La enorme y opulenta emperatriz Ana Ivanovna de Rusia (1693-1740) fue dueña de un muy particular sentido de la diversión. La fea y brutal autócrata se autodefinía como una experta en diversión que odiaba la lectura, el ballet o la música, pero que amaba las luchas cuerpo a cuerpo, las bromas pesadas y los juegos violentos.
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