazado. La propiedad empezó a envejecer”, relata el historiador.
“En 1973, se abandonó por completo, de forma repentina, después de que el cambio de régimen supusiera el fin de la financiación, incluida la parte que se destinaba al mantenimiento de Tatoi. Eso significaba que ni siquiera había dinero suficiente para comprar alimento para las vacas y los caballos, que murieron de hambre en los establos”, agrega Stamatopoulos.
Objeto de una disputa interminable
En 1973, se aprobó una legislación que permitió al estado tomar posesión de la totalidad de los activos de la ex familia real. Los edificios de la finca Tatoi quedaron bajo la jurisdicción del Ministerio de Economía y las tierras bajo la de Agricultura. Un año más tarde, después de que las reliquias de otras propiedades reales (el castillo de Rododafni, la mansión de Psychico, Mon Repos en Corfú, entre otros) se almacenaran allí para su custodia, Constantino Karamanlis declaró a Tatoi como propiedad privada de la antigua familia real, pero no se le permitió administrarla, por lo que miles de objetos fueron olvidados.
“También ha habido mucho vandalismo y saqueos. No había suficiente seguridad y Tatoi disminuyó gradualmente”, dice Stamatopoulos. Después de que se estableció la Tercera República Helénica en 1974, Tatoi pasó a ser de propiedad pública, pero en 1992 el gobierno conservador de Constantino Mitsotakis, ordenó la entrega de 400 hectáreas de tierra, incluidos todos sus edificios principales, a la antigua familia real de Grecia, que había estado reclamando durante mucho tiempo la restitución de sus bienes.
La ley contemplaba que los antiguos miembros de la realeza conservarían la propiedad de la tierra pagando al estado 343 millones de dracmas. A la familia también se le permitió entrar al palacio y quitar parte de los «artículos para el hogar«. Pero la decisión de Mitsotakis provocó una reacción pública tan iracunda en todo el país que solo dos años más tarde el gobierno socialista de Andreas Papandreou decidió que la totalidad de la finca volviera al Estado.
En 2000, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos falló a favor del ex rey Constantino, su familia más inmediata, su hermana Irene y su tía, Lady Katherine Brandram, otorgándoles derechos de propiedad y permitiendo que el estado griego comprara los títulos de la ex familia real.
En un intento por ridiculizar al ex rey Constantino, el gobierno socialista de Costas Simitis decidió pagar la compensación con dinero sacado del Fondo Griego para Desastres Naturales, para demostrar al público que la antigua familia real estaba privando a los griegos más vulnerables de dinero sumamente útil. En respuesta a este movimiento, la familia real decidió crear la «Fundación Anna Maria», en honor al nombre de la última reina, Ana María de Dinamarca.
El estado actual del palacio Tatoi es un símbolo de las disputas internas ocurridas en Grecia durante todo el siglo XX. La mayoría de los edificios de la finca han sufrido graves daños, tanto por las condiciones meteorológicas como por actos de vandalismo.
La gente se sorprende cuando se da cuenta de que tiene que atravesar un agujero en una cerca de alambres para entrar a la finca Tatoi y, cuando creen que verán algo como el Palacio Versalles, se encuentran con una visión deprimente: todos aquellos que ven el palacio no puedes evitar preguntarte por qué se permitió que la finca cayera en tal mal estado. Este año, finalmente el gobierno griego anunció de que una de sus principales prioridades es revivir el palacio real a su antigua gloria.
El derruido palacio real de Tatoi, a las afueras de Atenas, abandonado durante décadas, fue alguna vez el hogar favorito de los sucesivos reyes de Grecia desde 1870 hasta la caída de la monarquía un siglo más tarde. Ahora, el gobierno griego tiene en mente la apertura de la enorme finca y convertirla en un polo turístico con cafés elegantes, restaurantes lujosos y un hotel de cinco estrellas con spa.
“Más de 50 años después de que la errante propiedad real del rey Constantino en Tatoi, al norte de Atenas, fuera expropiada después de su destitución, el gobierno se está preparando para reabrir los terrenos, agregando cafés elegantes, restaurantes lujosos y un hotel de cinco estrellas con spa”, reveló el diario británico The Times.
El palacio fue construido como residencia de verano de Jorge I, el primer rey de la monarquía moderna, para habitarlo con su esposa, Olga de Rusia, y sus hijos. De a poco terminó convertido en la sede principal de la tambaleante monarquía, marcada por crisis, revoluciones, exilios y endebles reinstalaciones en el trono hasta su caída en 1967.
Desde enotnces, el palacio ha estado en el más absoluto abandono hasta años recientes. “Las habitaciones que una vez albergaron a la flor y nata de la realeza europea fueron selladas, sus puertas cerradas y tapiadas. Se informa que las joyas de valor incalculable, incluida la corona real y el cetro, están escondidas en una bóveda, sin que nadie las vea, excepto unos pocos funcionarios estatales griegos”, describe el Times.
La propuesta para la antigua finca real de Tatoi incluye el lanzamiento de una línea de productos agrícolas orgánicos, revitalizando los colmenares, gallineros y tambos lecheros con fines de lucro. La ministra de Cultura dijo que el gobierno quería que Tatoi fuera una atracción durante todo el año con una infraestructura ecológica.
Se espera que impulse el turismo
Para ello, el gobierno griego busca ayuda de inversores privados. “Es un proyecto enormemente ambicioso”, dijo la funcionaria. “El mayor desafío no será completar el proyecto, sino que [será] sostener los enormes costos de funcionamiento en los que incurrirá una vez que esté operativo”.
“El proyecto de 130 millones de euros es parte de una serie de planes de desarrollo cultural que el gobierno conservador de Kyriakos Mitsotakis espera que impulse el turismo”, informó The times.
En la casa principal de la finca, una mansión de piedra con características góticas, rodeada de 12.00 acres de exuberantes cipreses, fue el hogar de los reyes Jorge I, Constantino I, Alejandro I, Jorge II, Pablo y Constantino II. En los vastos terrenos de los alrededores se encuentran las tumbas de todos los monarcas y varios miembros de la familia, incluidos los abuelos de Felipe VI de España, el rey Pablo y la reina Federica de Grecia.
Nació sorda, fue abandonada por su marido y diagnosticada de esquizofrenia, pero superó los desafíos personales más extraordinarios para ayudar a aquellos que consideraba más necesitados.
Evy Cohen reveló cómo su padre Alfred Haimaki Cohen, jefe de una familia poderosa de Atenas con vínculos con la realeza griega, buscó a la princesa Alicia como su única esperanza ante la amenaza de los nazis. En ese momento, la princesa Alicia, que estaba casada con el príncipe Andrés de Grecia, se había establecido en Atenas y había pasado más de dos años siendo tratada en un sanatorio por esquizofrenia.
“A principios de 1943, se hizo evidente que las decisiones contra los judíos, de llevarlos a campos de concentración, empezaban a ser obvias, y mi familia tuvo que esconderse”, explica Evy en el documental Princess Alice: The Royals Greatest Secret, de la cadena británica Channel 5.
Por casualidad, Alfred, un miembro prominente de la comunidad de 8.000 judíos en Atenas, se encontró con la dama de honor de Alicia, y la princesa rápidamente le ofreció refugio en el último piso de su casa, a solo unos metros de la sede de la Gestapo en Atenas. “Si no hubiera sido por ella, no estaría viva hoy para decir todo esto. Mis padres no se habrían conocido, y tantas otras cosas”, detalló Evy.
