Cazador de tesoros halló pieza original de la corona perdida de Enrique VIII


La joya de oro, que podría valer varios millones de dólares, se encuentra ahora en el Museo Británico.

Un cazador de tesoros británico encontró, con la ayuda de un detector de metales, una pieza de la desaparecida corona del Enrique VIII de Inglaterra, que permaneció enterrada bajo un árbol 400 años después de su desaparición.

Kevin Duckett, de 49 años, encontró la joya, que podría valer unos 3 millones de dólares, mientras caminaba por un campo cerca de Market Harborough, en Northamptonshire, a unos 140 kilómetros de Londres.

En declaraciones al diario The Sun, Duckett dijo que primero pensó que la joya era un papel de aluminio arrugado: “Estaba alojado en el costado de un agujero a solo unos centímetros de profundidad. Lo quité con cuidado y supe por su color y peso que era de oro macizo”. Kevin descubrió la sigla “SH” – Saint Henry – inscrita en la parte inferior.

Los historiadores temían que la joya se perdiera para siempre cuando el revolucionario Oliver Cromwell ordenó que la corona de Enrique VIII se fundiera y se vendiera por piezas después de que abolió la monarquía en 1649 y decapitó al rey Carlos I. Un total de 344 piedras preciosas incrustadas en la corona, valoradas entonces en £ 1.100, se vendieron por separado, haciendo que la corona se perdiera para siempre.

Utilizada por los reyes Tudor y Estuardo

Réplica de la corona de Enrique VIII que se exhibe en Hampton Court.

La corona fue confeccionada especialmente para la coronación de Enrique VIII, y posteriormente, tras sufrir varias modificaciones, fue utilizada para coronar a Eduardo VI, María I e Isabel I, los tres hijos de Enrique VIII que le sucedieron en el trono.

A partir de 1603, la corona reposó sobre las cabezas de los dos primeros reyes de la dinastía Estuardo Estuardo: Jacobo I y Carlos I. En 1649, después de que Carlos I fuera decapitado, está joya, junto con todas las demás regalías de la realeza, fue despojada de sus gemas, para ser vendidas en pequeños lotes.

La corona fue mencionada por vez primera en un inventario real en 1521, que detallaba desde las sábanas rotas del rey hasta la corona con sus 344 gemas incrustadas, incluidas las “9 perlas de distintos tamaños y 3 zafiros”.

Tras hallar a pieza, Duckett se convenció de que la figura era Enrique VI después de ver una inscripción en la base. La figura mostraba cinco flores de lis, un lirio estilizado vinculado a la realeza, originalmente tenía tres figuras de Cristo, una de San Jorge y una de la Virgen María y el niño Jesús. Pero Enrique VIII eliminó las figuras de Cristo y las reemplazó con tres reyes santos de Inglaterra: San Edmundo, Eduardo el Confesor y Enrique VI.

Cuando el rey Carlos I huyó de Oliver Cromwell después de la Batalla de Naseby en 1645, pasaron por el lugar donde Kevin Duckett encontró la joya y los expertos creen que pudo haber caído de la corona o que decidió enterrarla. Si el Museo Británico verifica la autenticidad de la joya, Duckett se verá obligado a vendérsela a un precio establecido por una junta independiente por ser un tesoro nacional.

En 2012, los expertos de la organización Historic Royal Palaces (HRP) utilizaron una pintura de la colección real para crear una réplica de la corona de Enrique VIII y exhibirla en el Palacio de Hampton Court.

“Había visto la réplica en YouTube y las diminutas figuras de las flores de lis, pero no podía estar seguro”, relató Duckett. “Me dirigí al palacio para averiguarlo. Nunca olvidaré la emoción mientras me acercaba al Gran Salón donde la réplica se encontraba en todo su esplendor. Entré en la habitación y el gemelo idéntico de mi figura me estaba mirando fijamente”.

La historiadora Lucy Worsley, curadora en jefe de Historic Royal Palaces, dijo: “Es una gran noticia que después de siglos de sueño subterráneo, esta pequeña figura dorada haya sido revelada una vez más. Es tentador imaginar su verdadera historia”.