Las joyas de la corona escocesa -la corona, el cetro y la espada-, de valor incalculable, se usaron juntas por primera vez en en 1543 para la coronación María, reina de Escocia, cuando solo tenía nueve meses.
Darío Silva D’Andrea

Los Honores de Escocia, el conjunto de emblemas de la monarquía escocesa, constituyen hoy la regalía más antigua del Reino Unido y se conservan en el Castillo de Edimburgo. Los ‘Honores’ se usaron juntos por primera vez en la coronación del bebé de nueve meses María Estuardo, la hija de Jacobo V, coronada reina de Escocia en 1543, y posteriormente en las coronaciones de su hijo pequeño Jacobo VI (que en 1603 se convirtió en Jacobo I de Inglaterra) en Stirling en 1567 y su nieto Carlos I en 1633 en el Palacio de Holyroodhouse.
Juntos, los Honores protagonizaron por última vez la coronación de un monarca escocés en 1651, con Carlos II como protagonista, en una ceremonia celebrada en Scone. Desde entonces, los Honores sufrieron los avatares de la historia y en la actualidad solo son presentados a los monarcas británicos en un Servicio Nacional de Acción de Gracias que se celebra después de que el rey o reina fueron coronados en Londres.

La Corona de Escocia, la impresionante pieza central de la colección, se colocó en el ataúd de la difunta reina Isabel II durante un servicio fúnebre celebrado en la Catedral de St Giles (Edimburgo) después de su muerte en Escocia el año pasado. Es casi seguro que la corona -que pesa 1,64 kg- data de antes de 1540, cuando fue remodelada por orden de Jacobo V para ser usada por su esposa, María de Guisa, en su coronación en Holyrood.
La corona consta de un anillo hecho de oro escocés con 22 gemas y 20 piedras preciosas que incluyen diamantes y amatistas tomadas de la corona anterior, y perlas de agua dulce de los ríos escoceses. Cuatro arcos de oro se elevan hacia un orbe que está pintado de azul y decorado con estrellas y una cruz de oro se asienta en la parte superior, que está tachonada con una gran amatista y ocho perlas.

Hecho de plata maciza, el Cetro fue un regalo del Papa Alejandro VI, posiblemente entregado por su sucesor Inocencio VIII, a Jacobo IV de Escocia en 1494, quien lo remodeló agregándole sus iniciales. Realizado en plata maciza, el Cetro está rematado por tres figuras que sostienen un globo de cristal, un cristal de roca tallado y pulido, con una perla de Escocia encima.
El Cetro fue remodelado y ampliado en 1536 y contiene figuras de la Virgen con el Niño, Santiago y San Andrés dentro de baldaquinos góticos, flanqueados por delfines estilizados (símbolo de la Iglesia de Cristo).

La Espada del Estado también fue otro generoso regalo papal, del Papa Julio II (quien encargó a Miguel Ángel que pintara el techo de la Capilla Sixtina) a Jacobo IV en 1507 y la hoja, de un metro de largo, presenta figuras de San Pedro y San Pablo y la inscripción del Papa Julio.
El mango de plata dorada está decorado con hojas de roble y bellotas para simbolizar a Cristo resucitado y la vaina es de madera recubierta de terciopelo rojo oscuro y montada con plata dorada. Según la tradición, la rotura de la hoja se debe a que la espada se partió en dos en 1652 para poder sacarla de contrabando y protegerlas de las tropas revolucionarias.
La Espada del Estado -de 140 cms de largo- tiene una vaina de madera cubierta de terciopelo rojo oscuro y montada con plata dorada, y un cinturón de seda tejida e hilo de oro decorado con las armas del Papa Julio. Posteriormente, la espada se usó en el ceremonial relacionado con la Orden del Cardo, hasta el 300 aniversario de la Orden en 1987.
La accidentada historia de los Honores de Escocia

Las joyas de la corona escocesa no tuvieron un viaje tranquilo ni fácil hasta su hogar actual en el Castillo de Edimburgo. A mediados del siglo XVII, el tesoro tuvo que ocultarse para evitar caer en las manos del revolucionario Oliver Cromwell, que lideró la ejecución de Carlos I y la constitución de una república, y que ya había fundido las joyas de la corona inglesa.
Durante la ocupación de Escocia en la década de 1650, los Honores fueron uno de los objetivos más buscados por Cromwell. Un año después de que Carlos I fuera ejecutado, en 1649, su hijo (más tarde Carlos II) llegó al noreste de Escocia en un intento por recuperar los dos reinos. A pesar de su éxito en la Batalla de Dunbar en 1650 y su posterior ocupación del Castillo de Edimburgo, Cromwell no logró detener la coronación de Carlos II en 1651 en Scone (la última coronación en Escocia).

