El 24 de mayo de 1819, nació la reina Victoria de Gran Bretaña. No había muchas esperanzas de que el viejo Duque de Kent tuviera hijos cuando un adivino le dijo que en 1820 morirían dos familiares y su único descendiente algún día reinaría. ¡Imposible! Se había casado a los 50 años con una mujer que no le interesaba demasiado y vivía en Alemania. Por eso quedó tan sorprendido cuando su esposa quedó embarazada.
Cuenta el biógrafo Lytton Strachey: «Carecían de medios para el viaje, pero él tenía el propósito firme de hacerlo. Confesó que, pasara lo que pasase, su hijo tenía que ser inglés de nacimiento. Se alquiló una carroza y el mismo duque tomó las riendas para llevar a la duquesa, criadas, niñeras, perrillos falderos y canarios. Emprendieron camino por Alemania y Francia, y ni las malas carreteras por las que viajaron ni las baratas pensiones en que se alojaron afectaron al rígido duque y a la afable y opulenta duquesa. Cruzaron el Canal y llegaron sanos y salvos a Londres. Las autoridades les proporcionaron habitaciones en el palacio de Kensington, donde, el 24 de mayo de 1819, nació una niña«. “Es grande como una perdiz”, dijo su padre.
Un año después, la profecía se cumplió: el Duque de Kent murió y 6 días más tarde murió su padre, el rey Jorge III. Las muertes de los demás familiares, uno tras otro, lograron que la pequeña princesa Alejandrina Victoria, única hija de Kent, una niña gordita y muy parecida a su abuelo, que todavía no tenía noción de lo que el destino le deparaba, se convirtiera en reina en 1837.Tuvo una infancia muy desdichada
1. Tuvo una infancia muy desdichada

La princesa Alejandrina Victoria de Kent pasó sus años de formación en el Palacio de Kensington, donde nació en mayo de 1819. Sin embargo, en muchos sentidos, el palacio resultó ser una prisión para la princesa, y su infancia allí fue muy infeliz. Tras la muerte de su padre a causa de una neumonía cuando tenía apenas ocho meses, la vida temprana de Victoria pasó a estar absolutamente dominada por su madre y su ambicioso asesor, Sir John Conroy. Con la intención de establecerse como el poder detrás del trono, Conroy trató de mantener un control estricto de la princesa imponiendo el ‘Sistema Kensington’. Junto con un calendario estricto de lecciones para mejorar el rigor moral e intelectual de Victoria, este asfixiante régimen dictaba que la princesa no pasara mucho tiempo con otros niños y estuviera bajo la supervisión constante de un adulto. Hasta que se convirtió en reina, Victoria se vio obligada a compartir un dormitorio con su madre. Se le prohibió estar sola, o incluso bajar las escaleras sin que alguien la tomara de la mano.
La vida de la princesa estuvo dominada por 8 reglas inquebrantables:
- No podía pasar tiempo sola y siempre tenía que dormir en la habitación de su madre.No podía bajar las escaleras sin tomar la mano de un adulto en caso de que se cayera.
- No podía reunirse con ningún extraño o tercero sin que su institutriz estuviera presente.
- Tuvo que escribir en un «Libro de comportamiento» qué tan bien se había comportado cada día, para que su madre pudiera evaluar su progreso. A veces era bueno, a veces «MUY SUCIA».
- Solo podía aparecer en público en “giras publicitarias” cuidadosamente gestionadas por su madre y sir Conroy con el objetivo de distanciarla del impopular régimen de sus tíos, los reyes Jorge IV y Guillermo IV, y presentarla como “la esperanza de la nación”.
- No podía bailar la nueva danza escandalosa e íntima llamada el “vals”, ni siquiera (como se suele decir) con personas de la realeza. Nunca lo haría hasta su boda con el príncipe Alberto.
- Debía aumentar su fuerza corporal haciendo ejercicio con sus máquinas de madera y una máquina con poleas y pesas. Tomar suficiente aire fresco diariamente, otra de las reglas, la convertiría en una amante de las ventanas abiertas para toda la vida, incluso en invierno.
- No podía elegir su propia comida. Se le permitía comer pan con leche y carne de cordero asada, y se le prohibió comer sus cosas favoritas: dulces y frutas. El menú era previamente aprobado por Sir John Conroy.
2. Hablaba varios idiomas

