Bella, elegante, cándida y solidaria. Así era Astrid, la princesa sueca que se convirtió en “reina de corazones” de los belgas y murió de forma trágica el 29 de agosto de 1935, 85 años atrás. Su muerte trágica conmocionó de una forma terrible a sus súbditos. Los belgas jamás perdonaron al rey Leopoldo III por haberse casado, poco después, con una plebeya y la historia se asemeja a la de Carlos, Diana y Camilla: en los dos casos, no faltan las “reinas de corazones” y las “usurpadoras”.
Astrid, la «reina de corazones»

El que fue visto como un cuento de hadas, en realidad, fue un matrimonio arreglado. Leopoldo, duque de Brabante (1903-1983), acababa de llegar del Congo. Su madre, la reina Isabel, arregló un viaje del heredero de la corona por tierras escandinavas, donde el príncipe se enamoró de la princesa Astrid (1905-1935), hija de Carlos de Suecia e Ingeborg de Dinamarca, y nieta del rey de Suecia.
La gran boda real se celebró en Estocolmo el 4 de noviembre de 1926 y los novios viajaron luego a la localidad belga de Amberes a bordo del yate “Flygia”. Los belgas estaban preparados para aplaudir a su nueva princesa, pero no para que ella les robara el corazón. Desde el momento que en pisó por primera vez suelo belga, Astrid fue su “reina de corazones”.
“Astrid parecía salida de un cuento de hadas, tan bella, tan graciosa, encantadora y alegre. Su tío, el rey de Suecia, la llamaba en francés ‘un cadeau du ciel’ (un regalo del cielo). Había sido educada en la poco ceremoniosa corte sueca, de manera que desde su llegada a Bélgica pudo mezclarse con el pueblo, hacer sus compras –a veces en bicicleta-, hacer fila en las boleterías de los cines como todo el mundo y hacer felices a los miembros de su familia”.
Françoise Jaudel
La personalidad y la falta de afectación de esta princesa nórdica (“la princesa de las nieves”) cautivó a los belgas, acostumbrados a una familia real aburrida, grisácea y con una reina –Isabel de Baviera- demasiado excéntrica, comunista y mundana.

En 1927 Astrid tuvo a su primera hija, Josefina Carlota. Tres años después nació el heredero, el futuro rey Balduino. Y en junio de 1934 nació el príncipe Alberto. Apenas unos meses antes, en febrero, había muerto trágica e inesperadamente el rey Alberto, suegro de Astrid, en un accidente de alpinismo. De esta forma, Leopoldo y Astrid se convirtieron en los nuevos soberanos.
Cuando Leopoldo III y Astrid llevaban poco más de un año en el trono, la pareja se trasladó a Suiza para disfrutar de unos días de descanso privado. La reina Astrid estaba embarazada. Viajaban bajo el nombre falso de “Rethy”, algo que hacían tan frecuentemente que los hoteleros de la zona ya estaban acostumbrados.
Un trágico adiós

Antes de regresar a Bélgica, Leopoldo le propuso a Astrid dar un último paseo en coche. Justo antes de llegar a la pequeña localidad de Kussnacht, la reina, sentada junto a Leopoldo, quien conducía el auto, tomó un mapa y preguntó al rey una dirección. Al desviar su vista de la carretera, Leopoldo perdió el control del auto, que chocó contra un árbol, se salió de la carretera y se detuvo junto al lado de los Cuatro cantones.
Astrid, con fractura de cráneo, murió casi de inmediato, en los brazos de Leopoldo. El rey, en estado de shock, apenas dejó que los médicos la examinaran y no tuvo el valor de comunicar a sus pequeños hijos la muerte de su madre. Dos millones de personas desfilaron durante cuatro días delante de los restos mortales de la reina en el palacio real de Bruselas.

Con el brazo enyesado y una venda que le cubría una herida en el rostro, Leopoldo III caminó detrás del ataúd de Astrid durante unos funerales que conmocionaron a Europa. Los belgas lloraron en las calles y arrojaron flores al al paso del carruaje fúnebre. Apenas se había recuperado de la muerte trágica del rey Alberto y ya estaban llorando por la reina Astrid.
La usurpadora

La muerte de Lilian gravitó considerablemente en la historia de la monarquía belga durante las siguientes décadas. Leopoldo III y sus tres pequeños hijos pasarían los siguientes años en el castillo de Laeken, donde imperaba una atmósfera lúgubre. Tres años más tarde, el rey viudo conoció en un campo de golf a Lilian, hija del entonces gobernador de Flandes Occidental, Henri Baels.
muchacha, de veintidós años y experta golfista, causó una gran impresión en el rey, que tenía 35 años. Era culta, de una extraña belleza morena. Se vieron, se agradaron, pero no volvieron a verse sino hasta dos años más tarde.
En mayo de 1940 los nazis invadieron Bélgica. El 19 de noviembre de ese año, Leopoldo fue a Berchtesgaden a reunirse con Hitler, un encuentro que fue muy criticado por la opinión pública belga. La rendición le generó la antipatía y enemistad de todos sus súbditos y, en medio de la vorágine, decidió casarse en secreto con Lilian. La ceremonia la oficiaría el 11 de septiembre de 1941 el cardenal Van Roey pero no se hizo pública sino hasta 1942.

“El hombre al que consideraban símbolo de su sufrimiento bajo la ocupación alemana, voluntariamente retirado en su castillo, llorando aún la muerte de su esposa, al fin y al cabo solo se preocupaba por su propia felicidad. Un diario belga publicó un artículo editorial: ‘Su Majestad, todos pensábamos que compartías nuestro duelo pero nos enteramos de que te recuestas en el hombro de otra mujer”.
FRANCOIS JAUDEL
El rey le concedió a Lilian el título de Princesa de Rethy, el mismo nombre que utilizaba la reina Astrid en sus viajes privados. El matrimonio disgustó por completo al pueblo belga, sometido al dominio nazi. Las tiendas de Bruselas mantenían el retrato de Astrid en sus vidrieras como un silencioso reproche al rey. Lilian fue tratada de usurpadora y la prensa la convirtió en el blanco preferido de sus ataques.
“El anuncio del casamiento cayó muy mal en todo el reino. Las mujeres, escandalizadas, recordaron a la amada reina Astrid, convertida en un mito desde su prematura desaparición, de la que consideraban responsable al rey. La belleza de Lilian de Rethy, que parecía una estrella de cine, no hizo más que agravar los problemas del rey”
JEAN DES CARS

La princesa de Rethy mantuvo una actitud discreta desde que su “indecente matrimonio” fue conocido por todos. Prudentemente, ocultó de la vista pública y soportó estoicamente el odio generalizado. Presionado por la opinión pública, que le reprochó su actuación pasiva durante la guerra, Leopoldo III abdicó en 1951 a favor de su hijo, Balduino. Lilian cuidó y amó a los hijos de Astrid como si fueran suyos, pero el rencor de los belgas hacia ella creció cuando se enteraron, con gran indignación, que los niños llamaban mamá a “aquella aventurera”.
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