“No lo pensó ni por un minuto, solo escuchó que había personas en peligro y pensó que podía hacer algo por ellos”, relató la mujer. “La historia de la princesa Alicia y mi familia es hermosa, y espero que pueda ser un ejemplo para que los jóvenes de hoy sigan haciendo cosas buenas en la vida y sean humanos”.
La princesa Alicia de Battenberg, que nació en el Castillo de Windsor y era bisnieta de la reina Victoria de Inglaterra. Se crió como una princesa inglesa, aunque sus padres eran alemanes. Alicia era congénitamente sorda pero podía hablar con claridad. Las fotografías muestran lo hermosa que era, con su cabello recogido y vestidos de encaje.
Luego, en 1902, en la coronación del rey Eduardo VII, se enamoró perdidamente del príncipe Andrés, un hijo menor del rey de Grecia. Como su sobrina, Lady Pamela Hicks, ha dicho anteriormente, “ella estaba absolutamente loca por él. Realmente, profundamente enamorada”.
En 1922, cuando Alicia ya tenía cuatro hijas y un hijo, la familia real griega fue exiliada a causa de la revolución. El futuro duque de Edimburgo, de apenas unos meses de vida, fue metido en un catre improvisado, un cajón de naranjas, mientras la familia escapaba en un barco de guerra británico. Llegaron a París como refugiados, viviendo de las dádivas de sus familiares.
La tensión pasó factura a Alicia, y sus apasionadas creencias religiosas se volvieron cada vez más excéntricas. Para 1930, estaba escuchando voces y creía que estaba teniendo relaciones físicas con Jesús y otras figuras religiosas.
Fue diagnosticada como esquizofrénica, y cuando el tratamiento en una clínica de Berlín falló, por consejo de Sigmund Freud, le hicieron una explosión de rayos X en el útero para curarla de los deseos sexuales frustrados, fue ingresada en un sanatorio suizo mientras su marido se fue a vivir a la Riviera francesa con su amante.
Durante la guerra, y separada de sus hijos, se desempeñó como enfermera militar en el frente y fundó una orden de monjas enfermeras en Grecia, donde superaría los desafíos personales más extraordinarios para ayudar a aquellos que consideraba más necesitados que ella. Su hermano, Lord Mountbatten, le enviaba paquetes de comida que Alicia entregaba a los necesitados.
La princesa Alicia ha sido reconocida formalmente por la valentía y el coraje que demostró al esconder a los miembros de la familia Cohen durante la persecución nazi. “Si ella no lo hubiera hecho, yo no estaría viva hoy para decir todo esto”, dijo Evy.
La doctora Anna Whitelock, historiadora real y experta, explicó que cuando los generales alemanes vinieron a buscar judíos escondidos, Alicia fingió que no podía entenderlos, porque era sorda, y ellos pensaron que era “una anciana tonta y la dejaron en paz”.
“Se estaba ejecutando gente por cuidar de familias judías, pero Alicia no tenía miedo”, dijo Ingrid Seward, editora de la revista Majesty. “Creo que Alicia estaba enfrentando un riesgo enorme, ya que pudo haber enfrentado un pelotón de fusilamiento porque había albergado a una familia judía», agregó la historiadora Chandrika Kaul, de la Universidad de St Andrews.
En enero de 2020, el príncipe Carlos rindió homenaje a su “querida abuela” en una ceremonia conmemorativa del Holocausto a la que asistieron unos 40 líderes mundiales en Jerusalén: “Durante mucho tiempo me inspiré en las acciones desinteresadas de mi querida abuela, la princesa Alicia de Grecia, quien en 1943, en la Atenas ocupada por los nazis, salvó a una familia judía llevándola a su casa y escondiéndola”.
En 1993, la princesa recibió el mayor honor que Yad Vashem otorga a los no judíos por esconder a la familia Cohen en su casa de Atenas durante la Segunda Guerra Mundial. Su tumba hoy se encuentra en la Iglesia de María Magdalena, el Monte de los Olivos de Jerusalén, y hay un árbol plantado en su nombre en el Yad Vashem.
Dejó su título real para ser conocida como Lady Katherine Brandam. Tres de sus hermanos fueron reyes, además de varios de sus sobrinos, pero protagonizó una época de gran agitación política, con frecuentes golpes de estado que minaron la existencia de la familia real griega.
Catalina de Grecia era princesa por derecho propio y estaba relacionada con muchas de las familias reales más poderosas de Europa, pero eligió llevar el nombre de Lady Katherine Brandram después de su matrimonio con un oficial del ejército británico y llevar una vida tranquila en la ciudad inglesa de Marlow.
Nacida como Princesa de Grecia y Dinamarca el 4 de mayo de 1913, la princesa Catalina fue la tercera hija del rey Constantino I y la reina Sofía, hermana del káiser Guillermo II de Alemania; también tuvieron tres hijos, todos los cuales se convertirían en reyes debido a que que la familia real griega tuvo que sortear plagada de dictaduras, golpes de estado y exilios. La princesa tuvo la distinción de ser la ahijada de todo el ejército y la marina griegos, pero esto le ofreció poca protección en la infancia.
Nacida como Princesa de Grecia y Dinamarca el 4 de mayo de 1913, la princesa Catalina tenía dos hrmanas mujeres, la futura reina Helena de Rumania e Irene, duquesa de Aosta.
Hija de reyes, nieta y sobrina de emperadores, descendiente de zares rusos, tenía un distinguido “pedigrí” real. El linaje de su padre era de las familias reales rusa y griega, mientras que por parte de su madre estaba relacionada con Federico (el emperador de Alemania) y su esposa Vicky, que era hija de la reina Victoria y el príncipe Alberto. Tenía una apariencia clásica (en una visita a Hollywood en la década de 1930 le ofrecieron un contrato cinematográfico), pero conservó un estilo y una elegancia sofisticados e incluso en sus últimos años, muchos de los cuales los pasó en una silla de ruedas, nunca la perdió su espíritu regio.
Sus padres fueron depuestos en varias ocasiones durante su juventud (la primera vez cuando solo tenía cuatro años). En la Primera Guerra Mundial, los reyes Constantino y Sofía fueron acusados de ser pro-alemanes y la edad de tres años la princesa tuvo que ser rescatada de la villa de la familia, Tatoi, en las afueras de Atenas, después de que la policía secreta prendiera fuego a la casa.
El exilio se convirtió en una forma de vida para Catalina. En 1917, sus padres la llevaron a la seguridad de Suiza, pero en 1920 su padre regresó a Grecia, reinando como rey durante dos años más antes de que volvieran al exilio. Constantino I murió en el exilio en Florencia, en 1923, atormentado por los problemas poĺitico que había sufrido su corona.
Catalina y su familia ahora pasaron muchos años en Florencia, viviendo en Villa Sparta, donde se convirtió en una pintora entusiasta.
A la agitación política se sumó a una educación estresante. Desde la edad De siete, Catalina había sido atendida por una institutriz inglesa, la señorita Edwards, y durante la Primera Guerra Mundial se educó en Suiza y asistió a un internado en Broadstairs antes de ir a North Foreland Lodge, Inglaterra. En la década de 1920, la familia fue exiliada a Florencia, donde vivió con su hermana, la reina madre Helena de Rumania. Catalina y su familia ahora pasaron muchos años en Florencia, viviendo en Villa Sparta, donde se convirtió en una pintora entusiasta.