En parte debido a su estricta educación, Victoria demostró ser una políglota muy talentosa. Además de hablar inglés y alemán con fluidez, también hablaba francés, italiano y latín. Como su madre y su institutriz procedían de Alemania, Victoria creció hablando el alemán y, en un momento dado, según los informes, incluso tenía un acento alemán, que los tutores debían eliminar. Cuando más tarde se casó con su primo alemán, el príncipe Alberto, hablaban (y discutían) entre ellos en alemán con regularidad. En su vejez, Victoria también experimentó con algunos de los lenguajes exóticos de todo su vasto imperio. Tras la llegada de los sirvientes indios al Castillo de Windsor en agosto de 1887, su asistente indio favorito, Abdul Karim, le enseñó las frases en hindustani y urdu. La reina anotó en su diario: “Estoy aprendiendo algunas palabras de Hindustani para hablar con mis sirvientes. Es un gran valor para mí tanto por el idioma como por la gente, ya que nunca antes he tenido un contacto real con ellos».
3. Mantuvo relaciones tensas con los primeros ministros

A lo largo de sus 64 años de reinado, Victoria (coronada en 1838) conoció a muchos primeros ministros. Sin embargo, aunque estableció un vínculo muy estrecho con algunos, otros fracasaron en ganar su favor. El primero fue Lord Melbourne, dispuesto a adular, instruir e influir en la joven reina desde el principio. Victoria afirmó que lo amaba «como un padre». Sin embargo, esta intensa amistad con «Mister M» hizo que la reina fuera criticada por ser políticamente parcial e incluso se la llamó «Sra. Melbourne». Más tarde, Benjamin Disraeli hizo lo mismo para ganar el favor de Victoria con encanto y adulación. Sus tácticas funcionaro, ya que la reina dijo a su hija mayor que «lo hacía muy bien» y que estaba «lleno de poesía, romance y caballerosidad». Otros ministros, sin embargo, recibieron una respuesta mucho menos entusiasta por parte de Victoria: definió a John Russell como obstinado y grosero y se refirió a Lord Palmerstone como «anciano espantoso». Victoria encontró a Gladstone irritante y lo calificó como un «fanático medio enloquecido y en muchos aspectos ridículo, salvaje e incomprensible».
4. Fue precursora del “parto sin dolor”

Aunque a Victoria le gustaba quedar embarazada, no le gustaba estar embarazada: “Dolores, y sufrimientos, miserias y enfermedades…”. Tampoco le gustaba ser madre: afirmaba sentirse “como un conejo” e incluso se negó a amamantar a sus niños por considerarlos “asquerosos”, “feos” y con aspecto de “sapos”. Sin embargo, Victoria aceptaba con resignación la carga del nacimiento, y cuando se enteró de un método de alivio, lo tomó: la anestesia. Fue así que, en vísperas del nacimiento de su octavo hijo, Victoria pidió ser atendida con esta novedad. “El efecto”, escribió Victoria en su diario, “fue calmante, silencioso y encantador más allá de toda medida”. La insistencia de Victoria en el uso de anestesia en los partos no fue bien recibida por la sociedad. La opinión religiosa estaba en contra: el alivio del dolor durante el parto “le robaría a Dios los gritos profundos que surgen en el momento de la dificultad de la ayuda”, predicó un clérigo. A la mujer se le había “ordenado que dé a luz con dolor”, decía. La opinión médica, también, estaba dividida; “Peligroso e innecesario” sentenciaba la revista médica, The Lancet. Como reina, a Victoria no le importaba mucho la opinión y usó anestesia nuevamente para su último parto, el de la princesa Beatriz, en 1857.
5. Se la conoció como la Abuela de Europa

