Efeméride: Carlos I, el último emperador de Austria, abdicó hace 102 años

El 11 de noviembre de 1918, Carlos I de Habsburgo, Emperador de Austria y Rey de Hungría, firmó su abdicación al trono imperial en el palacio vienés de Schönbrunn. Al día siguiente, el partido de los Cristianos Socialistas, devotamente católico y dirigido por el arzobispo de Viena, proclamó el final de la monarquía dual austrohúngara y el inicio de la República de Austria, lo que supuso el final definitivo del reinado de los Habsburgo.

El nuevo gobierno anunció al emperador y la emperatriz Zita que debían abandonar el país. Hallaron refugio en Suiza, pero como no habían querido colocar ni un centavo de su fortuna en el extranjero, su situación fue lamentable. Sus antiguos súbditos ofrecieron a la pareja imperial 184 millones de francos suizos a cambio de una declaración formal por la cual Carlos renunciaría en nombre propio y de sus descendientes a sus derechos dinásticos, pero Carlos eligió la pobreza.

Nacido en 1887, Carlos I fue el último Habsburgo que se sentó en el trono de Austria, pero no estaba destinado a reinar, ya que era un sobrino nieto del emperador Francisco José. A los dos años de su nacimiento, se suicidó en Mayerling el archiduque heredero Rodolfo, hijo del emperado, por lo que la línea hereditaria, tras otros eventos luctuosos, pasó al sobrino del emperador, Francisco Fernando. El asesinato de este heredero en 1914 convirtió a Carlos en el insospechado heredero del emperador.

El 21 de octubre de 1911, en el mismo palacio de Schwarzau donde se habían conocido, Carlos contrajo matrimonio con la joven princesa Zita de Borbón-Parma, de 19 años. El viejo y cansado emperador Francisco José exultaba de alegría: «¡Por fin un archiduque se casa con la princesa adecuada!» El monarca regaló a la novia una fabulosa diadema de brillantes mientras la duquesa viuda de Parma ofreció a su hija un collar de perlas de veintidós vueltas. El Papa Pío X, desde Roma, pronunció una bendición que más parecía una maldición: «Zita será emperatriz, peor para ella«.

En marzo de 1919, el último emperador Habsburgo de Austria, Carlos I, y su familia abandonaron Austria para instalarse en el castillo suizo de Wartegg, propiedad de la duquesa de Parma. A partir de entonces regresó dos veces de incógnito a su antiguo imperio hasta que los Aliados le recomendaron irse a la isla de Madeira, donde una pulmonía, causada por la falta de ropa de abrigo, mató al emperador a los 34 años en 1922. Sólo el rey español Alfonso XIII se preocupó por la suerte de la emperatriz viuda, Zita, que estaba embarazada, y sus siete hijos, quienes fueron de inmediato recibidos en el Palacio Real de Madrid. Allí se conserva todavía la proclamación del pequeño archiduque Otto, de 11 años, como Emperador de Austria y Rey de Hungría.

Los socialistas en el poder emprendieron una campaña infame y de odio en contra de la familia imperial que culminó con la proclamación de las «Leyes Habsburgo» en abril de 1919, pocos días después de que Carlos abandonara Austria, que establecieron el destierro eterno de la dinastía y la confiscación de sus bienes. «La presencia de los Habsburgo conlleva un continuo peligro para la República», decía un diario, mientras otro calificaba a Carlos de Habsburgo de ladrón, acusándolo de haberse llevado las joyas de la dinastía.

Prohibido estrictamente copiar completa o parcialmente los contenidos de MONARQUIAS.COM sin haber obtenido previamente permiso por escrito y sin incluir el link al texto original. Puede encontrarnos en Facebook o Instagram.

Francisco Fernando y Sofía, los emperadores que no fueron: de la boda por amor al desastre de Sarajevo

El heredero de Austria y Hungría nunca cayó bien, y su poca sutileza le impidió conectar con la aristocracia vienesa. Su matrimonio morganático no ayudó. Planeaba reinar como «Francisco II», pero la historia tenía otros planes. Trágicos planes.

Anuncios

Francisco Fernando de Habsburgo nunca cayó bien, su poca sutileza le impidió conectar con la aristocracia vienesa, sus proyectos políticos le enemistaron con los húngaros y su defensa a ultranza del neo-barroco frente al Sezessionsstil hizo que los intelectuales y artistas le aborrecieran. No obstante, uno de los hechos que más iba a marcar su vida fue el apasionado amor hacia una mujer.

Francisco Fernando y la condesa Sofía Chotek se conocieron probablemente en un baile en Praga, no se sabe exactamente cuando, en todo caso antes del suicidio del archiduque Rodolfo en 1889. La ascensión de Francisco Fernando al rango de thronfolger (heredero al trono) no cambió sus sentimientos hacia Sofía, a pesar de que ella, perteneciente a una familia aristocrática bohemia de rango menor, nunca podría casarse con él.

Poco después el archiduque empezó a visitar frecuentemente el Schloss Halbturn, residencia de su prima lejana la archiduquesa Isabella. La archiduquesa pensaba que Francisco Fernando cortejaba alguna de sus hijas y en su mente ya imaginaba el prestigio que le daría ser la madre de la futura emperatriz de Austria. Pero un día, después de un partido de tenis, el archiduque se olvidó su reloj de bolsillo y, con gran horror, la archiduquesa Isabella al abrirlo no encontró una foto de alguna de sus hijas, sino de su dama de compañía la condesa Sofía Chotek.

Una vez, y no sin cierto escándalo, se destapó el asunto, todo el mundo pensó que la relación entre Francisco Fernando y Sofía terminaría tarde o temprano, al fin y al cabo, dada su diferencia de rango, era prácticamente imposible que se pudieran casar. Pero para sorpresa de todos, la relación no solo no terminó sino que el archiduque insistió en casarse con Sofía, estaba perdidamente enamorado de ella.

Una novia de otro rango

Durante casi seis años, Francisco Fernando intentó presionar al emperador para que le dejara casarse con Sofía, pero Francisco José I se negaba en rotundo, Sofía carecía del rango adecuado. El conflicto matrimonial añadió un punto más de discordia a la ya tensa relación entre el emperador y su heredero. Asimismo, toda la Corte y la alta sociedad vienesa se posicionaron en contra de Francisco Fernando, y su propio hermano Otto (que se había casado con la princesa Maria Josepha de Sajonia) llegó a decir que quizás él debería ser nombrado thronfolger.

