Marie de Grecia, la princesa psicoanalista que le salvó la vida a Freud


Riquisima heredera de la dinastía Bonaparte y lanzada a un matrimonio sin amor con un hombre que amaba a otro, esta princesa fue una «rara avis» en la realeza del siglo XX. De alma generosa y apasionada por la lectura, su gran pasión fue el psicoanálisis.

Pocos personajes de la realeza del siglo XX fueron tan peculiares como esta mujer, del linaje de Napoleón, discípula, amiga y salvadora de Sigmund Freud, autora de numerosos libros sobre psicoanálisis y especializada en el sexo femenino y tía de la reina Sofía. Se trata de Marie Bonaparte, una ‘rara avis’ entre las testas coronadas de Europa. Apasionada, inteligente, viajera, lectora y muy rica, sus grandes pasiones fueron un marido gay que nunca la amó y la conducta sexual femenina.

Nacida en París en 1882, era una de las herederas más ricas de Francia cuando conoció al príncipe Jorge de Grecia, hijo de los monarcas helenos y soltero empedernido, que a los 37 años no mostraba deseo por tener una mujer o una familia. Sin embargo, la razón de Estado exigía que el segundo hijo de los monarcas pasara por el altar y engendrara descendientes. Fue así que, durante una visita a París en que acompañaba a sus padres, Jorge de Grecia conoció a esta bonita princesa, que ya había rechazado las propuestas matrimoniales de varios príncipes (incluido el arruinado soberano de Mónaco) porque los Bonaparte deseaban algo de mayor nivel. Una cena, milimétricamente organizada, en el lujoso apartamento parisino del príncipe Roland Bonaparte dio como resultado un inmediato compromiso matrimonial entre Jorge y Marie. “¡Nunca vas a encontrar un partido semejante!”, dijo Roland a su hija, feliz de emparentar con la realeza cuando ninguna casa real quería casarse con príncipes de su linaje.

“¡Es el esposo que muchos padres querrían para su hija!”, decía Roland, feliz de la vida. Marie, por su parte, no se sintió ofendida ante las intenciones de Jorge, a quien no conocía en absoluto pero a simple vista era todo un galán, como ella lo describió: “Elegante, rubio, con un largo bigote rubio como el de su padre, nariz recta y ojos de un azul cielo que sonríen. Poco pelo, es casi calvo, pero ¿qué importa? Es hermoso, rubio y sobre todo, parece tan bueno, tan bueno… Además, parece que este gigante sufre un poco, lo cual lo hace aún más tierno”.

Casada con un príncipe homosexual

Parece que Marie se enamoró poco a poco de Jorge, aunque desde el principio sintió que no tenían nada en común. Aunque estaba feliz de tener un marido a quien escuchar, él no tenía ningún interés en ella ni en su vida. Tampoco quería dejar su vida en París y mudarse a Atenas, donde temía aburrirse, pero aceptó para complacer a su padre. Era el año 1907 cuando Marie, que había pasado toda su infancia en un ambiente frío, marcado por la tragedia de una madre muerta a la que no conoció, se convirtió en princesa de Grecia. Sin embargo, en un micromundo donde lo importante eran las sedas, las joyas y las apariencias, Marie siempre se sintió un sapo de otro pozo: prefería miles de veces una biblioteca a un salón de baile, y un libro a una tiara.

Las cosas cambiaron de la noche a la mañana cuando, una vez casados, comenzaron la vida marital. “Odio hacer esto tanto como tú, pero tenemos que hacerlo si queremos tener hijos”, fue la poco romántica y muy desafortunada frase que le dijo Jorge en la noche de bodas. Al poco tiempo, Marie descubrió que en realidad su marido era homosexual y mantenía desde hacía mucho tiempo un fuerte romance con un tío, el príncipe Valdemar de Dinamarca.

Desde aquel momento, Marie supo que jamás sería amada por su marido, y sin embargo, conocedora de la mente humanada, respetó aquella relación nacida entre tío y sobrino. De hecho, en 1957, cuando Jorge murió, la princesa se acercó a su cadáver y besó su frente porque sabía que los labios de su marido solo habían pertenecido a Valdemar. Pero, ¿por qué siguió casada con Jorge hasta que la muerte los separó? “Mi marido me ahoga, me restringe, pero es el único que me amará hasta la muerte”, explicó ella. “Nos haremos viejos y nos quedaremos solos, pero nos apoyaremos el uno al otro mientras la vida nos dure”.

Buscando el amor y el afecto que le había negado su esposo, Marie se entregó a una serie de romances muy discretos con el político y pensador francés Aristide Briand, y con uno de los discípulos de Freud, Rudolph Loewenstein, aunque ella siempre aseguró que sus romances no pasaron más allá de los platónico. Prefería el intelecto, al cuerpo humano. Ahogada en una corte austera y sin brillo, condenada a sufrir el desamor, desde entonces Marie volcó toda su vida al estudio. 

