Egiptóloga, artista y comunista: hace 145 años nació Isabel de Baviera, la «reina roja» de Bélgica

La duquesa Isabel de Baviera llegó a ser la tercera reina consorte de Bélgica. Los ciudadanos belgas la admiraron mucho pero nunca se sintieron identificados con esa naturaleza libre y caprichosa, ese espíritu no convencional y hasta excéntrico. Aunque mientras vivió su esposo, el rey Alberto I, fue una «prisionera del protocolo», al enviudar, su carácter se tornó volatil, autoritario y plenamente artístico.

Isabel (1876-1965) pertenecía una de las dinastías más excéntricas que ha conocido Europa, los Wittlesbach, era sobrina del «rey loco» Luis II, el megalómano de los castillos de cuentos, y ahijada de «Sissi», la depresiva y vanidosa emperatriz Isabel de Austria. Su padre, el duque Carlos Teodoro, fue considerado el padre de la medicina alemana y abandonaba sus castillos o regimientos para seguir estudios de medicina y cuidar de los desamparados que vivían en la pobreza. Isabel heredó también su compasión.

LA REINA ENFERMERA

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En 1900 se casó con el príncipe Alberto de Bélgica, sobrino del rey Leopoldo II, al que había conocido en un funeral, el de la duquesa de Alencón, tía de Isabel, fallecida durante un incendio en París. Al llegar a Bélgica, Isabel sorprendió a los burgueses flamencos y valones con sus opiniones políticas, que eran mucho más izquierdistas que las del propio partido socialista belga.

El matrimonio tuvo tres hijos: el mayor sería el futuro y polémico rey Leopoldo III; el segundo fue el príncipe Carlos, encargado de la regencia belga durante el exilio de su hermano tras la Segunda Guerra, y la menor fue María José, la última reina de Italia.

Alberto e Isabel se convirtieron en los reyes de los belgas en 1909. La residencia de la reina era un centro de la cultura belga: pintores, músicos, escultores, escritores y pensadores se reunían en torno a la reina. Al estallar la guerra, cinco años después, los monarcas se consagraron como los héroes nacionales.

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Como Bélgica se enfrentó a Alemania, el país natal de Isabel, ella con toda la astucia, renegó de su patria y se reconoció absolutamente belga: «Una cortina de hierro ha caído entre mi familia y yo«. Enfermera diplomada, Isabel organizó hospitales, entrenó enfermeras y recibió, y atendió personalmente, a los heridos de los ataques alemanes.

El reinado de Alberto (el «Rey Caballero») e Isabel (la «Reina Enfermera») fue un verdadero éxito y duró hasta que la tragedia golpeó a las puertas del palacio. En 1934, Alberto sufrió una caída durante una excursión de alpinismo y murió con el cráneo reventado contra una roca.

El hijo mayor se convirtió en el rey Leopoldo III. Un año más tarde, la nueva reina, Astrid de Suecia, falleció en un accidente automovilístico y el luto envolvió a la familia real. Durante los siguientes veinticinco años, hasta la llegada de Fabiola, Isabel fue la única mujer de la casa.

MÚSICA CON EINSTEIN

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Por sobre todas las cosas, Isabel fue una mujer apasionada por la música. Su vida estaba sumergida en la música, y sin duda hubiera sido una gran intérprete de piano y también de violín. Más Wittlesbach que ninguno, la reina llenaba su casa de artistas, pintores y músicos y dedicaba días enteros a tocar el violín.

Cierto día, los cortesanos la descubrieron a las 6 de la mañana en un parque, en el interior del cráter de una bomba, tocando el violín. Ante el estupor de sus sirvientes, Isabel explicó: «La noche estaba maravillosa, toda estrellada. Esta mañana es espléndida. Además, la acústica de esta cavidad es mejor que la de cualquier otra sala«.

