Enfoque: A 30 años de su retorno a Rumania, la familia real está dividida y sin herederos


Popular y respetada, la princesa heredera «custodia» la Corona pero no supo reconciliar a su familia.

Por Darío Silva D’Andrea | @dariosilvad

Este mes de enero se cumplieron 30 años desde que la familia real de Rumania volvió desde el exilio a su país después de 42 años de ausencia. Habían pasado apenas unas semanas desde que los revolucionarios ejecutaron públicamente al dictador Nicolau Ceausescu, en 1989, tras lo cual cayó definitivamente el último y más sangrienro régimen comunista de Europa del Este. El retorno de las dos hijas mayores del exiliado rey Miguel I, las princesa Magarita y Sofía, fue el sueño cumplido de la familia real y de miles de rumanos que añoraban la época de la monarquía, derrocada en 1947.

Treinta años después, sin embargo, las cosas no son tan esperanzadoras para la familia real rumana, que reside en el país, tiene un palacio subvencionado por el Estado y cumple funciones oficiales en la estructura constitucional del país a cambio de un estipendio a cargo de los contribuyentes. Fallecida la reina Ana en 2016 y su esposo, el rey Miguel I en 2017 (70 años después de ser obligado a abdicar), la jefatura de la casa real de Hohenzollern quedó a cargo de la mayor de sus hijas, la princesa Margarita, titulada “Su Majestad la Custodia de la Corona Rumana”.

Años antes de morir, el rey Miguel había designado a su nieto, Nicholas Medforth-Mills, como príncipe y presunto heredero de Margarita, quien no tuvo hijos. Desde entonces el joven estuvo inmerso en un proceso de aprendizaje a marchas forzadas para asumir algún día la jefatura de la Casa y se ganó el aprecio de la sociedad rumana. Apenas puso un pie en Rumania, los rumanos lo adoptaron. Nicholas aprendió a hablar a la perfección el idioma y recorrió con su abuelo ciudades, pueblos y aldeas para conocer la situación de los rumanos después de la feroz dictadura comunista. Desde entonces, el joven inició un proceso de aprendizaje a marchas forzadas para asumir algún día la jefatura de la Casa. Bien asesorado por expertos en comunicación política, Nicholas se involucró en numerosos proyectos de carácter humanitario y benéfico, recorriendo Rumanía para darse a conocer y asistiendo a cada vez más actos públicos en representación de su abuelo.

Los monárquicos vieron en él la gran esperanza de la restauración, pero en 2015, sorpresivamente, el rey Miguel firmó un decreto regio por el que su nieto Nicolás perdía el título de príncipe de Rumanía y el tratamiento de Alteza Real, y pasaba a convertirse en un ciudadano más. En el comunicado posterior se insinuaban motivos inquietantes que no han hecho sino avivar toda clase de especulaciones. “La familia real y la sociedad rumana de estos tiempos necesitarán un dirigente bajo el signo de la modestia, bien equilibrado, con firmes principios morales y que siempre piense en el servicio a los demás”.

La prensa rumana se llenó de especulaciones: desde una supuesta homosexualidad, un romance con una asesora a la que obligó a abortar (tema que se comprobó posteriormente que no era cierto) y un posible adicción a los juegos ilegales. Sin que jamás se supieran los motivos de la expulsión, la familia real impidió que Nicolás se despidiera de su abuelo en su lecho de muerte en un incidente que involucró a la policía de Ginebra. Su madre, la princesa Elena, lo acusó públicamente de perturbar la paz de la familia y de actuar con violencia contra los empleados: “No tiene las cualidades necesarias para asumir un puesto en la casa real de Rumania. Mi hijo ha demostrado desprecio por Rumania, su gente y los principios de la casa real”.

“La rápida desintegración de la familia real rumana es bastante alucinante”, dice el historiador Seth B. Leonard en Eurohistory. En 2014, la princesa Irina -tercera hija de Miguel y Ana- y su segundo esposo, John Wesley Walker, fueron condenados a tres años de libertad condicional en los EEUU después de que la justicia local los declarara culpables de operar un negocio de apuestas ilegales y, como parte del acuerdo de culpabilidad, la pareja decidió vender bienes raíces y pagar una fianza de US$ 200.000 para el gobierno. El 29 de octubre del mismo año, el viejo monarca publicó un documento según el cual desbancaba a Irina y a sus hijos de la línea de sucesión y la despojaba de sus títulos reales. Irina no fue invitada por Margarita a los funerales de su madre, dos años después.

En 2018, la princesa Sofía (acompañada de su única hija, Elisabeta-Maria de Roumanie Biarneix), abandonó Francia para volver a Rumania y asumir un papel secundario en casa real, aunque personas allegadas al Palacio Elisabeta aseguran que la joven tiene problemas para adaptarse a la vida en Rumania y desea abandonar el país balcánico para volver a su Suiza natal. Unos meses después, algunos medios rumanos publicaron que su hermana mayor, María, había renunciado a su papel como miembro de la casa real. Por otra parte, la princesa Elena nunca se mudó a Rumania y reside en el Reino Unido. Según Seth B. Leonard, “no ha habido indicios de que Elena alguna vez intente ser parte de la vida pública rumana y a pesar de ser la heredera directa de Margarita, solo aparece en el país para ciertos eventos familiares y, de lo contrario, rara vez viaja a Rumania”.

“Muchos podrían pensar que 2020 ha sido otro annus horribilis para la familia real británica. Podría decirse que 2020 podría ser el último año horrible para la realeza rumana”, opina el historiador. “Si la princesa Margarita se encuentra incapaz de unificar a su familia, es probable que pase a la historia real como un fracaso absoluto como Jefe de una Casa Real”. A sus 68 años y sin descendencia de su matrimonio con el príncipe Radu, Margarita debería “garantizar el futuro de la dinastía”, opina. “En el espíritu de la reconciliación cristiana, es su responsabilidad reunir a sus hermanas, sus sobrinos y sus sobrinas, para que todos puedan esforzarse por perpetuar el legado de los los reyes de Rumania en las generaciones futuras. Margarita de Rumania debe abrazar la máxima ‘el deber primero’. Si Margarita es incapaz de adaptar su comportamiento, entonces su mandato como Jefe de la Casa Real rumana no será considerado amablemente por la historia”, sentenció Leonard.

Una gran mayoría de los rumanos respeta a la princesa Margarita como a una reina, y una buena porción de ellos elegiría convertir al país en una monarquía al estilo británico. Sin embargo, gran parte de los ciudadanos ve con recelo al príncipe Radu, oscura influencia de Margarita tras bastidores y a quien muchos apuntan como el artífice del “destronamiento” de Nicholas por motivos de celos de popularidad. Radu Duda está casado desde 1996 con la princesa y es la “eminencia gris” de la casa real, quien controla la agenda, el patrimonio, el presupuesto, el protocolo y se encarga de mantener el vínculo entre la familia real y el establishment político.

El consorte, con un pasado como actor mediocre en televisión y teatro (y, según algunos, agente del todopoderoso secreto al servicio de Ceaucescu en los años 80), tiene fama de ser extremadamente ambicioso y de no conformarse con el papel de segundón. Los muchos críticos que cosechó Radu Duda en las últimas décadas creen que sus ambiciones llegan al punto de aspirar a ser él el auténtico rey algún día, un rey rumano de sangre rumana y nacido suelo rumano. Sin embargo, le falta algo importante para un rey que desea fundar una dinastía: hijos.