Enrique III fue el último de los reyes malditos de la Casa de los Valois y reinó en Francia hasta su asesinato 1589. Niño mimado por su madre, altanero, extravagante, seductor y perverso, en el siglo XVIII, Voltaire lo acusó de malicia, debilidad y cobardía, mientras el dramaturgo Charles d’Outrepont lo representó como un idiota extravagante, un niño malcriado, lleno de complejos y manías. Balzac lo acusó sencillamente de todos los males de la época. Pasó a la historia como el “rey ninfa” y el “rey de los hermafroditas”.
Nacido el 19 de septiembre de 1551, para su madre, Catalina de Médicis, Enrique era la esperanza de los Valois: «Si mueres, me enterraré viva contigo«, le decía. Lo idolatraba. «Aunque Catalina regía las vidas de todos sus hijos, utilizándolos como marionetas para conseguir sus fines políticos, Enrique era sin duda su favorito«, explica el autor Michael Farquhad. «La devoción de ella hacia él rayaba en el incesto. Catalina mostraba ciertamente una gran indulgencia hacia el estilo de vida ostentoso de su hijo, e incluso llegaba a organizar lujuriosas orgías para su real disfrute«.
Según relata el libro «Amantes y reinas, el poder de las mujeres», cuando «en mayo de 1577, en Pessisles-Tours, a orillas del Loira, Enrique III dio una fiesta en honor de su hermano menor, fiesta que se transformó luego en una orgía en la que los hombres iban vestidos de mujer y las mujeres de hombre y era obligatorio el verde -el color de la locura-, Catalina de pestañeó; lo que es más, tres semanas después ofreció a su hijo un banquete no menos fantasioso y escandaloso, durante el cual se vio a ‘las mujeres más alegres y exquisitas damas de la corte medio desnudas con el cabello suelto y desgreñadas’«.
«Les mignons du Roi»
Enrique III reinó en Francia durante quince turbulentos años y llenó sus palacios de un numeroso grupo de jóvenes muy atractivos que se hacían llamar “Les mignons du roi” (Los bonitos del rey). Afeminados, arrogantes, atrevidos, refinados y ambiciosos, la moral de estos cortesanos era tan extravagante como las ropas que lucían en todas las ceremonias cortesanas en las que escoltaban a Enrique III, incluida la sagrada ceremonia de su coronación. Se dedicaban a servir y consentir en todo a Su Majestad: compartían su comida y su cama, copiaban sus modales y lo ayudaban a hacer valer su autoridad.
Las cartas escritas por Enrique a sus ‘mignons’ están repletas de expresiones de amor, a las que aquellos jovencitos responden con halagos y promesas de sacrificar su vida por el rey. Pronto los mignons despertaron los celos de sus superiores sociales (la vieja nobleza) que se sentían excluidos injustamente del círculo real, y también se peleaban entre sí, incluso hasta el punto de duelos de lucha a muerte, para conseguir el favor y el amor del rey. Así, en abril de 1578 seis de los bonitos mignons del rey se enfrentaron a duelo, conocido como el «duel des Mignons», en la que dos de ellos murieron en el acto. El rey expresó su pena por ellos ofreciéndoles funerales diseñados para inmortalizar su intimidad con aquellos jovencitos que le servían de mayordomos y compañeros sexuales.
Para cuando llegó el momento de su coronación, en 1574, aparte de ser un gran amante y mecenas del ballet y la danza, Enrique III era un travesti popularmente reconocido que se rodeaba -y se dejaba influenciar- por aquella aduladora corte de jóvenes atractivos que peleaban, intrigaban e incluso urdían asesinatos, por conseguir los favores del rey. Enrique y su bello harén masculino estaban interesados únicamente en usar las mejores ropas, ofrecer grandiosas fiestas y en pasearse por París con elegantes accesorios y pelucas.
¿Era un rey o una reina?
EL REY ENRIQUE III Y SU ESPOSA, MARÍA DE LORRAINE
En las ocasiones más especiales, Enrique III se vestía como una fina muñeca de porcelana, con maquillaje, vestido de seda y diamantes. Además, se hacía confeccionar los corsets más delicados para afinar su silueta y cargamentos con los mejores perfumes de Europa llegaban con frecuencia al palacio real. «Era difícil decir si se trataba de un rey o de una reina«, comentó un indignado testigo. No obstante, había veces en que Enrique sentía repentinamente un completo y sincero arrepentimiento por su conducta frívola y se transformaba en un fanático religioso, azotándose públicamente hasta sangrar, realizando procesiones y vistiendo como monje junto a los mignons que también participaban de los azotes.