En 1934, Catalina (primera desde la izquierda) fue dama de honor, al igual que la joven princesa Isabel, ahora reina, en la boda del duque de Kent y la princesa Marina de Grecia
En 1934, Catalina fue dama de honor, al igual que la joven princesa Isabel, ahora reina, en la boda del duque de Kent y la princesa Marina de Grecia, prima hermana de la princesa, en la esplendorosa boda en la Abadía de Westminster, Londres. Un año más tarde, tras la segunda entronización de Jorge II en 1935, Catalina regresó por fin a su tierra natal para cumplir con sus deberes reales, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial significó más turbulencias.
Catalina se unió en 1939 a la Cruz Roja Griega y participó en la enfermería de los hospitales de campaña. En 1941, el rey Jorge II, los príncipes herederos Pablo y Federa con sus pequeños hijos, tuvieron que huir de Grecia en un hidroavión organizado rápidamente por la Real Fuerza Aérea británica. Catalina los acompañó a Sudáfrica, donde pasó el resto de la guerra. Allí, en circunstancias algo precarias, continuó desempeñándose como enfermera y trabajó para ciegos en un hospital militar en Ciudad del Cabo. La conocían simplemente como “Hermana Katherine”. Durante cuatro años estuvo completamente sin noticias de su querida hermana, la reina Helena de Rumania.
En la boda estuvieron presentes la princesa Sofía, de 7 años, y sus hermanos menores, Constantino e Irene.
En 1947 la princesa conoció a quien sería su esposo, el oficial de Artillería Real, el Mayor Richard Campbell Brandram, un oficial de la Artillería Real que jugaba rugby y que era hijo de un director de escuela preparatoria retirado. Se habían visto por primera vez a bordo del Asconia cuando ella salía de Alejandría en su camino de regreso a Inglaterra, y él regresaba a casa desde Bagdad. Según el mayor Arthur Gould-Lee, historiador de la familia real griega: “En el camino de los solteros solteros a bordo, [Brandram] consideraba con cierto interés selectivo la llegada de nuevas pasajeras femeninas a la cubierta de primera clase”.
El rey Jorge II de Grecia anunció “con especial satisfacción” el compromiso de su hermana con Richard Brandram. La madre del mayor fue objeto de considerable atención de la prensa y declaró públicamente su felicidad: “No todos los días te conviertes en la futura suegra de una princesa”. El rey Jorge murió inesperadamente tres semanas antes de la boda en Atenas y su sucesor, el nuevo rey Pablo actuó como padrino con un brasalete de luto en el brazo. En la boda estuvieron presentes la princesa Sofía, de 7 años, y sus hermanos menores, Constantino e Irene.
Catalina adoptó el nombre inglés “Katherine” y el apellido de su esposo tras su matrimonio.
Catalina adoptó el nombre inglés “Katherine” y el apellido de su esposo tras su matrimonio y el rey británico Jorge VI le otorgó el título de Lady, con el rango de hija de un duque. La princesa se retiró de la vida pública y disfrutó de la pintura y la vida familiar en una cabaña en Marlow. Despojada de todo interés dinástico, Catalina encajaba más en el estilo de vida de la esposa de un oficial del ejército, quien prestó servicio en varias partes del mundo. Juntos pasaron algunos años en Bagdad y otras áreas conflictivas donde el ejército británico mantuvo una presencia militar. Pocas veces se volvió a ver a la princesa: asistió en 1995 a la boda del príncipe heredero Pablo de Grecia, y una de sus últimas apariciones públicas fue en el servicio del 80 cumpleaños de su primo, el duque de Edimburgo, en la Capilla de San Jorge en Windsor en junio de 2001.
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El 2 de noviembre de 1938, a la recién nacida princesa griega iban a llamarla Olga, pero una multitud coreó el nombre de su desafortunada abuela, Sofía de Prusia, hermana del último káiser.
Hace 82 años, el 2 de noviembre de 1938, miles de griegos se acercaron al palacio de la familia real griega para celebrar el nacimiento de una princesa. Se trataba de la primera hija del príncipe heredero Pablo, hermano del entonces rey Jorge II, y de su esposa, la princesa alemana Federica de Hannover. Y hoy la conocemos como Doña Sofía, reina emérita de España.
La pareja de herederos había planeado bautizar a su primogénita con el nombre de Olga, en honor a la primera reina de la dinastía, la gran duquesa Olga Constantinovna de Rusia, pero terminaron cediendo a la voluntad popular, que celebró el nacimiento con gritos de “¡Sofía, Sofía, Sofía!” Efectivamente, los griegos todavía recordaban con tristeza a la reina Sofía, madre del príncipe Pablo y abuela de la princesa recién nacida, que había sufrido en carne propia los avatares de la inestabilidad política del país.
Sofía Dorothea Ulrike Alice, nacida princesa de Prusia en 1870, fue una de las cinco nietas de la reina Victoria de Gran Bretaña que fue soberana consorte en un país europeo. Hija del káiser Federico III y hermana de Guillermo II, último monarca de Alemania, su matrimonio con el príncipe Constantino, de fe ortodoxa, la enfrentó a su familia. La boda de 1889, sin embargo, fue muy celebrada por el pueblo griego, debido a que una antigua leyenda local decía que el país recuperaría gloriosamente sus posesiones de Constantinopla, y el esplendor del Imperio Bizantino sería restaurado el día que un príncipe griego se casara con una princesa del Norte.
Sofía tuvo seis hijos, tres varones y tres mujeres: el mayor sería el rey Jorge II, después de cuyo nacimiento la madre se convirtió a la fe Griega Ortodoxo, para disgusto del káiser Guillermo II; el segundo hijo, el rey Alejandro I, murió trágicamente cuando era muy joven después de ser mordido por un mono rabioso; el tercero sería el rey Pablo I. Sofía y Constantino también tuvieron tres hijas: Helena fue la esposa de Carol II de Rumania; Irene fue duquesa consorte de Aosta al casarse con un descendiente de los reyes de Italia; y Catalina se convirtió en una lady británica por matrimonio.
El reinado de Constantino I y Sofía fue muy caótico. Ascendieron al tono en 1913, después de que el rey Jorge I fuera asesinado. Un año después estalló la Primera Guerra Mundial y puso a la reina Sofía en la mira de la indignación popular debido a su origen alemán. La situación de la familia real se volvió todavía más peligrosa a medida que avanzó la guerra y, por a su negativa a unirse a los Aliados, los reyes y sus hijos fueron expulsados del país. Solo el príncipe Alejandro se quedó Atenas, donde fue entronizado como un rey títere del primer ministro. A Alejandro no se le permitió contactar a su familia a menudo durante su breve y turbulento reinado, lo cual amargó aún más el penoso exilio de Constantino I y Sofía.
Después de la dolorosa muerte de Alejandro I lejos de su familia (solo se permitió la presencia de su abuela, la reina Olga), sus padres fueron invitados a regresar a Grecia para volver a ocupar el trono. Sin embargo, el segundo reinado no fue exitoso debido a la mayor inestabilidad política y el fervor nacionalista de la región. En 1922, Constantino abdicó por segunda vez a favor del príncipe heredero Jorge, quien se convirtió en Jorge II. Constantino y Sofía partieron con escasas poseciones personales rumbo a Italia, donde el ex rey murió el 11 de enero de 1923, con el corazón destrozado por tantas emociones.
