A 120 años de su muerte: así fue el grandioso y caótico funeral de la reina Victoria


Gran Bretaña y el Imperio británico se paralizaron al conocer la noticia de la muerte de la reina Victoria, el 22 de enero de 1901, hace 120 años. Como monarca que más tiempo había reinado en la historia británica (64 años), muchos de sus súbditos pensaron que la vida que conocían había terminado para siempre y, por consiguiente, su último adiós fue un espectáculo como nunca antes se había visto en el reino.

La reina Victoria murió a los 81 años en Osborne House, la casa que había construido en la Isla de Wright. Cuando llegó el final, después de una dura agonía, Osborne House fue rodeada por la policía para evitar que la noticia se filtrara antes de se hubieran concluido las formalidades. La policía encargada de la seguridad real suspendió todos los cables de teléfono y telégrafo, y se impidió la salida de cualquier sirviente o mensajero. Poco tiempo después, el superintendente Fraser caminó hasta la puerta de entrada donde esperaba una gran multitud, y colocó un pequeño aviso en el tablón de anuncios: “Osborne House, 22 de enero, 18.45 h. Su Majestad la Reina dio su último suspiro a las 18.30 horas, rodeada de sus hijos y nietos”.

Hasta las prostitutas vistieron de luto

Una multitud corrió al grito de “Reina muerta” para que los habitantes de lugar pudieran conocer la noticia y los corresponsales de los periódicos corrieron al puerto para dar la noticia a sus redacciones y de allí al mundo. El diario The London Evening News sacó a la venta una edición especial con bordes negros en apenas una hora y las representaciones teatrales fueron interrumpidas cuando el público salió a las calles. La campana Great Tom de la Catedral de St Paul (Londres) se oyó en toda la ciudad de Londres.

En todo el Reino Unido, la gente se reunió en pequeños grupos para cantar «Dios salve a la reina» a las ocho en punto de la noche, mientras los escaparates de todos los comercios cubrían de tules y listones negros los retratos de la reina Victoria. Los grandes almacenes Whiteleys en Londres tuvieron enormes filas de damas y caballeros que querían comprar sus trajes negros de luto. Esa noche y durante las siguientes semanas, según cuentan muchos historiadores, hasta las prostitutas del East End vistieron de negro.

El palacio se sumerge en el caos

Puertas adentro del palacio, las cosas no eran menos caóticas. Los funcionarios de la casa real sucumbieron al pánico cuando notaron que debían organizar el primer funeral de un monarca después de 64 años. La ignorancia de los precedentes históricos en los hombres cuya misión es conocerlos es maravillosa”, escribió Reginal Brett, vizconde de Esher. “No puedo describirles la ignorancia histórica, de todos, de arriba abajo, que deberían saber algo de procedimiento. Uno pensaría que los monarcas ingleses no habían sido enterrados desde la época del rey Alfredo”.

El pánico también se apoderó del gobierno cuando se revelaron las instrucciones personales de la reina para su funeral. Hasta entonces, los funerales de reyes y reinas se habían celebrado de forma privada, por la noche y a la luz de las velas, pero la reina Victoria había pedido en su testamento un funeral de Estado militar donde nadie vistiera de negro, sino de blanco, morado o gris, con ponis blancos tirando del carruaje fúnebre y un entierro en Frogmore. Se trataba del primer entierro fuera de los confines de la Abadía de Westminster y la Capilla de San Jorge desde Jorge I.

El Conde Mariscal [el oficial real a cargo de organizar las ceremonias y procesiones reales] y Lord Chamberlain [a cargo de la casa real] estaban en desacuerdo sobre quién debería hacerse cargo, mientras que la casa del nuevo rey se negó a asumir la responsabilidad hasta que la reina fue enterrado, pero la casa de la vieja reina ya no tenía ninguna autoridad”, relató el historiador Stewart Richards. “El consejo de Ascenso fue convocado apresuradamente, donde el alcalde tuvo que ser expulsado por la fuerza, y para consternación de los presentes, el rey improvisó su discurso”.

El sepulturero olvidó el ataud

Dentro de Osborne House las cosas no fueron fáciles. El káiser Guillermo II de Alemania, nieto mayor de la reina Victoria, había acompañado a su abuela en sus últimos momentos a un costado de su lecho. Ordenó la creación de una máscara mortuoria, lo que provocó un gran revuelo entre la familia real, ya que se sabía que a la reina no le habría gustado esa práctica.

Su primo, el duque de York (futuro rey Jorge V) sufrió repentinamente una enfermedad y el sepulturero viajó de Londres a Osborne House, pero se olvidó de llevar consigo un ataúd. El lord chambelán se negó a cooperar con el Conde Mariscal , y el káiser se enojó con el obispo de Winchester, que había sido el clérigo favorito de la reina, diciendo que si fuera su clérigo haría que lo arrastraran al patio por el cuello y lo fusilaran.