«Enrique III había sido siempre el hijo predilecto de Catalina y quiso tener junto a sí a su madre, invistiéndola de hecho de las funciones de primer ministro; con todo, desde un principio se mostró bien resuelto a no permitirle entrometerse en su vida privada. Para empezar, escogió por sí solo a su esposa (…) que llegó como dote únicamente su belleza, su gentileza y su abnegación total a su marido; además, se rodeó de un grupo de jóvenes favoritos -los célebres mignons- que se distinguían por su lujo, su arrogancia y su conducta escandalosa; finalmente, lo que es aún más grave, traslado a su estilo de gobierno sus cambios de humor, las oscilaciones de una naturaleza contradictoria e inestable. Enrique alternaba el hedonismo más desenfrenado con la más austera penitencia, el culto a lo efímero con la fascinación de la muerte, la conciencia de sus prerrogativas reales con un visible desinterés por los asuntos de gobierno«.
Su mejor biógrafo, el historiador Jean Héritier, escribió: «A menudo se viste de mujer, satisface su placer con muchachos guapos, y se separa de ellos para ir a acostarse con la reina, a la que siempre sigue queriendo, y cuyo amor no conoce eclipse. De la cama conyugal, pasa al oratorio, reza con todo fervor y hace penitencia«. Por su conducta, el rey y sus mignons se convirtieron pronto en objeto de burla de todos los franceses, que los ridiculizaban por su actitud poco varonil. Poco después de su coronación, Enrique III contrajo matrimonio con la princesa María de Lorena-Vaudemont (1553-1601), a la que el rey en persona confeccionó el vestido de novia, maquilló y peinó para su boda.
Los calvinistas, dada su repugnancia hacia todo aquello que fuera o pareciera frívolo, empezaron a asociar públicamente el término «Mignon» con la homosexualidad, un pecado mortal. Difundieron verdades y mentiras sobre la pecaminosa vida de del rey y la iglesia católica lo excomulgó. Finalmente, el 2 de agosto de 1589, un religioso dominico llamado Jacques Clément entró a la cámara de audiencias reales y acuchilló al rey en el vientre. A las pocas horas, el rey que avergonzaba a los franceses murió a los 34 años de edad.
La hija del emperador Maximiliano II hizo un prometedor matrimonio con el rey de Francia en la oscura corte de Catalina de Médicis. Viuda a los veinte años, sufrió la tragedia de la muerte de su única hija. La historiadora de la realeza Susan Abernethy, autora del blog The Freelance History Writer, nos relata su atrapante historia.
Después de la paz de Saint-Germain en agosto de 1570, Catalina de Medicis, reina madre de Francia, se dedicó a negociar alianzas matrimoniales para apuntalar la posición internacional de Francia. Disfrutaba organizando matrimonios prestigiosos para sus hijos. Su política exterior jugó católicos contra protestantes y estos acuerdos unirían a ambas religiones mientras aseguraban que el rey no estaría en deuda con ninguna. Catalina intentó casar a su hijo Carlos con la reina Isabel I de Inglaterra, que era quince años mayor. Cuando eso no llegó a buen término, negoció con éxito su matrimonio con Isabel de Austria, hija del emperador católico Maximiliano II. Esta unión solidificó una alianza crucial y al mismo tiempo revitalizó la corte francesa.
Carlos IX era joven, impresionable y completamente dominado por su madre. Estaba enfermo de niño, propenso a la fiebre y tenía tos persistente. A medida que crecía, se convirtió en sujeto de rabia frenética, maníacamente violenta. Después de estas rabias, se debilitaba y se arrepentía. Comía muy poco y hacía demasiado ejercicio hasta que se agotaba y le faltaba el aire.
Una vida protegida y privilegiada en un ambiente estricto
Isabel de Austria nació el 5 de julio de 1554 en Viena. Era hija de Maximiliano II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico de la Casa de Habsburgo y María de España. María era la hija del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Carlos V. Isabel fue la quinta hija y la segunda hija de una familia de dieciséis, ocho de los cuales sobrevivieron a la infancia. Isabel vivía con su hermana mayor Anna y su hermano menor Matthias en un pabellón en los jardines de Stallburg, que formaba parte del complejo del Palacio de Hofburg.
Los niños vivieron una vida protegida y privilegiada en un ambiente estricto. Fueron criados como católicos romanos y Isabel parece haber sido la hija favorita de su padre. Creció hablando alemán y español, pero nunca le enseñaron francés, incluso después de que se consideró un matrimonio francés. Isabel se destacó en sus estudios y creció hasta ser rubia y de piel pálida con una figura impecable. Ella fue considerada una gran belleza. Cuando el Mariscal de Vieilleville francés visitó Viena en 1562, vio a Isabel de ocho años y quedó tan impresionado por su aspecto que exclamó: «¡Majestad, esta es la Reina de Francia!»
Aunque el tesoro francés estaba vacío, Catalina estaba decidida a tener una boda espléndida
Catalina de Médicis estaba ansiosa por negociar un matrimonio con una de las hijas del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. La hermana de Isabel, Ana de Austria, había sido prometida una vez al rey de Francia, pero el rey Felipe II de España se adelantó a este contrato y se casó con Ana. Ana era mayor y más deseable, por lo que el plan de Catalina se frustró. El matrimonio de Carlos con Isabel se había discutido por primera vez después de que su hermana Isabel de Valois, reina de España, muriera en octubre de 1568. Isabel era una hija menor pero aún era archiduquesa y Catalina quedó impresionada con el informe del Mariscal sobre la aparición de Isabel. A Carlos IX se le mostró un retrato de Isabel antes del matrimonio y su comentario fue: “al menos no me dará un dolor de cabeza”.