“Unidos en la desgracia, el rey y la reina Sofía daban desde hacía varios años un conmovedor ejemplo de fidelidad conyugal; pero no siempre había sido así”, escribió el historiador Ghislain de Diesbach. “Se contaba que, de joven, la reina Sofía, que tuvo que quejarse a menudo de los cambios de conducta de su marido, fue a preguntar a su suegro qué actitud convenía adoptar en semejante circunstancia. El viejo rey, cuya vida conyugal no había sido, según parece, del todo irreprochable, le respondió con una sutil sonrisa: ‘Pregúntaselo a tu suegra, ella podrá darte sobre esto los mejores consejos’”.
A la reina Sofía nunca se le permitió regresar a Grecia, desafortunadamente, no logró reconciliarse con su hermano, el ex emperador, que vivía en Holanda. La ex reina de Grecia murió el 13 de enero de 1932a la edad de sesenta y un años en Frankfurt a causa de un cáncer y su cuerpo fue enviado a Florencia para ser enterrado junto al féretro de su esposo. Mucho después, los restos de Constantino I y Sofía fueron enviados a Grecia para descansar en el Cementerio Real del palacio Tatoi, cerca de Atenas.Ocho años después nació su nieta, Sofía, princesa de Grecia llamada a ser reina de España.
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“Lamento haber traicionado vuestra confianza en nosotros”, declaró el rey, sentado junto a la reina Máxima, en un video difundido en las redes sociales.
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El rey Guillermo Alejandro de Holanda se disculpó públicamente este miércoles 21 de octubre tras haber sido obligado a interrumpir sus vacaciones familiares en Grecia ante el descontento de los holandeses, actualmente en «confinamiento parcial» para luchar contra la segunda ola del Covid-19.
«Lamento haber traicionado vuestra confianza en nosotros», declaró el monarca, sentado junto a la reina Máxima, en un video difundido en las redes sociales por el Palacio real.
Guillermo Alejandro, de 53 años, admitió que fue «muy imprudente» «no tener en cuenta el impacto de las nuevas restricciones en nuestra sociedad», y precisó que le correspondió la decisión de interrumpir el viaje.
“Me dirijo a ustedes con pesar. Nuestro viaje a Grecia ha provocado fuertes reacciones de muchos holandeses”, dijo el monarca. «A pesar de que el viaje estuvo en línea con las regulaciones, fue muy imprudente no tomar en cuenta el impacto de las nuevas restricciones en nuestra sociedad».
Según Guillermo Alejandro, él y la reina tomaron la decisión de regresar. “No deberíamos haber ido”, afirmó.
El mensaje se grabó este miércoles por la mañana en el Palacio Huis ten Bosch. El rey dijo que desde el inicio de la crisis del coronavirus, la familia hizo todo lo posible por “encontrar un espacio dentro de los límites de las restricciones y estar allí tanto como sea posible para todos los que buscan apoyo en tiempos inciertos”.
“Es un momento difícil para todos. Un tiempo de carencias, limitaciones y preocupaciones. Del miedo, la ira y la inseguridad también. Hemos escuchado las conmovedoras historias en muchos encuentros, en persona y digitalmente. Sentimos un vínculo contigo y con todas aquellas personas que han sido afectadas directa o indirectamente”, afirmó.
La pareja real dijo que continuarán trabajando en la lucha contra el coronavirus en su país, donde desde la aparición de la enfermedad se registraron oficialmente 244.391 casos positivos, con 6.814 fallecimientos, según las últimas cifras oficiales.
El trabajo de la familia real estará orientado, dijo el monarca, “a que todos en nuestro país puedan retomar la vida normal lo antes posible”. “Eso es ahora lo más importante y continuaremos haciéndolo lo mejor que podamos. Estamos involucrados, pero no somos infalibles”.
En estado de shock
La familia real acortó el sábado sus vacaciones, un día después de haber llegado a Grecia. Afirma que tomó en cuenta la «intensa» reacción de sus compatriotas, que han sido instados a limitar al máximo sus desplazamientos.
El asunto pareció cerrado pero el martes volvió a hablarse del tema después de que el gobierno admitiera que no toda la familia real regresó apresuradamente a Holanda, sino que la princesa heredera Amalia y su hermana menor, Alexia, se quedaron unos días más en Grecia porque la familia no consiguió pasajes de avión para todos.
“Esto causó más conmoción, porque el Servicio de Información del Gobierno y el Primer Ministro Rutte no le habían dicho que las princesas se habían quedado”, dijo el periodista Jeroen Schmale.
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El carácter dominante, casi autoritario, de la reina llevó a Charles De Gaulle a decir que ella “aspiraba a ser más que una reina decorativa en unos tiempos en que ya es mucho ser simplemente una reina”.
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Alto, macizo, tranquilo pero fuerte, el rey Pablo de Grecia parecía un gigante de rostro amable, frecuentemente iluminado por una sonrisa. Incluso a los sesenta años de edad, su presencia era la de un sereno atleta, poderoso y grande. A su lado, su esposa, Federica, parecía pequeña, aunque sin dudas era elegante y graciosa, majestuosa como ninguna otra reina de su tiempo, inteligente, tenaz, se diría guerrera. Pero si Pablo, quinto rey de la dinastía danesa que reinó en Grecia fue el más popular de su linaje, Federica se convirtió en la reina más impopular, al punto de ser acusada por los políticos, el Ejército y la propia familia real como la culpable de todos los males que vivió el país en los últimos años de la monarquía.
La nieta del káiser
Federica de Hannover fue una princesa alemana, madre de la reina Sofía de España y del último rey heleno. Cuando nació, en 1917, el Imperio Alemán agonizaba bajo el ya tambaleante trono de su abuelo, el káiser Guillermo II. Su padre, el príncipe de Hannover, había recuperado para su linaje el disputado Ducado de Brunswick, pero pronto también perdería su corona. Su madre, la princesa Victoria Luisa de Prusia, era la única hija mujer y, por supuesto, la predilecta del káiser, una mujer valiente, intrigante y decidida guardiana de las maneras monárquicas de antes de la Gran Guerra. Un año después del nacimiento de Federica, sus padres no tenían corona ni patria alguna.
La familia de Federica se mudó a Austria cuando aún era una niña, y ella creció allí, en Gmunden. Fue educada por su madre y una institutriz inglesa hasta que, a la edad de 17 años, fue enviada a estudiar en Inglaterra, donde se destacó en su clase, y estudios adicionales la llevaron de regreso a Austria y luego a Florencia. Por entonces, en palabras de la biógrafa Pilar Eyre, Federica era una princesa «vivaz como un ratoncillo, lista y traviesa, espontánea y algo impertinente» que con el paso de los años “se convirtió en una déspota arrogante de comportamiento tiránico a quien nadie a su alrededor se atrevía a llevar la contraria».
En Italia conoció a Pablo, hermano del rey Jorge II de Grecia, durante unas reuniones con familiares, y con él se casó en Atenas en enero de 1938. Federica tenía entonces 21 años, mientras Pablo tenía 37, y, aunque parecía un matrimonio de conveniencia, lo cierto es que fue de puro amor. El mismo año de la boda nació la princesa Sofía, futura reina de España. En 1940 nació el príncipe heredero Constantino y dos años después, en Sudáfrica, nació la princesa Irene. Los siguientes años fueron de durísimas pruebas políticas para la pareja —la guerra, los boombardeos, el escape de la persecución nazi, el exilio en África, la revolución y la guerra civil— que pusieron de relieve el extraordinario temple de la princesa Federica.
