El káiser Guillermo II de Alemania y su madre: historia de una relación tóxica

La perfeccionista Vicky de Inglaterra, profundamente angustiada por no haber llevado al mundo un heredero perfecto, vivió la infancia de su hijo con una ansiedad casi permanente. La adultez y el curso de la historia separaron cada vez más a dos personas más parecidas de lo que pensaban.

Se dice que al enterarse del nacimiento de su primer nieto, el príncipe Guillermo, por aquel entonces regente de Prusia, abandonó una reunión en la secretaría de Exteriores y cogió el primer taxi que encontró en la calle rumbo al Kronprinzenpalais en el Unter den Linden de Berlín.

También en Reino Unido la emoción fue grande, ya que el niño era el primer nieto de la reina Victoria y el príncipe Alberto y para conmemorarlo un nuevo verso fue añadido temporalmente al himno. Antes de las representaciones teatrales el público solía prorrumpir en aplausos al escucharlo.

La hija mayor de la reina Victoria, también llamada Victoria o Vicky, se había casado en 1858 con el príncipe Federico de Prusia, hijo, a su vez, del príncipe Guillermo, que actuaba como regente de su incapacitado hermano el rey Federico Guillermo IV de Prusia.

El primer hijo de Federico y Vicky fue bautizado con los nombres Federico Guillermo Víctor Alberto de Hohenzollern y pasaría a la historia como el káiser Guillermo II de Alemania. Su infancia ha sido frecuentemente definida como oscura, traumática e incluso “gótica” por historiadores que luego han presentado el soberano como una persona desequilibrada e incapaz de gobernar.

Nacido con fórceps

Lo que nunca supieron los súbditos prusianos y británicos fue que el pequeño Guillermo nació después de un doloroso parto. Su madre pasó horas agónicas mientras los médicos de la corte prusiana debatían con los médicos ingleses enviados por la reina Victoria.

El bebé venía de nalgas, pero la cesárea fue juzgada demasiado peligrosa, ya que nadie quería arriesgarse a matar a la hija de la soberana inglesa. Finalmente, ante lo desesperado de la situación, el médico alemán optó por usar unos fórceps. El futuro príncipe nació más muerto que vivo y los médicos lo frotaron con tanta energía para reanimarlo, que dañaron el nervio de su brazo izquierdo.

No fue hasta más tarde que sus padres y nodrizas se dieron cuenta que el joven príncipe Guillermo no usaba su brazo izquierdo, que, además, parecía ligeramente más corto. Los médicos confirmaron que dicho brazo estaba fatalmente atrofiado.

La noticia no tardó en extenderse por la corte prusiana. “Un príncipe manco no puede ser rey”, se decía.

Hasta los seis años, el infante fue sometido a toda clase de tratamientos para intentar corregir su parálisis: se le hacía pasar horas atado a máquinas que presionaban su espina dorsal, a liebres recién degolladas para revivificar sus nervios y pasaba largos ratos sometido a electromagnetismo y electroterapia.

Con el tiempo sus padres se dieron cuenta que el mejor tratamiento era enseñar al niño a vivir con esa discapacidad. Guillermo aprendió a montar a caballo, a disparar y a nadar a la perfección. Aunque años más tarde, con cierto rencor, recordaría como, mientras él lloraba a mares, su madre le obligaba a subir una y otra vez sobre el pony cuando se caía.

Guillermo aprendió a vivir con su brazo atrofiado: sus uniformes siempre tenían una manga más corta y los bolsillos más altos, en sus apariciones públicas solía llevan capa y en la mesa siempre había un valet preparado para cortarle la carne. Por otro lado, acabó desarrollando una sorprendente fuerza en su mano atrofiada y no se abstenía de demostrárselo a quien le daba la mano.

No obstante, el futuro káiser conservaría a lo largo de su vida una autoestima frágil, una sensación de no estar a la altura del cargo de emperador alemán, rey de Prusia y jefe supremo del ejército. Su risa estruendosa, sus poses teatrales, sus discursos encendidos y su cierta megalomanía eran una forma de elevarse por encima de los demás para ocultar su fragilidad. Sin embargo, con frecuencia esta pose se resquebrajaba fácilmente ante las críticas, Guillermo se sumía entonces en profundos periodos depresivos. A lo largo de su vida y su reinado, la alternancia de periodos eufóricos e hiperactivos con fases depresivas fue constante.

Aparte de su autoestima, la relación de Guillermo con su madre también se vio un poco afectada. La perfeccionista Vicky, profundamente angustiada por no haber llevado al mundo un heredero perfecto, vivió la infancia de su hijo con una ansiedad casi permanente, con una tensión constante por intentar mejorar su estado de salud. Tal como le escribió a su madre, “su discapacidad estropea toda la alegría y el orgullo que debería sentir por él”.

El joven Guillermo no entendía porque cada vez que estaba con él, su madre parecía atacada por los nervios, llegando a pensar que su madre lo rechazaba. Con los años, la relación entre madre e hijo fue tornándose en desconfianza mutua.

Todo lo contrario ocurría con su padre Federico, que solía acompañar a su hijo Guillermo a los tratamientos médicos y siempre se mostraba paciente y afectuoso con su hijo. Padre e hijo pasaban largos ratos leyendo y nadando. A Federico le gustaba, además, explicar sus experiencias en la Guerra Franco-prusiana. Guillermo lo escuchaba fascinado, aunque años más tarde afirmaría que “nunca he tenido ambiciones guerreras. En mi juventud mi padre me explicaba lo terribles que fueron los campos de batalla de 1870 y 1871. No siento ninguna inclinación en traer tal miseria, a tal gran escala, al pueblo alemán y a la humanidad”.

Guillermo parecía “retrasado”

Para educar al príncipe Guillermo y más tarde a su hermano Heinrich, sus padres escogieron a un reputado y austero calvinista llamado Georg Ernst Hinzpeter. Era la primera vez que un príncipe prusiano era educado por un civil y no por un militar y aunque Hinzpeter era tosco y parco, Vicky y Federico confiaban en que enseñaría a sus hijos las virtudes civiles y burguesas.

Hinzpeter era un educador de métodos severos y a veces brutales, que hacía estudiar a sus alumnos desde el amanecer hasta el atardecer (es decir, desde la seis de la mañana hasta las seis de la tarde). Sin embargo, le enseñó a Guillermo mucho más de lo que habría sido habitual en la corte prusiana. Una vez por semana, Guillermo y su hermano pasaban un día en una fábrica, aprendiendo los procesos de fabricación y teniendo ellos mismo que mezclarse con los trabajadores y presentar, al final del día, algo que hubieran hecho. De estas visitas, Guillermo extraería una pasión por la tecnología y los avances científicos que duraría toda su vida.

El tutor también llevada a los niños a viajes de aprendizaje más lejanos y largos, como Cannes, las Islas Frisias o la costa belga. De ahí saldría seguramente el interés del futuro káiser por la navegación y los viajes.

Las extenuantes sesiones de estudio programadas por Hinzpeter, no obstante, solo se aplicaban a Guillermo parcialmente, ya que el niño seguía pasando largas horas en tratamientos médicos. Su propia madre, intelectualmente brillante, se quejaba de que Guillermo parecía “retrasado” a causa de su ausencia a las lecciones. Aparte de su tara física ahora se añadía su bajo intelecto. Para Vicky, Guillermo jamás se parecería ni a ella ni a su igualmente brillante padre, el príncipe Alberto.

Cuando el príncipe le escribía cartas a su madre, ésta las respondía con párrafos enteros de correcciones, como por ejemplo sobre cuál era la expresión afectuosa más adecuada para dirigirse a ella en las cartas. No obstante, a pesar de las quejas de su madre, Guillermo heredó su privilegiado intelecto, tenía una gran memoria, le interesaban gran variedad de temas y solía hacer preguntas inteligentes y perspicaces cuando visitaba una factoría. Sus notas fueron siempre excelentes en historia, literatura, religión y lengua.

El problema de Guillermo era seguramente su falta de concentración, pasaba rápidamente de un tema al otro, sin conexión entre ambos. Ya siendo emperador, propuso fundar una Nueva Alemania en la jungla de Brasil, convertir Mesopotamia en colonia alemana (a pesar de que era inglesa) o fundar una corporación petrolera pan-europea a modo de la Starndart-Oil americana. Los largos memorándums que enviaba a sus ministros y a sus parientes con frecuencia pasaban al olvido cuando a Guillermo se le ocurría otra idea.

A pesar de su tendencia a no escuchar las opiniones de los demás y de su frágil autoestima, podemos afirmar que Guillermo aprendió dos grandes lecciones de su tutor: que debía pensar por sí solo, cosa que explica la ausencia de camarillas durante su reinado, y que podía vivir como una persona normal a pesar de su discapacidad.

El despertar del militarismo

Las enseñanzas de Hinzpeter fueron completadas con estudios de secundaria en el Gymnasium de Kassel y, tras ellas, Guillermo realizó una licenciatura de derecho en la universidad de Bonn y Heinrich ingresó en la Marina.

Era la primera vez que los Hohenzollern iban y eran educados junto con otros jóvenes de su edad, cosa que causó un considerable malestar en la corte prusiana. Sin embargo, la princesa Vicky y el príncipe Federico se habían empeñado en que sus hijos no tuvieran la tradicional educación militar y ultra-conservadora de los príncipes prusianos.

