Las sospechas de la introducción clandestina de un bebé al palacio real, cuando la reina María de Módena daba a luz en el siglo XVII dio origen a una de las tradiciones menos placenteras de la monarquía inglesa.
En abril de 1936, la duquesa de York tuvo que dar a luz a su primera hija, la princesa (futura reina) Isabel en presencia del Ministro del Interior del gobierno inglés, y lo mismo sucedió en 1930, al momento del nacimiento de la princesa Margarita.
Hasta entonces, un representante del gobierno debía atestiguar todos los nacimientos de la familia real, una práctica histórica muy curiosa y hasta espantosa que fue abolida en la Navidad de 1936, después de que la duquesa de Kent diera a luz a la princesa Alejandra.
La tradición, que se remonta al siglo XVII, se puso en marcha para verificar que el bebé real, un presunto heredero del trono, era realmente de la familia real.
El rey católico Jacobo II era profundamente impopular, pero sus defectos fueron tolerados por la gente, mientras que su hija protestante, María, fuera heredera. Sin embargo, la segunda esposa de Jacobo, la italiana María de Módena, quedó embarazada y se armó un revuelo institucional: si nacía un varón, este futuro rey sería educado en el catolicismo, cosa intolerable para la protestante Inglaterra.

Desde el principio, se dudó del embarazo de la reina María. Los rumores recorrieron los pasillos del palacio y trascendieron sus muros. Se sospechaba que el embarazo era una farsa y se decía que tal vez el nuncio papal, Ferdinado D’Adda, cercano a la reina, fuera el padre. Así, cuando María entró en trabajo de parto el 10 de junio, parlamentarios, nobles y plebeyos comenzaron a reunirse en torno al palacio de St. James. Cuando llegó el rey, María le preguntó si le había informado a la reina viuda. “He enviado a llamar a todos”, fue su respuesta.
En unos pocos minutos, 67 personas llenaron la improvisada sala de parto del palacio de St. James: la reina viuda, las damas de la corte, el Consejo Privado y los médicos reales y una constelación de cortesanos. Fue “el primer circo mediático de la historia debido a un nacimiento real”, según la catedrática de la Universidad de Cambridge Mary Fissel.
Aunque ella misma no asistió, la princesa Ana (hija de Jacobo II con su primera esposa) informó a su hermana María de la cadena de eventos: “Cuando ella [María] estaba muy dolorida, el rey llamó a toda prisa al lord canciller, quien se acercó a la cama para demostrar que estaba presente y el resto de los Consejeros Privados hicieron lo mismo”, escribió. “Entonces la reina deseaba que el rey ocultara su rostro con su peluca, porque no podía ir a la cama con tantos hombres mirándola”.

Cuando María de Módena dio a luz a un bebé, el rey invitó al Consejo Privado a dar testimonio de la legitimidad de la descendencia real. Jacobo II y su esposa pensaban que de esa forma disiparían los rumores conspirativos, pero no fue así. De todos modos se expandió en el reino que el parto fue una farsa, que un bebé ajeno había sido ingresado de contrabando al palacio, que el bebé había nacido muerto y remplazado por el hijo de una nodriza o que, en realidad, era el hijo de un fabricante de ladrillos.
Antes de que pasara un año, la princesa María y su esposo, el príncipe neerlandés Guillermo de Orange, llegaron triunfalmente a Inglaterra y tomaron el trono, obligando a Jacobo II a dejar la corona. El rey, la reina y su pequeño bebé partieron de Londres con rumbo a Francia, no sin antes que Jacobo II arrojara su Sello Privado al río Támesis, señal de que había abdicado. La princesa Ana finalmente sucedió a la pareja como gobernante en 1702, pero no le fue mejor en asegurar la línea: tuvo cinco nacidos muertos, siete abortos involuntarios y cinco nacidos vivos, ninguno de los cuales vivió hasta la edad adulta. Una multitud de cortesanos presenció cada uno de sus partos.
La costumbre se mantuvo vigente durante los siguientes doscientos años.
Cuando la duquesa de York dio a luz a la entonces princesa Isabel en 1926 en Londres, Sir William Joynson-Hicks esperó a una prudencial distancia para cumplir con su misión, y cuatro años después John Robert Clynes viajó al remoto Castillo de Glamis, en Escocia, para observar el nacimiento de la princesa Margarita de York.

La última vez que la monarquía británica observó la tradición fue en el nacimiento de la prima de la reina, la princesa Alejandra de Kent, en 1936, ya que en 1948 el gobierno decidió que este extraño deber era absolutamente anticuado.
En 2013, los ministros interrogaron a la entonces secretaria del Interior, Theresa May, sobre si cumpliría con ese papel antes del nacimiento del príncipe Jorge, hijo de los duques de Cambridge, a lo cual ella recordó que la incómoda tradición había dejado de existir algunos años antes.
El diputado conservador Michael Ellis dijo: «Hasta hace relativamente poco tiempo, había una convención en la que los secretarios de hogar asistían a los nacimientos reales, tengo entendido que esto sucedió con Su Majestad, la reina. ¿Tiene planes de visitar el hospital, siguiendo esta costumbre?»
Theresa May respondió: «De hecho, ya no se requiere que el Ministro del Interior asista a un nacimiento real, pero sospecho que el Sr. Ellis, con sus conexiones reales, podría tener más información sobre estas cosas que yo. El secretario del Interior tenía que estar allí para demostrar que fue realmente un nacimiento real y que no se había introducido un bebé de contrabando», recordó.
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