Sin embargo, varios hechos acabaron influyendo en la decisión del emperador. El padre de Francisco Fernando, Carlos Luis, murió en 1896 y el propio Francisco Fernando se curó, contra todo pronóstico, de una tuberculosis pulmonar que le tenía reposando en Egipto. Sería el heredero del Imperio gustara o no. Asimismo, también se recordaba la pésima relación que había tenido el difunto Rodolfo con su esposa Estefanía de Bélgica.

En 1900, se dice que a consecuencia de una carta enviada por el papa León XIII, el emperador Francisco José cedió, pero con una condición, el matrimonio sería morganático. El 28 de junio, en el Hofburg, ante toda la Corte y las autoridades, el archiduque Francisco Fernando firmó y juró un documento según el cual aceptaba casarse con Sofía Chotek con la condición que ella jamás llevaría el título de emperatriz y que ninguno de sus futuros hijos tendría derecho a sucederle al trono. Serio y casi abotargado, Francisco Fernando juró en medio de un silencio glacial. Jamás perdonaría a la Corte esta humillación, pero solo era el principio.

Boda en Bohemia

El enlace se celebró el 1 de julio en el Schloss Reichstadt, en Bohemia, y ningún miembro de la Casa de los Habsburgo asistió, ni siquiera los hermanos de Francisco Fernando. El único miembro de la Familia Imperial que estuvo presente fue la madrastra de Francisco Fernando (y propietaria del castillo), Maria Theresa de Portugal, y sus dos hijas. Ese mismo día, el emperador otorgó a Sofía el título de Duquesa de Hohenberg y el tratamiento de “alteza serenísima”.

Sin embargo, Sofía siempre fue, para disgusto de Francisco Fernando, considerada una extraña en la Corte y en la Familia Imperial y el protocolo cortesano, supervisado por el Obersthofmeister (Gran Maestre de la Corte), el príncipe de Montenuovo, se ensañó con ella. A pesar de ser la esposa del thronfolger, todas las archiduquesas, incluso las menores de edad, tenían precedencia sobre ella, cosa que resultaba especialmente humillante en las recepciones, aunque Sofía aguantaba estoicamente.

Una condesa aborrecida por la corte

El protocolo resultaba también degradante en la residencia oficial de Francisco Fernando, el Oberes Belvedere. Como Sofía no tenía el rango de princesa heredera, era considerada como una particular y cuando su esposo abandonaba el palacio el estandarte imperial era arriado, la guardia abandonaba sus garitas y los coches oficiales volvían a los garajes. Incluso en 1908, durante una recepción en honor del kronprinz Guillermo, la Corte recomendó a Sofía que, dada la diferencia de rango, permaneciera en sus aposentos a pesar de que el evento se celebraba en su propia casa.

No es de extrañar pues, que la pareja prefiriera sus residencias privadas de Artstetten y Konopischt donde podía llevar una agradable vida familiar con sus tres hijos (Sofía, Maximiliano y Ernesto) lejos del protocolo y el esnobismo de Viena. También en ellas podían recibir cómodamente a los invitados, sin problemas de rango, como al káiser Guillermo II, que siempre fue particularmente amable con Sofía. El propio Káiser y quienes conocían a Francisco Fernando reconocían que ese hombre de ademanes un tanto bruscos había cambiado gracias a Sofía, su arrogancia se convertía en cortesía, su cólera en paciencia y su espíritu militar en habilidades políticas.

Aborrecida por la Corte y la alta sociedad vienesa, la pareja no se dejó amilanar, Francisco Fernando siguió imaginando la política a seguir cuando gobernara y Sofía aguantando con una sonrisa las humillaciones protocolarias. Tarde o temprano llegaría su momento.

Sarajevo: un viaje de ida

En agosto de 1913, el emperador nombró a Francisco Fernando Generalinspektor der gesamten Bewaffneten Macht (Inspector General de las Fuerzas Armadas), el más alto cargo militar por debajo del emperador. Era una oportunidad única para que Francisco Fernando empezara a implementar sus políticas militares y un acercamiento hacia Rusia.

A finales de abril de 1914, la salud del emperador se deterioró considerablemente, Francisco Fernando esperó el desenlace en Konopischt. Mientras, un tren esperaba para llevarlo a Viena, el manifiesto inaugural de su reinado había sido redactado e incluso se pintó un retrato oficial provisional; todo parecía indicar que, tras 25 años, el esperado y temido momento estaba a punto de llegar, su nombre de reinado sería “Francisco II”, en recuerdo al monarca que había fundado el Imperio en 1804.

Pero inesperadamente el emperador se recuperó y semanas más tarde Francisco Fernando y Sofía partieron hacia Sarajevo.

El día 23 de junio el archiduque partió de Viena, rumbo a Trieste y luego por mar hacia el sur de la costa croata, desde donde tomó un tren hacia Sarajevo. Su esposa se le unió poco después. Residieron en un tranquilo balneario fuera de la ciudad, en Ilidza y los dos días de maniobras militares, el 26 y 27, fueron perfectos.

Continúe leyendo aquí

Álbumes de la emperatriz Sissi revelan a una pionera del coleccionismo fotográfico

Las fotos recopiladas por Isabel de Austria se exhiben en una exposición en Alemania, arrojando una nueva luz sobre su personaje.

La emperatriz austriaca Isabel (“Sissi”) fue una celebridad del siglo XIX. Pero a ella no le gustaba estar en público en absoluto. Cuando los paparazzi estaban cerca, sostenía un abanico frente a su cara: “Soy muy reacia a que me fotografíen”, enfatizó. Por otro lado, ella misma era una apasionada coleccionista de retratos, como muestra una exposición en la ciudad alemana de Colonia.

La emperatriz recopiló alrededor de 2.500 fotografías, alrededor de 2.000 guardadas en 18 álbumes que fueron subastados en 1978 y hoy son propiedad del Museo Ludwig de Colonia. Ahora se pueden ver en una pequeña pero muy interesante exposición “Sissi privada. Los álbumes de fotos de la emperatriz”, que estará abierta hasta el 21 de febrero.

La curadora Miriam Szwast considera los álbumes como un «diario visual», comparable a los poemas que Sissi escribió unos 20 años después. Ella no solo pegó las fotografías en los álbumes, sino que las seleccionó y organizó cuidadosamente. Puso fotos de nobles al lado de los artistas del circo, a los perros al lado de los emperadores y, como en la vida real, dejó que su hermana aparezca como un doble. Mostró actrices con disfraces de hombre o inflando sus faldas coquetamente, pero apenas hay fotos de ella misma.