Tras graduarse en Bonn en 1879, Guillermo ingresó en el 1er Regimiento de Infantería de la Guardia Imperial, radicado en Potsdam. Vicky se quejaría más tarde que su hijo se volvió brusco y arrogante entonces, Guillermo, por su parte “que había encontrado su familia y su amigos”.

No obstante, puede afirmarse, que Guillermo no fue producto de la típica educación castrense prusiana, al contrario. Tuvo, y sus padres de esforzaron en ello, una educación eminentemente civil. La pasión futura de Guillermo por el ejército y sus uniformes puede considerarse esencialmente una afición, jamás adquirió ni la disciplina, ni la austeridad, ni el belicismo del ejército prusiano.

La Inglesa”

El príncipe Alberto siempre consideró, y con razón, que su hija mayor Vicky era la más inteligente de sus vástagos. La propia Vicky también fue consciente desde pequeña de su intelecto brillante. Sin embargo, no podía disimular una cierta arrogancia ante la gente que no estaba a su altura o que discrepaba con ella.

Ya instalada en Prusia después de su boda con el príncipe Federico, la joven e impulsiva princesa (solo tenía 17 años) no se cortaba en afirmar la superioridad de todo lo inglés frente a lo prusiano, considerando además que el país adolecía de una falta de evolución comparado con Reino Unido. Siguiendo las enseñanzas de su padre, el príncipe Albert, la princesa consideraba que Prusia debía transformarse en una democracia más liberal, cuyo modelo era, obviamente, Inglaterra.

Vicky, además, se metió de lleno en una “guerra fría” que había de dominado la corte prusiana desde principios del siglo, aquella que enfrentaba a un “partido pro-ruso” y conservador con otro “partido anti-ruso” y pro-inglés de corte más liberal. La princesa pronto recibió el sobrenombre de “La Inglesa” por parte de sus detractores.

Al contrario que su madre, Federico era un hombre con un carácter pausado y afable y de naturaleza silenciosa. Aunque menos impetuoso que su esposa, el príncipe también hacía gala de sus claras tendencias liberales y anglófilas, y, con el tiempo, no tardó en rumorearse entre la corte que se encontraba “dominado” por su mujer.

Pocos años después del nacimiento de Guillermo, ascendió al trono de Prusia su abuelo Guillermo I (1861) y Otto von Bismarck se convirtió en canciller (1862). Ambos eran claros partidarios de una tendencia más “pro-rusa” y Federico y Vicky poco a poco se vieron excluidos de los círculos de influencia.

El aislamiento de los ahora príncipes herederos se hizo todavía más hiriente cuando su hijo Guillermo fue desarrollando a partir de la adolescencia una personalidad y unos intereses diametralmente opuestos a los de sus padres, todo ello espoleado por la influencia de su abuelo, el (desde 1871) káiser Guillermo I, y del canciller Bismarck.

La distancia entre madre e hijo se acrecentó. Vicky consideraba que su hijo lo hacía todo para fastidiarla y provocarla, y Guillermo creía que su madre nunca le había querido.

En las frecuentes peleas familiares, la reina Victoria tenía que hacer siempre de mediadora, optando usualmente por secundar a su nieto mayor y apaciguar a su hija.

Aparece Dona

Mientras estudiaba en Bonn, el príncipe Guillermo se enamoró perdidamente de su prima la princesa Ella de Hesse-Darmstadt y hasta llegó a escribirle poemas de amor. Pero Ella, bella y sofisticada, le rechazó como a un patito feo. La autoestima de Guillermo tocó fondo. Al mismo tiempo, su madre Vicky empezó a proyectar la boda de su hijo, con la esperanza que una esposa adecuada ayudara a recoser la distancia entre ambos. La escogida fue la princesa Augusta Victoria de Schleswig-Holstein, hija del (solo formalmente) duque soberano de Schleswig-Holstein.

Augusta Victoria, o Dona, como se la llamaría afectuosamente, no era precisamente una princesa con un linaje rutilante. Su padre, el duque Federico VIII de Schleswig-Holstein, era un empobrecido miembro de una rama secundaria de la Casa Real Danesa y su única hazaña había sido declarar, en 1863, la independencia de los ducados de Schleswig-Holstein de Dinamarca para luego entregarlos a las tropas austro-prusianas. Desde entonces había vivido en el más absoluto de los olvidos.

Peor era que la abuela paterna de Dona hubiera sido una simple condesa, aunque esto se compensaba con su abuela materna, la princesa Feodora de Leiningen, medio hermana de la reina Victoria.

Vicky pensó que una princesa humilde sería capaz de controlar los delirios de grandeza de su hijo. También esperaba poder ejercer una mayor influencia sobre su vástago a través de su nuera, que, por supuesto, le estaría eternamente agradecida por haberla escogido. Sin embargo, tarde se dio cuenta que en realidad Dona era una ferviente protestante, conservadora y no precisamente anglófila. Carecía además del carácter de Alix de Hesse, del glamour de Alexandra de Gales o del magnetismo de Elisabeth de Austria, Dona siempre fue una mujer corriente, que nunca escondió que sus grandes intereses eran esencialmente la religión y la familia y que no tenía inquietudes políticas ni intelectuales. Su aspecto de hausfrau (ama de casa) la hizo ser muy querida entre la clase media alemana.

Muy al contrario de lo que esperaba Vicky, la boda en 1881 con Dona no sirvió para propiciar un acercamiento madre-hijo, porque Dona nunca quiso cuestionar ni interesarse por las posiciones políticas de su marido. Su matrimonio fue un matrimonio sin fisuras, Dona siempre le estuvo eternamente agradecida a Guillermo por haberse casado con ella, una princesa con poco brillo y linaje. A la inversa, Guillermo también le agradeció que se hubiera casado con un tullido como él.

Emperador en prácticas

El inicio de la década de los 80 también coincidió con el progresivo acercamiento entre Guillermo y su abuelo el emperador Guillermo I, todo ello propiciado por Bismarck, deseoso de evitar que el príncipe pudiera acabar bajo la influencia de Vicky. El canciller empezó a encargar tareas de representación al príncipe Guillermo, al tiempo que sus padres Federico y Vicky eran mantenidos apartados de la política. A todo ello se unían las siempre abiertas críticas de Vicky al gobierno y, por el contrario, las también públicas muestras de apoyo que su hijo daba al mismo gobierno.

Si la relación entre madre e hijo no era muy buena, la que había entre padre e hijo parecía haber solventado los obstáculos, hasta que Guillermo empezó las “prácticas” en el negocio familiar. En 1884, Bismarck y el káiser escogieron a Guillermo para realizar una visita oficial al zar Alejandro III de Rusia. Su padre Federico se sintió, con razón, deliberadamente excluido, pero Bismarck y Guillermo arguyeron que sus claras posiciones anti-rusas podrían afectar el buen desarrollo del viaje.

La visita fue un triunfo y Guillermo siguió actuando durante los siguientes años como interlocutor directo con el zar, cosa que provocó una creciente tensión con su padre, al considerar que su hijo estaba usurpando una de las funciones más sagradas de un futuro emperador, el trato con otros soberanos. La exitosa visita a la corte rusa también conllevó que Guillermo ingenuamente creyera a lo largo de todo su reinado, que la “diplomacia dinástica” podía solucionar cualquier problema entre estados.

El jubileo de la reina Victoria

El príncipe Federico siempre había sido un hombre propenso a los resfriados y problemas de garganta, pero en mayo de 1887, tras un largo catarro y afonía, los médicos de la corte diagnosticaron un cáncer de laringe. Se consideró que la mejor opción sería realizar, pese a los riesgos que podía conllevar, una laringotomía. La princesa Vicky buscó una segunda opinión de médicos británicos y, tras una biopsia, el doctor Morell Mackenzie determinó que el tumor era benigno y que lo que necesitaba en príncipe heredero era un cambio de aires.

A pesar del optimista diagnostico de Mackenzie, el anuncio oficial de que el príncipe estaba enfermo (sin decir de qué) causó, entre los alemanes, serias dudas sobre su capacidad para ascender al trono imperial en un futuro no muy lejano. Con cierta falta de tacto, Guillermo se ofreció entonces a substituir a su padre como representante del káiser en el Jubileo de la reina Victoria en junio de ese mismo año. Vicky montó en cólera e incluso la reina Victoria amenazó con no invitar a su nieto al evento.

Aunque Guillermo había sido imprudente con este ofrecimiento, seguramente pensara que el extenuante viaje y el aire no muy limpio de Londres poco harían para mejorar la salud de su padre. Vicky, sin embargo, creyó firmemente que su hijo había querido aprovechar la enfermedad de su padre para usurpar sus funciones. Esta obsesión la perseguiría constantemente a lo largo de los siguientes meses.

La aparición del príncipe heredero Federico en el jubileo, vestido con el uniforme blanco y la reluciente coraza del regimiento de los Coraceros de la Guardia Imperial fue un auténtico éxito y la prensa británica se deshizo en elogios hacia yerno de la reina Victoria.

La realidad sale a la luz en Villa Zirio

De vuelta a Berlín, el doctor Mackenzie, que por entonces se había convertido en confidente de Vicky, siguió recomendando un cambio de aires. Federico y Vicky pasaron el verano primero en la isla de Wight y luego con la reina Victoria en Balmoral, Escocia. En otoño se trasladaron al Tirol con sus tres hijas más jóvenes (y próximas) y en noviembre se instalaron en San Remo, donde alquilaron una casa llamada Villa Zirio.

