Ubicado en Londres, es la sede administrativa del monarca británico desde 1837 cuando la joven reina Victoria, por entonces de 19 años, accedió al trono tras la muerte de su tío, el rey Guillermo IV.
Mientras el mundo lidia con la pandemia del coronavirus, la ausencia de la reina del Palacio de Buckingham (y su estadía prolongada en el Castillo de Windsor) es muy significativa dado que es probable que sea el período más largo que estará ausente en su reinado de 68 años. La residencia ubicada en Londres es la sede administrativa del monarca del Reino Unido, y lo ha sido desde 1837 cuando la joven reina Victoria, por entonces de 19 años, accedió al trono tras la muerte de su tío, el rey Guillermo IV. Las únicas veces que Isabel II y sus antecesores abandonaron Buckingham en los últimos 180 años fueron por breves períodos, en momentos de crisis o de guerra, o en sus tradicionales vacaciones, cuando pasan tiempo y realizan deberes ceremoniales desde el Castillo de Windsor.
El gran edificio ornamentado y los amplios jardines de Buckingham han servido como un sitio importante para los asuntos ceremoniales y políticos del Reino Unido. Es la sede burocrática de la corte, donde cientos de funcionarios trabajan para que funcione el mecanismo de la realeza. Antes de su ocupación como sede administrativa de la monarquía, era el Palacio de St. James, ubicado unos cuantos metros de distancia, el que cumpió ese propósito desde el año 1698 hasta el reinado de Jorge IV. El sitio en el que se encuentra Buckingham fue propiedad de la monarquía británica durante más de 400 años, y está emplazado en un terreno que en el siglo XVI el rey Jacobo I había adquirido para usarla como jardín privado de la familia real. También tenía una arboleda de cuatro acres de moreras, que esperaba usar para la producción de seda.
En 1698, una mansión de ladrillos rojos en esta parcela de tierra fue vendida a un hombre llamado John Sheffield, que más tarde recibió el título de Duque de Buckingham y en cuyo honor sería bautizado el palacio. Fue el rey Jorge III, el abuelo de la reina Victoria, quien compró Buckingham House a los herederos del duque en 1761 y poco después del nacimiento de su primer hijo, Jorge III y su consorte, la reina Carlota, abandonaron St. Jame’s por ser demasiado pequeño para el uso de su cada vez más numerosa corte y familia. A partir de entonces, Buckingham House pasó a ser propiedad real, como explica el historiador H. Clifford Smith: «Fue elegida principalmente como casa viuda de la reina Charlotte, pero al rey y la reina les gustó tanto que se convirtió en su residencia en Londres. El precursor del palacio actual se conoció como la ‘Casa de la Reina, pero los actos cortesanos continuaron celebrándose en el Palacio de St. James”.
Jean Des Cars: “Alcanzado por las bombas, Buckingham se convierte en símbolo de la resistencia”
Este es un extracto del libro “La saga de los Windsor”, escrito por el historiador francés Jean Des Cars, acerca de los bombardeos nazis que pretendieron asesinar al rey Jorge VI y la reina Isabel hace 80 años.
Después de la muerte de Jorge III, su hijo Jorge IV, que ascendió al trono a la edad de 60 años, puso todo su empeño en hacer de Buckingham House una casa más cómoda y moderna, con la intención de convertirla en la residencia real. En consecuencia, contrató al célebre arquitecto John Nash para ampliar y renovar el edificio. Sin embargo, su hermano y sucesor Guillermo IV, despreocupado del poder, la corte y la vida en general, no estaba interesado en residir en el nuevo palacio y prefirió seguir en su amada Clarence House, una mansión que está adjunta al Palacio de St. James. Incluso cuando el Parlamento fue destruido por un incendio en la década de 1830 y le ofrecieron a Guillermo IV el Palacio de Buckingham para pronunciar su discurso, él se negó cortésmente.
Después de su muerte en 1837, su sobrina, la princesa Alejandrina Victoria de Kent, tomó la corona y se convirtió en el primer monarca en hacer del Palacio de Buckingham su residencia oficial porque el Palacio de Kensington, el hogar de su niñez, le traía pésimos recuerdos. Aunque siguió siendo la residencia oficial de la reina hasta su muerte en 1901, había muchos aspectos del palacio que quería remodelar o ampliar para satisfacer las necesidades de su creciente familia. Por ejemplo, poco después de que ella y su esposo, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo, se mudaran, se dice que se dieron cuenta de que el palacio permanecía demasiado frío con frecuencia, carecía de ventilación adecuada y también estaba bastante sucio. A lo largo de los siguientes años, el príncipe consorte se dedicó a renovar el palacio y, medida que la familia creció en tamaño, se agregaron nuevas alas, balcones y otros exteriores.