En otra oportunidad, sus damas la sorprendieron a las seis de la mañana tocando el violín con otros tres músicos. Al preguntarle «¿Ya están tocando?», la reina, imperturbable, respondió: «¿Qué quieren decir con ‘ya’? ¡No hemos parado desde ayer a la noche!» Y siguió tocando…

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En los bosque del palacio real de Laeken, la reina Isabel tenía grandes amigos: los pájaros, a quien consideraba músicos por naturaleza. Los escuchaba silbar durante horas y plasmaba sus temas musicales en libros de pentagramas para después interpretarlos en su violín. Otro de sus grandes amigos fue Albert Einstein, junto al cual pasó muchas horas interpretando clásicos, él con el piano y ella con su violín.

Apodada «la Reina Roja», Isabel viajó regularmente a la ex Unión Soviética, un país que la fascinaba. Sin pelos en la lengua, la reina confesaba su admiración por Castro y Lenin, y que el sistema comunista está lejos de ser perfecto, que necesitaría de varias generaciones para alcanzar sus objetivos, pero que es el que más se interesaba por la vida de las personas.

LA MUJER QUE «DESCUBRIÓ» A TUTANKAMON

A Isabel de Bélgica le apasionaba todo: las ciencias, las artes, las religiones, las culturas… Era tan curiosa que llegó a ser una las primeras mujeres europeas en entrar en la tumba del faraón Tutankamón en el Valle de los Reyes en Egipto en 1923. Jean Capart, padre de la egiptología belga, fue su guía en la expedición que llevó a penetrar uno de los monumentos funerarios más apasionantes de la historia. «El 22 de noviembre de 1922, Lord Carnarvon y Howard Carter encontraron una tumba en el Valle de los Reyes«, escribe el arqueólogo e historiador Patrick Weber. «Cuando oyó la noticia, Isabel se emocionó. La pared que separaba la antecámara de la bóveda debía ser abierta y la reina deseaba presenciar el acontecimiento (…) Telegrafió a Lord Carnavon para ver si se le permitiría unirse a él y obviamente se le da la autorización«.

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Artículo publicado originalmente el 8 de marzo de 2020 y actualizado el 23 de noviembre de 2020.

La apasionante vida de Enriqueta de Bélgica, una princesa contra la tempestad

Su vida fue una sucesión de tragedias en torno a su figura, pero supo sortear la adversidad gracias a su reconocida acción en favor de los desamparados.

Hubo alegría en el palacio en la esquina de la Rue de la Régence y la Place Royale, en Bruselas, el 30 de noviembre de 1870: la condesa de Flandes, cuñada del rey Leopoldo II de Bélgica, dio a luz a dos niñas gemelas. Para la condesa y su marido, el príncipe Felipe, eran su segundo y tercer hijo, tras el nacimiento de un hijo, Balduino, un año antes. Las princesitas fueron bautizadas con los nombres de Enriqueta y Josefina.

El mundo al que llegaron las niñas estaba en un estado de cambio. Francia y Prusia estaban librando una guerra desde hacía pocas semanas, un conflicto que duró hasta la primavera de 1871 y finalmente conducirá a la creación del Imperio de Alemania. Aunque Bélgica no estaba directamente involucrada en los combates, estos tienen un gran impacto en la sociedad del pequeño y joven país, que limita con ambas partes en conflicto.

El certificado de nacimiento de Enriqueta (1870)

Los condes de Flandes también tuvieron que afrontar una nueva realidad en la seguridad de su propia familia. Apenas dos años antes, llevaban una vida a la sombra de su hermano y cuñado, Leopoldo II, que tenía un hijo y heredero al trono, el príncipe Leopoldo. Pero a principios de 1869, sin embargo, el joven príncipe murió repentinamente después de una caída en un estanque. Desde entonces, el futuro de la dinastía recaía sobre los hombros de Balduino, único hijo de los condes.

Las pequeñas princesas recién nacidas estaban inicialmente bien, pero a principios de 1871 llegó otra tragedia: una enfermedad se apoderó de la pequeña Josefina, quien murió repentinamente. Su hermana Enriqueta se salvó. Cuando la condesa de Flandes volvió a dar a luz a una hija en 1872, la niña también se llamó Josefina, en recuerdo de la fallecida. En 1875 le siguió otro hijo, el futuro rey de los belgas Alberto.