Sir Frederick Ponsonby, el asistente del secretario privado de la reina, viajó a Londres para descubrir que la oficina del Conde Mariscal era un caos total. Desesperado, llamó a Lord Roberts, el nuevo comandante en jefe del Ejército británico, quien le dio a Ponsonby carta blanca para organizar el ejército como mejor le pareciera. Solo quedaban unos días para organizar el ceremonial.

El ataúd real fue construido por un carpintero local y entregado a Osborne House. El doctor Reid, con la ayuda de la señora Tuck, la devota dama del vestuario de la reina, preparó a la reina para su ataúd. La reina se había negado a ser embalsamada, por lo que esparcieron carbón en el suelo del ataúd para combatir el olor y absorber la humedad. Le cortaron el cabello, la vistieron con una bata de seda blanca con la banda y la estrella de la Orden de la Jarretera y le cubrieron el rostro con su velo de novia, que había utilizado hacía 61 años.

Acto seguido, se convocó a los duques reales, al káiser y al nuevo rey, Eduardo VII, para que llevaran el cuerpo de la reina al ataúd. Luego, la familia real se retiró, dejando a Reid y la Sra. Tuck siguiendo las instrucciones secretas de la reina, que nunca se revelaron a sus hijos. Victoria había pedido que le colocaran el anillo de bodas de la madre de su criado personal, John Brown junto a una foto de su amado sirviente y un mechón de su cabello y el pañuelo de bolsillo, todo cuidadosamente oculto a la vista. La reina ahora estaba lista para su último viaje.

Procesión fúnebre de la reina Victoria

A medida que se acercaba la fecha del funeral, la casa real, el gobierno y el ejército trabajaron arduamente para organizar la ruta del cortejo fúnebre. Alrededor de 33.000 soldados entraron en Londres y tuvieron que ser alimentados y alojados. Aparecieron anuncios que ofrecían asientos en ventanas y balcones con vistas a la ruta por £ 3.000, mientras que los empresarios exigían que se redujera el año de duelo, temerosos de sus efectos sobre el comercio.

El 1 de febrero de 1901, el cortejo cruzó el Estrecho de Solent, flanqueado por un cortejo de acorazados y cruceros de 11 millas de longitud, cada uno haciendo sonar sus cañones mientras pasaba el yate “Alberta” con el ataúd de la reina Victoria. El cortejo permaneció en el puerto durante la noche y al amanecer emprendió viaje en tren rumbo a la estación Victoria de Londres.

Indescriptiblemente triste”

En la capital comenzó la procesión militar más grande desde el funeral del duque de Wellington en 1852, a través de Hyde Park hasta la estación de Paddington. La procesión duró dos horas, con el ataúd de la reina en lo alto del carruaje tirado por ocho caballos blancos y crema a través de las calles abarrotadas, aunque inquietantemente silenciosas. Luego vino el último viaje en tren al Castillo de Windsor, donde la procesión esperó mientras se colocaba el ataúd en el vagón fúnebre. Se trataba de un viaje de unos 35 kiómetros.

En Windsor hubo más complicaciones, cuando los caballos se separaron, casi derribando el ataúd al suelo. La Royal Horse Artillery no pudo volver a engancharlos y el príncipe Luis de Battenberg (abuelo del príncipe Felipe, duque de Edimburgo) ordenó que los soldados arrastraran el carruaje. En consecuencia, 138 marineros ataron cuerdas al carruaje y lo arrastraron a lo largo de las últimas calles hacia la Capilla de San Jorge, dando origen a una nueva tradición real.

El servicio fúnebre en la Capilla de San Jorge también fue caótico. La procesión de cérigos, encabezada por dos arzobispos, llegó una hora antes y tuvo que pararse pacientemente en la nave del templo, que estaba medio vacía debido a un gran error de organización. Varios oficiales del tuvieron que pedir a los invitados que separaran sus asientos a fin de ocultar la falla.

El servicio oficial fue seguido por una ceremonia conmovedora para la familia el 4 de febrero, el entierro en el mausoleo que la reina había construido para su esposo en Frogmore, en el parque contiguo al castillo de Windsor. El rey Eduardo VII y su nieto, el futuro Eduardo VIII de seis años, se arrodillaron con el káiser mientras el enorme féretro de la pequeña reina bajaba lentamente a la cripta para que descansara junto a su amado príncipe Alberto.

“El momento fue indescriptiblemente triste, y no cabe duda de que los ancianos y los hombres que lo presenciaron debieron de tener la sensación de que terminaba una gran era de paz y seguridad…”, recordó el nieto de Victoria. “Hoy solo recuerdo el frío glacial, las esperas interminables y el sentirme muy perdido entre una multitud de apesadumbrados parientes, príncipes solemnes ataviados con variedad de uniformes y princesas sollozantes cubiertas de velos de crespón”.