Hace exactamente 130 años, el 23 de noviembre de 1890, murió el rey Guillermo III de Holanda y fue sucedido por su hija, Guillermina, la primera reina de los holandeses. Por entonces, el monarca era muy poco querido por sus súbditos y por su comportamiento grosero le había ganado el apodo de “Rey Gorila”.
Aún así, su funeral en la ciudad de Delft fue un acontecimiento enormemente pomposo y atrajo una gran cantidad de dolientes a lo largo de la ruta por donde pasó el cortejo fúnebre. Decenas de residentes de la ciudad alquilaron sus balcones, terrazas y andamios de madera con vistas privilegiadas a la procesión fúnebre. Por 2 florines se pudo alquilar un lugar con vista a la Plaza del Mercado, ubicada frente a la Catedral donde son sepultados los reyes neerlandeses. Una de esas tribunas en alquiler en La Haya se derrumbó en pleno funeral y decenas de personas resultaron heridas.
El 4 de diciembre, día del funeral, hacía tanto frío que algunos espectadores se quedaron con la nariz congelada. Aún así, esto no impidió que los carteristas se mezclaran entre la multitud y varios días después el periódico Delftsche Courant publicó una extensa lista de cosas que habían sido robadas: collares, relojes de bolsillo y carteras. Un carterista tuvo menos éxito, como informó el mismo periódico, que relató como un ladrón fue golpeado por la multitud cuando fue capturado in fraganti.

Todo salió mal para la familia real también. Después de una larga procesión fúnebre desde el Palacio Noordeinde en La Haya hasta la Nieuwe Kerk de Delft, resultó que el ataúd era demasiado pesado para los soldados que debían transportarlo y decidieron arrastrarlo por el suelo de la catedral, produciendo un sonido que, según uno de los asistentes, «se parecía a un grito de dolor». Además, había muy pocos carruajes para tantos príncipes extranjeros invitados y el gran duque Alexis de Rusia, un Alteza Imperial, tuvo un arrebato de ira por tener que compartir su carruaje con otros tres príncipes europeos de menor rango.
La pequeña sucesora y única hija sobreviviente del rey Guillermo III, Guillermina, no estuvo presente en el entierro de su predecesor en Delft. Tenía 10 años de edad y estaba un poco enferma. Pero aún así, los muchos errores la impresionaron demasiado y cuando fue mayor elaboró estrictas reglas a seguir para los funerales reales posteriores, para que un funeral real nunca volviera a ser un espectáculo tan vergonzoso.