El 6 de julio de 1553 murió Eduardo VI de Inglaterra: la esperanza perdida de la dinastía Tudor

Su nacimiento fue esperanzador para su padre, Enrique VIII, y para todo el reino. Pero no vivió lo suficiente para brillar con luz propia. Un artículo de la historiadora real Susan Abernethy.

Siempre es un ejercicio interesante como historiador contemplar los «y si…» de la historia. El rey Eduardo VI de Inglaterra es solo uno de esos casos. ¿Habría sido el epítome de un humanista protestante, gobernando con caridad? ¿O se habría convertido en un tirano como su padre? ¿Y si se hubiera casado con la reina María de Escocia? Ciertamente mostró muchas promesas, pero no vivió lo suficiente para que nosotros lo descubramos.

Llantos de alegría en el palacio

Eduardo nació el 12 de octubre de 1537 en el palacio de Hampton Court. Fue el único hijo legítimo sobreviviente del legendario Enrique VIII de Inglaterra. Su madre era Jane Seymour, la tercera esposa de Enrique. Enrique lloró de alegría mientras sostenía a su hijo tan esperado. A las ocho de la mañana de su nacimiento, se cantó un “Te Deum” en todas las iglesias parroquiales de Londres y se realizó una procesión oficial en la Catedral de St. Paul en presencia de muchos notables, incluido el embajador francés. Las campanas de la ciudad sonaron hasta las diez de la noche mientras se encendían hogueras y sonaban los cañones de la Torre. El vino fluyó.

El 15 de octubre, Eduardo fue bautizado en la capilla real de Hampton Court, que recientemente había sido redecorada por el rey. De pie como padrinos estaban el arzobispo Cranmer y el duque de Norfolk. La media hermana de Eduardo, la princesa María, hija de Catalina de Aragón, fue nombrada madrina. El amigo de Enrique, Charles Brandon , duque de Suffolk, sirvió como padrino en la confirmación que siguió al bautizo. La otra media hermana de Eduardo, la princesa Isabel, trajo el crisma bautismal cuando Eduardo Seymour, el hermano de la reina Jane, la llevó a la ceremonia. El otro hermano de Jane, Thomas, sostuvo el dosel sobre la cabeza del bebé. En el bautismo, Eduardo fue proclamado duque de Cornualles. Después de la ceremonia, lo llevaron a la habitación de su madre, donde Jane y el rey le dieron una bendición formal.

ENRIQUE VIII

Después de dar a luz, Jane pareció recuperarse durante unos días, pero luego cayó gravemente enferma con fiebre. Murió doce días después de dar a luz. Enrique estaba devastado por su muerte, pero al menos tenía el heredero masculino por el que básicamente había destrozado Inglaterra.

A Eduardo se le dio su propio servicio doméstico, dominado por mujeres como amas y nodrizas. Enrique VIII tenía un miedo mortal a la enfermedad y Eduardo fue trasladado a diferentes casas y protegido y protegido tanto como fuera posible para evitar la infección. Cuando Eduardo tenía cuatro años, comenzó sus estudios, siendo enseñado por dos de los mejores tutores que Cambridge tenía para ofrecer. Sus estudios se interrumpieron en el otoño de 1541 cuando enfermó de malaria, que contrajo en Hampton Court. Su vida estuvo en juego durante días, pero finalmente se recuperó.

JANE SEYMOUR

El Tratado de Greenwich fue negociado en julio de 1543 entre Escocia e Inglaterra, que incluía una disposición para el compromiso matrimonial de Eduardo con la reina María de Escocia de siete meses. Ese mismo mes, el rey Enrique se casó con su sexta y última esposa, Catalina Parr. Este matrimonio tendría un impacto significativo en la vida emocional y educativa de Eduardo. Catalina reunió a todos los hijos de Enrique bajo un mismo techo y vivieron como una familia. Eduardo tenía un afecto muy cálido por Caalina, llamándola su “muy querida madre”.

Cuando el rey Enrique dejó Inglaterra para invadir Francia en julio de 1544, nombró a Catalina su regente general y ella se hizo cargo de la casa de Eduardo. Todos los nuevos sirvientes y tutores fueron nombrados y Eduardo comenzó a recibir lecciones serias y rigurosas de la religión protestante, las escrituras y los clásicos. Estaba en camino de recibir la mejor educación humanista de un príncipe de su época. A Eduardo se le unieron en el aula otros jóvenes nobles, que estudiaban libros de Catón, Erasmo, Cicerón, Herodoto y Plutarco, algunas de las fábulas de Esopo, textos bíblicos y el “Vives Satellium” en latín que había sido escrito para su hermana María. Se destacó en retórica y fue instruido en matemáticas y astronomía. Comenzó a aprender francés en 1546 y estaba mostrando un gran progreso en el idioma en 1550-51.

Rey a los 9 años

El rey Enrique VIII murió el 28 de enero de 1547. El tío del príncipe Eduardo, Edward Seymour, conde de Hertford, lo llevó a Enfield, donde vivía la princesa Isabel y les informó a los dos niños de la muerte de su padre y se abrazaron sollozando. Eduardo ahora era rey. La Ley de Sucesión de 1536 le había permitido a Enrique tomar disposiciones en su testamento para nombrar tutores en caso de que su heredero fuera menor de edad. Su testamento nombró a un grupo de ejecutores con un consejo adicional para ayudarlos.

Sin embargo, el 31 de enero, los albaceas decidieron nombrar al Conde de Hertford como Protector del Reino y en marzo se nombró un nuevo consejo de veintiséis. Después de esto, muchos miembros del consejo fueron elevados a títulos más altos y algunos recibieron títulos nuevos. El conde de Hertford recibió el título de duque de Somerset. Además, la tierra de la corona se distribuyó a muchos junto con otras donaciones. El hermano menor de Somerset, Thomas, barón Seymour de Sudeley, no estaba contento con estos eventos. Tuvo que ser comprado con tierras de la Corona, nombrado consejero privado y nombrado Lord Almirante.

Eduardo VI viajó a caballo a Londres y llegó el 31 de enero. El 1 de febrero, el rey se sentó en trono de Estado mientras los nobles se reunían a su alrededor. Se arrodillaron ante él uno a uno, besándole la mano y diciendo “Dios salve tu gracia”. El testamento del rey Enrique se leyó en voz alta y el albacea declaró que habían nombrado a Somerset como Lord Protector. Somerset pronunció un breve discurso pidiendo la ayuda del consejo. Todos estuvieron de acuerdo con una sola voz. Todos gritaron «Dios salve al Rey» y Eduardo se quitó la gorra en reconocimiento.

