El 4 de septiembre de 1896, hace 125 años, nació en Atenas la princesa consorte Aspasia de Grecia, quien se casó secretamente con el rey Alejandro I y enviudó meses más tarde, ese mismo año de 1920, después de que el rey muriera de envenenamiento de sangre por ser mordido por su mono en los jardines del palacio. Aspasia fue, por nacimiento, prima hermana del último rey griego y la reina Sofía de España, y madre de Alejandra, la última reina de Yugoslavia.
Su apellido de soltera era Aspasia Manos, y su padre era gran mariscal de la corte en el momento en que ella se enamoró del príncipe Alejandro. Hijo segundo del rey Constantino II, protagonista de un turbulento gobierno, y de la reina Sofía, de origen prusiano, Alejandro no estaba destinado a ser rey, pero las circunstancias que rodearon la abdicación de su padre y de la renuncia de su hermano mayor, Jorge, a su derecho a la corona, lo obligaron a ascender al inestable trono heleno en 1920.

Alejandro se vio obligado a ascender al inestable trono de Grecia gobernando, sin embargo, como un títere del dictador Venizelos. Enamorados perdidamente, el rey Alejandro y Aspasia Manos se casaron casi en secreto y sin el apoyo del gobierno ni de la familia real, que permanecía en el exilio. “¡Estábamos tan enamorados!”, dijo ella. “No podíamos separarnos ni siquiera por espacio de cinco minutos”. Como era plebeya, su matrimonio fue declarado morganático y la pareja se vio obligada a aceptar que ni Aspasia ni su descendencia tendrían derecho a reclamar su rango o derecho al trono.
A los pocos meses de la boda, Aspasia quedó embarazada y en octubre de 1920 el rey Alejandro murió. El 2 de octubre de ese año, su perro, llamado “Fritz”, fue atacado por un mono doméstico que pertenecía a la finca real de Tatoi, en Atenas. Al intentar separarlos, el rey fue mordido por el mono en una pierna. El joven Alejandro no le dio importancia a las heridas, pero pronto generaron una infección generalizada. El mono padecía rabia y su mordida provocó al rey septicemia fulminante que lo condujo a la muerte. Semanas después, la viuda dió a luz a una niña, que bautizaría Alejandra, y serviría como nexo de reconciliación entre su madre y la familia real griega.

Aspasia y se hija se mudaron de Italia a Londres, antes de establecerse en París en 1935 en el Hotel Crillon. El príncipe Felipe, más tarde duque de Edimburgo, fue uno de los exiliados con quien Aspasia y Alejandra compartieron varias vacaciones juntos en casas de familiares. Poco después, la infeliz adolescencia de Alejandra se completó cuando recibió una propuesta de matrimonio del rey Zog de los albaneses, que solo había visto a la joven griega a través de una fotografía y “se enamoró”. Aspasia pensó que su hija era demasiado pequeña y se sintió aliviada cuando el rey Jorge II rechazó el compromiso.
La restauración de la monarquía griega en 1935 no cambió la vida de Aspasia, quien despertó la compasión de sus suegros y la protegieron a ella y su hija. Después de un breve regreso a su país, donde trabajó para la Cruz Roja, la princesa pasó Segunda Guerra Mundial en Inglaterra, donde en 1944, su hija se casó con el exiliado rey Pedro II de Yugoslavia. Una vez que se restableció la paz, Aspasia volvió a vivir en Venecia, donde llevó una vida tranquila, marcada por algunas apariciones públicas durante eventos culturales. Sus últimos años, sin embargo estuvieron marcados por penurias económicas, enfermedad y sobre todo preocupación por su hija, quien protagonizó intentos de suicidio. Gravemente enferma, no pudo asistir a la boda de su único nieto (Alejandro de Yugoslavia) en junio de 1972 y murió en agosto de ese año en el Ospedale al Mare de Venecia. En ese momento, Grecia estaba gobernada por el régimen de los coroneles, por lo que la reina Alejandra decidió enterrar a su madre en la sección ortodoxa del cementerio de la isla de San Michele. No fue hasta 1993 que sus restos fueron trasladados a la necrópolis real de Tatoi junto a la tumba de su amado Alejandro.
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