Albert de Gondi fue designado por Catalina para negociar el tratado matrimonial. El contrato fue ratificado en enero de 1570 y en octubre se celebró un matrimonio por poder en la catedral de Speyer con el tío de Isabel, el archiduque Fernando de Austria-Tirol, en sustitución del rey Carlos IX. Después de las celebraciones apropiadas, Isabel se fue de Austria a principios de noviembre. Las lluvias durante el viaje fueron tan espantosas que las carreteras se volvieron intransitables, por lo que se tomó la decisión de celebrar la boda oficial en la pequeña ciudad fronteriza de Mézières en Champagne. Antes de llegar a su destino, Isabel se detuvo en Sedan.
Los hermanos menores del rey Enrique, duque de Anjou, y François, duque de Alençon, saludaron oficialmente a Isabel. Carlos también estaba allí, vestido de incógnito como un soldado, mezclándose con la multitud para ver a su novia sin que ella lo supiera. Carlos estaba encantado con lo que vio. Aunque el tesoro francés estaba vacío, Catalina estaba decidida a tener una boda espléndida y recaudó el dinero necesario del clero y recaudó un impuesto especial sobre la venta de telas. Quería presentar un espectáculo que mostrara a los novios como descendientes de Carlomagno y presentándose a sí misma como Artemisa, la portadora de la paz.
Carlos quedó completamente impresionado por su belleza
Isabel llegó el 25 de noviembre de 1570 a Mézières, una pequeña ciudad fronteriza en la frontera del imperio de su padre en una carroza dorada de color rosa y blanco, acompañada por un gran séquito de nobles alemanes. La multitud la recibió con entusiasmo. Carlos vagó de incógnito entre la multitud, mirándola pasar. La ceremonia formal de la boda se celebró al día siguiente con la oficia del Cardenal de Borbón. Mientras Carlos observaba a su novia acercarse durante la misa nupcial, quedó completamente impresionado por su belleza. Llevaba un vestido plateado bordado con perlas, un manto púrpura decorado con flores de lis y una corona tachonada de rubíes, esmeraldas, zafiros y diamantes.
Todos regresaron a París para prepararse para la entrada estatal del rey en marzo. Catalina recaudó el dinero para las celebraciones empeñando e hipotecando muchas de sus posesiones privadas. En enero, Isabel enfermó de bronquitis en el Castillo de Madrid en el Bois de Boulogne. Catalina y Carlos la cuidaron personalmente hasta que se recuperó.
Carlos hizo una entrada oficial en París el 6 de marzo. Hubo una ceremonia en la que Catalina entregó simbólicamente el poder a Carlos. Le agradeció ante el parlamento el 11 de marzo. Isabel fue coronada en St. Denis el 25 de marzo y cuatro días después hizo su entrada en París. Llevaba un manto de armiño real tachonado de gemas preciosas y decorado con flor de lis. Su corona era de oro, cubierta de grandes perlas que realzaban perfectamente su belleza rubia. La multitud quedó impresionada con la basura de tela plateada. A su lado estaban sentados sus cuñados, Anjou y Alençon, que estaban tan enjoyados como ella. Un gran séquito la siguió y ella impresionó profundamente a los parisinos.
Catalina de Médicis quiso protegerla del desenfreno cortesano
Isabel hablaba poco francés y parecía completamente enamorada de su marido y se dedicó sinceramente a su felicidad. Carlos la encontró fresca y virgen y quiso preservar su dulzura. Le enseñó costumbres y costumbres francesas. Era concienzuda y extremadamente devota, escuchaba misa dos veces al día y pasaba horas en oración. Catalina se esforzó mucho para proteger a Isabel del desenfreno y la malevolencia de la corte.
El hermano de Carlos, Anjou, disfrutaba molestarlo y frustrarlo. Anjou inició a Isabel en los caminos de la corte y coqueteó con ella frente a Carlos, enfureciéndolo. Mientras Carlos estaba en excursiones de caza, Isabel se unía a su suegra para reunirse con embajadores y otros notables extranjeros. Una de las pocas amigas que tenía en la corte era su cuñada, Margarita, conocida como Margot. La presencia de Isabel en la corte hizo poco por estropear la rutina de Carlos.
Carlos tenía una amante en París llamada Marie Touchet, hija de un protestante burgués de origen flamenco. Se conocieron en Orleáns en 1569 y él se enamoró de ella de inmediato y continuó la aventura en secreto durante muchos meses. Era una chica de campo que no abrigaba aspiraciones. Carlos le contó a su hermana Margot el secreto y le pidió que admitiera a Marie en su casa como una de sus damas. Cuando Catalina se enteró del asunto, hizo averiguaciones y lo aprobó. Marie no tuvo ninguna influencia sobre el rey pero dio a luz a un hijo que recibió el nombre de su padre y siempre fue conocido como “Petit Charles”. Carlos continuó este romance durante su matrimonio con Isabel.