Un niño coronado en Westminster

Después del funeral y entierro del rey Enrique VIII, comenzaron los planes para la coronación de Eduardo. En la tarde del 19 de febrero, Eduardo dejó la Torre de Londres para dirigirse al Palacio de Westminster. Montaba a caballo vestido con una túnica de tela de oro con una capa forrada de marta. Debajo llevaba un jubón y capa de terciopelo blanco bordado con plata veneciana decorada con rubíes, diamantes y perlas en nudos de enamorados. El caballo también estaba cubierto de raso carmesí bordado con perlas y oro.

Seguido y rodeado por muchos miembros de su familia y notables, Eduardo avanzó a lo largo de calles llenas de comerciantes y personas con casas cubiertas con tapices, pancartas y serpentinas. Se detuvieron a lo largo de la ruta para presenciar los concursos. La procesión tardó cuatro horas en llegar a Westminster. Al día siguiente, muy temprano, Eduardo fue por el río a Whitehall, donde se puso la túnica parlamentaria de terciopelo carmesí. Todo el séquito fue a pie a la Abadía de Westminster, donde Eduardo fue coronado y ungido. Esa noche hubo un banquete ceremonial en Westminster Hall.

Heredero de un reino inestable

El Tratado de Greenwich nunca fue ratificado por Escocia y la estabilidad era difícil de conseguir. El conflicto armado estaba en curso. Ambas naciones se estaban preparando para las hostilidades y en septiembre, Somerset condujo a un ejército a una gran victoria en Pinkie el 10 de septiembre. Sin embargo, los ingleses no pudieron ganar y en enero de 1548, los escoceses estaban discutiendo un matrimonio entre su reina, la joven María Estuardo, y el delfín francés, futuro Francisco II.

En junio de 1548, una gran fuerza expedicionaria de Francia desembarcó en Escocia y sitió Haddington mientras negociaba un acuerdo matrimonial que se finalizó el 7 de julio. María fue llevada a Francia para ser llevada a la corte hasta que alcanzara la edad para contraer matrimonio. El gobierno de Somerset estaba planeando otra ofensiva en Escocia para el verano de 1549, pero hubo mucha inestabilidad económica y rebelión en Inglaterra durante ese verano. El gobierno de Eduardo siempre estuvo corto de fondos. Además, el nuevo Libro de Oración Común se había distribuido a todas las iglesias, causando confusión y malestar entre la gente. Hubo una fuerte resistencia al cambio religioso. En agosto, el rey Enrique II de Francia declaró la guerra a Inglaterra y sitió Boulogne. Pero los ingleses resistieron fuertemente. Se negoció un tratado de paz el 28 de marzo,

No sabemos cómo se sintió Eduardo por la pérdida de su novia o si respaldó las campañas escocesas, pero por su diario, sabemos que disfrutó al escuchar sobre las hazañas de sus tropas. El poder de Somerset como Protector se fortaleció después de su victoria en Pinkie, pero enfrentaba cierta oposición. Eduardo se quejaba en su diario de que su tío lo trataba con dureza y lo mantenía en apuros económicos. Su otro tío, Thomas, barón Sudeley, había protestado por el hecho de que su hermano tenía todo el poder. En casos pasados, cuando había dos tíos, era costumbre que ambos tuvieran un papel en la regencia. Sudeley intentaba ganarse la confianza del rey accediendo a sus aposentos y dándole dinero. Eduardo pudo haber sentido que Sudeley habría sido más fácil de tratar que Somerset, pero nunca lo apoyó para ningún puesto de poder.

Sudeley se estaba ganando la confianza de algunos de los nobles y de los hombres del consejo. Reunió armas y hombres y fortificó el castillo de Holt. Somerset controló la producción de cartas en la mano de Eduardo. Sudeley estaba tratando de obtener una carta que pusiera fin a la gobernación de Somerset y se la entregara. En agosto de 1548, se aseguró la cámara de Eduardo para mantener a Sudeley alejado. Poco después de esto, trató de entrar en la habitación de Eduardo en St. James Palace y encontró la puerta cerrada. Le disparó al perro que ladraba del rey. Eduardo estaba en la puerta en camisón, obviamente asustado.

Cuando la esposa de Sudeley, la ex reina Catalina Parr, murió en septiembre de 1548 después de dar a luz a una hija, Sudeley comenzó a conspirar para casarse con la hermana del rey, Isabel. El 17 de enero de 1549, Sudeley fue arrestado, interrogado y atacado por Ley del Parlamento. Fue ejecutado el 19 de marzo.

Los tormentosos últimos años

Hubo más disturbios agrarios en el reino en el verano de 1549. Ahora Somerset estaba en problemas. Su manejo de los asuntos exteriores y las rebeliones locales no había sido rápido ni eficaz. En octubre se retiró a Windsor llevándose a Eduardo con él. Los otros consejeros recordaron a Somerset que su poder le fue dado por ellos y el 11 de octubre, Somerset fue separado del rey y puesto bajo vigilancia. Fue interrogado en la Torre y acusado de veintinueve pecados. Como explicó Eduardo, incluían ambición, vanagloria, entrar en guerras precipitadas y negligencia al aferrarse a Boulogne, enriquecerse con su tesoro y seguir su propia opinión.

Debido a maniobras en el consejo, Somerset fue liberado de prisión en febrero de 1550 y Eduardo le otorgó el perdón gratuito. En abril estaba de vuelta en el consejo. Sin embargo, el liderazgo del gobierno había sido asumido por John Dudley, conde de Warwick y más tarde duque de Northumberland. Eduardo estaba ahora enormemente bajo su influencia y no hizo nada sin la guía de Northumberland. En julio de 1551, Eduardo se comprometió con Isabel de Valois, la hija mayor del rey Enrique II de Francia.

Eduardo estaba comenzando a madurar y, aunque no tomaba el control de su gobierno, estaba siendo educado y era capaz de comprender el funcionamiento interno para que, cuando llegara a la mayoría de edad, pudiera gobernar con la familiaridad que necesitaba. Durante el mandato de Northumberland, hubo malas cosechas y brotes de enfermedades. Estalló una pelea interna entre él y Somerset. En octubre de 1551, Somerset fue arrestado y fue juzgado por sus compañeros en diciembre. Fue declarado culpable y decapitado el 22 de enero de 1552. No sabemos cómo se sintió Eduardo por la pérdida de su tío y mentor.

Northumberland concluyó los esfuerzos militares iniciados por Somerset poniendo fin a la guerra con Escocia y negociando la paz con Francia. Abandonó la política monetaria de degradación de la moneda, frenó el gasto público y logró liquidar la deuda exterior de Inglaterra. Trabajando con William Cecil, mejoró y agilizó los procedimientos del consejo. También pudo haber trabajado con el rey conspirando para eludir a la princesa María como su heredera y poner a Lady Jane Grey en el trono en caso de muerte del rey.