Tras meses de tratamiento, Mackenzie tuvo que reconocer que el tumor era maligno y además, que ahora ya era seguramente inoperable. Con angustia y frustración, Vicky empezó a vislumbrar como el ansiado momento de ascender al trono y vengarse de Bismarck y del “partido ruso” podía no llegar jamás. Cuidando de su marido, que ya había perdido la capacidad de hablar, Vicky pasó varios meses enclaustrada en la Villa Zirio de San Remo.

En noviembre, el príncipe Guillermo viajó a San Remo para visitar a su padre. También tenía instrucciones expresas de su abuelo, el káiser, de averiguar el estado de salud exacto de Federico. Nada más llegar, Guillermo reunió a los médicos que lo atendían para que le informaran de cómo estaba y quedó devastado por el diagnóstico. Su madre, Vicky, se enfureció al saber que su hijo había hablado con los médicos a sus espaldas y prohibió que padre e hijo pudieran verse a solas, para disgusto de Guillermo, que veía como a diario periodistas extranjeros eran recibidos en audiencia por el enfermo. Las cartas que el hijo enviaba al padre eran también con frecuencia interceptadas por Vicky.

En medio de todo este ambiente de paranoia y suspicacia, no es de extrañar, que a lo largo de estos meses de enfermedad, a parte de la salud de Federico, también hubiera otra cosa en constante deterioro: la relación con su hijo. Si el trato entre padre e hijo ya había vivido su primer encontronazo a raíz del viaje a Rusia años antes, ahora, tras meses de encierro en Villa Zirio, Federico veía con disgusto y desconfianza las constantes, y lógicas, opiniones de Guillermo sobre cuál sería el mejor tratamiento a seguir.

Impotente en San Remo, Guillermo volvió a Berlín e informó a su abuelo el emperador sobre el estado de salud de su padre. El boletín oficial de la corte finalmente publicó que el príncipe heredero Federico padecía un cáncer incurable. Todo el mundo se empezó a preguntar si el príncipe llegaría a suceder a su anciano padre el emperador.

También Guillermo I, consternado y preocupado, empezó a entender que sería mejor preparar a su nieto para el gobierno nombrándolo Stellvertreter des Kaisers (Suplente del Emperador). Para Vicky, ésta fue la prueba definitiva que mostraba la mala fe de su hijo y sus ansias de poder. Tampoco la prensa alemana contribuía al entendimiento, llegando a publicar la falsa noticia que Guillermo había obligado a su padre a renunciar al trono antes de volver a la capital.

Recluida en Villa Zirio y siguiendo los consejos de Mackenzie y otros confidentes, Vicky era incapaz de ver la gravedad de la situación y seguía creyendo que su marido podía recuperarse y llegar a ser emperador. Fue la propia reina Victoria la que tuvo que advertir a su hija sobre su obcecación y recomendarle que escuchara otras opiniones además de la de Mackenzie.

Finalmente, siguiendo los consejos de su madre, Vicky permitió que los médicos de la corte realizaran una traqueotomía a su marido, a causa de la cual perdió la facultad de hablar. Los médicos arguyeron que la operación le daría varios meses de vida a Federico, pero que difícilmente viviría más de un año.

A principios de marzo de 1888, mientras se recuperaba de la operación, llegó un telegrama urgente desde Berlín, el káiser se encontraba gravemente enfermo. Federico y Vicky se prepararon para partir de inmediato, pero la mañana del 9 de marzo, otro telegrama anunció que Guillermo I había fallecido.

Somos sombras pasajeras”

Federico acababa de ascender al trono como Federico III, segundo emperador de la Alemania unificada. El tren imperial cruzó Europa a toda prisa para llegar a Berlín lo antes posible pues, según Vicky, su ausencia de la capital era un riesgo. Con las prisas, el nuevo emperador cometió algún desliz, como, por ejemplo, pasar de largo Múnich mientras toda la familia real bávara le esperaba en la estación para felicitarle por su ascensión.

Cuando el tren imperial llegó a Berlín, la mañana del 11 de marzo, la nueva pareja imperial fue recibida por los miembros más allegados de la familia, pero el aparente servilismo y simpatía entre Guillermo y sus padres era solo un ejemplo de lo gélida que era su relación.

La nueva pareja imperial decidió instalarse en Charlottenburg, lejos del bullicio y de las miradas indiscretas. Allí, Guillermo visitó a su madre para preguntarle porque en los últimos meses se había mostrado tan fría y furiosa. Su madre respondió que Guillermo había hecho todo lo posible por usurpar el poder a su padre y por obligarle a renunciar al trono. Guillermo se defendió afirmando que no era cierto, que su madre había malinterpretado sus intenciones a lo que ella respondió que eso era otra mentira pero que “qué más da una mentira más o una menos, cuando alguien es capaz de llevar su ingratitud tan lejos”.

A medida que pasaban los días y el nuevo emperador tenía que hacer frente a los distintos compromisos oficiales, crecía la indignación al ver como Vicky y Mackenzie habían maquillado su verdadero estado de salud. A sus 57 años, Federico III, que siempre había sido alto y robusto, era ahora como un hombre cansado y profundamente envejecido. Peor aún, era incapaz de pronunciar una sola palabra, algo indispensable para un soberano. La propia Vicky fue poco a poco dándose cuenta de la grave situación de su marido y de lo poco que duraría su reinado: “somos sombras pasajeras que esperan a ser substituidas por otra realidad en forma de Guillermo”.

99 días de reinado

El ansiado y temido cambio de gobierno que debía producirse si Vicky y Federico llegaban al trono jamás llegó a producirse, él estaba demasiado débil y ella demasiado aislada. Su único caballo de batalla fue intentar concretar (por segunda vez) la boda entre su hija Moretta con el príncipe Alexander de Battenberg, persona non grata para los rusos después de haber sido brevemente príncipe de Bulgaria.

A pesar del énfasis que los nuevos emperadores pusieron en el asunto, tanto Bismarck como la propia reina Victoria lo desaconsejaron, y la boda no llegó a celebrarse. Si que se produjo, no obstante, la boda, el 24 de mayo, entre su hijo Heinrich y la princesa Irene de Hesse. Fue la última festividad a la que asistió el emperador.

En abril, Federico III estaba tan débil que ya no podía ni caminar. Pidió ser trasladado al Neues Palais de Potsdam, en donde había pasado casi todos los veranos con su familia desde el nacimiento de Guillermo. Segundo emperador de Alemania, finalmente murió a las once y media de la mañana del 15 de junio de 1888, después de haber reinado solo 99 días.

Una emperatriz sin techo

La situación vivida tras la muerte de Federico III fue uno de los momentos más agrios de la relación entre Guillermo y su madre Vicky.

Nada más ascender al trono, el ahora Guillermo II, ordenó que un regimiento de la guardia rodeara el Neues Palais e impidiera a todo el mundo salir o entrar. Asimismo dio instrucciones para que se buscaran documentos secretos y comprometedores en los aposentos de sus padres.

Vicky, que acababa de perder a su marido, vivió esos instantes como una auténtica agresión, y nunca se cansaría de recordar lo insensible que fue su hijo. Guillermo, por su parte, dijo que tal acción estuvo motivada por los rumores que corrían que Vicky había o tenía la intención de enviar documentos ultra-secretos a Reino Unido.

Tras una hora de encierro y registro, los soldados se retiraron y la emperatriz viuda pudo velar a su marido en calma. No se encontraron papeles comprometedores en el palacio. Sin embargo, semanas después, la reina Victoria devolvió a Berlín unas cajas selladas que Vicky le había enviado y que habían estado meses guardadas en Windsor. Nunca se supo exactamente que contenían.

La segunda confrontación entre madre e hijo vino cuando los médicos de la corte solicitaron hacer una autopsia al difunto emperador. Guillermo dudó, ya que su padre se había mostrado en contra de ello en su testamento. No obstante, los médicos arguyeron que al haber muerto el emperador después de una larga enfermedad y con varios tratamientos médicos, era necesario practicar una autopsia. Guillermo accedió. Nuevamente su madre lo consideró una afrenta.

En octubre, Guillermo II le sugirió a su madre que abandonara el Neues Palais, que debía convertirse en la nueva residencia del emperador en Potsdam. Como contrapartida, el nuevo emperador le ofreció a su madre la posibilidad de escoger entre otros cinco palacios, entre ellos el coqueto Sanssouci. Vicky escribió a sus familiares que su hijo la había echado de casa y que ahora era una “sin techo”. Años después, Vicky se construiría un monumental castillo cerca de Frankfurt, lejos de su hijo.

Guillermo II en el trono

Una de las primeras decisiones políticas del nuevo káiser Guillermo II fue la destitución del hombre que había guiado Alemania antes, durante y después de su unificación: Bismarck.

El conflicto entre el emperador y su canciller vino a causa de la huelga de trabajadores en el Ruhr a finales de 1889. Bismarck aspiraba a dejar que las cosas se caldearan lo suficiente para, así, poder aprobar sin ningún problema en el Reichstag nuevas y duras leyes anti-socialistas. Guillermo II, sin embargo, aspiraba a llegar a un acuerdo con los huelguistas e utilizó toda su influencia para forzar al Estado a que atendiera las demandas de los trabajadores de mayores sueldos y límite de horas.