La condesa de Flandes mantuvo una relación amorosa y cercana con sus cuatro hijos, muy contra las convenciones de la alta sociedad de la era victoriana. Siguió de cerca la crianza y la formación de todos ellos: todos los días se levantaban a las 7 de la mañana, eran enseñados por profesores privados hasta el mediodía, realizaban una caminata o una visita a un museo o una iglesia y posteriormente volvían a clases hasta las 17.30 horas. Después podían relajarse con un libro o en el piano, y eran libres los domingos y jueves por la tarde.

La condesa de Flandes con sus hijos Enriqueta y Balduino.

La tragedia de Balduino

En su juventud, la princesa Enriqueta se llevó especialmente bien con Balduino, apenas un año mayor que ella. Con frecuencia estudiaban juntos y eran confidentes en una corte opaca en la que no abundaban las alegrías. A los 12 años, la princesa ya era una niña entusiasta y llena de vitalidad, mientras el príncipe era más reservado y reflexivo. Juntos tomaban clases de gimnasia, danza y equitación. Enriqueta también resultó ser una escritora talentosa y pinta acuarelas, dos aficiones que mantuvo a lo largo de su vida.

El 1 de enero de 1891, Enriqueta asistió por primera vez a la recepción oficial de Año Nuevo en el Palacio Real de Bruselas y unos pocos días después enfermó de una neumonía grave y durante un tiempo la familia rezó junto a su cama porque todo el mundo pensó que moriría. Recibió incluso los últimos ritos, pero poco a poco salió de su agonía y, tras permanecer en la cama un buen tiempo, se recuperó por completo.

Un nuevo drama en la familia

Mientras que Enriqueta se recuperaba, un nuevo drama real tuvo lugar en otro rincón del palacio de los condes de Flandes. Balduino, quien oró por su hermana enferma durante noches enteras, contrajo también neumonía pero su salud fue de mal en peor. Surgieron varias complicaciones y el 23 de enero el joven murió, rodeado de sus padres y de Josefina y Alberto. Enriqueta, aún débil en su habitación, permaneció durante varios días en la ignorancia hasta que su familia le contó la terrible noticia.

Enriqueta de niña.

La tragedia de Balduino, heredero aparente del trono, conmocionó a todo el país. El conde y la condesa de Flandes y sus tres hijos supervivientes quedaron desolados y el príncipe Alberto, de 16 años, se convirtió en el primero en la línea sucesoria. Al mismo tiempo, pasados unos meses, la atención de la corte comenzó a centrarse en las princesas Enriqueta y Josefina, que ya estaban en edad de contraer matrimonio y la búsqueda de un marido adecuado fue considerada imperativa.

Pretendientes para Enriqueta

Aunque Josefina es la hermana menor, fue la primera en dejar el palacio de los condes de Flandes. En 1894 se casó con el príncipe Carlos von Hohenzollern, su primo hermano. Enriqueta tenía 24 años en ese momento y para muchos el tiempo se acaba. Durante años había estado enamorada del príncipe francés Philippe, duque de Orleans y primo suyo.

El amor parecía mutuo, pero existía un gran problema: Philippe descendía en línea directa de Luis Felipe de Orleáns, el último rey de los franceses que se vio obligado a abdicar en 1848 y hermano de la reina María Luisa, abuela de Enriqueta. La muerte de su padre también convirtió al joven príncipe en pretendiente al trono francés y jefe de la dinastía.

Las princesas Josefina (izq) y Enriqueta (der).

Leopoldo II se negó rotundamente a aceptar este matrimonio. Francia estaba en manos de la Tercera República y le aterrorizaba ofender a los nuevos gobernantes haciendo que su sobrina se case con el hombre que aspiraba al trono francés. Por lo tanto, el rey lo vetó, para gran pesar de su sobrina.