¿Quién fue la verdadera Sisi?

En el verano de 1853, la princesa Isabel de Baviera fue invitada al cumpleaños número 23 del emperador Francisco José, gobernante del imperio Habsburgo. Para el joven monarca, fue amor a primera vista, y su matrimonio se acordó rápidamente. Juntos, gobernaron uno de los imperios más poderosos de Europa.

Como figura histórica, la emperatriz del siglo XIX se convirtió en una leyenda y un símbolo. Ella representó un anhelo común de romper con los grilletes de la vida cotidiana para convertirse en alguien espectacular. Pero este mito no hablaba exactamente de su personaje real. La emperatriz también era una persona egoísta y caprichosa.

Nacida en 1837, la joven princesa fue la cuarta de 10 hijos del duque Maximiliano y su esposa Ludovika de Baviera. Pasó su infancia en Munich y el cercano lago Starnberg antes de convertirse en emperatriz a través de su matrimonio a la temprana edad de 16 años.

Sin embargo, convertirse en emperatriz y mudarse a Viena no fue exactamente un sueño hecho realidad para la adolescente. Solo dos semanas después de su matrimonio, se refirió a su nuevo hogar como un «calabozo». Su esposo no pudo dedicarse a su vida privada: estaba ocupado lidiando con las derrotas militares y el proceso de transformación del imperio en dos monarquías constitucionales: Austria y Hungría.

Creando su propia colección de fotos

Sissi tuvo tres hijas y un hijo. Sin embargo, estaba profundamente descontenta con la vida en la corte y plagada de problemas de salud, muchos de los cuales se pensaba que eran psicosomáticos. En busca de un respiro, la emperatriz huyó de su familia y Viena y viajó por Europa, viviendo en Venecia, Madeira y Corfú, donde pudo relajarse y recuperarse; más tarde construyó un palacio opulento allí y pasó gran parte de su tiempo aprendiendo griego, dando paseos y viendo amigos.

Fue durante su estancia en el extranjero cuando comenzó su colección de fotografías , que ahora se exhibe en el Museo Ludwig de Colonia. Entre las imágenes mostradas se encuentran tres de los llamados «álbumes de belleza», encuadernados en cuero fino. En ellos, Sissi recopiló fotografías de mujeres para estudiar su apariencia.

«Estoy creando un álbum de belleza y ahora colecciono fotografías para él, solo de mujeres«, le escribió a su cuñado, el archiduque Luis Víctor, en la década de 1860. «Cualquier cara bonita que puedas reunir en Angerer’s u otros fotógrafos, te pido que me envíes». La emperatriz, a quien se consideraba convencionalmente hermosa, estaba fascinada por la interacción de ver y ser vista.

Pionera del coleccionismo fotográfico

El Museo Ludwig posee 18 de los álbumes de fotos de la emperatriz, que constan de unas 2.000 fotografías. La exposición de Colonia muestra una muestra de ellos, incluyendo imágenes de Sisi con sus perros o escenas de su vida familiar. También recopiló fotografías de artistas y actrices que tenían una mala reputación en la sociedad real en ese momento.

En cierto sentido, la emperatriz Isabel puede considerarse una pionera cuando se trata de recopilar fotografías. Después de todo, el medio era completamente nuevo, ya que fue presentado oficialmente en 1839 por el pintor francés Louis Daguerre.

No fue hasta finales del siglo XIX que la fotografía se convirtió en un medio aceptado. A través de las fotos expuestas, los visitantes de la exposición en Colonia descubrirán un lado de la emperatriz que era «mucho más moderno y mucho más emancipado, mucho más afilado, mucho más salvaje de lo que podríamos imaginar», según el comisaria de la exposición, Miriam Szwast.

La muerte de una emperatriz

Al crear estos álbumes de fotos, la emperatriz Isabel «creó un segmento de la sociedad que era de su gusto y se rodeó de personas en las imágenes que le interesaban», explica Szwast a la DEUTSCHE WELLE. También usó la colección para enfatizar su propia belleza, que fue tanto un deleite como una maldición.

Si bien, según los informes, tenía un régimen de belleza diario prolongado, que incluía cuidar su cabello largo y rizado durante horas, también se sentía sofocada por su apariencia y las demandas de la sociedad. «Para ella, la ropa fina que usaba en las ocasiones oficiales se sentía como un disfraz: hablaba de estar ‘atada'», dice Szwast.

La princesa rebelde también se tatuó un ancla en el hombro en 1888, que simbolizaba su gran amor por el mar. En sus últimos años, también escribió poesía y se inspiró en el poeta y pensador político radical alemán Heinrich Heine .

Cuando su hijo el archidque heredero Rodolfo se suicidó en 1889, la emperatriz se resignó a vestirse solo de negro y se hundió aún más en la depresión que la había acosado durante mucho tiempo. En 1898 fue asesinada por un anarquista italiano mientras se encontraba en Ginebra. Murió a los 60 años, habiendo pasado 44 años en el trono.

La exposición de Colonia vuelve a poner en primer plano las facetas más oscuras de su vida, liberando de su kitsch la imagen eternamente bella y melancólica que tenemos de la emperatriz. El resultado es una mujer moderna con gusto por el arte contemporáneo.

Prohibido estrictamente copiar completa o parcialmente los contenidos de MONARQUIAS.COM sin haber obtenido previamente permiso por escrito y sin incluir el link al texto original. Puede encontrarnos en Facebook o Instagram.

Francisco Fernando de Habsburgo: el malogrado archiduque nunca cayó bien

El archiduque Francisco Fernando nunca cayó bien. Su llegada al rango de thronfolger (heredero al trono) estuvo precedida de un desastre y a su “partida” le sucedió otro desastre aún mayor. Considerado por algunos el mártir de la Vieja Europa y por otros el emblema de un régimen y de un mundo destinados a desaparecer, Francisco Fernando es hoy en día mayoritariamente recordado por su asesinato en Sarajevo. ¿Pero quién fue este archiduque tan célebre y a la vez tan desconocido?

INFANCIA

El día 30 de enero de 1889, temprano por la mañana, la emperatriz Sisi fue informada, mientras asistía a sus clases de griego, de que su hijo, el archiduque Rudolf, heredero al trono, se había suicidado en el pabellón de caza de Mayerling, a unos veinte kilómetros al sur de Viena. Poco después fue la propia emperatriz, entre sollozos, la que tuvo que informar al emperador Francisco José I.