La corte de Eduardo era suntuosa y estaba llena de pompa y circunstancia. El joven rey Eduardo se vestía con ropa lujosa y tenía predilección por comprar joyas caras. Los embajadores notaron los intrincados rituales cortesanos. En octubre de 1551, María de Guise, la regente escocesa planeaba visitar a su hija, María de Escocia en Francia. En el camino vino a Londres, donde Eduardo montó un espectáculo para impresionarla. Cenó con él en Hampton Court.

Eduardo estaba exasperado con su hermana María. Era la hija de Catalina de Aragón y se había criado como una católica acérrima. Cuando se publicó el nuevo Libro de oraciones comunes, María se negó a ajustarse a él. Eduardo y su gobierno la presionaron hasta el punto en que ella quería escapar del reino. Todos los esfuerzos por aliviarla fracasaron. En marzo de 1551, María y Eduardo se conocieron en privado. La reunión no salió bien. Sin embargo, María continuó escuchando misa a pesar de que algunos miembros de su familia fueron arrestados y deportados por hacerlo.

En febrero de 1553, Eduardo se enfermó de un resfriado. Su salud degeneró en una infección letal pero hay varias explicaciones para su enfermedad final. Se reunió con su hermana María nuevamente en marzo, pero tuvo una tos durante la reunión. El 21 de junio, ordenó el nombramiento de su prima protestante, Lady Jane Gray, como su heredera y sucesora. El 6 de julio, en el Palacio de Greenwich, entre las ocho y las nueve de la noche, Eduardo murió en los brazos de Sir Henry Sidney diciendo: “Me desmayo. Señor, ten piedad de mí, y toma mi espíritu”. Sidney dijo que el rey entregó su espíritu con gran dulzura. Toda su promesa murió con él. Fue enterrado en el mausoleo Tudor, la Lady Chapel de la Abadía de Westminster, junto a sus abuelos, Enrique VII e Isabel de York. Fue el último hombre de la dinastía Tudor.

¿Dónde está enterrado el rey Enrique VIII y por qué no tiene una tumba?

El rey Enrique VIII de Inglaterra murió el 28 de enero de 1547. Fue el final de una era. Su testamento ordenaba que lo enterraran con su amada esposa Jane Seymour, la única esposa que dio a luz a un heredero varón legítimo sobreviviente. Enrique le había ofrecido un funeral magnífico, después del cual la enterraron en una bóveda bajo el coro de la Capilla de San Jorge en Windsor. Esta bóveda estaba destinada a ser su lugar de descanso temporal.

El cuerpo de Enrique VIII fue bañado, embalsamado con especias y envuelto en plomo. Permaneció en el salón del trono del palacio de Whitehall rodeado de velas encendidas durante unos días y luego fue trasladado a la capilla. El 14 de febrero, el cadáver inició su viaje de Londres a Windsor. La procesión tenía cuatro millas de largo. Un alto y elaborado coche fúnebre llevaba el ataúd mientras retumbaba por la carretera. Encima del coche fúnebre había una efigie de cera realista vestida de terciopelo carmesí con forro de miniver y zapatos de terciopelo. Tenía un gorro de satén negro engastado con piedras preciosas que estaba cubierto con una corona. La efigie estaba adornada con joyas y las manos enguantadas tenían anillos.

Los restos pasaron la noche en Syon Abbey y al día siguiente llegaron a Windsor. Dieciséis miembros de la Guarida del Rey (Yeomen of the Guard) llevaron el ataúd hasta la capilla cubierta de negro. Se bajó a la bóveda del coro.

Stephen Gardiner, obispo de Winchester pronunció el elogio y celebró la misa de réquiem mientras Katherine Parr, la reina viuda, observaba la ceremonia desde la ventana del mirador de Catalina de Aragón. Después de la misa, mientras sonaban las trompetas, los principales oficiales de la casa del rey rompieron sus varas de oficio y las arrojaron a la bóveda, señalando el final de su servicio.

El rey había dejado dinero para las misas diarias que se rezarían por su alma por el resto de los tiempos. Pero los gobernantes protestantes del gobierno de Eduardo VI, hijo y sucesor de Enrique VIII, detuvieron las misas después de un año. El testamento de Enrique dejó instrucciones para la construcción de una magnífica tumba.

Historia de la tumba de Enrique VIII

Ya en 1518, Enrique había elaborado planes para una tumba para él y su primera esposa, Catalina de Aragón. Los planos iniciales fueron realizados por el escultor italiano Pietro Torrigiano, el mismo hombre que diseñó la tumba para los padres de Enrique, Enrique VII e Isabel de York. Esta tumba se puede ver en la Lady Chapel en la Abadía de Westminster hasta el día de hoy. Torrigiano planeó que el sarcófago de Enrique VIII estuviera hecho del mismo mármol blanco y piedra de toque negra que el de su padre, solo que sería un veinticinco por ciento más grande. Se produjo una discusión sobre la compensación por el diseño de los planos que hizo que Torrigiano regresara a Italia en algún momento antes de junio de 1519. Hay evidencia de que Enrique consideró darle a otro italiano, Jacopo Sansovino, una comisión de setenta y cinco mil ducados para trabajar en un diseño en 1527.

Durante el siglo XVII, el anticuario John Speed ​​estaba haciendo una investigación histórica y desenterró un manuscrito ahora desaparecido que daba detalles de la tumba de Enrique VIII. Se basó en el diseño de Sansovino de 1527. Los planos requerían un gran edificio decorado con finas piedras orientales, pilares de mármol blanco, ángeles de bronce dorado e imágenes de tamaño natural de Enrique y su Reina. Incluso iba a incluir una magnífica estatua del rey a caballo bajo un arco triunfal. Ciento cuarenta y cuatro figuras de bronce dorado iban a adornar la tumba, incluidos San Jorge, San Juan Bautista, los Apóstoles y los Evangelistas.

Da la casualidad de que el cardenal Thomas Wolsey, el primer ministro de Enrique en los primeros años de su reinado, tenía planes para una tumba resplandeciente para él. Benedetto da Rovezzano, un empleado de Wolsey de 1524 a 1529, mantuvo un inventario completo de las estatuas y la ornamentación de esta tumba. Cuando Wolsey murió, Enrique VIII adoptó algunos componentes de la tumba de Wolsey para los suyos. Rovezzano y su asistente Giovanni de Maiano trabajaron en la tumba de Enrique desde 1530 hasta 1536.

Los deseos de Enrique VIII nunca fueron respetados

Después de la muerte de Wolsey, Enrique VIII se apropió del sarcófago de su tumba. Planeaba tener una figura dorada de tamaño natural de sí mismo encima. Debía haber un podio elevado con frisos de bronce incrustados en las paredes junto con diez pilares altos coronados con estatuas de los Apóstoles que rodeaban la tumba. Entre cada uno de los pilares habría candelabros de bronce de nueve pies de alto.

