Cuatro mujeres reinaron en la vida de Hussein, el monarca de Jordania durante 46 años y uno de los hombres de Estado más trascendentes de Oriente Medio para la segunda mitad del siglo XX. Se trata de su madre, la reina Zein, y sus cuatro sucesivas consortes, las princesas Dina y Muna y las reinas Alia y Noor: hábiles e influyentes, sumisas y despreciadas, las cuatro trataron de romper los paradigmas de su cultura para tocar el poder con sus manos.
La madre de Hussein, Zein bint Jamil Al-Sharaf, fue uno de los pilares más fuertes de la monarquía jordana durante más de cuarenta años y una mujer muy inteligente que realmente fue, como un embajador escribió a Selwyn Lloyd, «la Metternich del mundo árabe». El público en general recuerda su elegancia y sofisticación y sus obras de caridad y apoyo a los derechos de las mujeres, pero en las altas esferas recuerdan también su sutil instinto político, y su coraje en las crisis en las que su decisiva intervención entre bastidores dio forma al reinado de su hijo y, de hecho, de la historia de la región.
Como princesa hachemita de nacimiento, pertenecía a la familia que, sobre la base de su supuesta descendencia de Hashem, bisabuelo del Profeta Mahoma, gobernaron el Hejaz como Grandes Sheriffes de La Meca desde el siglo XII hasta 1926, cuando la región fue invadida e incorporada al incipiente Reino de Arabia Saudita. Nacida y criada en Egipto, se mudó a lo que entonces era Transjordania en 1934 cuando se casó con su primo, el emir Talal, hijo del rey Abdullah I. Lamentablemente, el duro entrenamiento militar tuvo un grave impacto psicológico en Talal, que estuvo a punto de ser apartado de la sucesión, lo que significó una lucha de Zein por la herencia de su familia.


Dotada de un agudo sentido de la historia y el linaje, Zein se mantuvo firmemente detrás de su esposo, para garantizar no solo su derecho de nacimiento sino también su propio papel como reina y la subsistencia de sus hijos. En 1951, el rey Abdullah fue asesinado mientras Talal estaba internado en un psiquiátrico suizo, en parte por sus problemas mentales y, por otra parte, por su adicción al alcohol. Una vez libre, fue coronado rey a la vez que Zein se regocijaba con la posibilidad de ejercer un inmenso poder en nombre de su consorte enfermo. .
Incluso después del breve reinado y abdicación de su esposo en 1952, Zein continuó dominando al gobierno como la madre de un rey, Hussein, que tuvo que esperar un año antes de que él pudiera asumir la prerrogativa real. Además, incluso después de que el hijo alcanzara su mayoría de edad y regresara a Jordania, siguió siendo una figura dominante al punto de que, en 1958, en medio de una gran crisis política, se supo que la madre amenazó a Hussein con sacarlo del trono y remplazarlo por su hermano.


Inevitablemente, a medida que el rey ganó madurez y experiencia, la participación de la reina Zein en los asuntos estatales disminuyó. Su debilitamiento de la salud y, en particular, su tendencia a la diabetes y la hipertensión arterial también redujeron su capacidad para desempeñar un papel activo; por lo tanto, se contentó con pasar sus últimos años disfrutando de su antigüedad en las filas de la familia real y presidiendo un número cada vez mayor de nietos y bisnietos. Murió en 1994.
La agitada vida política del rey Hussein tuvo su paralelismo en su vida personal, con cuatro matrimonios, doce hijos -cinco de ellos varones y siete hijas, una de ellas adoptiva-. El primer matrimonio de Hussein fue con una verdadera princesa de sangre egipcia: sharifa Dina bint Abdul Hamid, y sólo duró 18 meses. Escogida por razones dinásticas, esta descendiente del Profeta Mahoma encarnaba a la perfección el tipo de nuera que buscaba la influyente reina madre, Zein Al-Sharaf: de sangre real, musulmana, educada con dedicación y conocedora de los requisitos cortesanos.
Zein no contaba con que Dina, convertida en reina, desearía ser más que una mera figura decorativa de la corte y pugnaba por obtener un papel más destacado, eclipsando a la propia reina madre. El divorcio, dos años después de la boda y poco después del nacimiento de la princesa Alia, fue muy desagradable. Con la excusa de que se necesitaba con urgencia heredero para un rey cuya vida estaba siempre en peligro, Hussein se divorció y Dina volvió a su Egipto natal. Durante algunos años, solo pudo ver a su hija bajo la supervisión de la reina Zein, pero pronto logró superar ese control y regresó a Jordania para estar más cerca de la niña.