Más tarde, fue el propio Francisco Fernando el que se enteró, por telegrama, de la muerte de su primo. Sabía bien lo que significaba: su padre el archiduque Carlos Luis (hermano del emperador) era el nuevo heredero, aunque teniendo apenas tres años menos que el propio emperador, difícilmente viviría más que él.

El archiduque Carlos Luis se volvió a casar dos años después, esta vez con la animada y jovial infanta María Teresa de Portugal. Fue ésta la verdadera madre de Francisco Fernando, y a lo largo de su vida demostró ser uno de sus grandes apoyos.

Francisco Fernando creció sobretodo junto con su hermano menor Otto, aunque las marcadas diferencias de carácter pronto se tornarían en una declarada rivalidad. Francisco Fernando era serio, reservado, poco hablador y con tendencia a encolerizarse; Otto era en cambio divertido, carismático, despreocupado, aunque imprudente e irreflexivo. Su padre Karl Ludwig nunca escondió su preferencia por el hermano menor.

Educado, como todos los miembros de la familia Habsburgo, en el arte militar, pasó buena parte de su juventud viajando de un lado a otro del Imperio sirviendo en distintas unidades del ejército y ascendiendo rápidamente. Fue entonces cuando se empezó a evidenciar su obsesiva pasión por la caza y sobre todo por documentar cada pieza que cazaba, parece ser que a lo largo de su vida mató exactamente 274.551 animales, aunque esto le ocasionó, sin embargo, daños irreparables en su tímpano derecho.

EL HEREDERO

La súbita muerte del archiduque Rudolf en 1889, colocó a Francisco Fernando en una posición inesperada, su relativamente despreocupada vida acababa de dar un vuelco completo, ahora tenía que prepararse para la más que posible probabilidad de regir un imperio de más de 51 millones de habitantes y con más de diez nacionalidades distintas.

Francisco Fernando pasaría 25 años preparándose para heredar el trono y sin embargo, hoy ha caído en el olvido, a pesar de que durante más de dos décadas fue una importante figura política.

Descrito como serio, poco carismático, brusco y colérico a veces, poco dado a las sutilezas diplomáticas o las conversaciones ingeniosas, su persona fue pronto aborrecida por la alta sociedad vienesa, que, por lo general, hubiera preferido que su carismático y refinado hermano Otto fuera el thronfolger.

Las relaciones con el emperador Francisco José I tampoco fueron nunca fáciles, el soberano era el emblema del inmovilismo y Francisco Fernando carecía de habilidades diplomáticas; las opiniones del monarca y del archiduque sobre como gobernar el Imperio estaban destinadas a colisionar. No en vano Eugen Ketterl, valet del emperador, cuenta la famosa anécdota de que cuando el emperador y Francisco Fernando discutían parecía que todas las luces del Hofburg temblaban.

El archiduque defendía como fundamental una alianza con Rusia, sin ésta el reparto de las zonas de influencia en los Balcanes sería tortuoso. Sin embargo, Francisco José I había dejando que la alianza con Rusia se hubiera deteriorado lentamente desde 1848. Bajo impulso de Alemania, Rusia y Austria habían firmado en 1873 la Dreikaiserabkommen (Liga de los Tres Emperadores), alianza que afianzaba las relaciones entre las tres monarquías conservadoras de Europa, sin embargo el acuerdo caducó en 1887 y no volvió a ser renovado para disgusto de Francisco Fernando.

Por otro lado, el archiduque consideraba fundamental llevar a cabo un fortalecimiento del ejército y de la marina y al mismo tiempo una política exterior moderada, que evitara conflictos con las naciones vecinas, en especial Italia y Serbia. Por lo tanto, su oposición a una “guerra preventiva” le enfrentó particularmente con Conrad von Hötzendorf, jefe del Estado Mayor, que siempre que había una crisis proponía la misma e indistinta solución: la guerra.

Francisco Fernando ha sido tachado a veces de ultraconsevador pero, aunque es cierto que carecía de las actitudes liberales del difunto Rudolf, no era un reaccionario.

Fiel defensor de la dinastía y de sus deberes y privilegios, del derecho divino de los monarcas y ferviente católico, Francisco Fernando era además partidario de mantener el sistema semi-democrático presente en el Imperio. Para él la democracia de la clase media tenía un papel limitado en la vida política y los monarcas debían mantener sus prerrogativas sobretodo en política exterior y en cuestiones militares.

Dichas posturas le acercaban especialmente al káiser Guillermo II de Alemania, con el que además compartía sus pocas habilidades diplomáticas y cierta brusquedad; pero si Francisco Fernando era callado y reservado, Wilhelm II en cambio hablaba por los codos y a veces rozaba lo histriónico. La relación entre ambos fue siempre cordial y próxima, no en vano se llevaban apenas cuatro años de edad (el Káiser era mayor). Sin embargo, al a veces errático y torpe programa político del Káiser le correspondía uno de muy bien estructurado por parte de Francisco Fernando.

Continúe leyendo aquí

Asesinatos, ejecuciones, suicidios y accidentes: ¿fue la Casa de Habsburgo víctima de una maldición?

Las personas más supersticiosas aseguraban que la familia de María Antonieta, de la emperatriz «Sissi» y de Carlota de México eran víctima de un maleficio lanzado por el príncipe de Argovia a Rodolfo de Habsburgo en el siglo XIII.

Francisco José I (1830-1916), penúltimo emperador de Austria, estuvo destinado a reinar desde su infancia. La abdicación de Fernando I tras la revolución de 1848 y la renuncia al trono de Francisco Carlos permitieron la coronación de este joven archiduque austriaco de 18 años como emperador.

Convencido absolutista, su reinado, de casi 68 años, sería el tercero más largo de la historia de Europa, después de los de Luis XIV de Francia y Juan II de Liechtenstein. En el plano íntimo, su esposa Isabel de Baviera (1837-1898) -la emperatriz “Sissi”- aportó brillo y belleza a la estricta y archicatólica corte vienesa, pero pronto sobrevinieron las calamidades, una interminable serie de desgracias que llevaron a muchos a preguntarse si la familia Habsburgo era víctima de una maldición.

Las personas más supersticiosas del Imperio aseguraban que la familia de Francisco José y Sissi era víctima de un maleficio lanzado por el príncipe soberano de Argovia y sus dos hijos a Rodolfo de Habsburgo en el siglo XIII.

Los emperadores Alberto I y Leopoldo III fueron asesinados y María de Borgoña murió a causa de una estruendosa caída. Felipe “el Hermoso”, Rey de España, pereció muy joven de un posible envenenamiento mientras su esposa, Juana -”la Loca”- pasó el resto de su vida encerrada luego de haber perdido la razón. Sus sucesores no la pasaron bien en el trono de España y Carlos II fue el ejemplo máximo de aquello que sus súbditos creían que era un “hechizo”.