A lo largo de varias semanas se produjo un tira y afloja entre ambos. En el fondo, más allá de los deseos de Guillermo II de ejercer personalmente el poder que le confería la Constitución (algo que a su abuelo nunca le había interesado) el conflicto también venía dado por la forma de ejercer la política de ambos. Bismarck era de la vieja escuela, para él la política eran largas negociaciones, burocracia y un constante y hábil maquiavelismo. Guillermo, por su parte, era un hombre de su tiempo, preocupado por la popularidad y por los gestos, y más dado a una política grandilocuente a base grandes soluciones para problemas concretos.

Solo tardíamente el anciano canciller se dio cuenta que su puesto dependía enteramente (según la Constitución) del favor del emperador. En un vano intento por asegurar su cargo, Bismarck visitó a su archienemiga, la emperatriz viuda Vicky, para pedirle que intercediera por él ante el emperador. Ésta se limitó a decir que gracias a sus intrigas ella había perdido toda influencia sobre su hijo. No sería del todo cierto, pues a lo largo de la infancia y juventud de Guillermo, tanto Bismarck como Vicky demostraron ser igual de intrigantes y obcecados.

Después de una acalorada discusión sobre los poderes y las competencias del canciller, Bismarck presentó su dimisión el 18 de marzo de 1890. Empezaba entonces aquellos que algunos historiadores llamarían, quizás exageradamente, “el reinado personal” de Guillermo II.

Una relación tóxica

En sus memorias, más allá de los terribles y estrafalarios tratamientos médicos, Guillermo recordaba con nostalgia varios momentos felices de su infancia, como cuando él y sus hermanos pasaban las tardes jugando y leyendo con su madre en el salón-puente de su palacio, mientras veían los transeúntes pasar por debajo. O los momentos pasados con su padre, ojeando los libros de historia y sus ilustraciones, paseando por los jardines o remando en los lagos de Potsdam.

No puede decirse, por lo tanto, que la infancia de Guillermo fuera dramática, gótica u oscura. Estuvo plagada de momentos tristes, eso sí, seguramente como la infancia de cualquier persona que sufre una discapacidad. Ya de joven y adulto, fueron la política y las intrigas cortesanas las que intoxicaron la relación entre Guillermo y sus padres, nada que no ocurriera con frecuencia con muchas otras familias reinantes a lo largo de los siglos.

Con asiduidad se dice que Guillermo fue una “criatura de Bismarck”, pero se ignora que muchas de sus virtudes, como su inteligencia, su buena memoria, su fascinación por la tecnología, su capacidad para conectar con la gente humilde o su afición por los viajes y la arqueología fueron consecuencia de la educación recibida durante su infancia y supervisada por sus padres.

A lo largo de su vida, Vicky escribió innumerables cartas, publicadas más tarde, quejándose de su hijo, de su actitud y del trato que recibía ella. Con el tiempo, el contenido de dichas cartas pasó de ser una opinión subjetiva a una verdad indiscutible. Pocos historiadores cuestionaron la veracidad de aquello que Vicky escribía, construyéndose, por lo tanto, una monstruosa imagen de su hijo que sería extremadamente útil en la propaganda anti-alemana durante la Primera Guerra Mundial.

Vicky se quejó amargamente del carácter de su hijo, de su arrogancia, de su ambición, de su incapacidad para escuchar a los demás, de su ímpetu, etc, pero estos fueron defectos que también la definían a ella. Finalmente, en muchos aspectos, su hijo se le parecía más de lo que jamás reconoció.

(*) El autor es historiador. Estudió historia del Arte en la Universidad Autónoma de Barcelona y ahora ha terminado un máster en gestión de museos y patrimonio en la Universidad Complutense de Madrid. Realizó sus prácticas en el Palacio Real de Madrid. Actualmente es autor del Blog Noches Blancas y de Patrimonio de la Corona, dedicados a la historia y el arte en época moderna y contemporánea. Puede seguirlo en Instagram.

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Un zar en Versalles: así fue la esplendorosa visita de Nicolás II a Francia

Hace poco más de 300 años que se produjo la visita del zar Pedro I de Rusia al palacio de Versalles. Se trataba de la primera vez que un soberano de la lejana (y atrasada, en ese momento) Rusia visitaba uno de los centros neurálgicos de la civilización occidental, pero no sería la única. Casi dos siglos después de aquella visita, en 1896, el último monarca ruso y descendiente de Pedro, Nicolás II, visitaría al templo de la monarquía absoluta francesa.

Coronación y tragedia

Desde el reinado del zar Alejandro III, se había forjado una estrecha alianza entre dos estados a priori opuestos: la República francesa, emblema del republicanismo laico, y el Imperio ruso, símbolo del absolutismo autócrata. La realpolitik había convertido a estos dos estados en extraños compañeros de viaje, la Alianza franco-rusa permitía controlar la creciente influencia alemana en Centroeuropa y unir fuerzas frente al expansionismo colonial británico.

En el verano de 1891, lo imposible ocurrió, una escuadra militar francesa visitó San Petersburgo y en la recepción oficial se tocó por primera vez “La Marsellesa”, himno revolucionario que hasta entonces había estado prohibido en Rusia.

Tres años después, en noviembre de 1894, el emperador Alejandro III fue sucedido por su hijo, Nicolás II, que, en mayo de 1896 (después del luto prescrito), fue coronado “Emperador y Autócrata de todas las Rusias por Gracia de Dios”. Precisamente durante las fiestas populares de la coronación ocurrió una avalancha humana en el Campo de Khodynka, en las afueras de Moscú. Más de mil personas fallecieron.

La siguiente noche, el embajador francés, el conde de Montbello, daba una gran recepción para agasajar a los recién coronados. Se habían traído desde los mejores museos franceses tapices, muebles y platería, y más de cien mil rosas habían llegado desde la Riviera francesa en vagones de tren refrigerados. Sin embargo, la Familia Imperial se encontraba dividida: el zar y la zarina no querían asistir por respeto a los fallecidos, pero los tíos del zar argumentaban que la alianza francesa era fundamental. Al final, el baile se celebró como si nada hubiera pasado, y todos los asistentes brindaron con el mejor champagne francés por la alianza franco-rusa.

Una vez pasadas las agotadoras ceremonias de coronación tocaba el no menos agotador “tour de la coronación”. Los nuevos soberanos viajarían por Europa para darse a conocer: visitarían al emperador Francisco José de Austria, al káiser Guillermo II de Alemania y a los abuelos de zar en Dinamarca, el rey Christian IX y la reina Luisa de Hesse-Kassel. En Dinamarca recogerían el nuevo yate imperial, el “Standart”, y viajarían hasta Escocia para ver a la abuela de zarina, la reina Victoria.

Día 1: Vive l’Empereur!

El 5 de octubre de 1896, hacia el mediodía, con el mar embravecido, el cielo plomizo y bajo una ligera llovizna el zar y la zarina desembarcaron en Cherbourg, donde fueron recibidos por el presidente Félix Faure. Después de las revistas militares, las presentaciones y los banquetes de gala de rigor el cortejo partió al anochecer hacia París.

No deja de ser curioso que un régimen como la Tercera República francesa, que tan antimonárquica se había mostrado en las dos últimas décadas, recibiera con tanto primor y suntuosidad al monarca ruso, que a su llegada a Paris fue recibido con vítores y “Vive l’Empereur!”, exclamaciones que no se habían oído desde que Napoléon III partió hacia el frente en el verano de 1870.

El zar, la zarina y la gran duquesa Olga (que tenía menos de un año) se alojaron en el Hôtel d’Estrés, la embajada rusa. Allí tuvieron lugar las audiencias a Mme Carnot, viuda de asesinado presidente Sadi Carnot, al arzobispo de París, al Nuncio Apostólico y al cuerpo diplomático. Luego, almuerzo con lo más granado de la realeza y aristocracia francesa: el duque de Chartres, el duque de Aumale, la princesa Mathilde Bonaparte, el duque de Rohan, el duque de Luynes, el duque de Doudeauville, la duquesa de Uzès y el mariscal de Mac-Mahon, entre otros.

La sucesión de visitas fue particularmente intensa. El primer día, al mediodía, misa solemne en la iglesia ortodoxa de París, la catedral de Alejandro Nevski. Por la tarde, en el Palacio del Élysée, la presentación de los parlamentarios franceses y altos cargos del gobierno y el ejército, por la noche cena de gala oficial de 225 cubiertos. A continuación, el zar, fatigado, declinó asistir a los fuegos artificiales en el Champ de Mars. Los soberanos y el presidente partieron directamente a representación en la ópera, que finalmente también fue abreviada.

Día 2: Notre-Dame, Les Invlides y Pont Alexandre III

El día siguiente, visita matinal a Notre-Dame y luego a la Sainte-Chapelle y al Palacio de Justicia, con recepción a los altos cargos del poder judicial incluida. A continuación un tour por el Panteón, templo a las glorias republicanas francesas, con una parada especialmente emotiva a en la tumba del asesinado presidente Sadi Carnot. Para concluir la mañana, visita a Les Invalides y a la tumba de Napoléon I, que invadió Rusia bajo el reinado de Alejandro I, bisabuelo de Nicolás II. Almuerzo en el antiguo refectorio de la institución.

A las tres y pico de la tarde, con retraso según lo previsto, llegó uno de los puntos culminantes del viaje de estado: la colocación, en medio de una flotilla de yates y barcazas en el Sena, de la primera piedra del Pont Alexandre III, emblema pétreo de la alianza.