El diseño requería un altar en el extremo este de la tumba, coronado con un dosel sostenido en alto por cuatro pilares elaborados. Esto también incluiría dieciséis efigies de ángeles en la base con candelabros. La tumba y el altar debían estar encerrados por una capilla de mármol negro y bronce donde se podían decir misas por el alma del rey. Si este diseño hubiera sido finalizado, habría sido mucho más grandioso que la tumba de los padres de Enrique VIII, Enrique VII e Isabel de York.

La efigie del rey fue en realidad fundida y pulida mientras Enrique todavía estaba vivo y otros artículos se fabricaron en talleres en Westminster. El trabajo progresó durante los últimos años del reinado de Enrique, pero las guerras en Francia y Escocia estaban agotando el tesoro real y el trabajo se ralentizó. Rovezzano regresó a Italia por mala salud. Parte del trabajo en el monumento continuó durante el reinado de Eduardo VI, pero su tesoro siempre estuvo corto de fondos. El testamento de Eduardo pidió que se terminara la tumba, pero su hermanastra la reina María Tudor no hizo nada en la tumba.

Carlos I y un hijo de la reina Ana, sepultados junto a Enrique VIII

La reina Isabel I, también hija de Enrique VIII, tuvo cierto interés en el proyecto. Su ministro William Cecil encargó un estudio del trabajo necesario para completar la tumba y se prepararon nuevos planos en 1565. Los elementos terminados que había en Westminster se trasladaron a Windsor, pero después de 1572, el trabajo se detuvo. Los componentes languidecieron en Windsor hasta 1646 cuando la Commonwealth necesitó fondos y vendió la efigie de Enrique para fundirla por dinero. Cuatro de los candelabros de bronce llegaron a la Catedral de San Bavón en Gante, Bélgica.

Después de la ejecución del rey Carlos I en 1649 (o 1648 en el antiguo esquema de datación), sus restos fueron colocados apresuradamente en la misma bóveda de la Capilla. Se consideró apropiado enterrarlo allí porque era más tranquilo y menos accesible que en algún lugar de Londres en un esfuerzo por reducir el número de peregrinos a la tumba del rey mártir. Durante el reinado de la reina Ana, uno de sus muchos bebés murió y fue enterrado en la misma bóveda en un pequeño ataúd. En 1805, el sarcófago que había sido de Wolsey y Enrique fue tomado y utilizado como base de la tumba de Lord Nelson en la Catedral de St. Paul.

La tumba fue luego olvidada hasta que fue redescubierta cuando se inició la excavación en 1813 para un paso a una nueva bóveda real. La antigua bóveda se abrió en presencia del regente, Jorge, Príncipe de Gales y futuro rey Jorge IV. Varias reliquias del rey Carlos I fueron retiradas para su identificación. Cuando fueron reemplazados en 1888, A.Y. Nutt, topógrafo del College of St. George hizo un dibujo de acuarela de la bóveda y su contenido. El ataúd de Enrique VIII parece muy dañado. El de Jane Seymour estaba intacto.

El ataúd de Enrique podría haberse roto de varias formas. El caballete que lo sostenía podría haberse derrumbado. Es posible que cuando entraron en la bóveda para poner el ataúd de Carlos I, el de Enrique VIII estuviera dañado. Podría haberse derrumbado debido a la presión desde adentro. O también es posible que el ataúd se cayera en el camino y que se abriera.

El príncipe regente solicitó que se insertara una losa de mármol para marcar la tumba, pero esto no se materializó hasta el reinado del rey Guillermo IV en 1837. La inscripción en la losa dice: En una bóveda debajo de esta losa de mármol se depositan los restos de Jane Seymour, Enrique VIII, Carlos I y el niño de la reina Ana. Este monumento fue colocado aquí por orden del rey Guillermo IV. 1837.

La leyenda de los perros lamiendo

Debido al tema de esta publicación, tenemos que abordar la leyenda de los perros lamiendo la sangre de Enrique VIII mientras su cuerpo pasaba la noche en Syon. La historia comienza con el sermón de un fraile franciscano llamado William Petow, quien predicó en la capilla de Greenwich el domingo de Pascua, 31 de marzo de 1532. Era el momento del «Gran asunto» del rey, el nombre del esfuerzo de Enrique por conseguir el divorcio o la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón para poder casarse con Ana Bolena.

Petow no solo desafió a Enrique sobre tratar de dejar de lado a Catalina de Aragón, sino que también objetó los esfuerzos de Ana Bolena para promover la Nueva Religión. Lo dejó muy claro en el sermón cuando el rey se sentó ante él en la capilla. En lugar de pontificar sobre la resurrección de Cristo, predicó sobre el versículo de la Biblia, 1 Reyes 22, sobre el rey Acab. El rey Acab muere a causa de las heridas que sufrió en una batalla. El versículo dice: “Entonces el Rey murió y fue llevado a Samaria, y allí lo enterraron. Lavaron el carro en un estanque en Samaria (donde se bañaban las prostitutas), y los perros lamieron su sangre, como había dicho la palabra del Señor”.

Petow comparó a Enrique con el rey Acab y a Ana Bolena con la esposa de Acab, Jezabel. Jezabel había reemplazado a los profetas de Dios con paganos, ya que Petow dijo que Anne apoyaba y animaba a los hombres de la Nueva Religión. Petow dijo que Enrique terminaría como Ahab con perros lamiendo su sangre. Sorprendentemente, Enrique solo encarceló a Petow por un corto tiempo y escapó de Inglaterra y terminó en el continente.

Esta historia fue retomada y repetida por Gilbert Burnet (1643-1715). Era historiador y obispo de Salisbury y escribió la Historia de la Reforma en la que afirmaba que esto le sucedió al cuerpo de Enrique mientras pasaba la noche en Syon Abbey camino a Windsor. El propio Burnet admitió que tenía prisa cuando escribió este libro y que no lo investigó lo suficiente y que el volumen estaba lleno de errores.

Esto no impidió que Agnes Strickland embelleciera la historia cuando escribió La vida de las reinas de Inglaterra a mediados del siglo XIX. Ella escribe que la carcasa de plomo que rodeaba el cuerpo de Enrique estalló y derramó sangre y otros líquidos. Se llamó a un plomero para que arreglara el ataúd y fue testigo de cómo un perro lamía la sangre. Todo esto es un ejercicio único de ficción histórica por lo que tenemos que tomar la historia como apócrifa.

(*) Susan Abernethy es historiadora y autora del blog The Freelance History Writer.

Así era la corona con la que Enrique VIII de Inglaterra fue coronado hace 510 años

Robada, fundida y vendida por los revolucionarios, antes había sido usada por todos los hijos del rey, incluidas María Tudor e Isabel. El 24 de junio de 1509 Enrique VIII fue coronado con ella en Westminster.