Raquítico, enfer­mizo y de escasa inteligencia, además de estéril, la infancia de Carlos II fue tan larga como su lactancia, que duró exactamente tres años, diez me­ses y once días, pasando por las manos de catorce nodrizas que no con­siguieron fortalecer al in­fante. Cuando su padre, Felipe IV, murió en 1665, el nuevo rey aún tomaba el pecho. Para evi­tar la mala imagen de coronar como rey a un niño poco des­arrollado, los médicos reales aconsejaron suspender la lac­tancia. Le prescribieron papillas y, como no se podía mante­ner en pie, encargaron al sastre unos gruesos cordo­nes para sostenerlo mientras recibía a los embajadores extranje­ros.

Cuando tenía cinco años todavía no sabía hablar. A los seis, en­fermó sarampión y varicela; a los diez años, ru­beola, y a los once, una viruela que estuvo muy cerca de matarlo; a los 32 años perdió todo el cabello y lo que que­daba fue disi­mu­lado debajo de la pe­luca. Y por sobre sus problemas físi­cos, estaban los mentales: aprendió a hablar a los 10 años y a los 15 apenas podía estampar su firma en un papel. Era de espe­rarse que no pudiera tener hijos.

Desespe­rada, la Corte acu­dió a un astrólogo, que aconsejó al rey ex­humar cadáve­res de sus antepasados, abrazarlos y dormir con ellos. El rey siguió el consejo al pie de la letra, pensando que así rompería su mala suerte y tendría el deseado here­dero al trono: durmió con los cuerpos momificados de San Isidro y San Diego de Alcalá porque tiempo atrás habían curado a algunos miem­bros de la familia real, para que Car­los se liberase de los de­monios que lo poseían.

Por aquellos tiempos, el emperador Rodolfo II de Habdburgo desarrolló un carácter psicopático que lo hizo verdaderamente infeliz y, un siglo más tarde, María Antonieta, la archiduquesa austríaca que fue reina consorte de Francia, fue guillotinada en La Bastilla durante la revolución.

El hermano menor de Francisco José, Maximiliano, fue el efímero soberano imperial de México hasta su fusilamiento en Querétaro, en 1867, mientras el otro hermano del emperador, el piadoso archiduque Carlos Luis, murió en 1896 de tifus por beber agua contaminada del río Jordán durante una peregrinación por Tierra Santa. Mientras tanto, el archiduque Juan Nepomuceno, desapareció en 1890 en las profundidades del océano Atlántico en compañía de su esposa; el archiduque Guillermo, gran aficionado a la equitación, murió a consecuencia de un accidente ecuestre y el archiduque Ladislao murió en un ridículo accidente de caza a la edad de 20 años.

El golpe más cruel para Francisco José y Sissi fue en 1855, cuando su hija mayor Sofía Federica murió a causa de disentería durante un viaje a Budapest. “Nuestra pequeña ya tiene su morada en el cielo. Hemos quedado llenos de aflicción. Sissi, resignada ante los designios del Señor”, telegrafió Francisco José a su madre.

Diez años más tarde moría la joven archiduquesa Matilde, de 19 años, en 1867. Se encontraba fumando en el balcón del palacio, lista para asistir con su familia a una función teatral, cuando su vestido de gala se manchó con glicerina de una vela. El vestido ardió al caer una ceniza de su cigarrillo y la archiduquesa murió calcinada en presencia de toda su familia.

Hacia 1886 la emperatriz Isabel empezó a sentir que una serie de terribles desgracias la iban a golpear e incluso que su muerte estaba próxima. Alguien le contó que una maldición pesaba sobre los Habsburgo y que, desde hacía muchos siglos, una figura desvaída y misteriosa, la Dama Blanca, solía aparecerse a los miembros de la familia para anunciar una tragedia.

Sissi afirmaba haberla visto muchas ocasiones y a sus cincuenta años pensaba que ya no podría escapar de ella: “Sé que voy hacia un fin espantoso que me ha sido asignado por el destino y que sólo atraigo hacia mí la desgracia”, dijo un día. Y no estaba equivocada. En 1886, su primo y gran amigo el rey Luis II de Baviera fue hallado muerto, flotando sobre las aguas del lado Starnberg, días después de haber sido apartado del gobierno y declarado loco.

Unos años más tarde la hermana de “Sissi”, Sofía Carlota, duquesa de Alençon, casada con un príncipe francés, murió envuelta en llamas durante un incendio que causó la muerte a 117 personas en París. La duquesa se hallaba supervisando un bazar de caridad cuando comenzaron las llamas. En lugar de huir, Sofía ayudó a escapar a algunas de las jóvenes que trabajaban allí y regresó varias veces al edificio hasta que no regresó. Cuando recuperaron su cadáver, estaba tan quemado que sólo pudieron identificarlo por la dentadura.

En 1889, el golpe más cercano al corazón de Francisco José: Rodolfo, su único hijo varón y heredero del trono, fue encontrado muerto en Mayerling junto a su amada, la baronesa María Vetsera, en circunstancias realmente misteriosas, aunque según la versión oficial fue el suicidio. El “kronprinz”, melancólico y depresivo como su madre, quería divorciarse de Estefanía de Bélgica, a la que detestaba, y convertir en consorte a María, considerada una mujer absolutamente inadecuada para un heredero imperial.

Tras una serie de enfrentamientos con su padre, según la versión oficial, Rodolfo creyó que la única salida era matar a su amada y luego suicidarse. Nueve años más tarde, el 10 de septiembre de 1898, a punto de cumplir los 61 años, Sissi murió en la ciudad suiza de Ginebra, víctima de un atentado perpetrado por un anarquista italiano que desilusionado por no hallarse en la ciudad el príncipe Enrique de Orleáns, que era su objetivo, decidió apuñalar a aquella aristócrata ignorando que se trataba de la emperatriz. En el momento del atentado, Sissi, que no se percató en un primer instante de que había sido herida de muerte por un estilete, pensando que el sujeto sólo pretendía robarle el reloj, siguió caminando hasta que, a los pocos metros, cayó desplomada y murió.

“Usted no imagina cómo amaba yo a mi esposa”, confesó Francisco José al conde de Paar. El emperador no dejaba de repetir en voz alta que no podía entender que alguien quisiese asesinar a una persona que nunca había hecho mal a nadie. Más de setenta jefes de Estado y de gobierno de todo el mundo asistieron a sus funerales, pomposos, solemnes, oscuros, en Viena.