En septiembre de 1571, el líder protestante Gaspard de Coligny llegó a Blois para reunirse con el rey y Catalina de Médicis. El rey estaba tratando de caminar por una delgada línea entre los ultracatólicos y los protestantes. Algunos vieron este encuentro con gran sospecha. Isabel pensó en Coligny como el diablo encarnado y su actitud reflejaba los verdaderos sentimientos de la gente. Cuando fue presentado a Isabel, Coligny hizo una reverencia, dio un paso adelante y se arrodilló sobre una rodilla, extendiendo la mano para besar su mano. Su inexperiencia en la falta de diplomacia se hizo evidente cuando se apartó de él con un grito ahogado de horror para evitar ser tocada por él. Los cortesanos rieron nerviosamente ante su reacción, ya que estaban acostumbrados a ocultar sus propios sentimientos.
El 18 de agosto de 1572 se celebró en París el matrimonio de la hermana del rey, Margot, y Enrique de Navarra. Isabel estaba embarazada y se alojaba en Fontainebleau en el campo. La ceremonia de la boda pasó y las festividades comenzaron al día siguiente. El viernes 22 de agosto finalizó el receso gubernamental para la boda y concluyeron las celebraciones. Lo que sucedió a continuación ha sido objeto de conjeturas durante más de cuatrocientos años.
Baste decir, quienquiera que lo haya ordenado o sancionado, ahora se produjo una de las masacres más sangrientas de la historia francesa. Durante la masacre del día de San Bartolomé, al menos tres mil protestantes fueron asesinados solo en París. El almirante Gaspard de Coligny fue descaradamente asesinado durante toda la confusión. Isabel, cuando sus sirvientes le dijeron que su marido había ordenado la masacre, pidió perdón a Dios para Carlos. La matanza no se detuvo ese día. Decenas de miles de protestantes en toda Francia murieron después. Las Guerras de Religión se reanudaron con fuerza.
Isabel dio a luz a su hija Marie-Isabel el 27 de octubre de 1572. Una de sus madrinas fue la reina Isabel I de Inglaterra. El 21 de agosto de 1573, los enviados polacos llegaron a París para saludar a su rey recién elegido, Enrique, el hermano de Carlos, duque de Anjou. Catalina, Carlos y Isabel los recibieron en el Louvre. Los embajadores eran muy cultos y multilingües, hablaban francés con un acento impecable. A estas alturas, Carlos estaba extremadamente enfermo con lo que se le diagnosticó como tuberculosis. Sufría de fiebres graves y tosía sangre. En noviembre de 1573, insistió en que su hermano Enrique partiera hacia Polonia para aceptar su corona como rey, a pesar de que Enrique era su heredero. En mayo de 1574, Carlos se debilitaba día a día y sufría lastimosamente.
A mediados de mes, era obvio que Carlos moriría, aunque permanecía lúcido. A finales de mes, ya no podía levantarse de la cama. Sudaba profusamente y luchaba por respirar. Sus sábanas estaban empapadas de sangre y había que cambiarlas constantemente. Isabel permaneció en su habitación y en lugar de sentarse junto a la cama de su esposo, se sentó enfrente, mirándolo con amor y rara vez hablaba. La miró mientras Isabel lloraba muchas lágrimas, secándose los ojos con frecuencia. Carlos murió el 30 de mayo de 1574.
Enrique, ahora rey de Francia, logró escapar de Polonia y viajó a la corte del emperador Maximiliano II, padre de Isabel, donde fue recibido amablemente. Después de la muerte de Carlos, el padre de Isabel esperaba secretamente que se casara con Enrique, pero el nuevo rey tenía otras ideas . Regresó a Francia y fue coronado rey. Isabel, que no cumplía los veinte años y era madre de una mera hija, no fue reconocida ni recompensada como su estatus merecía y se decidió a regresar a Viena. Su padre colocó su dote y arregló su regreso. Según las leyes de Francia, una mujer no podía heredar el trono. Marie-Isabel era hija de Francia y, por lo tanto, no pudo salir del país, lo que obligó a Isabel a abandonarla. Isabel hizo una última visita a Amboise para despedirse de su hijo y partió el 25 de noviembre de 1575.
Se retiró a un convento, donde murió
Isabel permaneció en Nancy durante un corto tiempo con el duque de Lorena y luego regresó a Viena. Cuando murió su hermana Ana, reina de España en 1580, se mencionó el nombre de Isabel como nueva esposa de Felipe II, pero ella se negó. Como quería entrar en un convento, fundó el monasterio de Santa Clara en Viena y también creó la Iglesia de Todos los Santos en Praga. Cuando su cuñada Margot dejó a su marido Enrique de Navarra en 1587, se empobreció y se redujo a mendigar dinero de Isabel. Isabel acordó entregar la mitad de los ingresos de su dote a Margot para sus gastos de subsistencia. Cuando Isabel murió en 1592, los ingresos cesaron y Margot se vio obligada a desprenderse de todos sus bienes portátiles, incluidos sus cubiertos, solo para mantener en funcionamiento su pequeña casa.