La magnífica ceremonia para el segundo monarca de la Casa de Tudor contó con la presencia de una corona confeccionada especialmente para Enrique VII, que sufrió varias modificaciones y sirvió, en las siguientes décadas, para las coronaciones de Eduardo VI, María I e Isabel I, los tres hijos de Enrique que le sucedieron en el trono. A partir de 1603, la corona reposó sobre las cabezas de los dos primeros reyes Estuardo: Jacobo I y Carlos I. En 1649, después de que Carlos I fuera decapitado, está joya, junto con todas las demás regalías de la realeza, fue despojada de sus gemas, para ser vendidas en pequeños lotes.

Su carcasa fue fundida para convertirla en monedas de oro, por orden del gobierno de Oliver Cromwell. Lo único que se salvó de la destrucción revolucionaria, fue la «cuchara» ceremonial en oro del siglo XII, que servía para ungir al monarca durante la coronación. La corona fue mencionada por vez primera en un inventario real en 1521, que detallaba desde las sábanas rotas del rey hasta la corona con sus 344 gemas incrustadas, incluidas las «9 perlas de distintos tamaños y 3 zafiros». El joven Enrique VIII recibió la corona en una ceremonia en la que también se coronó a la primera de sus seis esposas, Catalina de Aragón. Actualmente, los expertos del Palacio de Hampton Court, que fue una de las principales residencias de la casa de Tudor, hizo una réplica de la corona para ser expuesta al público.

Muy alto y admirablemente proporcionado según los estándares de la época, Enrique VIII impresionó a todos con sus habilidades como jinete cuando se dirigía desde la Torre de Londres a Westminster. Según las crónicas, el rey vestía un manto de terciopelo carmesí, forrado de armiñoy ropa bordada en oro y piedras preciosas. «Era joven y robusto», escribió un visitante extranjero presente en la coronación, «dispuesto a lograr cuanto significara alegría y placer, y a seguir sus apetitos y deseos». Sobre una espléndida litera era llevada la reina Catalina, «grata a la vista» según un testigo, recatada y modesta en un traje de raso blanco.

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Cazador de tesoros halló pieza original de la corona perdida de Enrique VIII

La joya de oro, que podría valer varios millones de dólares, se encuentra ahora en el Museo Británico.

Un cazador de tesoros británico encontró, con la ayuda de un detector de metales, una pieza de la desaparecida corona del Enrique VIII de Inglaterra, que permaneció enterrada bajo un árbol 400 años después de su desaparición.

Kevin Duckett, de 49 años, encontró la joya, que podría valer unos 3 millones de dólares, mientras caminaba por un campo cerca de Market Harborough, en Northamptonshire, a unos 140 kilómetros de Londres.

En declaraciones al diario The Sun, Duckett dijo que primero pensó que la joya era un papel de aluminio arrugado: “Estaba alojado en el costado de un agujero a solo unos centímetros de profundidad. Lo quité con cuidado y supe por su color y peso que era de oro macizo”. Kevin descubrió la sigla “SH” – Saint Henry – inscrita en la parte inferior.

Los historiadores temían que la joya se perdiera para siempre cuando el revolucionario Oliver Cromwell ordenó que la corona de Enrique VIII se fundiera y se vendiera por piezas después de que abolió la monarquía en 1649 y decapitó al rey Carlos I. Un total de 344 piedras preciosas incrustadas en la corona, valoradas entonces en £ 1.100, se vendieron por separado, haciendo que la corona se perdiera para siempre.

Utilizada por los reyes Tudor y Estuardo

Réplica de la corona de Enrique VIII que se exhibe en Hampton Court.

La corona fue confeccionada especialmente para la coronación de Enrique VIII, y posteriormente, tras sufrir varias modificaciones, fue utilizada para coronar a Eduardo VI, María I e Isabel I, los tres hijos de Enrique VIII que le sucedieron en el trono.

A partir de 1603, la corona reposó sobre las cabezas de los dos primeros reyes de la dinastía Estuardo Estuardo: Jacobo I y Carlos I. En 1649, después de que Carlos I fuera decapitado, está joya, junto con todas las demás regalías de la realeza, fue despojada de sus gemas, para ser vendidas en pequeños lotes.

La corona fue mencionada por vez primera en un inventario real en 1521, que detallaba desde las sábanas rotas del rey hasta la corona con sus 344 gemas incrustadas, incluidas las “9 perlas de distintos tamaños y 3 zafiros”.

Tras hallar a pieza, Duckett se convenció de que la figura era Enrique VI después de ver una inscripción en la base. La figura mostraba cinco flores de lis, un lirio estilizado vinculado a la realeza, originalmente tenía tres figuras de Cristo, una de San Jorge y una de la Virgen María y el niño Jesús. Pero Enrique VIII eliminó las figuras de Cristo y las reemplazó con tres reyes santos de Inglaterra: San Edmundo, Eduardo el Confesor y Enrique VI.

Cuando el rey Carlos I huyó de Oliver Cromwell después de la Batalla de Naseby en 1645, pasaron por el lugar donde Kevin Duckett encontró la joya y los expertos creen que pudo haber caído de la corona o que decidió enterrarla. Si el Museo Británico verifica la autenticidad de la joya, Duckett se verá obligado a vendérsela a un precio establecido por una junta independiente por ser un tesoro nacional.

En 2012, los expertos de la organización Historic Royal Palaces (HRP) utilizaron una pintura de la colección real para crear una réplica de la corona de Enrique VIII y exhibirla en el Palacio de Hampton Court.

“Había visto la réplica en YouTube y las diminutas figuras de las flores de lis, pero no podía estar seguro”, relató Duckett. “Me dirigí al palacio para averiguarlo. Nunca olvidaré la emoción mientras me acercaba al Gran Salón donde la réplica se encontraba en todo su esplendor. Entré en la habitación y el gemelo idéntico de mi figura me estaba mirando fijamente”.

La historiadora Lucy Worsley, curadora en jefe de Historic Royal Palaces, dijo: “Es una gran noticia que después de siglos de sueño subterráneo, esta pequeña figura dorada haya sido revelada una vez más. Es tentador imaginar su verdadera historia”.

Inglaterra: hallaron el palacio perdido que «llevó a la muerte» a Enrique VIII

Se cree que es el lugar donde el monarca Tudor participó de una trágica competencia de justa que lo incapacitó de por vida y provocó su deterioro físico y mental.

Un grupo de expertos de la Universidad de Greenwich, que trabajaban junto con los Museos Reales de Greenwich, quedaron atónitos al descubrir la ubicación exacta del patio donde tuvo lugar la última justa de Enrique VIII (1509-1547) de Inglaterra, una competencia que casi condujo a la muerte al atlético monarca.