Por la tarde, visita a La Monnaie (la Casa de la Moneda), con intercambio de medallas y monedas conmemorativas incluido. Una vez partidos los soberanos y el presidente, se invitó a los trabajadores de la institución a tomar champán. A continuación, la Academie française, la presentación de los académicos, las disquisiciones sobre la visita de Pedro I el Grande en 1717 y la lectura de poesía. Pasadas las cinco, el cortejo se volvió a poner en marcha hacia el Hôtel de Ville (ayuntamiento), donde se presentaron el consejo municipal y tuvo lugar un concierto. Por la noche hubo representación teatral en la Cómedie-Française con fragmentos de obras de Musset, Corneille y Molière.

Día 3: el Louvre

La mañana del tercer día empezó con la visita al Louvre. Paradas obligatorias fueron la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo, los restos de las Joyas de la Corona (vendidas en 1886) y la interminable colección de pintura. Todo ello en menos de hora y cuarto, no había tiempo, había que partir, por la tarde tocaba visita a Versalles. Entremedias una visita relámpago a la célebre manufactura de porcelana de Sévres y a su museo, el tiempo previsto era 25 minutos, se alargó más de una hora.

A la cuatro y media llegaban los soberanos rusos y el presidente al palacio de Versalles. Como era tarde, se decidió empezar por la visita a los jardines en calesa. Los solitarios parterres y avenidas, en medio del crepúsculo otoñal ofrecían una imagen particularmente melancólica de las pasadas glorias de la monarquía francesa. Parada excepcional en la Fontaine de Neptune donde fueron encendidos los surtidores.

Acto seguido, visita al interior del palacio empezando por los Aposentos de la Reina y en especial los petits cabinets de María Antonieta, soberana por la que la zarina sentía una viva curiosidad. A continuación recorrido por la Galerie des Glaces y los Grands Appartements hasta la capilla, luego vuelta hacia la galería para ver la puesta de sol desde el balcón central. Los soberanos quedaron particularmente impresionados por los estanques y los parterres teñidos del rojo crepuscular.

Para que reposaran brevemente, al zar y a la zarina se les preparó algunas estancias en el antiguo appartement privé (aposentos privados) de Luis XV y Luis XVI: el boudoir de la zarina en el dormitorio de Louis XVI, el salón de recepción en el llamado Cabinet de la Pendule, el gabinete del zar en el antiguo gabinete privado del rey y el tocador del zar en el gabinete de la princesa Adelaida. Todas las estancias fueron reamuebladas con una mezcla de muebles antiguos y modernos de procedencia real y con una remarcable profusión de flores.

El reposo duró hasta las siete y media, cuando todo el mundo se reunió en la Galerie des Batailles para la cena. La suntuosa galería, construida bajo Louis-Philippe I para glorificar la historia militar francesa (y a él mismo) había sido dividida en dos. La parte más cercana a la entrada había sido recubierta de tapices y guirnaldas de flores, servía de salón; la parte más lejana era el comedor, con una larga mesa para los ilustres invitados.

Una vez finalizada la cena, una parte de los invitados se trasladó a la otra punta del palacio, al Salon d’Hercule, para asistir a una representación de cortas partes de tragedias, comedias y ballets franceses. Sarah Bernhardt fue una de las actrices invitadas. Para concluir, una breve colación en el cercano Salon de Diane. A las once y media de la noche, en una berlina cerrada, el zar y la zarina abandonaron el palacio rumbo a la estación de Versalles, tocaba hacer un trayecto nocturno para ir a Châlons.

Día 4: la despedida

El último día de la visita a Francia estuvo consagrado a un desfile y maniobras militares celebradas en el campo de Châlons-sur-Marne. La comitiva llegó hacia el mediodía desde París. Hubo salvas de artillería, desfiles de los regimientos de ambos ejércitos, de los jefes árabes de las colonias francesas y una carga de la caballería francesa. Por la tarde, fue el turno de las emotivas despedidas, el zar y la zarina tomaron el tren imperial rumbo a Rusia. La apoteósica visita a Francia llegaba a su fin.

Nicolás II encargaría nada más llegar a San Petersburgo un retrato oficial que plasmara sus recuerdos de la visita a París. El sofisticado pintor Ernst Lipgart fue el encargado de pintar a un apuesto y joven zar rodeado del bureau de Louis XV que había visto en el Louvre, del sillón neorrococó del duque de Nemours colocado en sus aposentos en Versalles y de una galería que recuerda a la del Grand Trianon.

La pareja imperial tendría el honor de volver a visitar Francia. En 1901, el káiser Guillermo II invitó al zar y a la zarina a una revista a la flota alemana en Danzig. El gobierno francés, jugando la baza de la alianza franco-rusa, hizo lo mismo, invitó a la pareja imperial a una revista militar, no fuera el caso que Rusia olvidara quien era su única y auténtica aliada.

Esta vez no hubo visita a París. En su origen, el zar debía haber visitado la capital francesa en 1900, para inaugurar el Pont Alexandre III, pero el temor a un atentado anarquista hizo cancelar la visita.

En 1901, el Palacio de Compiègne, antigua residencia otoñal de Napoléon III al norte de París, fue reamueblada y electrificada a toda prisa. Nicolás II y Alejandra Feodorovna llegaron a Dunkerque el 18 de setiembre, esta vez fueron recibidos por el presidente Émile Loubet. En Compiègne, el zar tuvo el honor de dormir en el antiguo dormitorio de Napoleón I y Napoleón III; la zarina, por su parte, lo hizo en el de las emperatrices María Luisa de Parma y Eugenia de Montijo.

Unos 20.000 visitantes y 11.000 soldados saturaron el pequeño municipio de Compiègne durante la breve visita imperial. El primer día hubo maniobras militares y visita a varios fuertes y a la emblemática catedral de Reims. El segundo día, audiencias privadas y paseos por el parque del palacio, por la noche gran cena de gala. La cacería tuvo que anularse debido al mal tiempo. El tercer y último día se consagró a una revista militar en Bétheny, cerca de Reims. Luego el zar y la zarina partieron en tren hacia Darmstadt para visitar al hermano de la zarina, el gran duque Ernesto Luis de Hesse.

Como recuerdo de este segundo viaje, el presidente francés regaló a la zarina un tapiz representando a la reina María Antonieta de Francia con sus hijos. Cuán macabra puede llegar a ser la historia.

A lo largo de más de treinta años, como prueban estas dos visitas, la relación entre la más abierta de las repúblicas y la más cerrada de las monarquías siguió siendo estrecha y fundamental. Francia ofrecía importantes préstamos monetarios y un apoyo sin fisuras a la política rusa en los Balcanes, a cambio se esperaba que Rusia re-dirigiera sus planes militares de Austria-Hungría, su enemigo tradicional, a Alemania, el enemigo de Francia.

Durante años, los diplomáticos franceses convirtieron los asuntos balcánicos en uno de los pilares de su política exterior. Al mismo tiempo, presionaban al estado mayor ruso para que mejorara sus conexiones ferroviarias con la frontera alemana.

En el verano de 1914, mientras Europa se deslizaba al abismo de la Gran Guerra, el presidente Raymond Poincaré, acérrimo nacionalista, visitaba a Nicolás II en San Petersburgo. El presidente francés fue recibido en las afueras de la ciudad, en el palacio de Peterhof, entre su séquito se rumoreó que había huelgas y disparos en la capital rusa. Una vez más, una parte esencial de la visita fue una revista militar. A los franceses les pareció estupendo el ejército ruso y a los rusos les maravillaron los acorazados franceses.

La alianza franco-rusa, por extraña que parezca, siguió indeleble hasta la Revolución de Febrero. Su influencia en el estallido de la Primera Guerra Mundial no debe infravalorarse. Tampoco su éxito: consiguió distraer a las tropas alemanas de su avance hacía París. El coste humano fue altísimo.

Raison d’état.

(*) El autor es historiador. Estudió historia del Arte en la Universidad Autónoma de Barcelona y ahora ha terminado un máster en gestión de museos y patrimonio en la Universidad Complutense de Madrid. Realizó sus prácticas en el Palacio Real de Madrid. Actualmente es autor del Blog Noches Blancas y de Patrimonio de la Corona, dedicados a la historia y el arte en época moderna y contemporánea. Puede seguirlo en Instagram.

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Francisco Fernando y Sofía, los emperadores que no fueron: de la boda por amor al desastre de Sarajevo

El heredero de Austria y Hungría nunca cayó bien, y su poca sutileza le impidió conectar con la aristocracia vienesa. Su matrimonio morganático no ayudó. Planeaba reinar como «Francisco II», pero la historia tenía otros planes. Trágicos planes.

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Francisco Fernando de Habsburgo nunca cayó bien, su poca sutileza le impidió conectar con la aristocracia vienesa, sus proyectos políticos le enemistaron con los húngaros y su defensa a ultranza del neo-barroco frente al Sezessionsstil hizo que los intelectuales y artistas le aborrecieran. No obstante, uno de los hechos que más iba a marcar su vida fue el apasionado amor hacia una mujer.

Francisco Fernando y la condesa Sofía Chotek se conocieron probablemente en un baile en Praga, no se sabe exactamente cuando, en todo caso antes del suicidio del archiduque Rodolfo en 1889. La ascensión de Francisco Fernando al rango de thronfolger (heredero al trono) no cambió sus sentimientos hacia Sofía, a pesar de que ella, perteneciente a una familia aristocrática bohemia de rango menor, nunca podría casarse con él.