El personal doméstico de los palacios de la reina Victoria no solo abarcaba a puestos elevados, como el de ama de llaves, sino también al personal de cocina, el personal de la despensa, incluidos los mayordomos, mucamas, porteros, chefs, cocineros y muchachos de la cocina mayordomos, mayordomos menores, lavanderas, floristas, un departamento dedicado a la restauración, reparación y tapizado de muebles, encendedores de luces, un relojero, una brigada de de bomberos, una docena de deshollinadores, y un cazador de ratas y su asistente.
En una burocracia tan grande como la corte británica, el desperdicio era inevitable. Se cocinaban y servían miles de comidas gratis innecesariamente y las provisiones desaparecían en paquetes que los miembros del personal llevaban a sus familias. Las requisiciones para los carruajes de los cortesanos se falsificaron y los vehículos se usaban para el transporte personal o incluso para transportar al personal a sus hogares. Todas las velas eran reemplazadas diariamente, ya sea que hayan sido usadas o no, y las descartadas desaparecían en los bolsillos de los lacayos, quienes más tarde las vendían en Londres. La desaparición de objetos del palacio aumentaba mensualmente los pedidos de suministros para el palacio y las cifras fueron asombrosas: en un período de tres meses, se entregaron casi 200 cepillos, escobas y trapeadores, a pesar de que ya se usaban cientos y era difícil que se gastaran tan pronto.
Después de la muerte del príncipe Alberto en 1861, la reina viuda se aisló efectivamente, negándose a asistir a casi todas las ceremonias reales y eventos sociales. Durante la década de 1860, pasó mucho tiempo en el castillo de Windsor, en la propiedad privada de Balmoral en Escocia y en de Osborne House, en East Cowes. Durante este tiempo, Buckingham estuvo casi descuidado. En 1864, en un momento en que la monarquía estaba siendo objeto de muchas críticas por la ausencia de la reina de la vida pública, se encontró una nota clavada en las rejas del exterior del Palacio de Buckingham que decía: “Estos imponentes locales se alquilan o se venden porque su anterior ocupante se ha ido”. Finalmente, aunque la opinión pública convenció a la reina Victoria de que regresara, se mantuvo alejada tanto como pudo.
Durante mucho tiempo, las funciones ceremoniales se llevaron a cabo en el Castillo de Windsor, mientras que el Palacio de Buckingham permaneció cerrado durante gran parte del año, mientras la vida social de Londres comenzó a girar cada vez más en torno al príncipe de Gales, el heredero del trono, y su esposa Alejandra de Dinamarca. Cuando el príncipe llegó al trono con el nombre de Eduardo VII, en 1901, la residencia estaba casi abandonada y en pésimas condiciones. El rey descubrió que el enorme edificio estaba despintando, húmedo, sin electricidad y con las cañerías tapadas. La mayor parte de sus 700 habitaciones estaban llenas de polvo, muebles viejos y cuadros envueltos en papel, pero solo había dos inodoros y las pocas líneas telefónicas existentes solo comunicaban con el despacho vacío y polvoriento de la fallecida monarca.
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Durante los reinados de los sucesores de Victoria, Eduardo VII, Jorge V y Jorge VI, se revivió la vida en el Palacio de Buckingham y también se agregaron grandes características arquitectónicas. Incluso Eduardo VIII, durante su breve reinado de diez meses antes de su abdicación en 1936, se esforzó por modernizar las cocinas y los rituales cortesanos, con la ayuda de su amante norteamericana, Wallis Simpson. Durante la Segunda Guerra Mundial, los reyes Jorge VI e Isabel se quedaron en el palacio, a pesar de que pasaban las noches con sus hijas, Isabel y Margarita, en el Castillo de Windsor, donde habían sido trasladadas por seguridad.
Antes de que Isabel II ascendiera al trono en 1952, vivía con su esposo, el príncipe Felipe, en Clarence House. Después de la coronación, la reina encargó a Felipe la tarea de continuar la modernización del palacio, que aún mostraba huellas de los bombardeos nazis de 1940. El duque de Edimburgo se consagró a su misión haciendo instalar nuevas cañerías, sanitarios modernos, nuevas habitaciones para los empleados, líneas telefónicas con una central, televisores y radios modernas, y nuevo tendido eléctrico, además de modernizar las tareas que, anteriormente, se llevaban a cabo bajo un protocolo anticuado y que entorpecían el funcionamiento de la casa real.