Batalla de cuñadas en la corte británica


Durante décadas, la reina Isabel (reina madre) libró una verdadera batalla contra Wallis Simpson por socavar el prestigio de la monarquía.

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Pese a que la casa real británica niega actualmente que las duquesas de Cambridge y Sussex hayan desatado una guerra palaciega de celos, el tema es caldo de cultivo para los medios sensacialistas y las redes sociales. Sin embargo, esta supuesta batalla de cuñadas queda opacada ante la verdadera guerra librada hace 80 años por Isabel Bowes-Lyon (duquesa de York, reina consorte y finalmente reina madre) contra su cuñada Wallis Simpson (duquesa de Windsor y nunca reina). Por imposición de la primera, en una muestra de lo que el duque de Windsor tildaría como “celos vengativos”, Wallis jamás obtuvo trato preferencial como esposa de un monarca y ni siquiera se le reconoció oficialmente el rango de esposa de un duque.

Isabel, una reina consorte estratégica y diplomática astuta, que inicialmente quiso mantenerse alejado del asunto Wallis Simpson de la década de 1930, hizo todo lo posible para asegurarse de que sus cuñados, los duques de Windsor, se establecieran en el exilio y no regresaran jamás a Gran Bretaña como castigo por haber llevado a la monarquía al debacle constitucional. Escribiendo a su suegra, la reina María, la duquesa de York le dijo: «Espero que no te importe que lo mencione, señora, pero las relaciones ya son un poco difíciles cuando llegan damas traviesas, y hasta ahora no hemos soportado a la dama en absoluto. Me gustaría permanecer bastante fuera de todo el asunto».

Wallis y Eduardo VIII.

A finales de 1936, Eduardo VIII abdicó dramáticamente tras 10 meses de reinado al no poder contar con “la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”, es decir Wallis Simpson, ante la oposición institucional a su matrimonio. El duque de York se convirtió en el rey Jorge VI y su simpática esposa, que de niña había jugado a vestirse de reina, ahora lo era en la vida real. Convertido en duque de Windsor, Eduardo VIII partió al exilio con su “dama traviesa” con la idea de casarse y regresar a Gran Bretaña, pero una vez entronizado rey, Jorge VI decidió alejar a su hermano de Inglaterra para evitar que dos cortes compitiesen entre ellas. Winston Churchill recomendó que Eduardo fueran nombrado gobernador de las Bahamas, pero el rey se opuso por insistir su esposa en que los Windsor no merecían ni el más insignificante de los cargos.

La señora Simpson había comenzado a ser víctima del maltrato palaciego desde antes de la abdicación: “No hemos hecho nada malo, ¿por qué, entonces, nos tratan así?”, dijo a un amigo. “Los Windsor debían ser calumniados y abandonados desde todas las direcciones y ella no dudaba que era el objetivo principal”, escribe el biógrafo Philip Ziegler. “Era su creencia que la reina era su mayor enemiga”, dice el biógrafo, que también agrega que esta hostilidad se expandía también a la reina María, que odiaba a Wallis hasta “el punto de la histeria”. Cuando el duque de Queenborough le preguntó a María cuándo regresaría el duque de Windsor a Inglaterra, se dice que ella respondió: “Espero que no regrese hasta mi funeral”.

La reina Isabel en la coronación de su esposo, Jorge VI.

Deseando asegurarse de que el duque de Windsor fuera condenado al ostracismo social por haber “traicionado” a la corona al renunciar por el amor de una estadounidense, la reina Isabel desató otra batalla para asegurarse de que nadie asistiera a la boda de Eduardo y Wallis, celebrada el 3 de junio de 1937 en Francia. La biógrafa Jane Ridley dijo: «[Eduardo] pensó que toda la Familia Real se presentaría para la ocasión. Pero no lo hicieron. Esto fue en gran medida el trabajo de la reina. Ella pensó que sería muy incorrecto que el rey extendiera su aprobación hacia su hermano».

