Las princesas de la torre: las tres nueras del rey de Francia condenadas por adulterio


Una serie de misteriosos asesinatos en París convirtió las vidas de las tres nueras de Felipe IV de Francia en un verdadero drama.

El 19 de junio de 1315 el rey Luis X de Francia contrajo matrimonio con la princesa Clementina de Hungría. La noticia hubiera sido motivo de grandes celebraciones de no ser porque, a pocos kilómetros de la ciudad donde tenían lugares las nupcias, casi al mismo tiempo era sepultada la primera esposa del rey, Margarita de Borgoña (1290-1315). La que era reina consorte de Francia había sido encontrada cuatro días antes muerta en una celda helada y desprovista de comodidades del Castillo de Gaillard.

Todas las miradas apuntaban a un asesino: el rey. La misteriosa muerte de la reina era un capítulo más de la tragedia personal del rey Felipe IV “el Hermoso” de Francia, quien había fallecido algunos meses antes a causa de una caída de caballo que le provocó una hemorragia cerebral. El bello monarca, se dice, era víctima de una maldición que también se propagaría a todos los miembros su familia y provocaría el final de su dinastía.

La maldición habría sido lanzada en la hoguera por Jacques de Molay, el Gran Maestre de los Templarios a quien Felipe IV había condenado en complicidad con el papa Clemente V, en marzo de 1314. Felipe se había casado con la reina Juana de Navarra y tuvo varios hijos. Entre ellos estaban el futuro rey Luis X “el Obstinado”, quien apenas reinó dos años y cuyo hijo, Juan I, tuvo una vida tan corta que su reinado duró cuatro días; el segundo hijo fue Felipe “el Largo”, conde de Borgoña, casado con Juana de Borgoña (1292-1330); y finalmente Carlos “el Hermoso”, conde de La Marche, casado con Blanca de Borgoña (1296-1926), hermana de Juana.

Los tres hijos ocuparon sucesivamente el trono de Francia entre 1314 y 1328, pero no tuvieron descendencia. La hija del rey se llamaba Isabel y había heredado la belleza de su padre. Apodada “Loba de Francia” se casó con Eduardo II de Inglaterra, quien estaba más interesado en la compañía e influencia de sus hermosos amantes masculinos. Como la belleza no le alcanzó para lograr sus objetivos, Isabel recurrió a su otro talento, la ambición, que desató una verdadera “caza de brujas” en el seno de la corte francesa.

Luego de unos años de desgraciado matrimonio, Isabel volvió a Francia, donde solía quejarse ante su padre de la falta de pasión y masculinidad del hombre que le había tocado como esposo. Aburrida de su soledad en Inglaterra, donde los súbditos la detestaban, la inquieta mujer comenzó a albergar ambiciones dinásticas en su país natal.

En uno de sus viajes a París, “la Loba” había regalado unos delicados y costosos monederos bordados a sus tres cuñadas, las mencionadas Margarita, Juana y Blanca de Borgoña, y meses después, descubrió con sorpresa que aquellos monederos estaban en manos de dos caballeros normandos que ejercían como escuderos de Felipe IV, Gauthier y su hermano Philippe d’Aunay.

Ya sea por celos, por venganza o por ambición, Isabel decidió que esto debía saberse. Era la oportunidad perfecta: si sus cuñadas eran condenadas, sus hermanos no tendrían descendencia y ella podría ser coronada Reina de Francia e Inglaterra.

En abril de 1314, estando retirado en la Abadía de Maubuisson, a donde había viajado a meditar tras la quema en la hoguera del Gran Maestre Templario, Felipe IV fue informado por su hija sobre la posibilidad de que sus tres nueras mantuvieran relaciones con aquellos caballeros que, según sus espías, mantenían una relación de estrecha confianza con las princesas.

La Torre de Nesle.

El rey ordenó detener y vigilar a los caballeros durante un tiempo y ordenó una investigación a fondo para ver si había relaciones pecaminosas dentro de su real familia. Un tribunal encontró a las princesas Margarita y Blanca culpables de la organización de fiestas clandestinas, en las que se bebía y fornicaba.

Aquellos encuentros ilegales se desarrollaban al abrigo de la noche en la Torre de Nesle, construida sobre la ribera del río Sena, frente al Louvre, durante el siglo XII, y que Felipe el Hermoso había comprado en 1308.