Al final de su vida, Victoria ya era conocida como la «Abuela de Europa». En el transcurso de sus 21 años de matrimonio, Victoria y el príncipe Alberto criaron nueve hijos juntos. Como un medio para extender la influencia de Gran Bretaña y forjar alianzas internacionales, varios de sus hijos e hijas se casaron en varias monarquías europeas, y en solo un par de generaciones los descendientes de Victoria se extendieron por todo el continente. Sus 42 nietos emparentaron las familias reales de Alemania, Rusia, Grecia, Rumania, Suecia, Noruega y España. Sus dos nietos, el rey Jorge V de Gran Bretaña y el emperador Guillermo II de Alemania fueron enemigos en la Primera Guerra Mundial. Según los informes, Guillermo II comentó que si su abuela aún estuviera viva, la Guerra tal vez nunca hubiera ocurrido, ya que ella simplemente no habría permitido que sus familiares fueran a la guerra entre sí. Cinco de sus nietas fueron soberanas en países europeos. El último bisnieto sobreviviente es el príncipe Felipe, duque de Edimburgo.
6. Su descendencia fue víctima de la hemofilia

La amplia influencia de la reina en las casas reales tuvo consecuencias genéticas y políticas inesperadas para las grandes naciones de Europa. Se cree que la monarca era portadora de hemofilia y, sin saberlo, había introducido la rara enfermedad hereditaria en su linaje. Durante las generaciones posteriores, la condición reapareció en las familias reales de todo el continente. En una época de instalaciones médicas limitadas, la hemofilia, que afecta la capacidad de coagulación de la sangre, podría tener consecuencias desastrosas. El propio hijo menor de Victoria, el príncipe Leopoldo, sufrió la enfermedad y murió a la edad de 30 años después de que resbaló y cayó, provocando una hemorragia cerebral. Tres de los nietos de la reina también sufrieron la enfermedad, al igual que su bisnieto, el heredero asesinado del trono ruso, el zarévich Alexei, cuya enfermedad fue decisiva en la caída de la monarquía de Rusia.
7. Fue la primera en habitar el Palacio de Buckingham

Victoria fue la encargada de convertir el Palacio de Buckingham, en sus orígenes una mansión más pequeña llamada Buckingham House, en uno de los edificios más famosos del mundo, sede de su monarquía y moldeado por sus pasiones. Siendo la primera monarca británica en establecer allí su residencia oficial, agregó la fachada y el emblemático balcón, abrió salones de Estado y una inmensa sala de baile, otorgando a la vieja mansión de su abuelo un aire majestuoso. Sin embargo, utilizó muy poco el palacio londinense desde que la muerte de su esposo la sumió en la depresión. Cuando su hijo Eduardo VII llegó al trono, en 1901, la residencia estaba casi abandonada y en pésimas condiciones. El rey descubrió que el enorme edificio estaba despintando, húmedo, sin electricidad y con las cañerías tapadas. La mayor parte de sus 700 habitaciones estaban llenas de polvo, muebles viejos y cuadros envueltos en papel, pero solo había dos inodoros y las pocas líneas telefónicas existentes solo comunicaban con el despacho vacío de la reina.
8. Sobrevivió a muchos intentos de asesinato

La reina Victoria rompió muchos récords, como por ejemplo convertirse en la primera monarca en superar los 60 años de reinado. Pero también es la que sobrevivió a más intentos de asesinatos. Durante el transcurso de su reinado de 63 años, Victoria salió ilesa de al menos seis intentos serios en su vida, algunos de los cuales fueron terriblemente cercanos. En junio de 1840, cuando tenía cuatro meses de embarazo con su primer hijo, Victoria recibió un disparo de un desequilibrado mental mientras viajaba en un carruaje. En 1850, un soldado retirado golpeó a la reina fuertemente en la cabeza con un pequeño bastón y los atentados se repitieron en 1842, 1849 y 1872. Victoria también fue atacada por un “stalker” o acosador, un famoso adolescente conocido en los periódicos como «The Boy Jones» que, entre 1838 y 1841, logró entrar al Palacio de Buckingham varias veces, escondiéndose debajo del sofá de la reina, sentado en su trono e incluso robando su ropa interior, antes de ser atrapado.
9. Fue la primera emperatriz de la India