Los historiadores han argumentado durante mucho tiempo que, como resultado de una lesión que sufrió durante una justa, los movimientos de Enrique VIII se vieron gravemente afectados, lo que provocó el aumento masivo de peso del rey. Se cree que este aumento de peso conduciría finalmente a su fallecimiento.

Los investigadores se sorprendieron cuando desenterraron el patio, ya que habían creído durante mucho tiempo que la ubicación del área era completamente diferente a donde se encontró. Simon Withers, que está a cargo del equipo de investigación, dijo: “Cuando la gente me pregunta cómo pasé el confinamiento, digo ‘bueno, encontramos un palacio’.

Siempre se supo que estaba bajo los pies, pero, hasta nuestro hallazgo, se creía que las torres de la cancha de justas estaban en otro lugar”, agregó. “El radar que penetra en el suelo envía pulsos al suelo que se reflejan y dan una imagen de lo que hay debajo”.

«Las imágenes grabadas en los radares son tentadoramente ambiguas y ha llevado algún tiempo reconciliarlas con lo que durante mucho tiempo se había considerado la ubicación del patíbulo», explicó Withers.

Los escaneos del Museo Marítimo Nacional encontraron que una de las torres octagonales del palacio estaba en realidad más al este de lo que los expertos habían pensado originalmente. Para determinar su ubicación, los investigadores pudieron utilizar un radar de penetración terrestre de alta resolución, lo que les permitió inspeccionar alrededor de dos metros por debajo de la superficie del suelo.

La universidad dijo que fue el sitio donde Enrique VIII fue arrojado de su caballo en 1536, 11 años antes de su muerte. Después de su accidente de equitación, Enrique VIII, conocido por ser atlético en su juventud, vio crecer su cintura y, a pesar de no hacer más ejercicio, seguía consumiendo alrededor de 5.000 calorías diarias, principalmente carne y vino.

La cintura de Enrique VIII medía alrededor de 137 cm, y los historiadores dicen que su cuerpo se cubrió de «forúnculos dolorosos llenos de pus» y era probable que sufriera de gota. En su juventud, Enrique VIII había sufrido una lesión en la pierna, que sería reabierta como consecuencia de su última justa en Greenwich.

Según los informes, la justa también provocó los cambios de humor de Enrique VIII, que se convirtieron en una marca registrada de su reinado. Tenía fama de ser de mal genio y se estimó que cuando murió ordenó la ejecución de más de 70.000 personas.

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Libro del siglo XV revela que Enrique VIII planeó cada detalle de la decapitación de Ana Bolena

Un registro de órdenes judiciales de la Era Tudor, hallado en los Archivos Nacionales británicos, revela la naturaleza calculada de la ejecución y refuerza la imagen del rey como un “monstruo patológico”.

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Un libro de órdenes judiciales de la era Tudor en los Archivos Nacionales, lleno de detalles burocráticos relacionadas con crímenes del siglo XVI, reveló las instrucciones de Enrique VIII de Inglaterra que explican con precisión cómo quería que ejecutaran a su segunda esposa, Ana Bolena.

En este documento, Enrique VIII estipulaba que, aunque su reina había sido «condenada a muerte… por quema de fuego… o decapitación», él había sido «movido por la piedad» para evitarle la muerte más dolorosa de ser «quemado por fuego». Pero continuó: «Nos, sin embargo, ordenamos que… la cabeza de la misma Ana sea cortada».

Tracy Borman, una destacada historiadora de la época Tudor, describió la orden judicial como un descubrimiento asombroso, reforzando la imagen de Enrique VIII como un «monstruo patológico». “Como documento previamente desconocido sobre uno de los eventos más famosos de la historia, realmente es polvo de oro, uno de los hallazgos más emocionantes de los últimos años. Lo que muestra es la manera premeditada y calculadora de Henry. Sabe exactamente cómo y dónde quiere que suceda”, dijo a The Observer.

Las instrucciones dadas por Enrique VIII estaban dirigidas a Sir William Kingston, alguacil de la Torre de Londres, detallando cómo el rey se desharía de la «difunta reina de Inglaterra, anteriormente Nuestra esposa, últimamente enjuiciada y condenada por alta traición”.

Ana Bolena, antigua dama de la reina Catalina de Aragón que se convirtió en la segunda esposa de Enrique VIII, fue encarcelada en la Torre de Londres el 2 de mayo de 1536 por adulterio. En su juicio, se la describió como incapaz de controlar sus «deseos carnales» y ella refutó los cargos, pero fue declarada culpable de traición y condenada a ser quemada o decapitada «a voluntad del Rey».

“La mayoría de los historiadores están de acuerdo en que los cargos eran falsos: su único crimen había sido no darle un hijo a Enrique. El rey más famoso de la historia de Inglaterra se casó seis veces en su incansable búsqueda de un heredero varón. Se divorció de su primera esposa, Catalina de Aragón, para casarse con Bolena; el matrimonio lo llevó a romper con la iglesia católica y provocó la Reforma inglesa. Bolena le dio una hija, que se convirtió en Isabel I”, relató The Guardian.

La mayoría de estas órdenes de arresto son «solo minucias del gobierno de Tudor», dijo Borman. “Son bastante aburridos. Los Tudor eran grandes burócratas, y hay una gran cantidad de estos libros de registro y libros de cuentas dentro de los Archivos Nacionales”. Sin embargo, el libro hallado en los Archivos Nacionales por el documentalista Sean Cunningham, un experto en la época Tudor, es impresionante, ya que revela por primera vez que Enrique VIII elaboró ​​todos los detalles concernientes a la ejecución de su esposa, como el lugar exacto donde debía cumplirse el castigo («en el Green dentro de nuestra Torre de Londres»), dejando en claro que Kingston no debería «omitir nada» de sus órdenes.

Sin embargo, las instrucciones de Henry no se siguieron al pie de la letra, en parte debido a una serie de errores, dijo Borman: “La ejecución no tuvo lugar en Tower Green, que en realidad es donde todavía la marcamos en la Torre hoy. Investigaciones más recientes han demostrado que … se trasladó al frente de lo que hoy es el Waterloo Block, hogar de las joyas de la corona”. “Como conocemos tan bien la historia, nos olvidamos de lo profundamente impactante que fue ejecutar a una reina”. “Durante años, su fiel asesor Thomas Cromwell fue culpado” por la ejecución de Ana, dijo la historiadora. “Pero esto demuestra, en realidad, que era Enrique quien mueve los hilos”.

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Un niño de corazón roto: antiguo dibujo muestra una faceta inesperada de Enrique VIII

La historiadora Lauren Johnson sugiere que la pieza prueba que el rey, que gobernó Inglaterra durante 36 años desde 1509 hasta su muerte en 1547, no carecía de emociones a pesar de lo que a menudo se cree.