La dinastía de sangre danesa que reinaba en Grecia fue llamada a reinar allí en 1863, cuando las potencias europeas le ofrecieron la incipiente corona a un joven príncipe de 17 años, Guillermo, hijo de Christian IX de Dinamarca. Fue la dinastía de las pruebas: Guillermo (con el nombre de Jorge I) reinó 50 años y llevó paz y estabilidad a la nación, pero con su asesinato en 1913 comenzaron las desgracias. Su hijo Constantino II, reinaría tres veces y tres veces sería expulsado del país. Su nieto, Alejandro I, fue un rey manipulado que murió después de ser mordido por un mono rabioso. Jorge II sería expulsado por los nazis y moriría al regresar a Atenas, poco después de la liberación. Tan solo el reinado de Pablo -desde la muerte de Jorge II en 1946 a 1964- pudo dar a los griegos solidez y estabilidad política.
Una reina influyente
Durante los años 50 y principios de los 60, Federica se movió con absoluta seguridad por el laberinto de la política interior griega. “La popularidad de la reina le ha dado firmeza a la monarquía y ha ‘convertido’ a la mayor parte de los republicanos en monárquicos”, escribió una biógrafa de Federica antes de la muerte de Pablo. “En el gobierno griego actual no se sienta ni un solo hombre cuya designación no cuente con el asentimiento del rey y la reina (…) La reina es muy testaruda pero su astucia encierra a su testarudez en el cuarto sellado. Aprendió a calibrar sus defectos y pasa hoy, con razón, por lser la consejera más inteligente de Pablo en los asuntos de la política interior. Antes se lanzaba de cabeza a las decisiones políticas; hoy, como buena psicóloga, se acerca dando rodeos”.
Según la autora, Federica “conoce a los atenienses, para los cuales la política es la sal de la vida. En lugar de forzar una situación maneja cuidadosamente carta contra carta, astucia contra astucia y, si es preciso, también intriga contra intriga. Sabe distinguir muy bien la diferencia que hay entre lo que son las palabras o las acciones y la importancia verdadera que entrañan. (…) Federica es la única reina griega que se ha conquistado una mesa de escritorio en el despacho de su esposo. Eso significa muchísimo en un país en cuyos distritos rurales la mujer no puede sentarse a la mesa con el marido. (…) Mucho más rápidamente que la manera acertada de tratar a los políticos griegos Federica aprendió la regla mágica para entenderse con los estadistas extranjeros”.
Fuera del ámbito político, Federica promovió causas en pos de los pobres, los enfermos y los que fueron víctimas de tragedias naturales. “Se dedicó plenamente fundando guarderías infantiles y hospitales, trabajando como enfermera, haciendo colectas para los soldados y visitando los rincones más apartados del país”, escribió a biógrafa. “Los campesinos sientes por ella entrañable afecto, porque Federica es un hada que acude desde la lejana y misteriosa Atenas y el pueblo la aclama cuando, sin escolta, se mezcla con el pueblo”. Sin embargo, en el centro del poder político griego, y según el historiador Steven Runciman, casi nadie de la familia real respetaba o quería a la reina Federica. Lo que en principio era visto como elogiable en una reina consorte comenzó a ser visto con malos ojos por aquellos que aspiraban al poder democrático o los que ya lo habían conseguido.
El idilio griego entre los helenos y la monarquía murió junto con el rey Pablo, el 6 de marzo de 1964. Su hijo, Constantino II, tenía 23 años y desde el mismo día del fallecimiento del rey la prensa griega comenzó a poner en duda la forma en que el joven monarca ejercería su poder: la mayoría apuntaba a la reina viuda como la posible mentora y manipuladora de su hijo, lo cual a muchos parecía intolerable. Ya desde hacía un par de año la reina había sido acusada de intervenir en asuntos políticos de la nación, sobrepasando incluso los límites concedidos por la Constitución. Muerto el rey Pablo, muchos pensaron factible que aumentara su influencia.
Las críticas respecto a Federica, ya viuda, comenzaron casi inmediatamente después dé iniciarse la luna de miel de su hijo con Ana María de Dinamarca, en septiembre de 1964. Antes, en 1962 se acusó a Federica de malgastar el dinero público, cuando la mayor parte de Grecia vivía penurias económicas, al organizar la fastuosa boda de su hija mayor con el príncipe Juan Carlos de Borbón. Y un año más tarde, ocurrió lo mismo cuando, con ocasión del centenario de la monarquía griega, Federica reunió a toda la familia real en una de las últimas pompas de su dinastía. Los diarios comenzaron a hablar de las joyas y los vestidos de Federica y un diplomático lo confirmó: «De la noche a la mañana Federica pasó a ser la más odiada por sus súbditos (…). Almacenó mucho, pero nunca pensó que estaba obrando mal. Pensaba que enriqueciéndose ella se enriquecía el país. Porque Grecia era ella«.
Aquellas informaciones, ampliamente difundidas en las revistas europeas, decían que el gobierno griego, harto de tener a Federica en los asuntos de Estado, le habría ofrecido 100.000 dólares anuales a cambio de abandonar Grecia. Los rumores eran tan grandes que un diplomático griego establecido en Copenhague fue destituido después de comentar a la prensa que, a diferencia de los ocurrido en Grecia, en Dinamarca las reinas viudas no tienen poder. “Es de verdad un duro destino el tener que enfrentarse, privada de toda protección, para refutar las acusaciones que me achacan de tener ambiciones políticas y financieras”, se lamentó Federica en una carta dirigida al pueblo.
Como respuesta, aparecieron aquellos que la prensa antimonárquica apodó “los caballeros de Federica”. El primer ministro Georgios Papandreu expresó pública su “profundo sentimiento por la gran amargura expresada en la misiva de la reina madre”, motivada por “falsas e insultantes informaciones de ciertos órganos de la prensa”. Otro dirigente, líder de la oposición, recordó que “cuando la reina Federica arriesgó su vida durante la época en que el suelo patrio estaba envuelto en la guerra de las guerrillas comunistas no podía imaginar que tendría que padecer la amargura a que está siendo sometida en los momentos actuales”. “Mi conciencia está tranquila”, dijo la reina. “Durante mi matrimonio con el rey Pablo, nuestra vida estuvo únicamente inspirada por un amor desprovisto de egoísmo hacia nuestro pueblo y nuestra familia”.
Federica había tenido su época de heroína años antes, durante la guerra civil de Grecia de 1946 a 1949. Sus visitas al frente en las montañas del norte, en las que departía con sencillez con los soldados, quizá bajo los ataques de los guerrilleros comunistas, en las que danzaba con ellos los bailes griegos, o en los que hablaba con las mujeres de las aldeas de sus maridos muertos o desaparecidos, la convirtieron en una madre de la nación. Sus obras de caridad a las que animaba a participar a las damas de Atenas le ganaron la simpatía de ciertos ambientes de la sociedad griega.
