Hace más de seis décadas, la monarquía iraquí llegó a su fin con un sangriento golpe que mató al rey. Muchos iraquíes aún creen que fue el comienzo de un catastrófico deslizamiento cuesta abajo.
El 14 de julio de 1958, el joven rey Faisal II de Irak fue asesinado por un golpe militar que derrocó a la monarquía hachemita e instauró una dictadura. Poco después de las 5.30 de la mañana, el palacio real de Bagdad fue rodeado de tanques militares de los rebeldes que abrieron fuego, causando que gruesas columnas de humo volaran desde los pisos superiores del edificio. El príncipe heredero Abdul-Ilah, tío, regente y manipulador de Faisal, al darse cuenta de que el palacio estaba rodeado, ordenó a los guardias reales que se rindieran y que ondeara una bandera blanca desde el techo.
Poco antes de las ocho, Faisal II, de 23 años, otros miembros de la familia real, un grupo de sirvientas árabes y cocineros pakistaníes salieron por la puerta trasera del palacio en llamas para enfrentarse a un semicírculo de oficiales armados. Se les pidió que se volvieran hacia la pared y lo que sucedió después no está claro: se dice que los rebeldes abrieron fuego causando la muerte de todos con la posible excepción del rey, quien, según algunos testigos, no murió de inmediato. Un cocinero de la casa real dijo luego que estaba «absolutamente seguro» de que había visto a Faisal II muerto por el fuego de las armas.
Un camión cargado de cadáveres del palacio fue inspeccionado por un médico que estaba tan horrorizado por la mutilación que no pudo decidir si las mujeres pertenecían a la familia real o eran sirvientas. El cuerpo del rey fue llevado al Hospital Real de Bagdad, donde, después de algunos días, a los testigos se les permitió verlo para demostrar que estaba realmente muerto. La noticia fue confirmada por los insurrectos el 20 de julio. El cuerpo del odiado príncipe heredero fue entregado a la multitud, que le cortó las manos y los pies y exhibió sus restos como trofeo.


El cadáver desnudo y mutilado de este descendiente de Mahoma fue arrastrado hasta el Ministerio de Defensa, donde fue colgado por el cuello desde el balcón. Finalmente, registró un informe del Foreign Office, le pasaron un automóvil por encima «hasta que quedó aplanado en el suelo». Sin embargo, en el asesinato del joven rey Faisal, que había vivido modestamente y era inocente de toda corrupción, había, según el embajador británico, «evidencia de una gran vergüenza y dolor». Su cuerpo fue enterrado en estricto secreto en el cementerio real de Adhamiya.
Faisal II nació en 1935 mientras el mundo se preparaba para una guerra devastadora, vivió una época de agitación en Oriente Medio y un creciente nacionalismo panárabe, y murió en una revolución que también acabó con la monarquía de Irak. Se convirtió en rey de Irak cuando tenía solo 3 años, en abril de 1939, después de que su padre, el rey Ghazi bin Faisal, muriera en un accidente automovilístico. El linaje de Faisal cruzó las fronteras: su madre, la reina Aliya, era hija de Ali bin Hussein, rey de Hedjaz y gran sheriff de la Meca, quien había huido a Irak cuando fue depuesto por Abdulaziz Ibn Saud, primer rey de Arabia Saudita, en 1925.
Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Irak se alió con Gran Bretaña y los Estados Unidos, el joven Faisal vivió con su madre en Berkshire. Más tarde, cuando era adolescente, fue educado en la escuela de Harrow, junto con el futuro rey Hussein de Jordania, su primo hermano. Los dos se hicieron amigos íntimos, y pudieron haber considerado fusionar sus reinos. Antes de convertirse en rey, Faisal también visitó los Estados Unidos en 1952 y se reunió con el presidente Harry Truman.


Como era muy pequeño y con la mala salud (sufría de asma), comenzó su reinado bajo la regencia de su tío materno, el represivo y enormemente impopular, el príncipe heredero Abdul-Ilah. El 2 de mayo de 1953, en dos ceremonias paralelas, una en Bagdad y otra en Amman, los primos Faisal de Irank y Hussein de Jordania fueron entronizados como reyes. El dictador Saddam Hussein, más tarde diría que, aunque no simpatizaba con la monarquía, estaba «fascinado» por el carácter y el porte del joven Faisal. Pero la marea se estaba volviendo contra la dinastía hachemita iraquí. Trágicamente, fue su estrecha alianza con Hussein, el hombre en quien más confiaba en el mundo, lo que condujo a la destrucción de Faisal.
En el verano de 1958, el rey de Jordania pidió ayuda militar iraquí durante una escalada de violencia en el Líbano, donde la guerra civil parecía a punto de estallar. El 13 de julio, dos brigadas de infantería del ejército iraquí recibieron órdenes de dirigirse a Jordania, a través de Bagdad. Esa noche, Faisal II, el odiado e influyente Príncipe Heredero y otros miembros de la Familia Real estaban en palacio. El brigadier Abdul Karim Qassim, un oficial descontento con la monarquía y al mando de las dos brigadas, se dio cuenta de que tenía «ahora o nunca» la posibilidad de utilizar sus tropas para derrocar al régimen monárquico. En lugar de enviarlas a Jordania, las dirigió hacia el palacio de Qasr Rihab. Esa noche, la monarquía hachemita de Irak murió de la forma más sangrienta y para siempre.
“Faisal era era un hombre generoso, tranquilo y muy modesto”, recordó Jabbar Hamoud al-Jaefri, el chofer personal del rey, cuando se cumplieron 60 años del magnicidio. “Solía sentarse con los pobres en los cafés públicos y caminar por el mercado sin restricciones ni guardaespaldas. No se sintió amenazado por las condiciones de seguridad estables del país. Su gobierno fue justo y durante su reinado, el país prosperó. Además, era un hombre generoso, tranquilo y muy modesto”.