La hija de Isabel, Marie-Isabel, vivió en Amboise y Blois antes de trasladarse al Hôtel d’Anjou en París, cerca del Louvre. Enrique, duque de Anjou vivió allí antes de partir hacia Polonia y en 1573, le cedió la casa a su hermana Margot, por lo que Marie-Isabel conocía bien a sus tíos. Ella fue descrita con una gentileza de espíritu y bondad de carácter como su madre. Marie-Isabel enfermó y murió el 2 de abril de 1578. Se realizó una autopsia de los restos y se determinó que murió de una infección pulmonar, probablemente tuberculosis. El 9 de abril, los restos de Marie-Isabel fueron trasladados del Hôtel d’Anjou a Notre-Dame para su funeral y al día siguiente fue enterrada en la Basílica de St. Denis junto a su padre. La madre de Marie-Isabel se retiró a su convento de Santa Clara y murió allí el 22 de enero de 1592. Fue enterrada en la Catedral de San Esteban en Viena.
Lecturas adicionales: “Catherine de Medici: Renaissance Queen of France”, por Leonie Frieda; “Queens and Mistresses of Renaissance France”, por Kathleen Wellman; “Profiles in Power: Catherine de’Medici”, por R. J. Knecht; “The Rival Queens: Catherine de’Medici, Her Daughter Marguerite de Valois, and the Betrayal That Ignited a Kingdom”, por Nancy Goldstone; “Elisabeth of Austria and Mari-Elisabeth of France: Represented and Remembered”, por Estelle Paranque en “Forgotten Queens in Medieval and Early Modern Europe: Political Agency, Myth-Making, and Patronage” editadopor Valerie Schutte y Estelle Paranque.
La Casa de Valois, que reinó hasta 1589, fue siempre muy desgraciada y sus representantes tuvieron, por lo general, finales trágicos.
El rey Enrique II de Francia se convirtió en el heredero del trono luego de que su hermano mayor, el delfín Francisco, falleciera en circunstancias misteriosas, aparentemente envenenado por su cuñada. Años más tarde, el mismísimo Enrique II murió durante los magníficos festejos nupciales de su hija Isabel con Felipe II de España y de su hermana, Margarita, con el duque de Saboya. La corte francesa había organizado unas fiestas caballerescas a las que fueron invitados nobles y caballeros de todos los rincones de Europa. Como parte de los festejos, el galante Enrique II quiso intervenir en una justa en honor a Diana de Poitiers, su amante, enfrentándose al caballero Gabriel de Montgomery, conde de Lorges. El ambiente era de total algarabía en la que todos participaban, excepto la reina.
EL GALANTE ENRIQUE II DE FRANCIA
La esposa del rey, la florentina Catalina de Médicis, había soñado frecuentemente con la muerte de Enrique en una justa. Unos años antes, en 1552, el célebre astrólogo italiano Simeoni le había predicho que su marido perdería la vida en un duelo, a sus cuarenta años, como consecuencia de una herida que lo volvería ciego. Otro joven astrólogo al que la reina consultó, llamado Michel de Nostradamus, había escrito en sus célebres “Centurias” : «El León joven [¿Montgomery?] dominará al viejo [¿Enrique II?] en un torneo, le reventará los ojos en jaula de oro y el viejo morirá de muerte cruel».
El combate se celebró el 30 de junio de 1559. El rey se presentó adornado con plumas negras y blancas, los colores de su favorita, que tenía 60 años pero seguía siendo hermosa. Enrique enfrentó primero a su futuro cuñado, el duque de Saboya, y posteriormente al duque de Guisa, enemigo encarnizado de la Corona. Cuando la reina Catalina le suplicó que abandonara la competencia, le respondió galantemente: “Combato por vos”. El conde de Lorges fue el último retado a duelo por el monarca: en un choque violento, la lanza del noble se quebró y la larga punta aguda de madera resbaló bajo la visera del rey, le perforó un ojo y penetró el cerebro.
LA TRÀGICA JUSTA EN HONOR A LAS PRINCESAS ISABEL Y MARGARITA
Ante la angustia general, Catalina se hizo cargo de la situación. Tras las primeras curaciones, el rey no mejoraba, y se comprendió que una astilla había quedado dentro de su cerebro. Como no se sabía cómo proceder, el médico real, Ambroise Paré, pidió a la reina que hiciese salir de la prisión a tres o cuatro condenados a muerte, que los ejecutaran y le llevaran los cadáveres en el acto.
