Hija del último rey rumano, regresó apenas cayó la Cortina de Hierro para volver a poner a la familia real en el corazón del pueblo.
La jefa de la Casa Real y “Custodia de la Corona” de Rumania, la princesa Margarita, confesó sentirse “por primera vez una persona completa” cuando conoció su país, en enero de 1990. “Cuando llegué aquí, y cuando finalmente aterricé y puse mis pies en suelo rumano, sentí que había llegado a casa y me había convertido en una persona completa”, dijo la hija del último rey rumano en una entrevista concedida al sitio web Royal Central con motivo del 30º aniversario de su llegada al país, que ocurrió después de la caída del comunismo.
Crecer lejos del país de sus ancestros «fue muy difícil”, dijo Margarita al periodista Oskar Aaamoen. “Especialmente lo fue para mi padre, el rey Miguel, porque este era el lugar donde creció y fue a la escuela y amigos y una vida en la que fue rey”. “Su tristeza nació en nosotros también”, dijo la princesa refiriéndose a ella y sus hermanas. “El exilio siempre fue un sufrimiento. Rumania estaba sufriendo, eso siempre fue lo más importante. No es el hecho de que no estuviéramos ahí, sino que Rumania estaba sufriendo detrás de la Cortina de Acero. Rumania era como un planeta prohibido para nosotros, y no podíamos hacer nada al respecto”.
Margarita y su hermana menor, la princesa Sofía, llegaron a Bucarest el 20 de enero de 1990 para conocer sus orígenes, menos de un mes después de que el país hubiera juzgado y ejecutado al dictador Nicolae Ceausescu y su esposa, Elena. Margarita, socióloga y funcionaria de las Naciones Unidas, entonces de 40 años, escapó de su guardaespaldas y viajó en el metro de Bucarest, pero no pudo hacer mucho porque apenas hablaba el idioma rumano. “Es un precio que hay que pagar por el exilio”, había dicho entonces. “No puedo juzgar la situación, para mí ha sido un trauma. Cuando miro todo, no lo veo, sino que lo siento, viendo el daño psicológico que ha hecho este dictador”, agregaba.
Treinta años después, Margarita y su esposo, Radu Duda, viven la capital de una Rumania convertida en una “república coronada”, donde la familia real no reina ni gobierna, pero el Estado les reserva una subvención oficial, un palacio de representación, un estatus respetable dentro de la estructura oficial y actividades diplomáticas. “Tenemos una especie de función complementaria, que es extraordinaria y muy útil”, reconoce Margarita. “Podemos hacer mucho por el país. Podemos contar con las autoridades para el seguimiento de ciertas cosas, por lo que es una situación ideal por el momento. Y obviamente apuntamos a continuar esto”.