Una reina, la primera mujer que entró en la tumba de Tutankamón, hace 99 años


A la reina Isabel, esposa de Alberto I de Bélgica, le apasionaba todo: las ciencias, las artes, las religiones, las culturas… La pasión por el conocimiento y la investigación la heredó de su padre, el duque Carlos Teodoro, quien fue el primer médico oftalmólogo de Baviera y prefería asistir a los enfermos de su país antes que participar en las ceremonias cortesanas.

Isabel -bisabuela del actual rey de Bélgica- era una mujer de mente tan curiosa que llegó a ser una las primeras mujeres europeas en entrar en la tumba del faraón Tutankamón en el Valle de los Reyes en Egipto en 1923. Jean Capart (1877-1947), padre de la egiptología belga y miembro del Museo de Bruselas, fue su guía personal en la expedición que la llevó a penetrar uno de los monumentos funerarios más apasionantes de la historia.

Tutankamón fue el rey que regresó al culto de Amón, dios de Tebas, y restableció la residencia real allí, después de que su suegro, Akhenaton o Amenophis IV rompiera espectacularmente con el poderoso sacerdocio, mudara su capital a Tell-el-Amarna y declarara el monoteísmo. En agradecimiento por este regreso, Tutankamón fue enviado a su viaje a través del inframundo equipado naves funerarias e implementos mortuorios como nunca antes se habían visto.

“El 22 de noviembre de 1922, Lord Carnarvon y Howard Carter encontraron una tumba en el Valle de los Reyes“, escribe el arqueólogo e historiador Patrick Weber. “Cuando oyó la noticia, Isabel se emocionó. La pared que separaba la antecámara de la bóveda debía ser abierta y la reina deseaba presenciar el acontecimiento (…) Telegrafió a Lord Carnavon para ver si se le permitiría unirse a él y obviamente se le da la autorización”.

Dos meses más tarde, de “riguroso incógnito” según informó la prensa, la reina de los belgas ya estaba en el sitio donde estuvo la ciudad real de Tebas, en el desierto egipcio y bajo altísimas temperaturas, porque quería presenciar con sus propios ojos la apertura de la tumba del faraón más misterioso de la historia.

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“Esta mañana muy temprano, el silencio de la necrópolis real tebana fue turbado por los preparativos que hubieron de preceder a la apertura de la tumba de Tutankamon”, relataba la prensa en febrero de 1923. “La ceremonia tuvo lugar en presencia de la reina de Bélgica y de su hijo, el príncipe heredero Leopoldo”.

“El grupo oficial se trasladó a pie al lugar donde se encuentra el mausoleo del faraón. Los subterráneos oscuros estaban iluminados por un arco voltaico de más de mil bujías. Prescindiendo de la etiqueta, el alto comisionado británico, Lord Carnarvon y los arqueólogos, con el beneplácito de la soberana, pusiéronse en mangas de camisa, toda vez que en el interior dela tumba el calor era aún más que a pleno sol.

La reina descendió primero sin desprenderse de su hermosa piel. Los despachos recibidos de Luxor relatan muy someramente la ceremonia allí realizada. Sólo dicen que en el interior de la tumba se hallaban dispuestas una veintena de sillas, donde tomaron asiento los invitados oficiales, y agregan que la reina no pudo ocultar por un momento la profunda impresión que el acto le producía. Carter, iluminándose con una lámpara portátil, invitó a la reina Isabel a descender por la estrecha abertura practicada en el muro de la cueva. Lord Allemby (mariscal de campo británico), que como es sabido, es corpulento, logró con grandes esfuerzos seguir a la reina de Bélgica.

“Cuando media hora más tarde la comitiva descendía a la superficie, el alto comisario, cubierto de polvo, dijo a la reina enjugándose el sudor de su frente: ‘Este pasadizo es demasiado estrecho, señora, gran superioridad sobre mi corpulencia’. La soberana, que se abanicaba, se contentó con sonreír y se apresuró a tomar el vaso de agua que le ofrecía un criado local. Cuando se hubo repuesto, se le oyó decir a sus compañeros de expedición, ¡Es maravilloso!”

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