Hasta el último día de su vida, Francisco José contempló los retratos y fotografías de su bello “ángel” y suspiraba: “Nadie sabrá jamás cuánto la he amado”. Y faltaba lo peor: el viejo y agotado Francisco José vivió lo suficiente para contemplar el asesinato de su sobrino y nuevo heredero, Francisco Fernando, en Sarajevo, en 1914. Fue el colmo. En venganza, el emperador declaró la guerra a Serbia y detonó la Gran Guerra, luego conocida como la Primera Guerra Mundial: “Si la monarquía debe perecer, que perezca al menos decentemente”, dijo al llevar al mundo al desastre. El corazón del viejo Habsburgo no resistió y murió en 1916, dos años antes de la caída del Imperio.

Prohibido estrictamente copiar completa o parcialmente los contenidos de MONARQUIAS.COM sin haber obtenido previamente permiso por escrito y sin incluir el link al texto original. Puede encontrarnos en Facebook o Instagram.

La joya mágica y empeñada: la apasionante historia de la corona de los reyes de Hungría

El 30 de noviembre de 1916, Hungría presenció la coronación del último de sus reyes. Aquel día, la santa corona de oro de San Esteban -en húngaro, ‘Magyar Szent Korona’-, la preciada reliquia nacional húngara, se posó por última vez en su historia sobre la cabeza de un hombre ungido, Carlos I de Habsburgo, último rey húngaro.

La coronación del primer rey de la Hungría medieval, San Esteban (Itsvan) ocurrió en una fecha inolvidable, en el año 1000, cuando millones de persona de todo el mundo temían el fin del mundo. La corona recibió el nombre de parte del Papa Silvestre II, quien la obsequió a Esteban buscando que éste convirtiera a su reino del paganismo al catolicismo. Con la gran particularidad de tener torcida la cruz que le sirve de cimera, es una obra de rara perfección, de oro fino y con una multitud de perlas y de piedras, además de esmaltes, representando a la Virgen, a Jesucristo, a los Apóstoles.

corona 3

En 1072, el emperador de Oriente, Miguel Ducas, regaló al rey de Hungría una corona abierta, también muy rica, de estilo bizantino, y veinte años después las dos diademas fueron soldadas de modo que formaron una sola corona. A los ojos de los húngaros, la santa corona no es como un emblema de la realeza, sino en cierto modo la realeza misma, como si el toque santo de la corona convirtiera a un sapo en un príncipe.

Los reyes no eran verdaderos soberanos ni se consideraban como legales y definitivos sus actos, sino después de haber sido coronados. Si un rey moría entre su elección y su coronación, aunque cuando fuese combatiendo por Hungría, se anulaban sus actos y se borraba su nombre de la lista de reyes. En el acto de la coronación, se ponía la corona sobre el hombro derecho a la esposa del rey y sobre la frente a las reinas reinantes, las cuales no tomaban el título de reina, sino de rey.

corona 2

El archiduque Otto, hijo del emperador Carlos, se refirió a la “mística» de la corona: “Hungría es un país muy especial desde este punto de vista, porque es el único, que yo conozca, donde el verdadero jefe de Estado es una reliquia histórica, la Corona de San Esteban, que no puede cambiar su punto de vista. El rey, en Hungría, es servidor de la Corona. Si jura lealtad, a la corona, debe asumir las consecuencias que se derivan de ese juramento inalterable».

Para los húngaros la corona ha sido el símbolo milenario de la soberanía y de la independencia, del que era indispensable estar en poseción para reinar. En toda la historia solo hubo un rey que no se hizo coronar, por considerar la ceremonia poco seria para un monarca que comulgaba con la doctrina del absolutismo ilustrado, con cierto matiz de enciclopedista. Se trata de José II, hijo de María teresa y la desdichada María Antonieta. En la historia húngara figura como “el rey con sombrero”, o sea no coronado, y, como tal, no tuvo nunca la misma consideración, iguales derechos ni idéntico prestigio que sus sucesores o sucesores.

bp_korona2_300

Encerrada en una triple arca de hierro, detrás de murallas y rejas, bajo la guardia de una milicia numerosa y bien armada, dos prefectos eran responsables de cuidarla día y noche delante de la puerta del santuario del castillo de Budapest. Tales precauciones no fueron, sin embargo, lo suficientes para impedir ciertas aventuras que sufrió la santa corona durante las innumerables revueltas políticas de los siglos últimos siglos.

Los aspirantes al trono se disputaban sangrientamente la posesión de este preciado talismán, cuyo contacto dejaba sobre la frente el signo indeleble de la realeza. Fue robada multitud de veces de su santuario, entregada por traición, sacada fuera del reino de Hungría, vendida y vuelta a comprar, perdida y vuelta a encontrar, y el relato de sus aventuras llenaría un libro completo.

corona 1

Una vez la perdió en el camino un candidato nómada que se la había llevado oculta en un barril. Otra vez, en 1440, la emperatriz Isabel, madre de Ladislao el Póstumo, la robó para empeñarla en manos del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico III, el cual dio a cambio un papel como los que se expiden en las casa de empeño de la actualidad.

Cuando la causa nacional fue vencida, Kossuth y los otros jefes de la república, antes de expatriarse, enterraron piadosamente la corona al pie de un árbol, en un paraje solitario, para evitar que Austria la tomara. Pero un traidor la entregó por dinero, y el gobierno austríaco devolvió la corona solemnemente al castillo de Budapest.

La joya, reverenciada por los húngaros como símbolo de su nacionalidad y tradición cristiana, fue llevada de Hungría durante la Segunda Guerra Mundial y entregada al ejército norteamericano para ser salvaguardada de las fuerzas soviéticas que habían tomado Budapest. Permaneció oculta en las cámaras acorazadas de Fort Knox hasta su devolución a Hungría en 1987.

La fascinante corte de Rodolfo II, el emperador de los científicos, astrólogos, magos y mentirosos

Emperador del poderoso Sacro Imperio Romano Germánico, fue un hombre introvertido y extravagante que convirtió a Praga en el centro universal del conocimiento, las ciencias, las artes y la magia.

En su corte vivieron científicos, artistas y matemáticos, astrónomos… pero también astrólogos, magos, nigromantes, charlatanes y vividores que hicieron de la vieja Bohemia un lugar tan fascinante como lúgubre. Rodolfo de Habsburgo nació en Viena en 1552. Según los astrólogos cortesanos, el archiduque nació bajo una nefasta conjunción de astros, los mismos que tanto le fascinarían siendo adulto.