“Isabel quería verlos en el exilio, despojados de toda distinción”, dijo el biógrafo Michael Thornton. Era tan vengativa que escribió en una carta a Lord Lloyd, secretario de Estado para las colonias, diciendo que nombrar duquesa de Windsor a la esposa del gobernador de las Bahamas, una divorciada cuyos tres maridos seguían con vida, habría supuesto un tremendo golpe para el prestigio de la monarquía”. También Sir Walter Monckton, el cortesano que actuó como intermediario, advirtió los motivos que impulsaban a la reina, escribiendo en su diario: “En mi opinión, la reina creía que proporcional al duque unas competencias definidas era poco probable, de que su reacción inmediata era estar en guardia por temor a que el duque de Windsor, hombre atractivo y lleno de vitalidad, se convirtiera en estandarte de los enemigos del nuevo rey, menos dotado superficialmente de los talentos y atributos que llaman la atención”.

Homenaje a la reina María en 1967.

La reina madre, que se dice que tenía un «temple de acero» y una vez fue descrita como «la mujer más peligrosa de Europa» por Adolf Hitler, también estuvo detrás de un plan para garantizar que la señora Simpson nunca se convirtiera en «Su Alteza Real», según reveló Ridley, «a pesar de que debería haber sido suya por ley». El biógrafo real Philip Ziegler dijo: «Recuerdo haberle dicho una vez: ‘¿Por qué has estado tan resuelto a mantener a los Windsors fuera de Gran Bretaña?’ Ella me respondió: ‘No puedes tener dos reyes, ¿verdad?’ Sabía lo que estaba diciendo. Su presencia habría sido una vergüenza potencial e incluso bastante peligrosa».

La oposición de la reina no había conseguido evitar el nombramiento de Eduardo como gobernador, así que Wallis fue blanco de su contraataque. “Su venganza llegó más tarde, cuando se aseguró de que la duquesa de Windsor no fuera objeto de reverencias ni se dirigieran a ella como alteza real”, asegura Thorton. “La reina contribuyó a dar efectividad a las Cartas Patentes que otorgaban al duque de Windsor ‘el título, tratamiento y dignidad de alteza real’ pero se lo negaban a su esposa y descendencia”. El rey -que se refería a Wallis como “la señora Simpson”- y la reina -que se limitaba a un desdeñoso “esa mujer”- ordenaron a los altos funcionarios de la casa real que comunicaran la nueva resolución: “Sin duda, están ustedes al tanto de que, en presencia de su alteza real el duque de Windsor, toda mujer debe hacer media reverencia, pero este trato no se extiende a la duquesa de Windsor. El duque recibirá el trato de alteza real y la duquesa el de excelencia”.

Wallis e Isabel en el funeral del duque de Windsor, en 1972.

Eduardo descargó su amargura en una apasionada carta de protesta a Churchill: “Estoy en contra de la famosa resolución real (…) por la que el rey (¿o habría que decir la reina?) ha decretado que la duquesa no posea rango real (…) Estoy seguro de que si viera usted a su esposa convertida en blanco de estos celos vengativos (…) se sentiría tan reacio como yo a servir a la corona”. La decisión rompió definitivamente las relaciones entre los hermanos Jorge y Eduardo, que no volvieron a reconciliarse. Por voluntad de la reina Isabel, Wallis jamás recibió el rango de alteza real y fue recibida en palacio solamente una vez en 1967, para un homenaje a la reina María. En 1972, permaneció algunas horas en Inglaterra para los funerales de su esposo. Isabel asistió al funeral de Wallis en 1986, pero ni su muerte hizo doblegar a esta reina de hierro. Una modesta tumba, junto a la de Eduardo, tiene la inscripción “Wallis, duquesa de Windsor”. Según el Burke’s Peerage, la negativa de Jorge VI a reconocer el rango de su cuñada fue “el último acto triunfal de un régimen ofendido e hipócrita y el acto más flagrante de discriminación en toda la historia de nuestra monarquía”.

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