«La extranjera»
La defensa del gobierno griego hacia la reina madre no hizo mella y la población pareció creer las noticias divulgadas en la prensa comunista y opositora, que en octubre de 1964 llegó a tales extremos y excesos que se sugerían los motes de “La alemana”, “La extranjera” y “La austríaca”, evocando a María Antonieta de Francia. Las embajadas y cancillerías tímidamente se hicieron eco de los rumores que decían que Papandreu, pese a su caballeresca defensa, deseba que la reina viuda “se retire a sus propiedades de Austria” y abandone Grecia. Pero las razones de Papandreu no eran personales: se comentaba que siempre ridió culto a la majestuosa belleza de la reina, pero el gobierno le advertía que no podría tener el Ejército griego en sus manos mientras Federica estuviera en Atenas. Algunos panfletos críticos comenzaron a circular entre los obreros y los soldados y el primer ministro tendría que elegir entre su poder o el de la reina viuda.
El punto álgido del escándalo llegó cuando el príncipe Pedro, primo del rey Pablo y segundo en la línea de sucesión al Trono, acusara a Federica de causar “disensiones” en el seno de la familia real y el rey Constantino se viera obligado a suspender su luna de miel y volver a Grecia para poner fin al escándalo. En una prestigiosa revista francesa, Pedro vaticinó una revolución en Grecia a causa del comportamiento excéntrico de la reina Federica, a quien tildó como la causa de todos los males del reino. La prensa dijo que ese enfrentamiento se debía al supuesto compromiso que nunca se celebró entre Pedro y Federica en los años 30. “Su su actitud es perjudicial para el país. Trata de perjudicar la vida política normal y sus declaraciones son incorrectas e impropias”, le reprochó el primer ministro.
A partir de entonces, la caída en desgracia de la reina Federica fue de la mano con estrepitosa la caída de la monarquía. Entre 1965 y 1967, numerosas y con frecuencia violentas manifestaciones antimonárquicas estallaron en Atenas y otras ciudades. En ellas miles de personas solían cantar al unísino “Fuera la Alemana”. El 21 de abril de 1967, un grupo de coroneles, encabezado por George Papadopoulos, se alzó con el poder, acción que se justificó por el peligro de una conspiración comunista y Constantino II aceptó el golpe, firmando unos 200 decretos para expandir sus poderes. Fue la sentencia de muerte de la dinastía griega y la población clamaba en las calles que había sido Federica la causa de esa tragedia.
El fracaso de un contragolpe auspiciado por el mismo rey para terminar con el poder militar ocho meses después, el 13 de diciembre de 1967, llevó a Constantino y a su familia al exilio ante el silencio de la población griega. La junta golpista dijo luego que tenía deseos de reconciliarse con el rey y permitir su regreso a Grecia, pero una de las condiciones que puso para su vuelta fue la de considerar a Federica “persona non grata”, como consecuencia de su posición polémica con relación al régimen. En tanto Papadopulos, el dictador Stylianos Pattakos y los demás militares insistieron en la función de “mala consejera” de la madre con respecto al rey.
“Si el rey quiere hacerse cargo nuevamente del trono, no hay quien lo impida. Naturalmente, habría que tomar algunas medidas respecto a responsabilidades y culpabilidad de otros, pues ya se sabe que el rey, constitucionalmente, no está sujeto a responsabilidad”, advirtió el general. El asunto llegó a un punto crítico en 1973. El gobierno celebró un plebiscito sobre la monarquía, que perdió ante la causa republicana. Según informes, la reina viuda tomó la iniciativa en conversaciones con simpatizantes monárquicos, y Constantino II emitió una fuerte declaración en Roma que reflejaba la influencia de su madre. Pero las autoridades de Atenas prevalecieron, y la monarquía quedó abolida. Federica no volvió al país que trató como reina: tras su muerte, por un ataque cardíaco en una clínica de Madrid, el gobierno griego permitió que su familia solo estuviera algunas horas en Atenas para sepultarla junto a la abandonada tumba de su marido en Tatoi, donde había pasado los mejores años de su vida.
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Rey «títere» del gobierno, incomunicado y alejado de su familia por decisión política, Alejandro I fue mordido por un mono rabioso en Tatoi el 2 de octubre de 1920. El incidente le causaría la muerte después de varios días de horrible agonía.
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A través de los tiempos, muchos monarcas han muerto asesinados, combatiendo e incluso en las circunstancias más bizarras. Sin embargo, solo un monarca europeo ha sido «asesinado» por un mono: el rey Alejandro I de Grecia, quién falleció a los 27 años de edad en 1920. Alejandro era el segundo hijo del rey Constantino I de Grecia y, por lo tanto, tío de la reina doña Sofía de España. A través de su madre, era sobrino del último emperador de Alemania y bisnieto de la reina Victoria de Inglaterra.
Nacido en 1893, desde niño fue el más lindo de todos los hijos de Constantino, según contó su abuela, la emperatriz Victoria de Alemania: “Desearía que pudieras ver a los hijos de Sofía. El mayor es un niño muy interesante. El segundo [Alejandro] es un niño realmente espléndido, con enormes ojos azules, pestañas negras, frente ancha con pelo negro y ondulado, una boca bonita, una naricita hacia arriba y hoyuelos en sus rodadas mejillas”.
Cuando tenía poco más de veinte años, el príncipe Alejandro se enamoró de una hermosa joven griega llamada Aspasia (1896–1970). Por entonces, un golpe militar derrocó al rey Constantino y lo envío al exilio junto al príncipe heredero Jorge. Alejandro se vio obligado a ascender al inestable trono de Grecia gobernando, sin embargo, como un títere del dictador Venizelos. El rey Alejandro y Aspasia se casaron casi en secreto y sin el apoyo del gobierno de Venizelos ni de la familia real, que permanecía en el exilio. “¡Estábamos tan enamorados!”, dijo ella. “No podíamos separarnos ni siquiera por espacio de cinco minutos”.
Pero la desgracia (a la que la familia real griega parecía estar muy acostumbrada) estaba por llegar. A los pocos meses de la boda, Aspasia quedó embarazada y en octubre de 1920 el rey Alejandro murió. El 2 de octubre de ese año, su perro, llamado “Fritz”, fue atacado por un mono doméstico que pertenecía a la finca real de Tatoi, en Atenas. Al intentar separarlos, el rey fue mordido por el mono en una pierna. El joven Alejandro no le dió importancia a las heridas, pero pronto generaron una infección generalizada. El mono padecía rabia y su mordida mataría al rey de Grecia. Una septicemia fulminante agravó el estado de salud del rey griego.
Los médicos consideraron amputar la pierna del rey, pero ninguno de ellos quiso hacerse cargo de la responsabilidad, al desconocerse si tal operación salvaría la vida del rey, de 27 años. El gobierno civil apenas dio explicaciones y solo permitió que la reina Olga, abuela de Alejandro, regresara del exilio para acompañarlo. Desgraciadamente, la reina no llegó a despedirse de su nieto, quien murió el 25 de octubre. A la reina Sofía le fue negado el desesperado pedido para asistir a los funerales de su hijo y la desgracia la marcó para siempre. “El dolor ha hecho desaparecer toda la amargura causada por el matrimonio secreto de Alejandro”, dijo su tío, el príncipe Nicolás. Unos meses después, la viuda Aspasia dió a luz a una niña, que bautizaría Alejandra, y serviría como nexo de reconciliación entre su madre y la familia real griega.
Riquisima heredera de la dinastía Bonaparte y lanzada a un matrimonio sin amor con un hombre que amaba a otro, esta princesa fue una «rara avis» en la realeza del siglo XX. De alma generosa y apasionada por la lectura, su gran pasión fue el psicoanálisis.