Como practicaba la medicina experimental, Paré deseaba recrear la herida del rey en otras personas para saber cómo salvarlo. Armado de una lanza quebrada igual a la de Montgomery, Paré hundió violentamente la larga astilla de madera en el ojo del primer cadáver, pero juzgó que no era igual a la del rey. Repitió la operación con el segundo cadáver, pero no pudo emular las heridas.
LA ARMADURA DE ENRIQUE II DE FRANCIA
En su desesperación, Catalina había hecho ejecutar a otros siete prisioneros. Ante el tercer cadáver, Paré produjo una herida idéntica a la que hacía agonizar al rey, revolvió en la herida y sentenció que no había forma de salvar a Su Majestad.
El 9 de julio el agonizante Enrique II pidió que se celebrara la boda de Margarita con el duque de Saboya, ceremonia que se pareció más a un funeral que, según un cronista, se parecía «más un cortejo mortuorio y un funeral que cualquier otra cosa, pues, en lugar de oboes y violines, todo eran llantos, sollozos, tristeza y lamentos. Y, para que todavía se asemejara más a un entierro, se casaron poco después de medianoche…» Enrique II murió unas horas después del casamiento de su hermana, a los 42 años. Su viuda, la reina Catalina quedó absolutamente paralizada: la profecía de su astrólogo favorito, el Nostradamus, se había cumplido.
EL REY SOBREVIVIÓ 10 DÍAS CON UNA ASTILLA EN EL OJO.
Artículo original publicado el 30 de junio de 2018 y actualizado el 29 de junio de 2019
Cosimo Ruggieri ejercía como astrólogo personal de la poderosa reina madre, Catalina de Médicis, y la ayudaba a tomar sus decisiones gubernamentales con espejos.
A los 64 años, el artista abandonó Italia para ponerse al servicio del rey Francisco I de Francia. Muchas de sus obras, incluida La Gioconda, fueron vendidas al monarca y siguen hoy en el Louvre.
El 2 de mayo de 1519, hace 500 años, murió Leonardo Da Vinci. El maestro florentino tenía 64 años cuando, mientras enfrentaba la rivalidad de Miguel Ángel y Rafael, fue convocado por el joven rey Francisco I de Francia para ayudar a dar refinamiento y sofisticación a la corte. Francisco I, conocido como «el Rey Sol del Siglo XVI», es considerado uno de los responsables por llevar a Francia hacia el Renacimiento, siguiendo el camino que su antecesor, Luis XII, había comenzado al llevar a Francia arquitectos y artesanos de Florencia, Milán y Roma.
Viendo que los pedidos de trabajos comenzaron a disminuir en Italia, Leonardo no dudó en aceptar la invitación del monarca, quien lo contrató por un espléndido salario para ser el «primer pintor, ingeniero y arquitecto del Rey». En ese momento, Francisco I tenía apenas 23 años, y su ambiciosa madre, Luisa de Saboya, estaba segura de que Da Vinci sería una influencia beneficiosa para su hijo. El artista cruzó los Alpes acompañado de Francesco Melzi, su discípulo más fiel, llevando en sus bolsos de cuero a la Mona Lisa, a San Juan Bautista y a Santa Ana, así como numerosos cuadernos, manuscritos y notas. Llegó a Francia en el otoño del año 1516, y Francisco y la reina madre lo recibieron con los brazos abiertos en el Castillo de Amboise, la residencia favorita del rey. Leonardo recibió una pensión real y fue invitado a instalarse en el castillo Cloux, ahora Clos-Lucé, a 400 metros de Amboise.
FRANCISCO I DE FRANCIA
El maestro italiano gozó de un exilio dorado en Francia. “Para Francisco I, la presencia de Leonardo daría brillo a la corte francesa e impulsaría un mayor desarrollo cultural y artístico de la corte francesa. Los reyes de Francia siempre habían querido igualar a las cortes italianas. Leonardo era un artista cotizado pero su protector italiano, Juliano II de Médicis, había muerto prematuramente. Esto permitió que Da Vinci aceptara la invitación del rey de Francia”, dijo el director del Castillo de Amboise, Jean-Louis Sureau. Aunque no comenzó ningún proyecto pictórico nuevo, sí se dedicó a sus investigaciones y trabajó arduamente en varios proyectos de envergadura para Francisco I tras ser nombrado ingeniero y arquitecto del rey.
En sus tres años en Amboise, «Leonardo organizó fiestas para el rey, realizó obras de ingeniería civil, siguió dibujando animales y naturaleza, dio un toque final a su Santa Ana», explica Catherine Simon Marion, directora del museo del castillo de Clos-Lucé. «Permanecerá animado hasta el final por su inmensa curiosidad. Era un hombre sano y vegetariano que montaba a caballo». «La madre de Francisco entendió que Leonardo sería el hombre que haría brillar a su hijo. En cuanto al joven rey, estaba fascinado por sus conocimientos en anatomía, botánica y espiritualidad. Lo veía a ver casi todos los días, le llamaba ‘mi padre’. Leonardo le aportaba una forma de aprendizaje del conocimiento», añade.