Y, en efecto, su vida no fue muy placentera desde el principio. Su hermano mayor, el archiduque Fernando, heredero del Imperio, falleció tres semanas antes de nacer él. Abatida por la pérdida, su madre, la española María de Austria, jamás le mostró cariño a su bebé. Para alejarlo de las influencias luteranas, su tío Felipe II de España lo llevó consigo a su corte de Madrid, donde lo educó. Gracias a los gustos secretos de Felipe II, el joven Rodolfo comenzó a interesarse en la alquimia y las ciencias ocultas.

praga 3
Rodolfo II de Habsburgo

Tras regresar a Viena, en 1676, tras la muerte de su padre, Rodolfo II fue elegido emperador, pero no estaba feliz con sus muchas coronas. Gobernar le espantaba, le parecía aburrido, monótono, absolutamente superficial. Prefería estudiar las ciencias, practicar las artes mágicas, coleccionar reliquias y objetos misteriosos. En lo que fue quizás la mayor jugada política de su reinado, en 1583, tomando como pretexto un terremoto, Rodolfo II abandonó Viena para transformar la ciudad checa de Praga en la capital de su imperio. Allí encontró la tranquilidad que necesitaba para entregarse a sus quehaceres mágicos y a sus experimentos alquímicos, ciencia en la que lo introdujo su tío español

Rodolfo II buscó en esta disciplina una fuente de riquezas y, al mismo tiempo, un elixir para calmar sus achaques físicos. Quiso aprender por sí mismo el arte de transmutar los metales y convertirlos en oro, y por ello decidió congregar a una serie de auténticos alquimistas, pero también de charlatanes, que querían enriquecerse a su costa. A partir de entonces, fundó en su corte una especie de academia científica donde la principal disciplina era la alquimia. Praga se convirtió en el centro científico, cultural y místico de Europa y hasta allí llegaban grandes sabios, químicos, astrólogos, astrónomos y artistas, quienes estudiaron y desarrollaron sus trabajos al amparo de Rodolfo II (y su ayuda financiera). Según el historiador Boleslays Balbinus, en su corte trabajaron sucesivamente 200 alquimistas.

El emperador alquimista no salía de los laboratorios del Castillo de Praga. Abandonó por completo los asuntos de gobierno, desoía los consejos de sus ministros y se negaba a recibir a los embajadores extranjeros. Solo le interesaban el trabajo de sus orfebres, las obras de arte y las investigaciones de sus científicos. Y, por supuesto, las premoniciones de sus astrólogos, la mayoría de los cuales resultaba ser un fraude.

«Los brujos, los magos, los alquimistas y todo el conjunto de talentos (muchos comprobados, algunos usurpados) sumergían al emperador en un universo fanástico casi irreal» [Jean Des Cars, La saga de los Habsburgo]

El doctor Tadeus Hájek, matemático, astrónomo y esoterista, gozaba de la confianza del monarca y fue el encargado de recibir a quienes decían ser alquimistas y desenmascarar a los impostores. En muchas ocasiones descubrió a los estafadores, pero otras veces lograban ocupar un puesto en las destilerías reales. Uno de los personajes más famosos de la corte de Rodolfo II fue Johannes Kepler, quien afirmaba que la Tierra giraba alrededor del Sol y que no era el centro del Universo, corriendo el peligro de ser quemado en la hoguera por herejía.

praga 4
Tycho Brahe

Otro personaje curioso de la corte de Praga fue el astrónomo danés Tycho Brahe, quien durante años había escudriñado los astros al amparo del rey Federico II de Dinamarca y, en 1599, llegó a Praga con la intención de conocer al emperador alquimista y gozar de su ayuda monetaria. De inmediato, Brahe se convirtió en un personaje indispensable para Rodolfo II, quien lo consultaba en todo momento. Brahe había descubierto la ecuación anual de la Luna y determinó la desigualdad principal de la órbita lunar con referencia al plano de la elíptica. Gracias a sus conocimientos consiguió convertirse en astrónomo, astrólogo y matemático imperial, obteniendo grandes riquezas y un observatorio exclusivo.

Pero lo que más llamó la atención del emperador fue la capacidad profética de Brahe. Nadie dudaba en que predecía el futuro y que era capaz de descubrir los misterios celestiales, además de curar las enfermedades. De hecho, comenzó a venderse un elixir que llevaba su nombre y que, supuestamente, tenía virtudes terapéuticas. Brahe también preparó un brebaje milagroso para Rodolfo II que contenía melaza, oro potable y tintura de coral. Cierto día, tras consultar los astros, Brahe le anunció a Rodolfo II unas predicciones preocupante: uno de sus descendientes legítimos lo asesinaría, por lo que era recomendable que no se casara ni tuviera hijos. Siguiendo el consejo, Rodolfo II permaneció soltero toda su vida, pero mantuvo como concubina a Catarina da Strada, hija de su proveedor de antigüedades, con la que tuvo cinco hijos turbulentos.

La tolerancia del emperador hacia personajes «herejes» provocó que Roma interviniera y declarar a Rodolfo II persona non grata en los círculos papales y que surgieran sospechas de que coqueteaba con la magia negra. Los enviados del papa, a quienes el emperador se negaba a recibir, informaron que Rodolfo II, rodeado de astrólogos, espiritistas, videntes, magos, nigromantes y alquimistas, estaba endemoniado.

Sin fuerzas para afrontar las conspiraciones y las luchas de poder, el ánimo de Rodolfo II se vino abajo. No recibía a nadie, sufría alucinaciones, ataques de pánico y trastornos obsesivos. Convencido de que existía una conspiración para asesinarle, comía solo en su habitación. Se hizo servir siempre por el mismo mayordomo, en el mismo plato y en el mismo rincón. Rodolfo II jamás volvió a recibir a un sacerdote y desarrolló un auténtico pánico hacia Dios y los sacramentos católicos.

En 1608, el melancólico Rodolfo II cedió el poder a su hermano, el archiduque Matías, y desapareció de la vista de todos. Cuando enfermó, solo aceptó ser tratado con un elixir preparado exclusivamente para él por el alquimista Sethon, pero ninguna pócima pudo curarlo. Rodolfo II murió abandonado por todos, el 20 de enero de 1612, poco después de su león y sus dos águilas imperiales negras, tal y como le había profetizado Tycho Brahe.