Los condes de Flandes iniciaron entonces una intensa búsqueda por las cortes europeas con la mayor discreción posible en busca de un príncipe que sí califique. Por un momento pensaron en Leopoldo de Habsburgo, archiduque de Austria y gran duque de Toscana. Cuando presentaron su nombre a amigos cercanos, la reacción fue unánime: no se puede confiar en Leopoldo y es un mal candidato. Más tarde renunciaría a sus títulos, se casaría tres veces y finalmente simpatizaría con los nazis antes de morir en la pobreza.

Una boda largamente esperada

Los padres de Enriqueta volvieron entonces a examinar el árbol genealógico de la casa de Orleans y detuvieron su mirada en el príncipe Emmanuel, duque de Vendôme (1872-1931). El joven también era descendiente del rey Luis Felipe, pero a través de un hijo menor, lo que hacía que su posición fuera políticamente menos controvertida. Por ejemplo, se le permitía ingresar a Francia, a diferencia del duque de Orleáns, que vivía exiliado en el Reino Unido.

Enriqueta con sus hermanos Alberto y Josefina

Los condes de Flandes organizaron varios encuentros “causales” entre su hija Enriqueta y Emmanuel y el romance floreció por la fuerza. Aunque ambos padres estaban a favor del matrimonio, no podían simplemente casarse sin el permiso explícito del rey Leopoldo, quien esta vez no se opuso. La familia real respiró aliviada cuando el rey bendijo el matrimonio.

Enriqueta y Emmanuel se casaron el 12 de febrero de 1896 en la casa paterna de la princesa en Bruselas. A partir de ahora pudo titularse duquesa de Vendôme, y aunque no tenía derecho al trono belga por ser mujer, siempre fue considerada miembro de la familia real. El 31 de diciembre de ese año dio a luz a su primera hija, María Luisa de Orleáns. Más tarde nacieron las princesas Sofía (1898) y Geneviève (1901) y un hijo largamente esperado Carlos (1905). La familia se instaló en un palacio de la ciudad en la rue Pauline Borghèse en Neuilly-sur-Seine, un rico suburbio de París.

Cannes y Wimbledon

La propia Enriqueta no carecía de recursos, pero su matrimonio con Emmanuel la convirtió en una de las princesas más ricas de Europa. Ella y su esposo llevaron una vida lujosa y mundana. En su casa de Neuilly, organizaban recepciones, bailes y otras reuniones que el beau monde y muchos invitados de la realeza se sentían felices de participar.

Enriqueta con su prometido Emmanuel, duque de Vendôme

En los años siguientes, el duque y la duquesa de Vendôme también adquirieron muchas otras propiedades señoriales, como el castillo de Saint-Michel en Cannes, Francia, la casa Belmont en Wimbledon, Reino Unido, y el castillo de Mentelberg cerca de Innsbruck, Austria. Allí también mantienen un estilo de vida resplandeciente.

La tragedia del Bazar de la Charité

Al mismo tiempo, Enriqueta realizó numerosas obras de caridad, impulsada por la bondad de su suegra Sofía, duquesa de Alençon y hermana de la emperatriz Isabel (Sissi) de Austria. El 4 de mayo de 1897 la duquesa de Alençon fue una de las víctimas del desastre del Bazar de la Charité en París, que se incendió ferozmente cuando decenas de señoras y señoritas adineradas estaban vendiendo obras de arte por una buena causa. Aquel día murieron 129 personas, incluida Sophie.

La lujosa vida de los duques de Vendôme se prolongó hasta la Primera Guerra Mundial. En 1909, su estatus creció aún más si cabe: al morir Leopoldo II, su sobrino Alberto I lo reemplazó en el trono, y Enriqueta, que hasta entonces era “sólo” la sobrina del monarca, ahora se convirtió en la hermana del rey. En una ciudad como París, eso le confirió mucho prestigio, pero al mismo tiempo surgieron tensiones con su hermano porque él mismo abogaba por un estilo de vida más modesto, en un intento por refundar una familia que durante el reinado de Leopoldo II estuvo marcada por el despilfarro, la ambición y el libertinaje.

Enriqueta con su hija María Luisa de Orleáns en 1898.

