La fascinante corte de Rodolfo II, el emperador de los científicos, astrólogos, magos y mentirosos


Emperador del poderoso Sacro Imperio Romano Germánico, fue un hombre introvertido y extravagante que convirtió a Praga en el centro universal del conocimiento, las ciencias, las artes y la magia.

En su corte vivieron científicos, artistas y matemáticos, astrónomos… pero también astrólogos, magos, nigromantes, charlatanes y vividores que hicieron de la vieja Bohemia un lugar tan fascinante como lúgubre. Rodolfo de Habsburgo nació en Viena en 1552. Según los astrólogos cortesanos, el archiduque nació bajo una nefasta conjunción de astros, los mismos que tanto le fascinarían siendo adulto.

Y, en efecto, su vida no fue muy placentera desde el principio. Su hermano mayor, el archiduque Fernando, heredero del Imperio, falleció tres semanas antes de nacer él. Abatida por la pérdida, su madre, la española María de Austria, jamás le mostró cariño a su bebé. Para alejarlo de las influencias luteranas, su tío Felipe II de España lo llevó consigo a su corte de Madrid, donde lo educó. Gracias a los gustos secretos de Felipe II, el joven Rodolfo comenzó a interesarse en la alquimia y las ciencias ocultas.

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Rodolfo II de Habsburgo

Tras regresar a Viena, en 1676, tras la muerte de su padre, Rodolfo II fue elegido emperador, pero no estaba feliz con sus muchas coronas. Gobernar le espantaba, le parecía aburrido, monótono, absolutamente superficial. Prefería estudiar las ciencias, practicar las artes mágicas, coleccionar reliquias y objetos misteriosos. En lo que fue quizás la mayor jugada política de su reinado, en 1583, tomando como pretexto un terremoto, Rodolfo II abandonó Viena para transformar la ciudad checa de Praga en la capital de su imperio. Allí encontró la tranquilidad que necesitaba para entregarse a sus quehaceres mágicos y a sus experimentos alquímicos, ciencia en la que lo introdujo su tío español

Rodolfo II buscó en esta disciplina una fuente de riquezas y, al mismo tiempo, un elixir para calmar sus achaques físicos. Quiso aprender por sí mismo el arte de transmutar los metales y convertirlos en oro, y por ello decidió congregar a una serie de auténticos alquimistas, pero también de charlatanes, que querían enriquecerse a su costa. A partir de entonces, fundó en su corte una especie de academia científica donde la principal disciplina era la alquimia. Praga se convirtió en el centro científico, cultural y místico de Europa y hasta allí llegaban grandes sabios, químicos, astrólogos, astrónomos y artistas, quienes estudiaron y desarrollaron sus trabajos al amparo de Rodolfo II (y su ayuda financiera). Según el historiador Boleslays Balbinus, en su corte trabajaron sucesivamente 200 alquimistas.

El emperador alquimista no salía de los laboratorios del Castillo de Praga. Abandonó por completo los asuntos de gobierno, desoía los consejos de sus ministros y se negaba a recibir a los embajadores extranjeros. Solo le interesaban el trabajo de sus orfebres, las obras de arte y las investigaciones de sus científicos. Y, por supuesto, las premoniciones de sus astrólogos, la mayoría de los cuales resultaba ser un fraude.

«Los brujos, los magos, los alquimistas y todo el conjunto de talentos (muchos comprobados, algunos usurpados) sumergían al emperador en un universo fanástico casi irreal» [Jean Des Cars, La saga de los Habsburgo]

El doctor Tadeus Hájek, matemático, astrónomo y esoterista, gozaba de la confianza del monarca y fue el encargado de recibir a quienes decían ser alquimistas y desenmascarar a los impostores. En muchas ocasiones descubrió a los estafadores, pero otras veces lograban ocupar un puesto en las destilerías reales. Uno de los personajes más famosos de la corte de Rodolfo II fue Johannes Kepler, quien afirmaba que la Tierra giraba alrededor del Sol y que no era el centro del Universo, corriendo el peligro de ser quemado en la hoguera por herejía.