Leonardo
y el Castillo de Chambord
LEONARDO MURIÓ HACE 500 AÑOS, EL 2 DE MAYO DE 1519.
Se cree, asímismo, que Leonardo estuvo implicado en el diseño original del castillo de Chambord, cuya construcción comenzó poco tiempo después de la muerte de da Vinci. Según Haylay Edwards Dujardin, autora del libro «Leonardo da Vinci«, en ese entonces «Leonardo ya no está en su fase de creación. No es lo que se esperaba de él. Ya no responde a pedidos. No produce nada para Francisco I. Ya no tiene nada que proponer y ya no quiere proponer nada. Está sumido en sus investigaciones. Vive un retiro tranquilo con un rey que lo hospeda, lo alimenta, no pide nada más que intercambios intelectuales». En cuanto a la construcción del castillo de Chambord, que comenzó unos meses después de su muerte, «todo indica que los planos podrían haber sido inspiración de Leonardo», estima prudente su delegada general. «Trabajó junto al rey en planos para la construcción de un castillo ideal (…) y conoció a Dominique de Cortone, arquitecto de Chambord. Leonardo da Vinci había dibujado en planos escaleras de doble o cuádruple revolución. Por lo tanto, se puede suponer que sirvieron de inspiración para Chambord», cree la autora.
Leonardo llevó consigo a Francia numerosos dibujos así como tres cuadros emblemáticos y muy importantes para Leonardo: “La Gioconda”, el “San Juan Bautista” y “La Virgen, el niño Jesús y Santa Ana”, pinturas en las cuales trabajó durante largos años. “Fue su voluntad traer esos cuadros a Francia. De hecho, dio en Amboise dio los últimos retoques al ‘Santa Ana’, cuadro en el que trabajó durante más de 15 años. Y poco antes de la muerte de Leonardo, Francisco I compró las tres pinturas. Por eso es que hoy en día esos cuadros están en el Louvre, junto a otros dos lienzos, ‘La Virgen de las rocas’ y ‘La Belle Ferronière’. Es decir que en Francia se encuentra un tercio de la obra pictórica de da Vinci”, aseveró Vincent Delieuvin, director de pinturas italianas del Museo del Louvre y especialista de da Vinci.
Los tres años que vivió da Vinci en Francia permitieron sellar una gran amistad entre el artista y Francisco I, quien durante todo su reinado puso un gran empeño por embellecer y dar prestigio al sistema cortesano que lo rodeaba. Los expertos afirman que el joven monarca le visitaba diariamente y hasta lo llamaba “mi padre”. Pero además, Francisco estuvo fascinado por los conocimientos de anatomía, botánica, ingeniería y espiritualidad del genio italiano. Sin embargo, Leonardo no murió en los brazos del rey, como versa la leyenda. El 23 de abril de 1519, Leonardo, quien se encontraba enfermo desde hacía varios meses, redactó su testamento. Murió el 2 de mayo en Cloux, a los 67 años y fue enterrado en la capilla Saint-Hubert del castillo de Amboise, donde pasó vivió los tres últimos años de su vida.
La princesa Juana de Valois (1464-1505), hija del rey Luis XI de Francia, era una jovencita delicada, culta y muy espiritual… pero era muy fea, un tipo de fealdad que obligó incluso a la Iglesia católica a separarla de su marido, a quien no atraía.
La princesa Juana nació en 1464 y decepcionó a todo el mundo, que esperaban que un varón viniera a salvar la corona de una crisis sucesoria. Su padre se repuso a la tragedia y, contrariamente a la costumbre, no culpó a su mujer por haber tenido una hija mujer.
A las tres semanas del nacimiento, comenzó a planear el matrimonio de la princesa bebé: al no tener hijos varones, esta niña sería la depositaria de los derechos sucesorios de Francia y, aunque no podría ser reina a causa de la Ley Sálica, su esposo heredaría el trono.
Así, Luis XI propuso a su “muy querido y amado tío” Carlos, duque de Orleáns, casar a su “muy querida y muy amada hija Juana de Francia” con su “muy querido y amado primo” el príncipe Luis. La mano de la hija del rey de Francia no se rechazaba: Juana tenía apenas 26 días de vida cuando fue comprometida con un niño de 23 meses de edad.
A medida que pasó el tiempo, los duques de Orleáns comenzaron a protestar ante la decisión de Luis XI de no enviar a su hija a educarla junto a su “novio”. Por el contrario, el rey había decidido enviar a la princesa bien lejos de la corte, al castillo de Linières, donde permaneció casi enclaustrada desde los cinco años de edad.
¿La razón? A medida que la niña nació se fue haciendo más fea de lo que era, tan fea que fue descrita por un cortesano como una mujer “marcada por la imperfección”. Se le diagnosticó escoliosis y raquitismo, deformación de la columna vertebral, desarrollo desigual de los miembros inferiores y de la pelvis, además de una debilidad osea generalizada.