Pocos personajes de la realeza del siglo XX fueron tan peculiares como esta mujer, del linaje de Napoleón, discípula, amiga y salvadora de Sigmund Freud, autora de numerosos libros sobre psicoanálisis y especializada en el sexo femenino y tía de la reina Sofía. Se trata de Marie Bonaparte, una ‘rara avis’ entre las testas coronadas de Europa. Apasionada, inteligente, viajera, lectora y muy rica, sus grandes pasiones fueron un marido gay que nunca la amó y la conducta sexual femenina.
Nacida en París en 1882, era una de las herederas más ricas de Francia cuando conoció al príncipe Jorge de Grecia, hijo de los monarcas helenos y soltero empedernido, que a los 37 años no mostraba deseo por tener una mujer o una familia. Sin embargo, la razón de Estado exigía que el segundo hijo de los monarcas pasara por el altar y engendrara descendientes. Fue así que, durante una visita a París en que acompañaba a sus padres, Jorge de Grecia conoció a esta bonita princesa, que ya había rechazado las propuestas matrimoniales de varios príncipes (incluido el arruinado soberano de Mónaco) porque los Bonaparte deseaban algo de mayor nivel. Una cena, milimétricamente organizada, en el lujoso apartamento parisino del príncipe Roland Bonaparte dio como resultado un inmediato compromiso matrimonial entre Jorge y Marie. “¡Nunca vas a encontrar un partido semejante!”, dijo Roland a su hija, feliz de emparentar con la realeza cuando ninguna casa real quería casarse con príncipes de su linaje.
“¡Es el esposo que muchos padres querrían para su hija!”, decía Roland, feliz de la vida. Marie, por su parte, no se sintió ofendida ante las intenciones de Jorge, a quien no conocía en absoluto pero a simple vista era todo un galán, como ella lo describió: “Elegante, rubio, con un largo bigote rubio como el de su padre, nariz recta y ojos de un azul cielo que sonríen. Poco pelo, es casi calvo, pero ¿qué importa? Es hermoso, rubio y sobre todo, parece tan bueno, tan bueno… Además, parece que este gigante sufre un poco, lo cual lo hace aún más tierno”.
Casada con un príncipe homosexual
Parece que Marie se enamoró poco a poco de Jorge, aunque desde el principio sintió que no tenían nada en común. Aunque estaba feliz de tener un marido a quien escuchar, él no tenía ningún interés en ella ni en su vida. Tampoco quería dejar su vida en París y mudarse a Atenas, donde temía aburrirse, pero aceptó para complacer a su padre. Era el año 1907 cuando Marie, que había pasado toda su infancia en un ambiente frío, marcado por la tragedia de una madre muerta a la que no conoció, se convirtió en princesa de Grecia. Sin embargo, en un micromundo donde lo importante eran las sedas, las joyas y las apariencias, Marie siempre se sintió un sapo de otro pozo: prefería miles de veces una biblioteca a un salón de baile, y un libro a una tiara.
Las cosas cambiaron de la noche a la mañana cuando, una vez casados, comenzaron la vida marital. “Odio hacer esto tanto como tú, pero tenemos que hacerlo si queremos tener hijos”, fue la poco romántica y muy desafortunada frase que le dijo Jorge en la noche de bodas. Al poco tiempo, Marie descubrió que en realidad su marido era homosexual y mantenía desde hacía mucho tiempo un fuerte romance con un tío, el príncipe Valdemar de Dinamarca.
Desde aquel momento, Marie supo que jamás sería amada por su marido, y sin embargo, conocedora de la mente humanada, respetó aquella relación nacida entre tío y sobrino. De hecho, en 1957, cuando Jorge murió, la princesa se acercó a su cadáver y besó su frente porque sabía que los labios de su marido solo habían pertenecido a Valdemar. Pero, ¿por qué siguió casada con Jorge hasta que la muerte los separó? “Mi marido me ahoga, me restringe, pero es el único que me amará hasta la muerte”, explicó ella. “Nos haremos viejos y nos quedaremos solos, pero nos apoyaremos el uno al otro mientras la vida nos dure”.
Buscando el amor y el afecto que le había negado su esposo, Marie se entregó a una serie de romances muy discretos con el político y pensador francés Aristide Briand, y con uno de los discípulos de Freud, Rudolph Loewenstein, aunque ella siempre aseguró que sus romances no pasaron más allá de los platónico. Prefería el intelecto, al cuerpo humano. Ahogada en una corte austera y sin brillo, condenada a sufrir el desamor, desde entonces Marie volcó toda su vida al estudio.
Amiga y salvadora de Freud
Fue justamente gracias a Loewenstein que Marie se interesó en el psicoanálisis. Esperaba que al ser psicoanalizada por Freud pudiera ayudarla con lo que se denominaba “frigidez” y disfrutara de este modo de la vida sexual. De hecho, se había sometido a una operación para que su clítoris estuviera más cerca de su vagina, después de realizar un estudio de 243 mujeres que mostró que las mujeres que tenían el clítoris más cerca de sus vaginas alcanzaban fácilmente el orgasmo durante el coito.
Absolutamente compenetrada con el tema, publicó sus descubrimientos en la revista médica “Bruxelles-Medical” bajo el seudónimo de A.E.Narjani, lo que significó el comienzo de un profundo estudio, que mantuvo toda su vida, sobre la sexualidad femenina que culminó en su libro “Feminine Sexuality” que se publicó en 1953 y se volvió a publicar en 1979. Paralelamente, sus encuentros con Freud derivaron en una amistad que duró toda la vida y la llevaron a una nueva carrera como psicoanalista.
El famoso comentario de Freud “La gran pregunta que nunca se ha respondido y que aún no he podido responder, a pesar de mis 30 años de investigación sobre el género femenino, es ‘¿qué quiere una mujer?» se lo hizo a Marie. El genio del psicoanálisis ayudó a la princesa a recordar hechos de su niñez que pudieran haberla traumado, descubriendo que cuando era niña había sido drogada por su niñera y el hermanastro de su padre, Pascal, para mantener relaciones sexuales sin que ella dijera nada. Alejada de la aburrida Atenas, Marie pasó cada vez más tiempo en Viena, no solo siendo psicoanalizada sino también estudiando a la par de Freud, para consternación de sus hijos, a quienes la lejanía de su madre marcó profundamente.
Marie de Grecia se convirtió en una de las amigas más cercanas de Freud. Cuando se sentía perseguido en Viena por los nazis, Marie le envió el dinero necesario para escapar de Austria, dinero que también sirvió para que él y su familia se instalaran en Hampstead. Además, compró las cartas de Freud a Wilhelm Fleiss para preservarlas a pesar del deseo del psicoanalista de que fueran destruidas, y cuando Freud murió, sus cenizas fueron colocadas en una urna que la princesa le había comprado. Más tarde se hizo muy buena amiga de Anna, la hija de Freud.
Sin embargo, el espíritu humanitario de Marie no se limitó a sus amistades. Dedicó una parte considerable de su fortuna para ayudar a rescatar a al menos 200 familias judías que se fueron de Alemania, salvándolas de morir a manos de los nazis, y usó su dinero para ayudar a establecer una escuela en París para entrenar psicoanalistas. Su riqueza contribuyó a la popularidad del psicoanálisis en Francia, convirtiéndose en una figura fundamental en la Sociedad Psicoanalítica Francesa.
