Desde 1970, Qaboos gobernó con mano de hierro el pequeño sultanato. Primer ministro, ministro de Defensa y de Finanzas, modernizó el país a pasos de gigante.
Por DARÍO SILVA D’ANDREA
Qaboos bin Said, heredero de una dinastía que gobernó en Omán desde el siglo XVII, murió a los 79 años víctima de un cáncer por el que fue tratado en EEUU y Europa durante muchos años. El monarca, poseedor de poderes absolutistas pero ampliamente popular en su país, llegó al poder en 1970, después de derrocar a su padre Said bin Taimur, en un golpe palaciego no sangriento, y se le atribuye la modernización y desarrollo del país árabe, que no cuenta con grandes reservas de petróleo como otros vecinos del golfo Pérsico. Venerado en Omán, poco se conoce de su vida privada más allá de que nunca se casó ni tuvo hijos, ni señaló entre sus familiares a un posible candidato a sucederle en el trono, al menos de forma pública.
El sultán tomó el control de su país en 1970 después de dos años en Sandhurst y otro sirviendo en el ejército británico. En tanto, su padre, el sultán Said bin Taimur, se estaba haciendo rico gracias al petróleo, pero era notablemente ahorrativo y se opuso a la construcción de rutas y especialmente de escuelas. «Por eso perdieron la India, porque educaron a la gente», le decía a sus asesores británicos. Además, se opuso a los hospitales, alegando que la mortalidad infantil era un medio para prevenir la sobrepoblación en un país tan diminuto. Fue en parte una excentricidad viviente: prohibió los pantalones y los anteojos de sol, pero también estaba muy contento con su estatus semicolonial. Le gustaba que los coroneles británicos dirigieran su ejército porque “todas las revoluciones en el mundo árabe son lideradas por coroneles y yo tengo coroneles árabes en mi ejército”.


De hecho, fueron los coroneles británicos que tanto le gustaban quienes ayudaron a quitarlo del trono. «El padre del sultán era un hombre inculto que desde el golpe de Estado que acabó con la monarquía egipcia se sumió en la depresión. Era muy conservador e impuso muchas restricciones innecesarias para evitar cualquier cambio», relató Abdelaziz Al Rowas, consejero cultural del sultán Qaboos. En una mañana de julio de 1970, un grupo de oficiales del ejército británico, acompañado por el príncipe Qaboos, ingresó a su palacio en Muscate, lo arrinconó en su despacho y, después de haberse pegado un tiro en el pie mientras intentaba defenderse, fue escoltado fuera de la ciudad. Pasó el resto de su vida en el lujoso Hotel Dorchester en Londres, mientras el nuevo sultán comenzó a modernizar el país, como lo estuvo haciendo desde entonces.
Una de las grandes contribuciones de Qaboos fue haber trasladado a su país su amor por la música, incluso abusando de su derecho divino de monarca absolutista. Las clases de música se volvieron obligatorias en las nuevas escuelas que estaba abriendo y las radios comenzaron a incluir ópera, música clásica y gaitas en su programación. Las bandas de música de regimiento, con sus gaitas, fueron el siguiente paso natural. Luego, en 1985, decretó la creación de una orquesta sinfónica totalmente omaní, se buscaron talentos en las escuelas y se enviaron estudiantes seleccionados a escuelas europeas atendidos por los mejores maestros de música.


Fascinado por Tchaikovsky, Rimski-Kórsakov y Rajmáninov, el sultán reconoció en una entrevista que si tuviera que refugiarse en una isla desierta se llevaría la Sexta Sinfonía de Ludwig van Beethoven. La Royal Oman Symphony Orchestra dio su primera actuación en 1987 y en los primeros años el director fue el propio sultán. El Teatro de la Ópera, inaugurado en 2011, fue el mayor logro de su revolución cultural. “Se dice que ve el teatro de la ópera como el cenit de sus esfuerzos tanto para unir Occidente y Oriente como para hacer proselitismo por la música clásica, su pasión”, explica Richard Spencer, periodista del diario británico The Times. “Pero la existencia de la ópera, en un país desértico poblado por musulmanes conservadores que hace 50 años poseía solo seis millas de carretera, dos hospitales y tres escuelas, también es profundamente excéntrica”.
Monarca instruido, erudito, culto y amante de todas las artes, Qaboos impuso su pasión por la perfección en todos los ámbitos, incluida la arquitectura del país. «El sultán trató de unificar la nación bajo su nombre. Todos los símbolos del Estado están conectados con él. Es el régimen más personalista de toda la región», explicó Marc Valeri, experto en Omán de la universidad británica de Exeter. «Siempre hay libros y música a su alrededor. Se los lleva cuando viaja e incluso cuando se instala en una tienda de campaña. Antes alternaba esas pasiones con la equitación», relató Abdelaziz. «Una vez me dijo que no se puede liderar un país por control remoto. Hay que ver a la gente y establecer contacto con ellos en su vida diaria».