LUIS XII DE FRANCIA
Cuando llegó el momento de la boda, Juana tenía 12 años y por fin conoció a su novio, de 14. La sorpresa de la corte fue absoluta. La madre de la novia, la sufrida Carlota de Saboya, la había acostumbrado a usar vestidos amplios y aparejos que tenían por objeto disimular sus defectos, especialmente la cojera, pero no pudo hacer milagros.
La indeseada boda se llevó a cabo, para desgracia de ambos contrayentes. “Los contemporáneos compadecieron primero al bello joven encadenado a semejante esposa”, escribe la historiadora Simone Bertière. “No tenían por los discapacitados, muy numerosos en esos tiempos, la compasión que nosotros creemos deber manifestarles…”
El novio adolescente, hermoso y atlético, ya muy entregado a sus impulsos carnales, jamás quiso tocarle un solo pelo a su mujer durante los siguientes veinte años, pese a que todo el mundo trataba de convencerlo de que ella era, a pesar de todo, virtuosa, piadosa, inteligente, valiente, honesta, cariñosa…
Dos décadas tuvo que soportar Luis de Orleáns a su esposa: ¡todo sea por un trono! Su suegro ejerció sobre él una vigilancia absoluta, conminándolo bruscamente -y en todo momento- a cumplir con sus deberes maritales.
Tan solo la enfermedad, cuando un ataque de viruelas lo dejó en cama, acercó a Luis de Orleáns y su esposa. Juana, buena como el pan, pasó día y noche rezando junto a su marido y atendiéndolo en todo. Él no le dio ni las gracias.
Con frecuencia, el rey enviaba a los jóvenes a Liniéres durante un mes, amenazando a su yerno de ser ejecutado y arrojado a un río si no embarazaba a su esposa. “Preferiría que me cortaran la cabeza antes que hacerlo”, exclamaba el esposo.
Luis de Orleáns pensaba que la muerte de Luis XI lo liberaría de su tormento conyugal, pero no fue así: su cuñado Carlos VIII mantuvo la misma postura, aunque suavizó el espionaje y la vigilancia que pesaba sobre el matrimonio. La hija y hermana de un rey de Francia no podía ser repudiada.
Sin embargo, apenas fue coronado rey al morir Carlos, en 1498, Luis XII comenzó el vergonzoso proceso ante la Curia Romana para liberarse de su esposa. Siendo el nuevo amo y señor de Francia, no se mostraría dispuesto a dispensarle el trato de reina a Juana a quien, desde luego, se le prohibió la entrada a la consagración de Luis XII: ¡a ella, que había convertido a su marido en rey!
El rey envió un mensaje con el noble Louis de la Tremouille diciéndole a su esposa que ella tenía la culpa de la crisis: “Señora, el rey me encomienda vivamente a vos y me ha encargado decirle que la dama de este mundo que más ama es usted, su pariente más cercana, por las gracias y virtudes que en usted resplandecen, pero está muy disgustado porque usted no está dispuesta a tener descendencia, pues él desearía terminar sus días en tan santa compañía como la suya…”
Mientras Roma trataba el espinoso y complicado asunto, que duró nueve meses, Luis le retiró a su esposa el título de reina, a quien se refirió desde entonces como Madame Juana de Francia. La propia reina se presentó ante un tribunal para asegurar que ningún defecto físico le impedía la unión carnal y que su matrimonio había sido consumado, pero el rey tenía poder. El tribunal la llamaba “frígida”, “maldita” y otras cosas peores.
Fue finalmente el Papa Alejandro VI quien autorizó la disolución del matrimonio después de que unos testigos llevaran ante el tribunal una vieja carta de Luis cuando era un príncipe al Conde de Dammartin, en la que le afirmaba que estaba amenazado de muerte y que se mujer era esteril. Los cortesanos compitieron por el honor de certificar la autenticidad de la carta: ¡caso cerrado!
La despreciada Juana, oficialmente acusada de ser esteril, extraoficialmente demasiado fea para ser reina, se retiró de la vida cortesana, jamás volvió a ver a su marido (ni siquiera se despidieron) y se entregó a las obras caritativas y a los rezos, fundando una orden religiosa femenina. “Sintiéndose capaz de vivir en continencia y castidad”, escribió Brantome, “se retiró junto a Dios y lo desposó, tanto que nunca más tuvo otro marido: que mejor no podía tener”.
Luis XII, cuya imagen se vio seriamente perjudicada tras el proceso, fue bondadoso: le aseguró mediante cartas y documentos rentas de acuerdo a su rango, una pensión vitalicia y el título de duquesa de Berry. Desgastada por el ayuno y las oraciones, la reina Juana murió de hambre a los 40 años, en 1505. Mantenía clavado en su pecho un trozo de laúd, el que tocaba en su juventud, con cinco clavos de plata en recuerdo a las cinco llagas de Cristo. En 1950 Juana fue canonizada quedando convertida en Santa Juana de Valois.