Imre de Habsburgo dijo que los últimos emperadores austrohúngaros «entendieron que el matrimonio es una vocación y un camino hacia esa santidad a la que todos estamos llamados».
El archiduque Imre de Habsburgo recordó esta semana a sus bisabuelos, el último emperador y rey de Austria-Hungría, el Beato Carlos I (1887-1922), y la emperatriz Zita (1892-1989), al cumplirse un nuevo aniversario tanto de su boda, ocurrida en el castillo de Schwarzau el 21 de octubre de 1911, y de la beatificación del emperador, celebrada por el papa Juan Pablo II en 2004.
“Su matrimonio fue su fuerza a pesar de todas las dificultades que tuvieron que soportar”, dijo el Archiduque Imre, de 35 años, hijo de la princesa María Astrid de Luxemburgo y del archiduque Carlos Christian de Habsburgo-Lorena. “Poco antes de su boda, el beato Carlos le dijo a Zita esta frase sorprendente: ‘Ahora tenemos que ayudarnos mutuamente a llegar al cielo’. Esto demuestra que entendieron que el matrimonio es una vocación y un camino hacia esa santidad a la que todos estamos llamados, a pesar de nuestros pecados y debilidades”, reflexionó en una entrevista.
Imre de Habsburgo, quien está casado desde 2012 con la periodista Kathleen Walker y tiene tres hijos, cree que los jóvenes “necesitan redescubrir la belleza del matrimonio, pero siempre sean realistas al respecto, sabiendo que a veces puede ser un desafío”.
“El Beato Carlos y la Sierva de Dios Zita nos muestran que vale la pena luchar por un matrimonio fructífero y orientado al cielo”, dijo a National Catholic Registrer.
El archiduque, bisnieto de los últimos emperadores del linaje Habsburgo, relató que Carlos I y Zita siempre trataron de ser “respetuosos el uno con el otro, buscar constantemente el interés del otro, estar abiertos a la vida, orar juntos”. “La oración fue clave para la vida familiar de esta pareja excepcional”, dijo. “Oraban mucho en familia… antes de los almuerzos y cenas, antes de acostarse con sus hijos, y largas horas frente al Santísimo Sacramento durante el exilio cuando Beato Carlos tuvo más tiempo”.
Carlos I fue el último Habsburgo que se sentó en el trono de Austria. A los dos años de su nacimiento, se suicidó en Mayerling el archiduque Rodolfo, hijo del emperador Francisco José, por lo que la línea hereditaria, tras otros eventos luctuosos, pasó al sobrino del emperador, Francisco Fernando. El asesinato de este heredero en 1914 convirtió a Carlos en el insospechado heredero del viejo emperador.
En 1911, en el mismo palacio donde se habían conocido, Carlos contrajo matrimonio con la joven princesa Zita de Borbón-Parma, de 19 años. El viejo y cansado emperador Francisco José exultaba de alegría: «¡Por fin un archiduque se casa con la princesa adecuada!» El monarca regaló a la novia una fabulosa diadema de brillantes mientras la duquesa viuda de Parma ofreció a su hija un collar de perlas de veintidós vueltas. El Papa Pío X, desde Roma, pronunció una bendición que más parecía una maldición: “Zita será emperatriz, peor para ella”.
Carlos I murió de insuficiencia respiratoria el 1 de abril de 1922, mientras vivía exiliado y en la pobreza en la isla de Madeira. Zita, entonces embarazada del octavo hijo de la pareja, estaba a su lado. Las últimas palabras del emperador a su esposa fueron: “Te amo mucho”.
“Creo que su vida y la forma en que la vivieron tiene un significado continuo para hoy, ya que la institución del matrimonio es atacada tan a menudo cuando tratamos de redefinir lo que significa, intentando destruir la primera célula de nuestra sociedad, el lugar donde la fe, los valores y la ciudadanía se transmiten a través de la educación”, dijo Imre.
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