Las joyas de la corona inglesa ya habían sido destruidas por Cromwell y los ‘Honores’ de Escocia, símbolos de la monarquía, eran los siguientes en su lista. Su ejército avanzó rápidamente Scone y Carlos II ordenó al conde mariscal -el cortesano que supervisaba todas las actividades ceremoniales en la corte escocesa, incluidas las coronaciones- que llevara los Honores y muchos de sus documentos personales a un lugar seguro en el castillo de Dunnottar, su hogar en Aberdeenshire.
No pasó mucho tiempo antes de que Dunnottar estuviera bajo asedio de los revolucionarios y una guarnición de 70 hombres resistió durante ocho meses contra las fuerzas invasoras. Pronto se hizo evidente que el castillo se iba a derrumbar y que había que hacer algo para salvar los Honores. De esta forma, la corona, el cetro y la espada fueron bajados por el lado del castillo que daba al mar y recibidos por una sirvienta, que había bajado a la playa con el pretexto de recoger algas.

La mujer los llevó a la iglesia en Kinneff, un pueblo varios kilómetros al sur, donde al principio los escondieron en un cofre al pie de la cama en la casa del ministro, el reverendo James Grainger, hasta que pudo enterrarlos más seguros debajo de la iglesia. El ministro y su esposa envolvieron las joyas en telas de lino y las enterraron por la noche bajo el piso de arcilla del templo y cada tres meses las desenterraban por la noche para airearlas y protegerlas de la humedad y las lesiones. Los Honores permanecieron ocultos durante nueve años mientras el ejército inglés los buscaba en vano.
La colección se dejó enterrada de forma segura hasta que se restauró la monarquía en 1660, cuando los Honores se devolvieron al rey Carlos II de Inglaterra y Escocia. En años sucesivos, las joyas se utilizaron para representar al monarca en las sesiones del Parlamento escocés hasta el Tratado de Unión en 1707, cuando el nuevo Parlamento del Reino Unido se reunió en Londres. Encerradas en un cofre de roble en el Castillo de Edimburgo, las joyas fueron olvidadas (circulaban rumores de que los ingleses los habían trasladado a Londres) hasta 1818.

Fue gracias a una exhaustiva investigación del novelista escocés Sir Walter Scott que se recuperaron los Honores. El Príncipe Regente (más tarde Jorge IV) quedó tan impresionado por el trabajo de Sir Walter que en 1818 le dio permiso para realizar su búsqueda en el castillo, donde algunos señalaban que las joyas estaban ocultas. Los buscadores finalmente las encontraron en la pequeña cámara acorazada del castillo, ocultas en un cofre de roble y cubiertas con paños de lino, exactamente como habían quedado después de la Unión el 7 de marzo de 1707.
Los Honores fueron expuestos al público en el 26 de mayo de 1819 y desde entonces son el tesoro más buscado de los miles de turistas que visitan el Castillo de Edimburgo. Pero la tranquila existencia de las joyas solo duró hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial, cuando las urgencias del momento y la inminencia de una invasión nazi obligaron a sus custodios a enterrarlas en diferentes lugares alrededor del castillo, en ubicaciones que solo unas pocas personas conocieron.

Los Honores de Escocia nunca más se utilizaron para coronar a un soberano. Las joyas fueron retirados una vez del Castillo de Edimburgo en 1953, para ser llevados a un Servicio Nacional de Acción de Gracias en la High Kirk de St. Giles, en el centro de Edimburgo, al que asistieron 1.700 invitados. Durante la ceremonia los Honores fueron presentados formalmente por el decano de la Orden del Cardo, Charles Warr, a la reina Isabel, quien luego los entregó a sus custodios: el duque de Hamilton recibió la corona, el conde de Home tomó la Espada del Estado y el conde de Crawford y Balcarres tomó el cetro.
Siguiendo los pasos de su madre, el rey Carlos III recibirá los Honores de Escocia este año. El monarca y la reina Camila serán invitados de honor en la Catedral de St. Giles para el Servicio nacional de Acción de Gracias y Dedicación, al que asistirán las máximas autoridades de Escocia, incluido el primer ministro. Antes de la ceremonia, los Honores serán escoltados desde el Castillo de Edimburgo hasta la catedral por una «Procesión del Pueblo» de alrededor de 100 representantes de toda Escocia. Como conde mariscal de Escocia, Lord Alexander Douglas Douglas-Hamilton, 16º duque de Hamilton y Brandon, será el encargado de portar la corona en la ceremonia.
Darío Silva D’Andrea / Instagram: monarquiascom