Poco después el archiduque empezó a visitar frecuentemente el Schloss Halbturn, residencia de su prima lejana la archiduquesa Isabella. La archiduquesa pensaba que Francisco Fernando cortejaba alguna de sus hijas y en su mente ya imaginaba el prestigio que le daría ser la madre de la futura emperatriz de Austria. Pero un día, después de un partido de tenis, el archiduque se olvidó su reloj de bolsillo y, con gran horror, la archiduquesa Isabella al abrirlo no encontró una foto de alguna de sus hijas, sino de su dama de compañía la condesa Sofía Chotek.

Una vez, y no sin cierto escándalo, se destapó el asunto, todo el mundo pensó que la relación entre Francisco Fernando y Sofía terminaría tarde o temprano, al fin y al cabo, dada su diferencia de rango, era prácticamente imposible que se pudieran casar. Pero para sorpresa de todos, la relación no solo no terminó sino que el archiduque insistió en casarse con Sofía, estaba perdidamente enamorado de ella.

Una novia de otro rango

Durante casi seis años, Francisco Fernando intentó presionar al emperador para que le dejara casarse con Sofía, pero Francisco José I se negaba en rotundo, Sofía carecía del rango adecuado. El conflicto matrimonial añadió un punto más de discordia a la ya tensa relación entre el emperador y su heredero. Asimismo, toda la Corte y la alta sociedad vienesa se posicionaron en contra de Francisco Fernando, y su propio hermano Otto (que se había casado con la princesa Maria Josepha de Sajonia) llegó a decir que quizás él debería ser nombrado thronfolger.

Sin embargo, varios hechos acabaron influyendo en la decisión del emperador. El padre de Francisco Fernando, Carlos Luis, murió en 1896 y el propio Francisco Fernando se curó, contra todo pronóstico, de una tuberculosis pulmonar que le tenía reposando en Egipto. Sería el heredero del Imperio gustara o no. Asimismo, también se recordaba la pésima relación que había tenido el difunto Rodolfo con su esposa Estefanía de Bélgica.

En 1900, se dice que a consecuencia de una carta enviada por el papa León XIII, el emperador Francisco José cedió, pero con una condición, el matrimonio sería morganático. El 28 de junio, en el Hofburg, ante toda la Corte y las autoridades, el archiduque Francisco Fernando firmó y juró un documento según el cual aceptaba casarse con Sofía Chotek con la condición que ella jamás llevaría el título de emperatriz y que ninguno de sus futuros hijos tendría derecho a sucederle al trono. Serio y casi abotargado, Francisco Fernando juró en medio de un silencio glacial. Jamás perdonaría a la Corte esta humillación, pero solo era el principio.

Boda en Bohemia

El enlace se celebró el 1 de julio en el Schloss Reichstadt, en Bohemia, y ningún miembro de la Casa de los Habsburgo asistió, ni siquiera los hermanos de Francisco Fernando. El único miembro de la Familia Imperial que estuvo presente fue la madrastra de Francisco Fernando (y propietaria del castillo), Maria Theresa de Portugal, y sus dos hijas. Ese mismo día, el emperador otorgó a Sofía el título de Duquesa de Hohenberg y el tratamiento de “alteza serenísima”.

Sin embargo, Sofía siempre fue, para disgusto de Francisco Fernando, considerada una extraña en la Corte y en la Familia Imperial y el protocolo cortesano, supervisado por el Obersthofmeister (Gran Maestre de la Corte), el príncipe de Montenuovo, se ensañó con ella. A pesar de ser la esposa del thronfolger, todas las archiduquesas, incluso las menores de edad, tenían precedencia sobre ella, cosa que resultaba especialmente humillante en las recepciones, aunque Sofía aguantaba estoicamente.

Una condesa aborrecida por la corte

El protocolo resultaba también degradante en la residencia oficial de Francisco Fernando, el Oberes Belvedere. Como Sofía no tenía el rango de princesa heredera, era considerada como una particular y cuando su esposo abandonaba el palacio el estandarte imperial era arriado, la guardia abandonaba sus garitas y los coches oficiales volvían a los garajes. Incluso en 1908, durante una recepción en honor del kronprinz Guillermo, la Corte recomendó a Sofía que, dada la diferencia de rango, permaneciera en sus aposentos a pesar de que el evento se celebraba en su propia casa.

No es de extrañar pues, que la pareja prefiriera sus residencias privadas de Artstetten y Konopischt donde podía llevar una agradable vida familiar con sus tres hijos (Sofía, Maximiliano y Ernesto) lejos del protocolo y el esnobismo de Viena. También en ellas podían recibir cómodamente a los invitados, sin problemas de rango, como al káiser Guillermo II, que siempre fue particularmente amable con Sofía. El propio Káiser y quienes conocían a Francisco Fernando reconocían que ese hombre de ademanes un tanto bruscos había cambiado gracias a Sofía, su arrogancia se convertía en cortesía, su cólera en paciencia y su espíritu militar en habilidades políticas.

Aborrecida por la Corte y la alta sociedad vienesa, la pareja no se dejó amilanar, Francisco Fernando siguió imaginando la política a seguir cuando gobernara y Sofía aguantando con una sonrisa las humillaciones protocolarias. Tarde o temprano llegaría su momento.

Sarajevo: un viaje de ida

En agosto de 1913, el emperador nombró a Francisco Fernando Generalinspektor der gesamten Bewaffneten Macht (Inspector General de las Fuerzas Armadas), el más alto cargo militar por debajo del emperador. Era una oportunidad única para que Francisco Fernando empezara a implementar sus políticas militares y un acercamiento hacia Rusia.

A finales de abril de 1914, la salud del emperador se deterioró considerablemente, Francisco Fernando esperó el desenlace en Konopischt. Mientras, un tren esperaba para llevarlo a Viena, el manifiesto inaugural de su reinado había sido redactado e incluso se pintó un retrato oficial provisional; todo parecía indicar que, tras 25 años, el esperado y temido momento estaba a punto de llegar, su nombre de reinado sería “Francisco II”, en recuerdo al monarca que había fundado el Imperio en 1804.

Pero inesperadamente el emperador se recuperó y semanas más tarde Francisco Fernando y Sofía partieron hacia Sarajevo.

El día 23 de junio el archiduque partió de Viena, rumbo a Trieste y luego por mar hacia el sur de la costa croata, desde donde tomó un tren hacia Sarajevo. Su esposa se le unió poco después. Residieron en un tranquilo balneario fuera de la ciudad, en Ilidza y los dos días de maniobras militares, el 26 y 27, fueron perfectos.

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Francisco Fernando de Habsburgo: el malogrado archiduque nunca cayó bien

El archiduque Francisco Fernando nunca cayó bien. Su llegada al rango de thronfolger (heredero al trono) estuvo precedida de un desastre y a su “partida” le sucedió otro desastre aún mayor. Considerado por algunos el mártir de la Vieja Europa y por otros el emblema de un régimen y de un mundo destinados a desaparecer, Francisco Fernando es hoy en día mayoritariamente recordado por su asesinato en Sarajevo. ¿Pero quién fue este archiduque tan célebre y a la vez tan desconocido?

INFANCIA

El día 30 de enero de 1889, temprano por la mañana, la emperatriz Sisi fue informada, mientras asistía a sus clases de griego, de que su hijo, el archiduque Rudolf, heredero al trono, se había suicidado en el pabellón de caza de Mayerling, a unos veinte kilómetros al sur de Viena. Poco después fue la propia emperatriz, entre sollozos, la que tuvo que informar al emperador Francisco José I.

Más tarde, fue el propio Francisco Fernando el que se enteró, por telegrama, de la muerte de su primo. Sabía bien lo que significaba: su padre el archiduque Carlos Luis (hermano del emperador) era el nuevo heredero, aunque teniendo apenas tres años menos que el propio emperador, difícilmente viviría más que él.

El archiduque Carlos Luis se volvió a casar dos años después, esta vez con la animada y jovial infanta María Teresa de Portugal. Fue ésta la verdadera madre de Francisco Fernando, y a lo largo de su vida demostró ser uno de sus grandes apoyos.

Francisco Fernando creció sobretodo junto con su hermano menor Otto, aunque las marcadas diferencias de carácter pronto se tornarían en una declarada rivalidad. Francisco Fernando era serio, reservado, poco hablador y con tendencia a encolerizarse; Otto era en cambio divertido, carismático, despreocupado, aunque imprudente e irreflexivo. Su padre Karl Ludwig nunca escondió su preferencia por el hermano menor.

Educado, como todos los miembros de la familia Habsburgo, en el arte militar, pasó buena parte de su juventud viajando de un lado a otro del Imperio sirviendo en distintas unidades del ejército y ascendiendo rápidamente. Fue entonces cuando se empezó a evidenciar su obsesiva pasión por la caza y sobre todo por documentar cada pieza que cazaba, parece ser que a lo largo de su vida mató exactamente 274.551 animales, aunque esto le ocasionó, sin embargo, daños irreparables en su tímpano derecho.

EL HEREDERO

La súbita muerte del archiduque Rudolf en 1889, colocó a Francisco Fernando en una posición inesperada, su relativamente despreocupada vida acababa de dar un vuelco completo, ahora tenía que prepararse para la más que posible probabilidad de regir un imperio de más de 51 millones de habitantes y con más de diez nacionalidades distintas.