El penoso tiempo de guerra

La Primera Guerra Mundial también tuvo importantes consecuencias para Enriqueta de Bélgica. Su hermana menor, Josefina, princesa Carlos de Hohenzollern, se encontró de repente en el campo del enemigo, porque su matrimonio la convirtió oficialmente en una súbdita alemana. Durante cuatro años, las hermanas apenas pudieron comunicarse entre sí y, si eso ocurría, debía hacerse bajo el mayor secretismo. El rey Alberto no volvió a ver a su hermana Josefina hasta 1922 y la reina Isabel cortó todos los lazos con su familia en Baviera.

A pesar de estas preocupaciones personales, Enriqueta no se rindió y tanto en Wimbledon como en Cannes lideró varias iniciativas para aliviar los sufrimientos de la gente común a causa de la guerra. Belmont House se convirtió en un lugar de encuentro para refugiados de Bélgica mientras su residencia de Cannes fue transformada en un hospital militar donde la princesa asistía personalmente a los soldados heridos.

La guerra fue interrumpida por algunos instantes de felicidad personal. Su hija mayor, María Luisa de Orleáns, se casó con el príncipe Felipe de Borbón-Dos Sicilias en 1916. Un año después tienen un hijo, Gaëtan, primer nieto de la duquesa de Vendôme. En 1923 la princesa Geneviève se casó con el marqués Antoine de Chaponay. Juntos tienen dos hijos: un hijo Pierre-Emmanuel (1925) y una hija Henryanne (1926). La hija menor, Sofía, tenía una discapacidad y nunca se casará.

Enriqueta y su hija Geneviève

Nobleza obliga

Enriqueta y el duque de Vendôme salieron de la guerra bastante ilesos, también económicamente. En la década de 1920 retomaron de a poco y silenciosamente a su antigua vida y realizaron varios largos viajes de placer, incluso al norte de África. Sin embargo, sus hijos los pusieron a prueba con opciones de vida que chocaron con los valores aristocráticos consagrados que ellos mismos aprecian. El matrimonio de María Luisa y Felipe de Borbón se tornó tormentoso hasta que optaron por el divorcio en 1925. Dos años más tarde también logran disolver su matrimonio religioso. A finales de 1928, María Luisa se casó por segunda vez con el estadounidense Walter Kingsland y se marchó a vivir en Estados Unidos.

Esta “vergüenza” familiar fue solo una gota en un mar de escándalo que provocó el único hijo de Enriqueta, Carlos de Orleáns, quien nunca fue aplicado para los estudios ni el trabajo y se aficionó al alcohol. Siguiendo a sus padres, realizó varios viajes en la década de 1920, incluso a Estados Unidos, donde conoció a Margaret Watson («Peggy»), una mujer nacida en Richmond, Virginia, y una socialité de Nueva York. Carlos se enamora de ella y la noticia de la relación cayó como una bomba en la familia real.

Los duques de Vendôme anunciaron que no podrían aceptar una mancha semejante y que jamás considerarían a Peggy como una esposa digna para su hija. Como el heredero de su rama de la casa de Orleans el joven príncipe debía casarse con una mujer de sangre azul o, en su defecto, de los círculos “correctos”. Pese a esto, Carlos y Peggy se casaron primero en los Estados Unidos y nuevamente en París en 1928 para legalizar su matrimonio en Francia. Los duques de Vendôme, furiosos, se negaron a reconocer la unión y, mucho menos, a recibir a Peggy como miembro de la familia.

Enriqueta y su hijo Carlos de Orleáns en 1920.

Caída de la bolsa: una viuda en apuros

El duque de Vendôme nunca se enfrentó a su nuera porque murió inesperadamente en 1931. A partir de entonces, Enriqueta vivió sola y con menos comodidades que antes. A principios de la década de 1920, ella y Emmanuel habían podido comprar el castillo de Tourronde en el lago de Ginebra en la Alta Saboya, pero una vez que enviudó la duquesa de Vendôme se encontró en aprietos económicos.