EL fracaso de Dina y Hussein es visto como el único fracaso en la vida de la reina Zein. A principios de los 60, en un selecto baile de disfraces, Hussein conoció a Antoinette Avril Gardiner, la hija del agregado militar británico en Ammán, familiarmente conocida como ‘Tony’. El rey iba disfrazado de pirata y se dice que las primeras palabras que le dirigió ella fueron: “Tiene un aspecto muy desaliñado, majestad”. La boda se celebró el 25 de mayo de 1961, pero convertir a una extranjera cristiana en reina no fue fácil para Hussein, quien hizo un gran sacrificio. Conocedor de que un hijo, de sangre británica, difícilmente podría asumir el trono de un reino árabe, nombró a su hermano Hassan como príncipe heredero, cargo que ocupó durante 30 años.
Tony Gardiner se convirtió en Muna al Hussein (“el Deseo de Hussein”) y, para evitar que entrara en conflicto con la reina madre, se decidió que sería titulada princesa en lugar de reina. Le dio cuatro hijos: los príncipes Abdallah y Faisal y las princesas gemelas, Zein y Aisha. El matrimonio duró once años. Guerras y atentados, así como la llegada de una bella y joven palestina encargada de las relaciones públicas del aeropuerto de Ammán, Alia Toukan, terminaron con el matrimonio. No hubo rencores en la separación, al contrario, Hussein ofreció a Muna un lujoso palacio en Ammán, donde sigue viviendo, y una casa en Londres junto a una generosa pensión. Por entonces, nadie sabía que Muna quedaría convertida en la madre del rey, papel de gran importancia en las dinastías árabes.
El amor más trágico del rey Hussein fue el que protagonizó con la bellísima palestina Alia Toukan, a quien conoció después de repudiar a Muna, en 1972, y con la que tuvo un hijo, el príncipe Alí, y una hija, la princesa Haya, a los que se sumó una hija adoptiva, Abir Muheisen. Alia, que como musulmana fue titulada reina y asumió un activo papel social en Jordania, murió en un accidente de helicóptero el 9 de febrero de 1977. Hussein la esperaba en el aeropuerto, pero el helicóptero nunca llegó. La aeronave en la que la reina regresaba tras haber visitado Tafileh, localidad situada a unos 300 kilómetros al sur de la capital, se vio envuelta por una tempestad, y algunas informaciones apuntan la posibilidad de que fuese alcanzado por un rayo.