Uno de los grandes legados del emperador alquimista fue el «Gabinete de las Artes y las Maravillas», en el que atesoraba su colección de reliquias y otros objetos considerados «mágicos». En sus cientos de gabinetes, Rodolfo II llegó a reunir medallas, amuletos, cruces, péndulos, armas, piedras preciosas y otros objetos a los que el emperador atribuía poderes sobrenaturales. Entre ellos se encontraban la supuesta vara con la que Moisés separó el Mar Rojo, barro con el que Dios moldeó a Adán o figuras del Antiguo Egipto, monstris.

Según el historiador Oscar Herradón, «Rodolfo lamentó no conseguir el famoso ainkhurn y la copa de ágata de la familia, que pasaron a su tío Fernando, y a los que atribuía un poder sobrenatural«. El «ainkhurn» era un supuesto cuerno de unicornio, criatura que fue considerada real por muchos soberanos, mientras que la copa de ágata era para Rodolfo II aún más valiosa, ya que la tradición la consideraba como el Santo Grial.

Así contaron los diarios europeos el asesinato de los archiduques austriacos hace 105 años

El regicidio de Francisco Fernando de Habsburgo conmocionó al mundo: aquí, los cables telegráficos publicados por la prensa.

Sigue leyendo «Así contaron los diarios europeos el asesinato de los archiduques austriacos hace 105 años»

Fotos | Subastan ropa de luto utilizada por la emperatriz «Sissi» hace 130 años

La emperatriz austrohúngara vistió de luto desde la misteriosa muerte de su hijo, Rodolfo, hasta su propia muerte, nueve años después.

Sigue leyendo «Fotos | Subastan ropa de luto utilizada por la emperatriz «Sissi» hace 130 años»

A 130 años de la muerte de Rodolfo de Habsburgo: ¿pacto suicida o asesinato político?

  • Se habló de atentado, de conspiración, de suicidio, pero nunca se supo la verdad sobre la muerte del heredero del Imperio Austrohúngaro y su amante, María Vetsera.
  • La verdad sobre lo ocurrido el 30 de enero de 1889 en el pabellón de caza imperial de Mayerling quedará en el misterio para siempre.

LEA LA HISTORIA COMPLETA

Austria conmemora los 100 años de la muerte de Francisco José de Habsburgo

En los 68 años de reinado (1848-1916) de Francisco José I de Austria se inauguró la Ópera de Viena, Freud desarrolló en su consulta vienesa el psicoanálisis, un anarquista asesinó a la emperatriz «Sissi» y estalló la I Guerra Mundial que acabó con seis siglos de dominio de la dinastía Habsburgo. Tantos acontecimientos importantes pasaron en sus 86 años de vida que Austria está dedicando al aniversario de su muerte una especial atención, con una serie de exposiciones que analizan la vida y la política de un monarca que evolucionó desde el absolutismo de origen divino a un constitucionalismo aceptado de mala gana.

Entre las exposiciones alrededor de la muerte de Francisco José, que se cumple el 21 de noviembre, destaca la del Palacio de Schönbrunn, la residencia de verano de los Habsburgo a las afueras de Viena donde nació y murió el penúltimo emperador Habsburgo. «Hombre y Monarca» es el nombre de esta muestra, que estará abierta hasta el 27 de noviembre, y que analiza mediante cientos de cuadros, documentos y objetos personales quién fue y qué hizo Francisco José I, emperador de Austria, rey de Hungría y Bohemia, Dalmacia, Croacia o Galitzia, entre otros muchos títulos.

En la muestra se exhiben las caricaturas que el futuro emperador realizaba de sus profesores o los dibujos de desfiles y motivos bélicos que muestran su temprana fascinación por lo militar, algo que le acompañó toda la vida pese a que nunca fue un buen estratega y bajo su reinado Austria sufrió una derrota tras otra.

Lea además | Museos y palacios de Austria recordarán al emperador Francisco José

La abdicación de Fernando I tras la revolución de 1848 y la renuncia al trono de Francisco Carlos permitieron la coronación de un joven de 18 años como emperador. Convencido absolutista, sólo las presiones internas y las derrotas ante Piamonte en 1859 y en 1866 contra Prusia le forzaron a aceptar cambios constitucionales y limitar el centralismo austriaco en favor de una mayor autonomía para Hungría.

Otro capítulo de su vida al que la exposición dedica especial atención es al matrimonio con Elizabeth, la popular «Sissi». Entre los objetos que se exponen está el certificado de defunción de Sisi, asesinada en 1898 por un anarquista cuando se encontraba en Ginebra, en uno de los muchos viajes con los que huía de la Corte. Aunque hay constancia de que el emperador tuvo al menos dos amantes, no está confirmado si Sissi también tuvo alguno, el asesinato de su esposa fue un duro golpe, uno de los muchos que Francisco José tuvo que soportar y que le fraguaron la imagen de estoico y resignado monarca.

Su primera hija, Sofía Federica, murió a los dos años durante un viaje a Hungría. En 1867 su hermano Maximiliano, emperador de México, había sido fusilado por las tropas de Benito Juárez. Su hijo y heredero, el príncipe Rodolfo, se suicidó en 1889. La fría relación con Rodolfo, el cariño hacia sus nietos, su catolicismo y conservadurismo o su sentido del honor y el deber son otros de los rasgos de su carácter que se explican en la muestra.

Un carácter que influyó en su decisión de declarar la guerra a Serbia, tras el asesinato en 1914 en Sarajevo de su sobrino y nuevo heredero, Francisco Fernando. Por primera vez en la historia, se usó un telegrama para iniciar un conflicto, un documento que puede verse también en la muestra. La muerte del veterano emperador, en plena Gran Guerra, fue la señal del fin de una época. El cortejo fúnebre representado en un cuadro y la carroza negra en la que fue transportado el cadáver del emperador (que puede verse en otra de las exposiciones) simbolizan ese cambio de era.

La muestra de Schönbrunn forma parte de una gran exposición conjunta que tiene otras tres sedes. En el Museo de Carruajes se exhibe la muestra «Representación y humildad», que se mueve entre la pomposidad de la corte y los propios gustos sencillos del emperador. «Festividad y vida diaria», en el Museo del Mueble, se centra en la vida cotidiana y los grandes eventos palaciegos e incluye documentos sonoros y fílmicos que muestran que Francisco José, pese a su escepticismo ante cualquier atisbo de modernidad, fue el primer emperador que fue registrado con esas tecnologías. En el Palacio Niederweinen, en la región de Baja Austria, la muestra «Caza y tiempo libre» ahonda en la gran pasión del monarca.