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Conocido como un formidable mujeriego y su carácter autocrático y déspota, Enrique VIII de Inglaterra, recordado por haber ejecutado a dos de sus seis esposas, quedó “desconsolado” cuando murió su madre y y “lloró” junto al lecho de muerte a la edad de 10 años, lo que para algunos historiadores ofrece una imagen renovada y hasta ahora desconocida del rey.

Un documental emitido por el Channel 5 de Londres, revela un grabado hasta ahora nunca visto que representa al joven príncipe “con el corazón roto” lamentando la muerte de su madre, Isabel de York, en 1503. La autora e historiadora Lauren Johnson sugiere que la pieza prueba que el rey, que gobernó Inglaterra durante 36 años desde 1509 hasta su muerte en 1547, no carecía de emociones a pesar de lo que a menudo se cree.

Según Lauren, Enrique VIII era “inusualmente cercano a su madre”, en parte porque fue ignorado en gran medida por su padre, quien no le prestó atención porque no era el heredero del trono. Arturo, Príncipe de Gales, el primogénito de Enrique VII e Isabel de York y el hermano mayor de Enrique VIII, era el heredero del trono pero murió de una misteriosa enfermedad cuando tenía 15 años.

Lauren explica: “La madre [de Enrique VIII] parece haberse preocupado mucho por la educación de su hijo. Que una princesa real creciera en este tipo de ambiente no era tan inusual, pero para un príncipe real, sin embargo, era un poco extraño. Simplemente demuestra lo poco importante que era Enrique en la línea de sucesión”. Sin embargo, cuando el futuro monarca tenía solo 10 años, su hermano mayor murió inesperadamente, dejándolo como heredero al trono. Para empeorar las cosas, su madre murió pocos meses después.

Para la historiadora, esta nueva faceta de la vida de Enrique “es increíblemente emocionante”. “Durante mucho tiempo se pensó que se trataba de cualquier página antigua de un manuscrito, pero cuando miramos detrás de esta figura de Enrique VII, vemos a Enrique VIII, en el que más tarde se convirtió, cuando era solo un niño. Este niño llorando al borde de una cama vacía de la de su madre. No puede contener sus emociones, tiene la cabeza entre las manos, desesperado”.

La historiadora agrega: “Nos imaginamos a Enrique VIII como alguien que tal vez no tenía emocionados, que no se vio afectado por el dolor, pero podemos ver en la reacción a la muerte de su madre que realmente le rompió el corazón. Él era ahora el heredero del trono y no tenía a su madre para guiarlo. En cambio, tenía una figura muy diferente, su padre, una figura muy problemática, para tratar de llevarlo a esta nueva etapa de su vida y no creo que eso le facilitó las cosas”.

¿QUIÉN FUE ENRIQUE VIII? Enrique VIII (1491-1547) fue un rey dominante que rompió con Roma y cambió el curso de la historia cultural de Inglaterra. Sus predecesores habían intentado conquistar Francia sin éxito, e incluso el propio Enrique montó dos intentos costosos pero infructuosos. Era conocido por automedicarse, llegando incluso a fabricar sus propios medicamentos, y también fue músico y compositor, poseía 78 flautas, 78 flautas dulces y cinco gaitas. Murió muy endeudado, después de tener un estilo de vida tan lujoso que gastó mucho más de lo que le ganaban los impuestos. Enrique poseía la colección de tapices más grande jamás documentada y 6.500 pistolas. Si bien la mayoría de los retratos lo muestran como un hombre delgado, en su vida posterior fue muy grande, y un observador lo llamó “un monstruo absoluto”.

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En la Corte de los Tudor, el lujo y el caos reinaban por igual

En la corte de Enrique VIII de Inglaterra, en el siglo XVI, reinaban la pompa, la formalidad y el caos por igual.

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En la corte de Enrique VIII de Inglaterra, en el siglo XVI, reinaban la pompa, la formalidad y el caos por igual. Allí estaban prohibidos los perros y los cocineros no debían quitarse la ropa si tenían calor (dos de las muchas reglas de etiqueta que los Tudor introdujeron en el trono inglés). En las habitaciones reales, los sirvientes se encargaban de la limpieza una hora antes de que el rey despertara. Enrique VIII había pedido especialmente que el trayecto entre su habitación y la habitación de la reina Catalina estuviera siempre limpio, perfumado, sin estorbos (restos de comida, platos sucios) para poder tener entrada libre a la habitación de su esposa cada mañana antes de empezar a trabajar.

Digna hija de Enrique VIII, la reina Isabel I puso todo su empeño para que su corte se convirtiera en la más esplendorosa del siglo con epicentro en el magnífico Palacio de Hampton Court, en la campiña inglesa, con bellísimos salones, obras de arte y mucho más hermosos jardines. El diplomático veneciano Gaspar Spinelli llegó a admirar «el orden, la regularidad, el decoro de las ceremonias» de la corte isabelina. Según el biógrafo Michel Duchein, «para ir a la capilla la reina iba precedida por 200 guardias vistiendo uniforme de gala, lores portando el cetro y la espada real, y seguida de damas de alto rango que levantaban la cola de su manto, mientras los asistentes se arrodillaban a su paso».

Las comidas, agrega Duchein, «eran servidas con el mismo ceremonial, al son de instrumentos y canciones, en medio de un gran despliegue de antorchas y de platería resplandeciente». Sin embargo, la vida en este palacio era difícil y muy distinta a la que podemos imaginar: la comodidad y la falta de higiene eran tan famosas como su esplendor. Los pisos solían estar cubiertos de paja y los huesos que los cortesanos arrojaban durante las comidas, lo que provocaba que los perros merodearan (y dejaban «regalos») entre los comensales a toda hora. «Los insectos pululaban también en los tapices y en la ropa de cama… en cuanto a los ‘servicios’, eran inexistentes», agrega Duchein. «En Hampton Court los aposentos reales eran los únicos que disponían de una letrina que daba directamente… ¡al foso del castillo! En todas las demás habitaciones se utilizaban sillas perforadas, haciéndose las necesidades en el lugar». «Los palacios de Su Majestad suelen estar afeados por los olores, inevitables cuando tantas bocas se alimentaban en el mismo sitio», escribió un cortesano.

¿Isabel II está relacionada con Enrique VIII, el rey que cortó la cabeza a dos de sus esposas?

La Familia Real de Gran Bretaña es desde hace siglos una de las más famosas, habiendo establecido un imperio y extendido su influencia por todo el mundo. Muchos monarcas también han dejado marcas personales en el mundo, especialmente el segundo rey de la Casa Tudor, Enrique VIII, quien ordenó la ejecución de dos de sus seis esposas, y su hija, Isabel I. El nombre de su hija podría sugerir una conexión directa entre ella, apodada “Reina Virgen”, y su contraparte moderna, Isabel II, pero hay menos allí de lo que parece inicialmente.