En el accidente perdieron también la vida el ministro de Sanidad, Mohammad al Bashir y dos coroneles del ejército, y los restos de la reina Alia yacen hoy en el palacete de Al Hashmiya, en la colina de Hummar, en Ammán, en el que había vivido con el rey, y desde el cual se pueden ver, en los días claros, las murallas de Jerusalén. Los funerales reunieron a una inmensa cantidad de dolientes en las calles de la capital jordana. La desaparición de la hermosa Alia hizo que Hussein se encerrara por varios días, en una reclusión que incluso puso en peligro la estabilidad de la monarquía.
A pesar de su dolor, la prensa mundial insistió en buscale amoríos y se le vinculó románticamente con una espectacular guía de Disneylandia, llamada Honey Rech, de veintitrés años, y más tarde con Margaret Trudeau, la ex esposa del primer ministro canadiense. En 1978 Hussein se casó con Elizabeth Halaby, de sangre siria y estadounidense, que recibió el nombre de Noor al Hussein (“luz de Hussein”) y con la que tuvo cuatro hijos. Aunque en un principio se dijo que Lisa no recibiría el título de reina, fue proclamada como tal en el momento justo de firmar el contrato matrimonial y se convirtió en la esposa que acompañaría a Hussein por el resto de su vida. “Mi vida ha sido un cúmulo de tragedias, pero ella me ha dado una fuerza y una felicidad que no creía posible volver a encontrar”, dijo él.
La princesa Muna, que había sido el gran sostén de Hussein en su período de luto, fue la primera en acercarse a felicitar a los recién casados. El rey no quiso tener en cuenta que Lisa era norteamericana, y como en un cuento de hadas, la rubia plebeya de veintiséis años, hija mayor del ex presidente de la compañía aérea norteamericana PanAm, Najeeb Halaby, de origen sirio, pasó junto con Grace Kelly y Hope Cooke (que se casó con el rey de Sikkim) a formar parte de ese distinguido grupo de mujeres norteamericanas que se casaron con reyes. Aunque la tarea de ser reina de un país peligroso y con ocho hijos adoptivos prometía ser difícil, Noor logró desempeñar a la perfección su papel de reina, ganándose el amor de su pueblo mediante el trabajo duro, y sobre todo por acompañar al querido Hussein en sus momentos de mayor sufrimiento.


En cierta ocasión, en una entrevista en Ammán, el rey Hussein confesó: “Aunque no le haya hablado de ello, tengo una vida privada y familiar muy irregular y complicada. Como usted sabe, me he casado cuatro veces y tengo doce hijos que ocupan un enorme lugar en mi vida”. Pero en el año 1998 a punto estuvo de complicársela aún más y de incrementar, incluso, el número de sus matrimonios al enamorarse de una joven jordana que trabajaba en un centro oficial. Se decía incluso que Noor sería repudiada y que esa joven sería la quinta reina de su vida: “Yo no tenía ninguna razón para dar mayor crédito a estos rumores, aunque la distancia que venía percibiendo entre nosotros, me daba que pensar”, reconoció Noor en una entrevista.
“Jaque a la reina”, anunció la prensa; “el rey está enamorado de una mujer que no es la suya, y esta historia sentimental vuelve a plantear la fragilidad y las paradojas del reino hachemita…” El motivo de su enamoramiento era al parecer Rania Najm, una periodista palestina que había trabajado para la cadena norteamericana CNN. Hussein no escondió la seriedad de su pasión y fue a visitar varias veces a la familia Najin, la cual, honrada por el favor real, confirmó esa relación. Los jordanos siguieron extasiados la novela real, que preveía un divorcio, una nueva boda y una nueva reina, sin tener en cuenta nunca el punto de vista de la verdadera reina, Noor.
Pero una reina palestina era mejor que una americana: “La reina nunca cayó simpática”, se decía por todos lados. Noor era, decían los jordanos, demasiado vistosa, demasiado ambiciosa, demasiado moderna y, sobre todo, demasiado extranjera, y por eso gran parte de los jordanos desearon que Rania Najm fuera la nueva consorte. Con un aplomo generoso, la reina confrontó Hussein: “Si hay algo de verdad en cualquiera de las cosas que se cuentan y si tu felicidad dependiera de otra mujer, por favor, dímelo, porque te amo mucho como para dejarte ir”. Y el rey la amó hasta el final de sus días: poco después, enfermó de cáncer linfático y Noor lo acompañó a través de todo su tratamiento y su agonía. La imagen de la reina enlutada en una puerta del palacio real, abrazada a sus hijas, dio la vuelta al mundo. Como mujer, no podía asistir al entierro de su marido y fue entonces cuando su brillo de apagó.