Francisco Fernando pasaría 25 años preparándose para heredar el trono y sin embargo, hoy ha caído en el olvido, a pesar de que durante más de dos décadas fue una importante figura política.

Descrito como serio, poco carismático, brusco y colérico a veces, poco dado a las sutilezas diplomáticas o las conversaciones ingeniosas, su persona fue pronto aborrecida por la alta sociedad vienesa, que, por lo general, hubiera preferido que su carismático y refinado hermano Otto fuera el thronfolger.

Las relaciones con el emperador Francisco José I tampoco fueron nunca fáciles, el soberano era el emblema del inmovilismo y Francisco Fernando carecía de habilidades diplomáticas; las opiniones del monarca y del archiduque sobre como gobernar el Imperio estaban destinadas a colisionar. No en vano Eugen Ketterl, valet del emperador, cuenta la famosa anécdota de que cuando el emperador y Francisco Fernando discutían parecía que todas las luces del Hofburg temblaban.

El archiduque defendía como fundamental una alianza con Rusia, sin ésta el reparto de las zonas de influencia en los Balcanes sería tortuoso. Sin embargo, Francisco José I había dejando que la alianza con Rusia se hubiera deteriorado lentamente desde 1848. Bajo impulso de Alemania, Rusia y Austria habían firmado en 1873 la Dreikaiserabkommen (Liga de los Tres Emperadores), alianza que afianzaba las relaciones entre las tres monarquías conservadoras de Europa, sin embargo el acuerdo caducó en 1887 y no volvió a ser renovado para disgusto de Francisco Fernando.

Por otro lado, el archiduque consideraba fundamental llevar a cabo un fortalecimiento del ejército y de la marina y al mismo tiempo una política exterior moderada, que evitara conflictos con las naciones vecinas, en especial Italia y Serbia. Por lo tanto, su oposición a una “guerra preventiva” le enfrentó particularmente con Conrad von Hötzendorf, jefe del Estado Mayor, que siempre que había una crisis proponía la misma e indistinta solución: la guerra.

Francisco Fernando ha sido tachado a veces de ultraconsevador pero, aunque es cierto que carecía de las actitudes liberales del difunto Rudolf, no era un reaccionario.

Fiel defensor de la dinastía y de sus deberes y privilegios, del derecho divino de los monarcas y ferviente católico, Francisco Fernando era además partidario de mantener el sistema semi-democrático presente en el Imperio. Para él la democracia de la clase media tenía un papel limitado en la vida política y los monarcas debían mantener sus prerrogativas sobretodo en política exterior y en cuestiones militares.

Dichas posturas le acercaban especialmente al káiser Guillermo II de Alemania, con el que además compartía sus pocas habilidades diplomáticas y cierta brusquedad; pero si Francisco Fernando era callado y reservado, Wilhelm II en cambio hablaba por los codos y a veces rozaba lo histriónico. La relación entre ambos fue siempre cordial y próxima, no en vano se llevaban apenas cuatro años de edad (el Káiser era mayor). Sin embargo, al a veces errático y torpe programa político del Káiser le correspondía uno de muy bien estructurado por parte de Francisco Fernando.

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Un año con el káiser: así eran la vida y la corte de Guillermo II de Alemania

A lo largo de su vida, Guillermo II recibió el apodo de Reisen-Kaiser (el emperador viajero) debido a su afición por los viajes. De hecho, fue uno de los primeros soberanos en visitar Oriente Próximo. Pero también por su peripatético estilo de vida que le hacia trasladarse de un palacio a otro.

(*) El autor es historiador. Estudió historia del Arte en la Universidad Autónoma de Barcelona y ahora ha terminado un máster en gestión de museos y patrimonio en la Universidad Complutense de Madrid. Realizó sus prácticas en el Palacio Real de Madrid. Actualmente es autor del Blog Noches Blancas y de Patrimonio de la Corona, dedicados a la historia y el arte en época moderna y contemporánea. Puede seguirlo en Instagram.

Cómo era el día a día del último káiser

Inicialmente, Guillermo II intentó emular la estricta rutina que seguía su amado abuelo Guillermo I. Se levantaba a las 8 de la mañana y tomaba el café mientras trabajaba. Los lunes, miércoles y sábados a las 11, el jefe del Gabinete Civil venía a entregar sus informes (Vorträge), la reunión duraba entre hora y hora y media. Los martes, jueves y sábados, era el turno del jefe de Gabinete Militar, la reunión se alargaba dos horas.

A la una en punto almuerzo, al que Guillermo I dedicaba poca atención. La tarde se dedicaba a más trabajo, audiencias y un pequeño paseo en calesa. Antes de las 8 cena, luego teatro hasta las 9 y a continuación conversación con miembros del séquito y académicos sobre temas no controvertidos. A las 11 todo el mundo se retiraba a la cama. Pocos eventos alteraron este horario durante los 27 años de reinado de Guillermo I.

El Salón del Káiser en el Hofzug (Tren Imperial). FOTO: NOCHES BLANCAS

Guillermo II mantuvo el esquema de los Vorträge inalterado en un principio. Los ministros escribieron más tarde que el Káiser les recibía amablemente pero con su habitual ansiedad y que no dejaba de mover y tocar objetos de su escritorio durante las reuniones. Sus preguntas eran inteligentes, pero usualmente dispares y sobre cuestiones secundarias que alargaban la reunión más de lo habitual. El káiser salía psíquicamente agotado de estas reuniones, y como resultado se fueron reduciendo en cantidad y duración.

Asimismo el estilo de vida frenético de Guillermo II dificultaba la planificación de las reuniones que usualmente se veían reprogramadas de un día para otro y que frecuentemente tenían que realizarse mientras Guillermo viajaba en coche, tren o barco.

Hacia 1910, la jornada del Káiser era muy distinta a la del metódico Guillermo I. Se levantaba entre las 9 y las 10 de la mañana y tomaba un copioso desayuno de tres platos, luego venía un largo paseo a caballo con sus aide-de-camp o una caminata con el Canciller o el Secretario de Estado de Asuntos Exteriores. El Vorträge era a las 12, no demasiado largo, porque a la una se almorzaba.

El Stadtschloss de Berlin. La primeras construcciones aparecieron a inicios del siglo XIII, pero el aspecto definitivo se lo dio Friedrich I a inicios del siglo XVIII. Sede de los Hohenzollern durante siglos, el edificio sufrió intensos bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial y fue dinamitado en 1950 por el gobierno comunista. FOTO: NOCHES BLANCAS

Guillermo II tampoco demostraba mucho interés por la comida, pero a diferencia de su abuelo hablaba profusamente. Luego otro paseo, generalmente con su esposa y una siesta de una o dos horas. Por la tarde el Káiser concedía audiencias, iba a los museos o a los ateliers de artistas famosos, hacia visitas de cortesía, etc. Si había tiempo continuaba el trabajo de la mañana. Hacia las 8 se cenaba y luego había teatro o tertulia con invitados que casi siempre se alargaba hasta la 1 de la madrugada.

Este intenso horario se seguía, no obstante, apenas tres o cuatro meses al año, cuando el káiser residía en Berlín o en Potsdam. El resto del tiempo lo pasaba viajando. Hacia 1888, Guillermo II pasaba el 65% del año entre Berlín o Potsdam. En 1894, estableció la organización del año que duraría hasta la guerra y en la que la estancia en Berlín o Potsdam se redujo al 40%.

La vida cortesana en el invierno

Vortragszimmer (sala de reuniones) de los aposentos del Káiser. FOTO: NOCHES BLANCAS

El Día de Año Nuevo, la Familia Imperial se trasladaba a Berlín para el inicio de la temporada. Bailes, ópera, exposiciones y algún que otro desfile ocupaban la mayor parte de la vida social de enero, en el que Guillermo II raramente dejaba la capital. En febrero, no obstante, había una breve excursión: una semana de retiro en el pabellón de caza de Hubertusstock. Marzo empezaba con una visita de dos o tres días a Wilhelmshaven donde el káiser tomaba juramento a los cadetes de la Kaiserliche Marine.

Primavera griega

La última mitad de marzo y casi todo el abril se dedicaban a viajes por el Mediterráneo o Italia y, a partir de 1907, a una prolongada estancia en la isla griega de Corfú.

En 1907, el káiser había adquirido en Corfú el Achilleion, el encantador palacio que la emperatriz Sisi había mandado construir de 1888 a 1891 y que no se había utilizado desde su asesinato en 1898. La adquisición del palacio costó la considerable suma de 600.000 marcos y el mantenimiento anual ascendía a 50.000 marcos. Asimismo debían sumarse lo gastos de viaje de casi cien criados, miembros del séquito e invitados además de cinco automóviles.

En 1907, el Káiser había adquirido en Corfú el Achilleion, el encantador palacio que la emperatriz Sisi había mandado construir de 1888 a 1891 y que no se había utilizado desde su asesinato en 1898. FOTO: NOCHES BLANCAS

La compra del palacio fue considerada un despilfarro por Wilhelm von Wedel, ministro de la Casa Real, que dimitió poco después. Pero Guillermo II reposaba en Corfú, disfrutaba de la belleza natural de la isla, de un ambiente distendido y de las excavaciones arqueológicas, que le apasionaban. Los historiadores han calificado Corfú como «el Sanssouci de Guillermo II».

A finales de abril, Guillermo II solía visitar las provincias de Alsacia y Lorena, anexadas al Imperio tras la Guerra Franco-prusiana. El emperador seguía con mucho interés la reconstrucción del castillo de Hohkönigsburg, versión idealizada del pasado alemán de la región, que no se incorporó a Francia hasta el reinado de Louis XIV.