“El éxito que hemos logrado en Omán al adoptar las ventajas de la sociedad moderna al tiempo que preservamos nuestras antiguas tradiciones y cultura se ha debido a la estrecha asociación que existe entre mi gente y yo”, explicó el sultán en una entrevista. “A lo largo de cada etapa de nuestro desarrollo, que inicialmente se basaba en el requisito urgente de proporcionar atención médica y educación para todos, he tenido en cuenta la necesidad de preservar un equilibrio cuidadoso entre estos dos factores primordiales: la aceptación de la modernidad y la retención de lo antiguo”. “Ahora puedo decir que estamos firmemente en el camino hacia el desarrollo social y político continuo, y lo que más me agrada es el hecho de que este impulso es asegurar un brillante y responsable futuro para nuestros jóvenes las personas y las generaciones por venir”, agregaba.
El sultán fue diagnosticado con cáncer de colon en 2011, y desde entonces sus frecuentes viajes al extranjero para recibir tratamiento médico despertaron intensa preocupación en los omaníes, mucho por la salud del monarca, pero mucho más por el futuro. En 2014, después de mucho tiempo sin aparecer en público, un desmejorado Qaboos dijo en un mensaje televisado: «Me complace enviarles un saludo a todos ustedes en esta feliz ocasión (su cumpleaños) que coincide este año con mi estar fuera de la querida nación por razones que ustedes conocen». Esa noche, miles de jóvenes salieron a las calles de Mascate, la capital, ondeando banderas, tocando bocinas y bailando de alegría por haber vuelto a ver y escuchar al sultán. Pero había una corriente incómoda en el desfile. «Vivíamos con terror y miedo. Teníamos miedo porque no sabemos, si se va, qué pasará después de él», dijo Ahmed al-Harrasi. La razón la explicó el politógo Marc Valeri: «Qaboos se convirtió en un problema. No ha dedicado ni un minuto a planear el Omán después de Qaboos. Incluso quienes le critican temen el vacío que se producirá cuando desaparezca».


El sultán Qaboos nunca contrajo matrimonio, no tuvo hijos y tampoco tenía hermanos, y además nunca nombró un sucesor. Algunos omaníes temen que después de su muerte, las luchas internas en la dinastía Al-Said desestabilicen un país que se erigía hasta ahora como roca de estabilidad de una región siempre convulsionada. Otros temen que resurjan viejos conflictos étnicos y tribales en la región sur de Dhofar o en el interior montañoso, que Qaboos logró mantener en paz. Antes de 1970, la población diversa del país compartía poco en cuanto a identidad común. Solo bajo el liderazgo de Qaboos el estado se unió «Realmente siento que el futuro es misterioso y brumoso e imposible de predecir», dijo Ahmed Marhoon, un popular blogger omaní de 23 años que escribe sobre política.
Tales preocupaciones surgen de la transición inusual del poder establecida en la constitución omaní, que establece que dentro de los tres días posteriores a vacancia del trono, un consejo de príncipes reales debe elegir el próximo sultán. Si no pueden estar de acuerdo, deben abrir una carta que mencione la recomendación de Qaboos, hasta ahora, un secreto de Estado. «Está claro que el nuevo gobernante no tendrá el nivel de legitimidad que Qaboos, sería imposible que eso sucediera», dijo James Worrall, profesor de relaciones internacionales y estudios de Medio Oriente en la Universidad de Leeds, citado por Foreign Policy. Cuando el nuevo sultán sea entronizado, deberá apaciguar a las diferentes ramas de la familia real, obtener el apoyo de comerciantes influyentes y renegociar alianzas con otros jugadores políticos y económicos clave. «El sultán ha sido tan dominante que cualquiera que quiera algún tipo de cambio aprovechará el momento», dijo Mark Katz, profesor de gobierno y política en la Universidad George Mason.