Esto es en parte el resultado de la caída del mercado de valores de 1929 en Nueva York, que sumió al resto del mundo en una depresión sin precedentes y también afectó seriamente los activos de Enriqueta. Además, había hecho algunas malas inversiones que la arruinaron. Con el corazón roto, tuvo que vender varias propiedades que le son queridas, incluido el palacio de la ciudad en Neuilly, Belmont House y el castillo de Mentelberg.

La muerte de Emmanuel afectó profundamente a Enriqueta. Se despidió de la vida de sociedad y se retiró al castillo de Tourronde, donde siguió pintando con sus acuarelas, pero en colores sombríos. Milagrosamente, encontró un rayo de esperanza en su nuera Peggy, con quien comenzó a encontrarse hasta apreciarla enormemente, en gran parte porque demostró tener una influencia positiva en el príncipe Carlos.

Enriqueta junto al último rey de Portugal, don Manuel II.

Enriqueta encontró un nuevo propósito en la vida: preservar los archivos de la Casa de Orleans para la posteridad. A través de todo tipo de legados, esto terminó en gran parte con Emmanuel y, por lo tanto, con ella. Revisó minuciosamente los tesoros dinásticos, hizo inventarios y los administró. A partir del archivo, Enriqueta publicó varios libros sobre personajes ilustres de la casa de Orleans, como María Amalia, esposa de Luis Felipe y última reina de Francia. Anteriormente había publicado informes de viajes sobre sus aventuras en los Alpes y el norte de África.

¿Recibirá el Premio Nobel?

En 1938, la princesa Enriqueta recibió un gran honor: dos estadistas franceses la nominaron para el Premio Nobel de la Paz, en parte por su compromiso con la caridad durante tanto tiempo. No lo recibió, pero hasta nuestros días sigue siendo la única mujer belga nominada al Nobel. Ni ella misma supo sobre su nominación, porque el Comité del Premio Nobel no da a conocer los nombres de las personas candidatas al Premio hasta décadas después.

Casi al mismo tiempo, las nubes de la guerra se fueron acumulando nuevamente sobre Europa y Enriqueta empezó a preocuparse en muchas áreas. Financieramente ya no tenía ninguna seguridad y la única propiedad que disponía era el Castillo de Tourronde. Los archivos de la casa de Orléans, por los que lucha desde hace muchos años, también estuvieron en serio peligro.

Los reyes Isabel y Alberto acompañan a Enriqueta en el funeral del duque de Vendome.

Con el auge del nazismo, Enriqueta comenzó a temer por su propia vida. Como duquesa de Vendôme, era un blanco simbólico y fácil para los fascistas, pero logró salir ilesa de la Segunda Guerra Mundial. Al igual que en la Primera Guerra, se mostró comprometida con los soldados y las víctimas, y por estos esfuerzos y su extensa labor benéfica se le otorgó una cinta de caballero en la Legión de Honor francesa.

Al otro lado del Océano Atlántico, la guerra de 1943 afectó a Enriqueta. Su hija Geneviève llevó a sus hijos Pierre-Emmanuel y Henryanne a un lugar seguro en los Estados Unidos. Allí, el varón estudiaba en la Escuela Militar de Pensacola, Florida, cuando durante un vuelo sobre el Golfo de México su avión se estrelló. Todos los pasajeros murieron, incluido el nieto de Enriqueta,que tenía apenas 17 años.

Los últimos años

Enriqueta de Bélgica en sus últimos años.

Después de la guerra, el entusiasmo por la vida de Enriqueta de Bélgica pareció haber desaparecido. Rara vez salió del castillo de Tourronde, excepto para un viaje ocasional a Suiza. Su corazón, riñones y pulmones comenzaron a fallar y por eso a mediados de 1948 tomó la decisión de refugiarse en Sierre (Suiza) para recuperar fuerzas. A los pocos días tuvo que ser trasladada de urgencia al hospital, donde murió el 28 de marzo a los 77 años. El 12 de abril su cuepo reposó finalmente en la tumba familiar de la casa de Orleans en Dreux, Francia.

