La larga vida de Simeón II, el último rey de Bulgaria, acumula un sinfín de singularidades. Fue rey siendo muy niño, fue destronado por los comunistas en 1946, que sin embargo nunca abdicó ni renunció al trono.
Simeón II se pasó más de medio siglo de su vida en el exilio antes de regresar a su país como dirigente político leal con la democracia y el sistema republicano. En 2001, fundó un partido político y ganó las elecciones que le convirtieron en primer ministro de Bulgaria.
Su infancia fue triste y solitaria, un reflejo de lo que sería toda su vida. Simeón nació el 16 de junio de 1937, hace 85años.
Era el segundo hijo del rey Boris III y de la reina Juana, quienes ya habían sido padres de la princesa María Luisa. La dinastía búlgara era relativamente joven y de origen alemán, procedente de la familia de Sajonia-Coburgo-Gotha.

El entorno familiar no eran en absoluto estable y estuvo marcado por las aventuras políticas europeas del siglo XX.
Su abuelo materno, el rey Víctor Manuel III de Italia, pactó con el dictador fascista Benito Mussolini, lo que le valió no solo el trono sino la existencia de la monarquía. Pese a sus vínculos con el Duce, la familia real italiana fue blanco de la furia de Hitler, quien ordenó secuestrar y encarcelar en un campo de concentración a la hermana de la reina Juana, la princesa Mafalda de Saboya.
Mafalda fue capturada en Roma en 1943, tras regresar de Bulgaria, donde había viajado para asistir al funeral de su cuñado Boris III.
El monarca, coronado en octubre de 1918 tras la abdicación de su padre, Fernando I, había implantando la dictadura real en 1935 apoyado en las fuerzas reaccionarias. Durante un tiempo se resistió a aliarse a las potencias nazi-fascistas del Eje y también se aisló de otras alianzas regionales con la esperanza de preservar la neutralidad nacional.
Pero en 1941, convencido por Hitler de las ventajas estratégicas que este movimiento aportaría a Bulgaria, se adhirió al Pacto Tripartito de Alemania, Italia y Japón. Los búlgaros se las arreglaron para excluirse de la invasión y conquista de la URSS. Por otro lado, la casa real, en particular la reina Juana, maniobró para impedir la deportación y exterminio de la pequeña comunidad de judíos búlgaros, 48.000 ciudadanos que salvaron así sus propiedades y la vida.

Pero Hitler no era amigo de nadie. El 28 de agosto de 1943, cuando el príncipe Simeón tenía seis años, su padre murió inesperadamente tras regresar de una violenta entrevista con Hitler en Prusia Oriental. Se habían reunido en un búnker del bosque de Görlitz en 1943, y el que fuera el rey más popular de los búlgaros se resistió (inútilmente) a que su país se uniera al Eje. Días más tarde fallecía aquejado del corazón y su hijo pequeño heredaba su trono.
Aunque el diagnóstico oficial dijo que se trató de un ataque al corazón fulminante, la teoría, nunca demostrada, del asesinato por envenenamiento sigue presente en la mente de los búlgaros. «Jamás he olvidado el cadáver expuesto, la frente y las manos gélidas que tuve que besar«, dijo Simeón en sus memorias.
El niño fue proclamado rey de los búlgaros con el nombre de Simeón II, pero como era demasiado joven las riendas del poder quedaron en manos de un consejo de regentes integrado por su tío, el príncipe Kiril. El reinado de un niño inexperto no podía ser menos alentador en plena Segunda Guerra Mundial y en un país aliado del nazismo.
El rey-niño y la reina Juana fueron confinados en el palacio de Vrana junto con el resto de la familia real y desde febrero de 1945 fueron mantenidos como rehenes del nuevo gobierno comunista, que condenó en juicios sumarios y ejecutó a todos los dignatarios palaciegos y políticos principales comprometidos con el régimen monárquico, al que los soviéticos no perdonaban.

En la purga que se desató fueron ejecutados el príncipe Kyrill y los otros dos corregentes del primer Consejo, los ex primeros ministros Dobri Bozhilov e Ivan Bagrianov, además de decenas de ministros, diputados y otros notables que se habían mantenido leales al rey Boris III y a la familia real.
El rey-niño, considerado inocente, y la reina madre, que había colaborado en librar a los búlgaros de los campos de concentración nazis, se salvaron de la matanza. En 1946 abandonaron Bulgaria con rumbo a Estambul y posteriormente vivieron en Alejandría, donde fueron recibidos por el abuelo exiliado, Víctor Manuel III de Italia.
Gracias a la solidaridad de algunos familiares, Simeón II pudo continuar sus estudios y finalmente desembarcar en España, donde el general Francisco Franco le dio asilo junto a su madre y su hermana. Allí pasaría más de cinco décadas. Se instalaron en una villa en el barrio de Metropolitano que compraron gracias al dinero que les regaló la reina Elena de Italia: «Al principio no teníamos nada para amueblar esa gran villa, pusimos los colchones directamente sobre el suelo«, recordó Simeón.
«Me vi obligado a ser serio, a aparentar, a aceptar esta representación casi teatral de una función que no me deja libertad para expresar mi verdadera personalidad«, reconoció Simeón. Su madre les obligaba a hablar búlgaro para no olvidar el idioma, pero mientras tanto, en el país donde años después sería primer ministro, los libros de texto le daban por muerto.
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