“Sufría de asma pero vivía como cualquier persona común”, continúa el relato de al-Jaefri. “No se podía decir que él era un rey. Nunca imaginé que Abdul Karim Qassim lo traicionaría porque era uno de los oficiales que estaba tan cerca del rey y del primer ministro. El reino era básicamente manejado por el tío y guardián del rey, Abdul-Ilah. El rey solía visitar la tumba de sus padres en el cementerio real todos los viernes. Recuerdo que un día estaba sentado en un café cerca de la corte y el rey pasó y me vio. Entró y me pidió que jugara con él. También recuerdo ese día porque el propietario de la cafetería ofreció té y café a todos los clientes de la cafetería de forma gratuita, porque el rey los había visitado”.
Al-Jaefri es uno de los miles de iraquíes que recuerdan con nostalgia la monarquía hachemita: “En mi opinión, hubiera sido mucho mejor si los que habían llevado a cabo el golpe hubieran exiliado a la familia real, como sucedió en Egipto. De mi amor por esa era, decidí seguir siendo un monárquico. Lo recuerdo todo porque amaba al rey. Desde 1958 hasta hoy, nunca he visitado la zona del palacio porque no quiero que me recuerden ese horrible día. Hay una gran diferencia entre ayer y hoy, en términos de seguridad que tenemos, pero también en términos de ética, honor y liderazgo. Todos los horrores del golpe son un punto negro en la historia de Irak.
Aunque el sistema monárquico bajo la dinastía Hashemita duró menos de cuatro décadas, todavía muchos consideran que la monarquía constitucional es un período de oro en la oscura historia del país y que la ejecución del rey dio solo dio como resultado una república tumultuosa y, en última instancia, la dictadura brutal de Saddam Hussein. Sadaih Khalid, un empresario de Bagdad, describió al brigadier Qassim como un «hombre loco» que mató al rey y otros miembros de la familia real a «sangre fría». El militar «abrió las puertas de la sangre y liberó los asesinatos, torturas y saqueos, desde los albores de ese negro 14 de julio hasta ahora», dijo Khalid a Arab News. «No habríamos pasado por todas estas tragedias si la familia real todavía estuviera aquí».


Este sentimiento es común en Bagdad, incluso entre los nacidos décadas después de que terminó la dinastía. No es solo que la desaparición de la monarquía fue el comienzo del descenso del país hacia la dictadura y los años de guerra, sino también que el golpe de Estado, sin piedad hacia la familia real, sentó un precedente sobre cómo las figuras más poderosas del país tratan con los opositores políticos. Durante el reinado de Faisal II el reino estaba ganando prominencia en el escenario mundial y era «más democrático y más limpio que hoy», opina Saad Mohsen, profesor de historia moderna en la Universidad de Bagdad. «Estábamos lejos de la sangre y la lucha que hemos llegado a conocer», dijo.
Pero también Irak era un país de enorme polarización social durante el reinado de la dinastía hachemita. Mientras que las clases ricas y bien conectadas disfrutaban de la buena vida en una capital próspera, el resentimiento se estaba acumulando entre los pobres del país, que eran más conservadores y receptivos a las quejas de que la monarquía era demasiado compatible con las necesidades de Occidente. «El sistema real no fue tan bueno como la gente piensa», opinó Abdallah Jawad, de 54 años. “La gente simplemente está cansada (de inseguridad) y por eso está dispuesta a volver y vivir bajo el sistema real. Pero no saben que la mayoría de las políticas adoptadas por la familia real en ese momento eran sectarias y discriminatorias».
«Este fue un período de mayor prosperidad, ayudado por los ingresos del petróleo y marcado por una rápida industrialización», escribió en el diario Niqash el columnista Faisal al-Yafai sobre esa nostalgia monárquica de los iraquíes, en su opinión, fuera de lugar. «Tal vez sea natural que los iraquíes vean esos años a través de lentes teñidos de rosa. Los relatos históricos del período lo recuerdan como un país culto, orientado hacia el exterior, seguro de sí mismo en su lugar en el mundo, menos poblado que El Cairo, más cosmopolita que Damasco».
Saddam Hussein, quien llegó a la presidencia en 1979, colocando al país en su calamitoso curso de guerras extranjeras y dictadura brutal, vivió fascinado por la figura del joven rey asesinado, al punto de restaurar el mausoleo real donde se encuentra la tumba de mármol, junto a la del rey Ghazi. El lugar de descanso de Faisal II ha sobrevivido a algunos de los episodios más oscuros de la historia de la nación. Como si eso no fuera lo suficientemente indigno, Faisal alcanzó una especie de inmortalidad; fue el modelo para el Príncipe Abdullah de Khemed, un personaje de «Las aventuras de Tintín», del escritor de cómics belga Herge.