Durante toda su carrera, Marie Bonaparte solo tomó 5 o 6 pacientes a la vez, haciendo crochet mientras conversaban. La mayoría de sus sesiones se llevaban a cabo en su jardín, y más tarde, cuando se hizo mayor, se encontraba con sus pacientes en su tocador mientras ella, ya anciana, usaba una adorable bata. En 1953, cuando asistió junto al príncipe Jorge a la coronación de la reina Isabel II de Inglaterra, pasó gran parte de la extensa ceremonia psicoanalizando al caballero que se encontraba sentado a su lado. Resultó ser Francois Mitterand, el futuro presidente de Francia.
La princesa también fue muy generosa con el más joven de sus sobrinos, el príncipe Felipe de Grecia, al que ahora conocemos como el duque de Edimburgo. Cuando Felipe, sus padres y sus hermanas se vieron obligados a abandonar Grecia, Marie les dieron una casa en St. Cloud (Francia) y ayudaron monetariamente a pagar la educación del joven príncipe, para quien manifestó siempre un interés permanente y cariñoso. Ese cariño llevó a Marie a organizar la internación de la madre de Felipe en Suiza, cuando fue diagnosticada con esquizofrenia.
El paso de los años y los azares políticos de la monarquía griega lograron unir a Marie con su esposo, junto al que vivió 50 años. Generosa hasta la muerte, Marie construyó una casa para que el príncipe Jorge pudiera vivir y pasar tiempo con Valdemar. El príncipe murió en 1957 y fue enterrado en la finca real de Tatoi, Atenas, bajo tierra llevada desde la casa de Valdemar en Dinamarca. “Pusimos en su féretro dos pequeñas banderas de esmalte, una griega y una danesa, su alianza y unos cabellos de Valdemar y la foto de Valdemar entre sus manos”. La princesa psicoanalista vivió cinco años más enfrascada en sus cientos de libros y estudios sobre la sexualidad femenina hasta su muerte, en 1962.
Casado con Ana María de Dinamarca y padre de cinco hijos, se vio obligado a exiliarse tras el golpe militar de 1967.
Descendiente de la reina Victoria, los zares de Rusia y los emperadores de Alemania, pasó su vejez en Londres, despojado de su nacionalidad griega.
«La monarquía sólo es relevante si el pueblo lo quiere», dijo una vez. «El pueblo griego ya ha decidido que quiere una república y me parece bien”.
El último hombre titulado Rey de los Helenos, Constantino II, cumple este 2 de junio 80 años, más de medio siglo después de ser derrocado y protagonizar la caída de la monarquía. Hijo del rey Pablo I, bisnieto del último emperador de Alemania, hermano de la reina doña Sofía de España, primo de Isabel II de Inglaterra y de Margarita II de Dinamarca, Constantino vivía desde finales de los años ‘60 en Londres, donde llevó una vida tranquila y con ciertas necesidades económicas. El exiliado monarca es el exponente más longevo de su dinastía, superarando a su bisabuelo, Jorge I, quien fue asesinado a los 79 años.
Nacido el 2 de junio de 1940, su madre fue la princesa alemana Federica de Hannover, descendiente directa de la familia real británica. Su padre, el rey Pablo I, era hijo del rey Constantino I y nieto del príncipe danés Guillermo, quien en 1863 fue invitado a reinar en Grecia y, con el nombre de Jorge I, inaugurar una dinastía. La familia sería derrocada y golpeada por tragedias en numerosas oportunidades durante la primera mitad del siglo XX hasta que Constantino II -bisnieto del rey fundador- recibió el golpe final a sus veintisiete años.
Constantino II se convirtió en rey en marzo de 1964, al morir su padre a causa de un cáncer de estómago. Unos meses después, el joven rey se casó con la princesa Ana María, hija de los reyes Federico IX e Ingrid de Dinamarca. “Yo vi una fotografía de Ana María en una revista y dije: «Quiero que sea mi esposa»”, relató Constantino. “Le dije a mi padre: «Voy a viajar a Dinamarca para conocerla». Me respondió que estaba loco. Es difícil explicar la ventaja de que un rey se case con una princesa. Pero mire el ejemplo de mi hermana, ella no tuvo que aprender a ser una Reina, nació siendo Reina. Tuvo que aprender español, pero ella ya sabía cuál es su misión: servir al pueblo”.
La boda real, a la que asistieron decenas de monarcas y príncipes extranjeros, fue muy celebrada por los griegos, que recordaban la leyenda de la “princesa llegada del Norte” que traería paz y prosperidad al país. Sin embargo, con el inicio de su matrimonio comenzaron los problemas para Constantino II. La prensa comenzó a mostrarse especialmente crítica con la reina viuda, Federica, a quien acusaban de derrochar demasiado dinero público. Un periódico llegó titularla “culpable de todos los males” del país.
El rey Constantino se granjeó la oposición de la mayoría de su pueblo en 1967, cuando se negó a condenar el denominado Golpe de los Coroneles, perpetrado en abril de ese año. Durante las siguientes semanas fue acusado de colaborar con los golpistas, a los que avaló con su firmaen centenares de decretos. El fracaso de un contragole, auspiciado por el ex monarca el 13 de diciembre, le llevó a abandonar Atenas a los gritos de «apóstata» y «traidor», animadversión que se extendía a sus hermanas, la reina Sofía y la princesa Irene.
Con algunas pocas pertenencias, el rey Constantino II y las reinas Ana María y Federica abandonaron Grecia. En Roma los acogieron el príncipe Enrique de Hesse, nieto del rey Víctor Manuel III de Italia, y Juan Carlos de Borbón -se cuenta que tuvo prestar ropa a su cuñado- y recibieron ayuda económica de los reyes de Grecia y de Bélgica. Para entonces, Constantino II ya tenía dos hijos: la princesa Alexia y el príncipe heredero Pablo. En 1969, en Roma, nació el príncipe Nicolás, y los príncipes Teodora y Filipos nacieron en Londres.
Según extractos de los archivos del ex jefe de Estado Constantin Caramanlis, el depuesto rey preparó en 1975 un golpe de Estado militar en Grecia para restablecer la monarquía, dos años después de que un cuestionado referéndum nacional diera como resultado la proclamación de la República y la abolición definitiva de la monarquía. Esos documentos, sobre la existencia de la conjura, que implicaban a oficiales del Ejército de Tierra y revelan que el golpe estaba previsto para febrero de 1976. El plan golpista fracasó gracias al poco apoyo que prestó al monarca el Ejército y a la respuesta del Gobierno de Constantino Caramanlis.
Despojado de su nacionalidad, Constantino II volvió a Atenas en 1981 para enterrar a su madre junto a su padre. La segunda visita fue en 1993, pero al oírle manifestar que seguía pretendiendo reinar, el Gobierno reaccionó expropiándole todos su bienes y retirándole el pasaporte. Entonces, Constantino II comenzó una larga batalla legal para recuperar su patrimonio familiar, que finalizó en 2002 cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo dictó sentencia a su favor. En 2004, anunció el final de su exilio, pero sus esperanzas de reinar comenzaron a menguar junto con su estado físico: “La monarquía solo es relevante si el pueblo así lo quiere”, dijo en una entrevista. “Pero es muy poco democrático solicitar cada cinco o diez años un referéndum para decidir si quieres o no una Monarquía. No es justo querer cambiar las reglas del juego todo el tiempo. El pueblo griego ya ha decidido que quiere una república y me parece bien”.
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