«Cubiertas por un manto negro, salían por las noches a recorrer todo París con la libertina intención de seducir a los forasteros que llegaban a la corte, y a cualquiera que se distinguiera por su buen aspecto o complexión. Acordaban una cita amorosa y se encaminaban a la taberna, que contaba con una comunicación oculta por donde las mujeres hacían pasar a sus conquistas al lupanar. Allí, entre fiestas y deleites, pasaban toda la noche hasta quedar satisfechas. Entonces entraban en escena el tabernero y sus secuaces, quienes cerraban la función acabando con la vida de cada galán a puñaladas. Minutos después, los cuerpos eran arrojados por alguna de las ventanas de la torre…» [Néstor Durigon, Asesinas seriales]

En cuanto a la tercera princesa, Juana, se dijo que podría haber estado presente en alguno de estos encuentros, en haber ayudado a que pudieran concretarse en la Torre y que sabía absolutamente todo lo que sucedía entre sus cuñadas y los dos caballeros. Tras unos meses, Felipe IV hizo detener a los caballeros d’Aunay, quienes confesaron el adulterio luego de ser torturados por la guardia real.

El escándalo hería particularmente los valores religiosos del rey, quien, por otra parte, había permanecido casto desde la muerte de su esposa”, dice Stéphane Bern. “Pero además de atentar contra la moralidad de la familia real, ponía en peligro a la dinastía misma. Si había alguna sospecha de que un heredero de sangre real podía ser un bastardo, toda la sucesión al trono sería puesta en tela de juicio. ¡Carlos de Francia y Luis de Navarra, dos ‘hijos de Francia’, herederos del trono, podían haber sido engañados, para su gran vergüenza, por dos simples escuderos!

Acusados de alta traición a la Corona francesa, los hermanos d’Aunay fueron llevados a Pontoise (norte de Francia), donde fueron torturados ferozmente, castrados, colgados de las axilas en el cadalso y finalmente decapitados en público. Sus cuerpos destrozados fueron paseados por las calles de París mientras sus genitales fueron entregados a perros callejeros hambrientos.

Blanca y Margarita fueron juzgadas ante el Parlamento y declaradas culpables de adulterio. Despojadas de sus honores principescos, a las dos nueras del rey Felipe se les afeitó la cabeza y se les sentenció a cadena perpetua. Juana, en tanto, fue declarada inocente, en gran parte gracias a la influencia de su marido Felipe, conde de Borgoña,quien se opuso violentamente a su hermano Carlos, quien clamaba para que Juana fuera condenada a muerte como cómplice del pecado. La imagen y la santidad de la dinastía de los Capetos habían sido mancilladas y ahora los cornudos lloraban por la venganza.

En un carruaje, Margarita y Blanca fueron enviadas a los helados calabozos de piedra del Castillo de Andelys y, más tarde, en noviembre, al morir el rey Felipe, encerradas en el Castillo de Gaillard, en Normandía, por orden del nuevo rey, Luis X. La hipotética nueva reina, Margarita de Borgoña, considerada la principal responsable de poner en entredicho la filiación y paternidad real, fue enviada a la torre más alta del castillo, abierta al viento y a la intemperie por los cuatro costados.

Allí murió a los veinticuatro años de edad, según se dijo, a causa de una enfermedad que le provocaron el frío y la humedad de la torre pero el fantasma del asesinato sobrevuela su historia hasta nuestros días: ¿fue estrangulada por orden de su marido? El “Obstinado” Luis X no guardó luto ni asistió al entierro. Estaba ansioso por volver a casarse, esta vez con Clementina de Hungría, y lo hizo cinco días después de la muerte de Margarita.

Recluida en los sótanos de la misma fortaleza, la princesa Blanca, de dieciocho años, fue trasladada a un convento, donde se la autorizó a tomar los hábitos, y nunca más pudo ver a su hermana. En 1322, su esposo fue coronado con el nombre de Carlos IV y le negó su pedido de liberación y consiguió anular el matrimonio, muriendo a los pocos años. Por último, la princesa Juana, de veinte años, fue recluida en un castillo y cuatro años más tarde, en 1317, fue liberada para ser coronada reina junto a su marido, Felipe V de Francia.