Sometido a una rigurosa disciplina, era un príncipe heredero cuando sucumbió al encanto del teniente Hans Hermann von Katte, cuya ejecución fue obligado a presenciar.
Federico II (1712-1782) fue uno de los monarcas más destacados que tuvo el Reino de Prusia y, hoy en día, uno de los más recordados. Apodado “el Grande”, Federico abolió la pena de muerte y la tortura, impulsó la creación del Código de Federico, que protegía a los más débiles de su reino y estableció la independencia judicial. Aunque desató guerras que convirtieron a Prusia en una potencia europea y que costaron la vida a millones de personas, hoy es considerado como uno de los mayores genios militares de toda la Historia, siendo comparado con Alejandro Magno, Julio César o Napoleón. Durante su reinado, la corte berlinesa se llenó de pensadores, artistas, literatos o músicos a los que Federico II prestó su apoyo. Uno de sus huéspedes más famosos fue el filósofo francés Voltaire.
Su juventud sin embargo fue absolutamente desoladora. Sometido a una rigurosa disciplina, era frecuentemente castigado en público y privado por su padre, Federico Guillermo I. Los crueles castigos no calmaban la ira del espartano Federico Guillermo, que además se burlaba de su hijo por aguantarlos: “Si mi padre me hubiera hecho esto, me habría saltado la tapa de los sesos, pero este hijo mío no sabe lo que es el honor”. Tras un romance trágico con un teniente del ejército, el rey lo obligó a casarse con una mujer que no deseaba ni le gustaba: “el matrimonio es uno de los deberes más duros del oficial prusiano”, se lamentó Federico. Después de su coronación, en 1740, Federico II se deshizo de su mujer, que nunca volvió a vivir con él, y se empeñó en reunir en Berlín a un sorprendente y variado grupo de músicos, filósofos, matemáticos, poetas y escritores de distintas nacionalidades que convirtieron la corte prusiana en la más ilustrada del siglo XVIII.
Poeta, filósofo, rebelde, creativo y audaz, Federico II nació en 1712, hijo de Federico Guillermo I y de su esposa inglesa, Sofía Dorotea (1687-1757). Federico era todo lo contrario a su progenitor, apodado el “Rey Sargento” por su marcial severidad. Atractivo, alto, delgado, con una mirada viva y penetrante, durante su juventud transmitía cierta inseguridad, a la que contribuía sin duda el carácter autoritario de su padre, que se regía por una rutina militar, austera en extremo, descuidada y absolutamente carente de cultura. El Rey Sargento desaprobó toda su vida las aficiones artísticas de su heredero y lo ridiculizó en público, tildándolo de afeminado. Por disposición paterna, un grupo de militares (que dormían en la misma alcoba de Federico) se encargó de la educación del niño. El rey se encargó de cronometrar minuto a minuto las obligaciones de su heredero: los domingos tenía que levantarse a las 7 y, de inmediato, arrodillarse a rezar junto a la cama. El resto de la rutina era casi militar: desayuno en siete minutos, clases con sus tutores militares, lectura de la Biblia y cena con el rey durante la cual no se podía emitir palabra alguna. En los ratos libres, un pastor se encargaba de predicarle el Evangelio. En la vida del kronprinz, de repente, todo lo que el rey no consentía estuvo prohibido y se armó un enorme revuelo cuando Federico Guillermo descubrió que su hijo estaba aprendiendo a tocar la flauta.
“El severo rey menudeó las reprensiones y aun las violencias. Cierta vez, en presencia de toda la corte, vociferó: ‘Querría saber qué contiene esta cabecita. Ya me consta que el príncipe no piensa como yo y que hay gente que le infunde otras inclinaciones y le induce a no estar nunca conforme con nada’. Acompañando estas palabras, le propinó unas bofetadas al príncipe, cosa nada rara y que se repetía como habitual”. [Pedro Voltés, Federico el Grande de Prusia]
«Es soberbio, altanero, no habla con nadie y no es popular ni afable»
“El rey no soporta a mi hermano”, confesaba en una ocasión la princesa Guillermina. “Lo maltrata cada vez que se cruzan, y eso ha provocado en Federico un terror hacia él que persiste aún después de haberse convertido en un hombre”. La violencia del Rey Sargento se centraba, sobre todo, en el príncipe heredero, a quien quería forjar a su imagen y semejanza, pero también se extendía a su esposa y su hija. La reina Sofía Dorotea, hija de la corte británica, era una mujer refinada y culta que se vio condenada a llevar una vida gris y solitaria porque el rey pensaba que su misión era simplemente ser una buena madre de familia. Guillermina, también víctima de la espartana disciplina de su padre, fue por esta misma causa la persona más querida por Federico a lo largo de toda su vida. Primero, porque juntos compartían los castigos a los que los sometía el riguroso padre y, en segundo lugar, porque ayudó a su hermano a comprar secretamente los libros que le interesaban, y el rey prohibía leer. Para el Rey Sargento, nada más femenino que la lectura, y prefería que su hijo se acostumbrara a la vida militar, la cacería, las groserías, los chistes verdes y las borracheras.