¿La reina Isabel II está relacionada con el rey Enrique VIII? La actual monarca británica, de 94 años, se ha hecho famosa por haber pasado más tiempo en el trono de cualquier otro de sus antecesores. Y aunque se llama Isabel como su madre (nacida Elizabeth Bowes-Lyon), Isabel II debe su nombre a la reina Isabel I, gobernante de la Inglaterra isabelina que presidió la Era de la Ilustración y el paso británico a lo que eventualmente se convertiría en los Estados Unidos. Sin embargo, no existe una relación directa entre las dos famosas reinas, ya que como sugiere el apodo de la anterior reina, ella no tuvo hijos. Con ella la dinastía Tudor se extinguió.

Si bien no existe una línea directa entre Isabel I e Isabel II, la familia real moderna tiene una conexión distante con los Tudor gracias a la reina Margarita de Escocia (1489-1541), hermana de Enrique VIII y abuela de la malograda María Estuardo, reina de Escocia, ejecutada por traición a su prima hermana, Isabel I. Robert Stedall, autor de libros sobre la Casa Tudor e historia irlandesa, explicó que, según sus cálculos, la reina tiene 1/32 768 partes de sangre de la reina Margarita. «Isabel II es descendiente de la hermana de Enrique VIII, la reina Margarita de Escocia, abuela de María, reina de Escocia”, escribió.

Stendall explicó: «El hijo de María Estuardo, Jacobo I de Inglaterra, tuvo una hija, Isabel ‘la Reina del Invierno’, que se casó con Federico V, el Elector Palatino. Su hija menor, Sofia del Palatinado, nació en 1630 y se casó con Ernest Augustus, elector de Hannover, y fue nominada para suceder a la reina Ana para proporcionar una sucesión protestante inglesa. Aunque murió antes que la reina Ana, su hijo, Georg Ludwig, elector de Hannover, se convirtió en Jorge I y es un antepasado directo del príncipe Guillermo». «Según mis cálculos, esto hace que Enrique VIII, el tío abuelo de la reina 14 veces, en cuyo nivel tiene una parte de 1/32 768 de la sangre de la reina Margarita», explicó.

Por qué la tumba de Enrique VIII fue olvidada durante más de 250 años

El «Barba Azul» inglés murió un 28 de enero de 1547: había dejado órdenes minuciosas sobre sus funerales y su tumba, pero sus deseos nunca se cumplieron.

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Cuando Enrique VIII de Inglaterra entró en cuarentena por amor (y miedo)

Cuando en 1528 el ‘sudor anglicus’ comenzó a matar a miles en Londres, el monarca hizo de todo para salvar a Ana Bolena.

En el año 1528, el rey Enrique VIII de Inglaterra vivía con su amante, Ana Bolena, y luchaba por separarse de su esposa española, Catalina de Aragón. En pleno proceso, rumores angustiantes que habían empezado a llegar a la corte se convirtieron en noticias altamente preocupantes para el rey: en el verano de ese año, cuarenta mil personas fueron atacadas, solo en Londres, del ‘mal del sudor’ o ‘sudor inglés”, una extraña enfermedad local cuyo principal síntoma era una sudoración severa y que finalmente terminaría matando a 2.000 personas en la capital inglesa, mayoritariamente hombres jóvenes y sanos. Cuando la epidemia llegó a la corte, contagió a numerosos nobles y altos funcionarios, además del padre y el hermano de Ana.

Llamada ‘sudor anglicus’ o ‘pestis sudorosa’, se trató de una enfermedad muy contagiosa y generalmente mortal que afectó a Inglaterra en varias oleadas durante los siglos XV y XVI. Los brotes solían ocurrir en verano y desaparecían con la llegada del otoño: los pacientes fallecían entre cuatro y doce horas después de manifestarse los primeros síntomas y la mayoría de los pocos que conseguían superar las 24 horas sobrevivieron. Las causas de la enfermedad son desconocidas, aunque algunos estudiosos han culpado a las aguas residuales y a la falta de higiene. En 1528 afectó primero a los franceses, luego a los alemanes donde provocó más de un millar de muertes en una semana, y desde allí se extendió a Inglaterra, Suecia, Suiza, Dinamarca y Noruega, Lituania, Polonia y Rusia, Bélgica y Países Bajos.

El rey galante e hipocondríaco, temiendo ante la idea de que Ana, su tesoro más preciado, pudiera ser contagiada, trató de tranquilizarla aunque él albergaba más miedos que ella. El ordenó de esta forma no sólo la partida de Ana hacia el castillo de la familia Bolena en Kent, sino que permitió que todos los cortesanos y nobles se retiraran a sus hogares de campo y, con el palacio casi vacío, se autoaisló de todo el mundo, manteniendo contacto estrecho únicamente con su médico, William Butts. El mismo médico fue el encargado de llevar a Ana una emotiva carta del rey:

“Yo os suplico, amada mía, que no os asustéis ni os dejéis inquietar por nuestra ausencia. Sabéis que donde quiera que yo esté sigo siendo vuestro; pero no tenemos más remedio que someternos, a veces, a las circunstancias, y los que luchan contra el destino se ven siempre alejados del bien que desea, por lo que os ruego hagáis lo posible por hallar consuelo y valor preocupándoos lo menos posible de esta desgracia, pues espero que antes de que pase mucho tiempo podremos chanter le renvoyre. Sin más por el momento, pues me falta tiempo, si no es para deciros que querría teneros entre mis brazos”.

“De pronto, una noche, me llegó la noticia más terrible que es posible imaginar”, escribió Enrique VIII en otra carta cuando le llegó el mensaje de que Ana se había contagiado y de que otros cinco miembros de la corte, entre ellos el boticario, fueron atacados por el mal del sudor, además del alcalde de Londres. Enrique sintió mucho la muerte de Sir William Compton (1482-1528), quien desempeñaba el cargo más importante que había en la corte, el de «groom of the stool» -literalmente «mayordomo del taburete»-, refiriéndose al mueble en el que se hacían las necesidades, y que asistía al monarca en el momento de sus necesidades. Enrique VIII confiaba tanto en esta figura que los llamaban «los principales caballeros de la cámara».

Mientras las víctimas morían en las calles de Londres, el médico le trasladó otra carta del rey a la amante real: “Espero verte muy pronto. Con ello recibiré la satisfacción más grande que podría ofrecerme la vida”. Algunos en Londres aseguraban que la terrible plaga era un castigo divino hacia el rey por aborrecer a su esposa y amar a una mujer a la que llamaban “la mala perra”. Por miedo a que le enfermedad llegara a tocarlo, en un momento en que la Dinastía Tudor aún no tenía un heredero varón, Enrique VIII se refugió en la oración y las misas y se aisló aún más, haciendo que su médico durmiera en la habitación real y comiera con él.

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