A lo largo de su reinado, Victoria fue testigo de una expansión gigantesca del imperio británico. Durante sus primeros 20 años en el trono, las conquistas imperiales de Gran Bretaña se multiplicaron por cinco y, cuando murió en 1901, el suyo era el imperio más grande que el mundo había conocido y sus súbditos comprendían la cuarta parte de la población mundial. Como la monarquía era vista como un punto focal para el orgullo imperial y un medio para unir a los pueblos dispares del imperio, la imagen de Victoria se extendió por todo el imperio. La reina misma se interesó por los asuntos imperiales. En 1877, el primer ministro Benjamin Disraeli declaró a su emperatriz de la India en un movimiento para consolidar el vínculo de Gran Bretaña con la “joya de la corona del imperio”. Victoria había presionado por el título durante varios años, pero, preocupada por sus connotaciones absolutistas, Disraeli había dudado en aceptar. Para 1877, sin embargo, Victoria se había vuelto tan insistente que sintió que no podía resistir más, por temor a ofenderla.
10. Cuarenta años de un luto inquebrantable

Victoria lloró al príncipe Alberto durante 40 años. El 14 de diciembre de 1861, su vida se vio sacudida por la muerte de su amado esposo a los 42 años a causa de tifus. Fue un gran golpe para la reina, que había dependido intensamente de su apoyo, tanto práctica como política y emocionalmente. Después de esta muerte, Victoria se retiró de la vida pública, adoptando rituales elaborados de luto que rápidamente se volvieron obsesivos. A medida que pasaba el tiempo, la situación comenzó a salirse de control cuando quedó claro que el período de duelo de la reina duraría mucho más que los dos años que se acostumbraban. Consumida por el dolor, Victoria cayó en un estado de depresión y comenzó a descuidar sus deberes reales. Como se negó repetidamente a participar en eventos públicos, su popularidad comenzó a deteriorarse. Los británicos comenzaron a perder la paciencia con su reina, cuestionando qué hacía la «Viuda de Windsor» para ganarse su salario. No fue hasta la década de 1870 que Victoria fue convencida para que volviera a participar gradualmente en la vida pública, pero siguió vistiendo de negro y durmiendo al lado de un retrato de Alberto, e incluso tenía un juego de ropa para él todas las mañanas, hasta su propia muerte, 40 años después, en 1901.
11. Fue la primera en alcanzar 60 años de reinado

Años después de su retirada de la vida pública, tras la muerte de Alberto, Victoria fue finalmente convencida para que volviera a ser el centro de atención. Sus jubileos de oro y diamantes de 1887 y 1897 fueron cruciales para restaurar su reputación. Diseñadas para satisfacer a la multitud, estas festividades nacionales convirtieron a la gris “viuda de Windsor” en una fuente de orgullo y celebración nacional (e imperial). Grandes procesiones y exhibiciones militares estaban llenas de pompa patriótica, mientras que la cara de Victoria estaba pegada a todo tipo de productos conmemorativos. En 1897 fue la primera monarca de la historia inglesa que alcanzó los 60 años de reinado (su abuelo, Jorge III, reinó 59 años y 96 días) y durante el Jubileo de Diamantes se llevaron a cabo fiestas callejeras, desfiles, fuegos artificiales y juegos de cricket en todo el país. Alrededor de 300.000 pobres de Gran Bretaña fueron invitados a una cena especial, mientras que en la India se perdonó a 19.000 prisioneros. Durante una procesión real a la catedral de San Pablo, Victoria se sintió tan abrumada por la multitud que la alentó, que estalló en lágrimas.
12. Su muerte fue el fin de una era

Cuando superó los 80 años, Victoria todavía estaba asumiendo activamente sus deberes reales. Sin embargo, después de seis décadas en el trono, su salud finalmente comenzó a declinar. Después de ser diagnosticada con “agotamiento cerebral”, murió a los 81 años en Osborne House en la Isla de Wight. A pesar de sus peleas anteriores, su hijo mayor y sucesor, “Bertie”, estaba en su lecho de muerte, junto a su nieto, el káiser Guillermo II de Alemania. Después de una gran procesión fúnebre en la que multitudes silenciosas se alineaban en las calles de Londres, Victoria fue enterrada junto a Albert en el mausoleo real de la casa Frogmore. De acuerdo con su pedido, la bata de Albert y el yeso de su mano, junto con un mechón del cabello de su criado escocés John Brown, fueron llevados con ella al ataúd. Su muerte anunció el fin de una era y sumergió a Gran Bretaña en un profundo luto que duró varios meses: las fábricas, teatros y óperas cerraron y hasta las prostitutas vestían de negro en las calles de Londres.