Amiga y salvadora de Freud

Fue justamente gracias a Loewenstein que Marie se interesó en el psicoanálisis. Esperaba que al ser psicoanalizada por Freud pudiera ayudarla con lo que se denominaba “frigidez” y disfrutara de este modo de la vida sexual. De hecho, se había sometido a una operación para que su clítoris estuviera más cerca de su vagina, después de realizar un estudio de 243 mujeres que mostró que las mujeres que tenían el clítoris más cerca de sus vaginas alcanzaban fácilmente el orgasmo durante el coito.

Absolutamente compenetrada con el tema, publicó sus descubrimientos en la revista médica “Bruxelles-Medical” bajo el seudónimo de A.E.Narjani, lo que significó el comienzo de un profundo estudio, que mantuvo toda su vida, sobre la sexualidad femenina que culminó en su libro “Feminine Sexuality” que se publicó en 1953 y se volvió a publicar en 1979. Paralelamente, sus encuentros con Freud derivaron en una amistad que duró toda la vida y la llevaron a una nueva carrera como psicoanalista.

El famoso comentario de Freud “La gran pregunta que nunca se ha respondido y que aún no he podido responder, a pesar de mis 30 años de investigación sobre el género femenino, es ‘¿qué quiere una mujer?» se lo hizo a Marie. El genio del psicoanálisis ayudó a la princesa a recordar hechos de su niñez que pudieran haberla traumado, descubriendo que cuando era niña había sido drogada por su niñera y el hermanastro de su padre, Pascal, para mantener relaciones sexuales sin que ella dijera nada. Alejada de la aburrida Atenas, Marie pasó cada vez más tiempo en Viena, no solo siendo psicoanalizada sino también estudiando a la par de Freud, para consternación de sus hijos, a quienes la lejanía de su madre marcó profundamente.

Marie de Grecia se convirtió en una de las amigas más cercanas de Freud. Cuando se sentía perseguido en Viena por los nazis, Marie le envió el dinero necesario para escapar de Austria, dinero que también sirvió para que él y su familia se instalaran en Hampstead. Además, compró las cartas de Freud a Wilhelm Fleiss para preservarlas a pesar del deseo del psicoanalista de que fueran destruidas, y cuando Freud murió, sus cenizas fueron colocadas en una urna que la princesa le había comprado. Más tarde se hizo muy buena amiga de Anna, la hija de Freud.

Sin embargo, el espíritu humanitario de Marie no se limitó a sus amistades. Dedicó una parte considerable de su fortuna para ayudar a rescatar a al menos 200 familias judías que se fueron de Alemania, salvándolas de morir a manos de los nazis, y usó su dinero para ayudar a establecer una escuela en París para entrenar psicoanalistas. Su riqueza contribuyó a la popularidad del psicoanálisis en Francia, convirtiéndose en una figura fundamental en la Sociedad Psicoanalítica Francesa.

Durante toda su carrera, Marie Bonaparte solo tomó 5 o 6 pacientes a la vez, haciendo crochet mientras conversaban. La mayoría de sus sesiones se llevaban a cabo en su jardín, y más tarde, cuando se hizo mayor, se encontraba con sus pacientes en su tocador mientras ella, ya anciana, usaba una adorable bata. En 1953, cuando asistió junto al príncipe Jorge a la coronación de la reina Isabel II de Inglaterra, pasó gran parte de la extensa ceremonia psicoanalizando al caballero que se encontraba sentado a su lado. Resultó ser Francois Mitterand, el futuro presidente de Francia.

La princesa también fue muy generosa con el más joven de sus sobrinos, el príncipe Felipe de Grecia, al que ahora conocemos como el duque de Edimburgo. Cuando Felipe, sus padres y sus hermanas se vieron obligados a abandonar Grecia, Marie les dieron una casa en St. Cloud (Francia) y ayudaron monetariamente a pagar la educación del joven príncipe, para quien manifestó siempre un interés permanente y cariñoso. Ese cariño llevó a Marie a organizar la internación de la madre de Felipe en Suiza, cuando fue diagnosticada con esquizofrenia.

El paso de los años y los azares políticos de la monarquía griega lograron unir a Marie con su esposo, junto al que vivió 50 años. Generosa hasta la muerte, Marie construyó una casa para que el príncipe Jorge pudiera vivir y pasar tiempo con Valdemar. El príncipe murió en 1957 y fue enterrado en la finca real de Tatoi, Atenas, bajo tierra llevada desde la casa de Valdemar en Dinamarca. “Pusimos en su féretro dos pequeñas banderas de esmalte, una griega y una danesa, su alianza y unos cabellos de Valdemar y la foto de Valdemar entre sus manos”. La princesa psicoanalista vivió cinco años más enfrascada en sus cientos de libros y estudios sobre la sexualidad femenina hasta su muerte, en 1962.

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