A 50 años de la muerte del duque de Windsor: el amargo ocaso de su viuda en manos de su ‘carcelera’ francesa


El 28 de mayo de 1972, hace 50 años, el duque de Windsor, antiguo rey Eduardo VIII de Inglaterra, murió de cáncer de garganta en su casa de las afueras de París. El exmonarca, tío de la reina Isabel II, había renunciado al trono en 1936, provocando un cataclismo constitucional, y se había exiliado, en parte voluntariamente y en parte forzado, para que no hiciera sombra a su hermano y sucesor, Jorge VI.

El antiguo rey, recibió un funeral simple en el castillo de Windsor, si pompas ni multitudes, y su viuda Wallis Simpson, duquesa de Windsor, fue recibida por la familia real por primera vez y alojada en el Palacio de Buckingham como huésped de Isabel II. Pero el futuro de la duquesa, a la que la corona nunca quiso otorgar el trato de “alteza real”, era tan sombrío como su aspecto el día del funeral.

En una entrevista concedida a la escritora Anna Pasternak, la exsecretaria de los duques de Windsor, Johanna Schutz, recordó la visita que la reina Isabel II hizo a su tío en la casa Bois de Boulogne (afueras de París) diez días antes de que el duque muriera. “Esa visita fue histórica y sanadora Era muy importante porque el duque siempre decía que amaba a la reina”. De hecho, Schutz, dice que el duque había legado todo, una vez que la duquesa murió, de vuelta a la familia real. “Tenía una copia del testamento. Los Windsor querían que todo su dinero, joyas, pinturas y artefactos fueran devueltos a Gran Bretaña”.

“Si este fiel gesto hubiera tenido lugar, ¿podría haber ayudado a cambiar la prensa negativa que los Windsor han soportado durante los últimos 40 años?”, se pregunta Pasternak. “Ciertamente habría sido inmensamente restaurador para las heladas relaciones de la realeza con Wallis, una vez que enviudó”. Trágicamente, sin embargo, los deseos del duque fueron borrados por la abogada parisina de los Windsor, Suzanne Blum, cuyo esposo había sido su abogado francés desde 1946 hasta su muerte en 1965, quien persuadió a Wallis para que la dejara hacerse cargo de todos sus asuntos legales una vez que envidudó. Esta mujer maquiavélica avivó los peores temores de la penuria de Wallis y tuvo un control despótico sobre la duquesa, “completamente afligida” después de la muerte del duque.

Según Schutz, Blum detestaba a los británicos y quería que todo en el testamento de Wallis fuera para los franceses. “Blum realmente amenazó a la duquesa”, recuerda. “Ella le dijo que el gobierno francés la obligaría a abandonar la casa (donde vivían los Windsor libres de impuestos y rentas) a menos que ella legara todo al Instituto Louis Pasteur. Ella era totalmente amenazante”. Schutz hizo todo lo posible para cumplir los deseos del duque: “Tenía una enorme caja de insignias de diamantes del emperador de la India, que devolvimos a la casa real”, y fue gracias a ella que toda la correspondencia entre Eduardo y Wallis se salvó.

Esta inquietante colección de cartas de amor que documentaron los tiempos turbulentos que soportaron fue presentada a Schutz por el mayordomo de los Windsor, George. “Vino a mí en 1976 con esta gran caja llena de todas sus cartas. Dijo que la duquesa quería que los quemara. Le dije: ‘No podemos quemar esto. Esto es historia’. Pero Blum se apoderó de las cartas y tan pronto como la duquesa murió, las hizo publicar. La duquesa nunca quiso eso”.

A pesar de su exclusión de la familia real, Wallis todavía «quería que todas sus joyas volvieran a Gran Bretaña», insiste Schutz. Conmovedoramente, Eduardo declaró en su testamento que nunca quiso que las joyas de la duquesa fueran vendida o usadas por otra mujer. “Eran para ella y para ella sola», dijo Schutz. Muchas piezas tenían inscripciones personales como «Hold Tight» o «Somos nuestros», como en su anillo de compromiso. Sin embargo, Blum desafió los deseos del duque y un año después de que Wallis muriera en 1986, toda la colección se vendió en Sotheby’s por £ 31 millones; los ingresos fueron destinados al Instituto Pasteur en lugar de ser entregadas a la familia real británica.

Schutz, que durante mucho tiempo había sido testigo del tormento que Blum infligió a Wallis, intentó intervenir. En 1975, había planeado llevar a Wallis a vivir a Nueva York, en las Torres Waldorf. “Estábamos listas para partir, luego la duquesa sufrió una úlcera perforada porque Blum la había preocupado mucho. Fue entonces cuando comenzaron todos sus problemas. Después de eso, estaba demasiado enferma para viajar o imponer sus deseos”. Blum “encarceló” a Wallis, le prohibió ver a sus amigos y así su salud se deterioró rápidamente. “Informé a Sir Martin Charteris y le pedí que enviara un médico y un abogado para hacer un nuevo testamento”, dice Schutz.

“El abogado de la Reina vino a París con un médico y Blum no los dejó pasar”, cuenta Schutz, y agrega que las enfermeras contratadas por Blum comenzaron a “drogar a la duquesa”. Mientras tanto, Blum vació la mansión parisina, vendiendo sus hermosos tesoros. “La duquesa diría: ‘¿Por qué no bajamos y cenamos en la biblioteca?’ Tenía que decir: ‘Eres demasiado frágil. No tiene calefacción. Cualquier excusa para que ella no supiera la verdad”. Se informó que Schutz fue despedida por Blum en 1978 con el argumento de que era “inestable” pero ella cuenta que cuando le ofrecieron un nuevo contrato se negó a aceptarlo a menos que trabajara solo trabajaría para la duquesa, no para Blum.

Finalmente Schutz abandonó el servicio de la duquesa cuando, senil y demacrada, ya no pudo reconocerla. La duquesa murió, lamentable y sola, ocho años después en 1986 y fue sepultada en el cementerio real de Frogmore, en el castillo de Windsor. “Ella sufrió mucho. Fue desgarrador para mí”, dice Schutz. “Es una pena. Si tan solo la familia real la hubiera conocido. La duquesa era una mujer maravillosa”, reflexionó al final de la entrevista.