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Tycho Brahe

Otro personaje curioso de la corte de Praga fue el astrónomo danés Tycho Brahe, quien durante años había escudriñado los astros al amparo del rey Federico II de Dinamarca y, en 1599, llegó a Praga con la intención de conocer al emperador alquimista y gozar de su ayuda monetaria. De inmediato, Brahe se convirtió en un personaje indispensable para Rodolfo II, quien lo consultaba en todo momento. Brahe había descubierto la ecuación anual de la Luna y determinó la desigualdad principal de la órbita lunar con referencia al plano de la elíptica. Gracias a sus conocimientos consiguió convertirse en astrónomo, astrólogo y matemático imperial, obteniendo grandes riquezas y un observatorio exclusivo.

Pero lo que más llamó la atención del emperador fue la capacidad profética de Brahe. Nadie dudaba en que predecía el futuro y que era capaz de descubrir los misterios celestiales, además de curar las enfermedades. De hecho, comenzó a venderse un elixir que llevaba su nombre y que, supuestamente, tenía virtudes terapéuticas. Brahe también preparó un brebaje milagroso para Rodolfo II que contenía melaza, oro potable y tintura de coral. Cierto día, tras consultar los astros, Brahe le anunció a Rodolfo II unas predicciones preocupante: uno de sus descendientes legítimos lo asesinaría, por lo que era recomendable que no se casara ni tuviera hijos. Siguiendo el consejo, Rodolfo II permaneció soltero toda su vida, pero mantuvo como concubina a Catarina da Strada, hija de su proveedor de antigüedades, con la que tuvo cinco hijos turbulentos.

La tolerancia del emperador hacia personajes «herejes» provocó que Roma interviniera y declarar a Rodolfo II persona non grata en los círculos papales y que surgieran sospechas de que coqueteaba con la magia negra. Los enviados del papa, a quienes el emperador se negaba a recibir, informaron que Rodolfo II, rodeado de astrólogos, espiritistas, videntes, magos, nigromantes y alquimistas, estaba endemoniado.

Sin fuerzas para afrontar las conspiraciones y las luchas de poder, el ánimo de Rodolfo II se vino abajo. No recibía a nadie, sufría alucinaciones, ataques de pánico y trastornos obsesivos. Convencido de que existía una conspiración para asesinarle, comía solo en su habitación. Se hizo servir siempre por el mismo mayordomo, en el mismo plato y en el mismo rincón. Rodolfo II jamás volvió a recibir a un sacerdote y desarrolló un auténtico pánico hacia Dios y los sacramentos católicos.

En 1608, el melancólico Rodolfo II cedió el poder a su hermano, el archiduque Matías, y desapareció de la vista de todos. Cuando enfermó, solo aceptó ser tratado con un elixir preparado exclusivamente para él por el alquimista Sethon, pero ninguna pócima pudo curarlo. Rodolfo II murió abandonado por todos, el 20 de enero de 1612, poco después de su león y sus dos águilas imperiales negras, tal y como le había profetizado Tycho Brahe.

Uno de los grandes legados del emperador alquimista fue el «Gabinete de las Artes y las Maravillas», en el que atesoraba su colección de reliquias y otros objetos considerados «mágicos». En sus cientos de gabinetes, Rodolfo II llegó a reunir medallas, amuletos, cruces, péndulos, armas, piedras preciosas y otros objetos a los que el emperador atribuía poderes sobrenaturales. Entre ellos se encontraban la supuesta vara con la que Moisés separó el Mar Rojo, barro con el que Dios moldeó a Adán o figuras del Antiguo Egipto, monstris.

Según el historiador Oscar Herradón, «Rodolfo lamentó no conseguir el famoso ainkhurn y la copa de ágata de la familia, que pasaron a su tío Fernando, y a los que atribuía un poder sobrenatural«. El «ainkhurn» era un supuesto cuerno de unicornio, criatura que fue considerada real por muchos soberanos, mientras que la copa de ágata era para Rodolfo II aún más valiosa, ya que la tradición la consideraba como el Santo Grial.


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