En Estrasburgo, el káiser no se alojaba en la tradicional residencia de los soberanos franceses, el Palais Rohan, sino en un nuevo palacio imperial construido a partir de 1883.

Mayo empezaba con una estancia del káiser en la ciudad balneario de Wiesbaden, donde disfrutaba del teatro y del casino. Durante la primera mitad del mes se sucedían visitas a Hallenburg, la residencia de su amigo el conde Emil von Schlitz, reputado escultor; y finalmente al extremo este del Imperio, en la Prusia Oriental, al pabellón de caza de Prökelwitz, propiedad del príncipe de Dohna.

El desfile de primavera en los jardines del Stadtschloss de Potsdam. FOTO: NOCHES BLANCAS

Guillermo II volvía Berlín a mediados de mayo, justo a tiempo para asistir al desfile militar de primavera (Frühjahrsparade) en el Stadtschloss de Potsdam y establecer su residencia oficial en el cercano Neues Palais de Sanssouci.

El opulento Neues Palais en el límite del parque de Sanssouci había sido construido a finales del reinado de Friedrich II el Grande como muestra del poderío prusiano, pero apenas había tenido un uso regular hasta que, en 1864, los padres del Guillermo II, Fiedrich y Vicky, en instalaron en él para pasar la primavera. Uso retomado por su hijo.

Relax de verano en el mar

A principios de junio el káiser volvía a partir, pero esta vez hacia el norte, para asistir a la Kiel Woche, la célebre semana de regatas celebrada en Kiel. Allí se reunían a principios de junio, desde que en 1882 se inaugurara el certamen, aristócratas y ricos industriales, muchos de ellos británicos y americanos, para ver y ser vistos. Durante su estancia en la ciudad, el soberano residía en el recogido castillo en el corazón del casco histórico, lugar de nacimiento del zar Pedro III de Rusia.

La Kiel Woche, que había sido promovida por el amigo de Guillermo II, el empresario naviero de origen judío Albert Ballin, se inspiraba en la Cowes Week y encajaba perfectamente con la personalidad del emperador, pues satisfacía a la vez su pasión por el mar y su admiración-envidia hacia el mundo anglo-sajón.

El Hohenzollern, botado en 1892. Era el mayor yate del mundo después del del zar ruso. FOTO: NOCHES BLANCAS

El propio Káiser competía a bordo de su yate de vela, el Meteor, aunque rara vez ganaba y las malas lenguas decían se mareaba. En 1914, Guillermo II había gastado más de 6 millones de marcos de su fortuna personal en las regatas, pero no había conseguido que la aristocracia prusiana (más terrateniente que navegante) dejara de considerar la Kiel Woche como un evento eminentemente burgués.

Una vez pasada la semana de regatas, toda la familia imperial se instalaba en el coqueto castillo de Bad Homburg, una pequeña ciudad balnearia. Allí era frecuente que el káiser recibiera visitas de la realeza extranjera, en especial de su tío el príncipe de Gales, luego Eduardo VII. Ambos tenían una relación bastante difícil. El mes de julio estaba dedicado casi exclusivamente a la Nordlandreise, el crucero por los fiordos noruegos a bordo del yate imperial Hohenzollern, tradición empezada en 1889 y que también seguía al zar Nicolás II a bordo de su yate Standart.

El crucero estaba destinado a relajar los nervios del káiser y alejarlo de la política y de la etiqueta de la corte, su familia casi nunca lo acompañaba, solía pasar el mes de julio en el pequeño palacete de Cadinen, cerca de la costa báltica. Sin embargo, Guillermo II acostumbraba a terminar el crucero más nervioso que al principio y el séquito acababa necesitando unas vacaciones para recuperarse de las vacaciones.

Después del crucero, el káiser no volvía a Potsdam. Hasta 1895 dedicaba buena parte del mes de agosto a visitar a sus parientes ingleses y sobre todo a asistir a la Cowes Week (equivalente y antecesora de la Kiel Woche) donde la rivalidad entre el káiser y el príncipe de Gales estaba a la orden del día.

Después de 1895, Guillermo II pasaba junto con su creciente familia casi todo el mes de agosto en el castillo de Wilhelmshöhe, encantadora residencia rodeada de un amplio parque a las afueras de Kassel. Del amplio parque de la residencia, solo una pequeña parte era cerrada al público durante las estancias de la Familia Imperial.

Pompa militar en otoño

El káiser con su primo, Jorge V de Inglaterra.

La Familia Imperial dejaba Wilhelmshöhe justo a tiempo para asistir al gran desfile militar de Tempelhof en Berlín a inicios de setiembre. Después seguían otras muchas maniobras militares y desfiles que duraban hasta mediados de mes. Cuando terminaban, el Káiser se dirigía a sus pabellones de caza de Rominten o Cadinen en la Prusia Oriental, lugares en los que descansaba especialmente. Los ministros tenían que hacer, pues, un largo viaje para preparar los presupuestos y el programa de construcción de la Kaiserliche Marine, que por lo general siempre se decidían en Rominten. A mediados de octubre Wilhelm II volvía a estar en Potsdam.

En noviembre volvía a partir, primero al castillo de Liebenberg, propiedad de su mejor amigo el príncipe de Eulenburg y, después de su caída en desgracia en 1906 a Donaueschingen, mansión de príncipe de Fürstenberg. Luego llegaba la época de las cacerías de la corte, inmensos eventos con más de treinta invitados celebradas en los cotos de caza de la corona (Letzlingen, Göhrde, Springe y Königswusterhausen). Y finalmente las visitas (también con temática cinegética) a los riquísimos nobles de Silesia en sus inmensas propiedades, como al conde von Donnersmarck en Neudeck, al príncipe de Hohenlohe y duque de Ujest en Slawentzitz o al príncipe de Pless en Pless.

La segunda semana de diciembre el Káiser volvía a estar en el Neues Palais de Potsdam donde cada año se celebraba la Navidad con la familia. Seis días después se partía hacia Berlín y el ciclo volvía a empezar.

La de Guillermo II fue una corte itinerante

Los emperadores con su única hija, Victoria Luisa.

A lo largo de su vida, el emperador Guillermo II habitó algunos otros palacios que también merece la pena destacar, aunque estos no formaran parte del devenir regular de la corte.

En el extremo este de Alemania, se encontraba probablemente el más simbólico de todos, el castillo de Königsberg (actualmente Rusia), tradicional lugar de coronación de los soberanos prusianos. El castillo era una mezcolanza de estilos dispares situada encima de una colina y aunque Guillermo II lo visitó en alguna ocasión, nunca fue coronado allí, siendo el segundo rey de Prusia (después de su padre) en no hacerlo.

No lejos de Königsberg, cerca de Danzig se erigía el castillo de Marienburg (actual Polonia), sede de la antigua Orden de los Teutones y que Guillermo II mandó restaurar como emblema de la pétrea frontera este del Imperio, del mismo modo que Hohkönigsburg lo era de la frontera oeste. La pareja imperial lo visitó en 1902 y para ellos se re-amueblaron suntuosamente los antiguos aposentos del Gran Maestre.

También al Este, cabría destacar el Palacio Imperial o Residenzschloss de Posen (actual Polonia). Un inmenso palacio en medio de Posen construido entre 1901 y 1908 en un estilo también claramente teutón. A pesar de su aspecto, el edificio tenía lo último en confort moderno y podía alojar cómodamente a la Familia Imperial durante sus visitas a las ciudad.

Al sureste, cerca de Bohemia se encontraba las ciudad de Breslau (actual Polonia), una de las cuatro “capitales” de Prusia junto con Berlín, Postdam y la ya citada Königsberg. Allí también se erigía una residencia real (por depender del rey de Prusia y no del emperador de Alemania) empezada a edificar por Federico II el Grande. Al oeste del Imperio se encontraban otros dos castillos emblemáticos: el castillo de Stolzenfels (1826-1842, cerca de Coblenza) y el Burg Hohenzollern (1850-1867, cerca del Lago de Constanza). Ambos se edificaron como monumentos románticos a la dinastía y, por lo tanto, raramente fueron usados como residencia.

En Coblenza se situaba otro Residenzschloss, un enorme edificio neoclásico edificado para el príncipe-elector de Tréveris a finales del siglo XVIII. Recibió las visitas del soberano y su familia en más de una ocasión. Cerca de Bonn, en Brühl, se erigía el coqueto y delicioso palacio rococó de Augustusburg, en origen construido por el príncipe-elector de Colonia. En él se alojaron el emperador y la emperatriz en 1897 y en 1908 fue electrificado y dotado de nuevas instalaciones sanitarias.

Igualmente coqueto y rococó era Benrath, cerca de Düsseldorf, cedido en 1911 al ayuntamiento. En el centro de Hannover, había el Leineschloss, antiguo palacio de los reyes de Hannover hasta su incorporación a Prusia en 1866. El suntuoso palacio de la derrocada dinastía precedente recibió publicitadas y espectaculares visitas imperiales en 1889, 1898, 1907 y 1913.

Para terminar, no deberíamos olvidar que como emperador, Guillermo II disponía de aposentos reservados en las residencias de otros reyes y príncipes del Imperio, ya fuera en el palacio real de Dresde, la Residenz de Múnich o el castillo granducal de Schwerin.

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