Con la muerte de Enriqueta se perdió todo lo que ella amaba. En junio de 1950 se produce una subasta de sus bienes muebles y varios compradores, entre los cuales estaba la reina Juliana de Holanda, se quedaron con numerosos artículos personales de la princesa. Contra los últimos deseos de Enriqueta, su hijo vendió el castillo de Tourronde en 1952 y la propiedad fue dividida en lotes. Sus hijos también destrozaron el archivo de la casa de Orleans, el trabajo de su vida. Geneviève obtuvo la mitad y luego la donó a los Archivos Nacionales de París. La otra mitad, que fue a manos de Carlos, fue vendida por su viuda al Estado belga muchos años después.

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Felipe de Bélgica tiene un cumpleaños 60 de «bajo perfil» en medio de la crisis del coronavirus

Con todos los planes suspendidos, el rey pasará su día en el castillo de Laeken, a las afueras de Bruselas, en compañía de su familia.

El rey Felipe de Bélgica cumple 60 años este miércoles 15 de abril y celebrará este hito con su círculo íntimo, en el palacio de Laeken, con la reina Mathilde (47) y sus cuatro hijos adolescentes. El monarca celebrará modestamente, porque considera que las fiestas son inapropiadas mientras el mundo se sumerge en una crisis sanitaria y económica causada por la pandemia del coronavirus. Con 31.120 personas infectadas y casi 4.200 fallecidas, Bélgica es el décimo país más afectado por la enfermedad (Covid-19) surgida en la ciudad china de Wuhan.

“Me gustaría agradecerles por los excelentes mensajes y los hermosos deseos para mi 60 cumpleaños», escribió el rey en un mensaje publicado en las redes sociales de la casa real. «Hoy estoy pensando en todos los que tienen dificultades y especialmente aquellos que han perdido a un ser querido. Estoy impresionado por las expresiones de solidaridad en todo el país. Vamos a superar esta prueba juntos”.

El palacio real publicará un mensaje en las redes sociales el miércoles por la mañana en relación con el sexagésimo cumpleaños de Felipe, séptimo rey de los Belgas. “El rey no quiere dar más publicidad a ese hito en su vida, dadas las extrañas circunstancias en las que se encuentran su país y la población”, dijo periodista Wim Dehandschutter del diario Nieuwesblad. “Las escuelas y las empresas están cerradas, las personas están separadas unas de otras, la vida social se ha detenido: no es el momento de divertirse, piensa el rey”, agrega.

El monarca pasará su cumpleaños en el castillo real de Laeken, a las afueras de Bruselas, en compañía de sus cuatro hijos, Elisabeth (18), Gabriel (16), Emmanuel (14) y Eléonore (11). Originalmente, los reyes iban a viajar en esta fecha a Copenhague para asistir a los festejos por el cumpleaños 80 de la reina Margarita II de Dinamarca, este 16 de abril. Además, la casa real tuvo que cancelar una gran fiesta de jardín en mayo a la que se había invitado a 100 ciudadanos que, como el rey, nacieron el 15 de abril de 1960.

Nacido en Bruselas durante el reinado de su tío Balduino, Felipe es el hijo mayor del exrey Alberto II y de la reina Paola. En los años 1960 y 1970, la relación entre Alberto, en ese entonces príncipe heredero, y de su esposa de origen italiano, Paola, atravesó una etapa difícil y la pareja descuidó la educación de sus tres hijos, que pasaron gran parte del tiempo alojados en casa de amigos. El joven príncipe era un niño tímido, un rasgo que ha conservado con el tiempo. Realizó estudios más bien mediocres en un establecimiento de jesuitas en Bruselas y después en un liceo católico en Flandes. Luego siguió una formación militar, en la que obtuvo su licencia de piloto de caza, de paracaidista y de comando, antes de ingresar a la universidad de Oxford (Inglaterra) y de Standford (EEUU).

Durante décadas Felipe fue considerado por el rey Balduino y la reina Fabiola como su favorito para sucederles en el trono, pero estos planes sucesorios debieron quedar trastocados en 1993, día en que el rey murió a los 62 años de edad mientras veraneaba en España. Al día siguiente, el Gobierno anunció, para sorpresa de muchos, que el nuevo monarca era el hermano del difunto, Alberto II, y Felipe se convirtió de manera oficial en el príncipe heredero con el título de duque de Brabante. Tenía 33 años.

Durante los siguientes 20 años, el príncipe siguió con su preparación, adquirió confianza en si mismo y presidió decenas de misiones económicas en todo el mundo. En 1999, a los 39 años y cuando todos pensaban que iba a quedar soltero, se unió en matrimonio con una aristócrata belga, Matilde d’Udekem d’Acoz, 13 años menor que él, dando un toque de glamour a esta monarquía tildada a menudo de aburrida. En los siguientes años tuvieron cuatro hijos, entre ellos la princesa Isabel, nacida en 2011, y que un día podría convertirse en la primera mujer que reina en Bélgica. Desde 2013, Felipe y Matilde llevan un reinado pacífico, carente de los escándalos que azotaron el reinado de Alberto II, aunque no exento de agitaciones políticas cuya resolución cosechó grandes elogios para el monarca.

El histórico castillo donde se ocultó Leopoldo III de Bélgica se vende por 20 millones de euros

Oculto por un recinto amurallado, el castillo fue construido en la década de 1920 y donado al Estado tras la muerte del rey.

«Bienvenido a Argenteuil, la hermosa propiedad que era del rey Leopoldo III y donde pasé años maravillosos. Pero hoy tengo 80 años y tengo que venderla”, dice Jean-Marie Delwart un riquísimo empresario que en 2004 compró el castillo belga en un estado ruinoso por poco menos de 8 millones de euros y ahora lo vende por 20 millones. El castillo, ubicado en Waterloo (a unos 30 kilómetros de Bruselas) y asentado sobre un dominio de 2.750 m², fue el lugar donde el rey Leopoldo III se recluyó mientras el reino se debatía la existencia de la monarquía, y donde políticos y académicos se hospedaron posteriormente.

Oculto por un recinto amurallado, el castillo de Tuck, conocido como «d’Argenteuil», fue construido en la década de 1920 por el representante de confianza del presidente estadounidense Hoover. Ubicado en el corazón del bosque de Sonian, fue el refugio de Leopoldo III y su segunda esposa, la princesa Lilian de Réthy, después de una serie de acciones controvertidas de la Segunda Guerra Mundial que culminó con la abdicación el monarca en favor de su hijo Balduino I. Su controvertido matrimonio con la princesa de Réthy, llevado a cabo en secreto, y las acusaciones de que había colaborado con los nazis durante la ocupación dividieron gravemente el país.

Después de elegir permanecer en Bélgica durante la ocupación nazi mientras el gobierno huía a Londres, Leopoldo III fue mantenido cautivo por los alemanes en el castillo de Laeken y luego deportado a Alemania bajo las órdenes nazis en 1944 en compañía de la princesa Lilian y sus hijo, Balduino, Josefina-Carlota, Alberto y Alejandro. Leopoldo III y su familia vivieron en el exilio en Suiza, entre 1945 y 1950, antes de que se les permitiera regresar, pero la perspectiva de su regreso provocó una feroz oposición y vio una de las huelgas generales más violentas en la historia de Bélgica. A su regreso, el rey y su esposa establecieron una especie de “retiro voluntario” en Argenteuil.

El castillo fue donado al Estado belga después de la muerte del monarca en 1983 y de la princesa viuda Lilian, en 2002, y el gobierno no dio un permiso a los hijos para levantar allí un monumento en honor del polémico rey. Según informes de la prensa belga, la propiedad opulenta despertó el interés de jefes de Estado como Vladimir Putin de Rusia o el exdictador libio Muammar Gaddafi, pero finalmente fue comprado por Delwart, quien restauró este dominio de aproximadamente 140 hectáreas. El empresario, que estableció en el castillo su fundación de investigación sobre animales y naturaleza allí, lo dotó de un campo de golf, áreas boscosas, estanques, magníficos jardines y estatuas de ciervos, y dice que preferiría que venderlo a una persona honesta y por encima de toda sospecha, según la cadena de televisión belga RTBF.