«Mi vida ha sido triste durante muchos años», lamentó esta princesa griega de destino cruel. Fue la madre del último rey rumano.
Pocos rumanos hoy recuerdan a la reina Elena (1896-1982), la madre de su último rey, una personalidad preponderante en tiempos de la Segunda Guerra Mundial y tras ella, durante la amenaza del comunismo. Ahora, los ciudadanos de la República tendrán la oportunidad de conocer más sobre la vida de esta mujer y rendir homenaje a la reina que salvó a miles de judíos rumanos de morir en campos de concentración nazis: en octubre sus restos sean transportados desde Suiza, donde están sepultados desde hace 37 años, hacia la tierra donde fue princesa y reina madre.
Un obituario publicado en la revista Time dijo, en 1982, que Elena fue “una personalidad que el destino ha proyectado en las circunstancias más difíciles, personales, humanas y políticas. y financiero, que superó a través de tres rasgos esenciales: fe profunda en Dios; un impresionante nivel de cultura y educación, que le permitió cultivar a su alrededor una compañía del más alto rango en el mundo del arte, el cine, la diplomacia, el teatro, pero también económico y militar; y amor absoluto por su hijo, y afecto por sus nietas, que siempre puso en primer lugar en sus decisiones”.
Elena, princesa de Grecia, nació el 2 de mayo de 1896 en Atenas, como hija del entonces príncipe Constantino (rey de los Helenos en tres ocasiones) y de la princesa Sofía de Prusia, hermana del último emperador de Alemania. La problemática historia de la familia real griega la llevó a exiliarse en Suiza, donde en 1920 conoció al príncipe Carol de Rumania durante una visita organizada por la reina rumana María. De aquellas vacaciones surgieron dos compromisos: el príncipe Jorge, hermano de Elena, inició su noviazgo con Elisabeta de Rumania, mientras Elena aceptó la propuesta del príncipe Carol. Ambos matrimonios estarían condenados a un desgraciado fracaso.

Elena aceptó la propuesta de Carol porque no deseaba regresar a Grecia: la muerte de su hermano mayor, el rey Alejandro I, a causa del ataque de un mono rabioso, la había afectado profundamente. El 10 de marzo de 1921, la doble boda rel tuvo lugar en la Catedral Metropolitana de Atenas, sellando un tratado internacional entre Rumania y Grecia. Después de un breve período en Grecia, Elena y su flamante marido regresaron el 8 de mayo de 1921 a Rumania, donde reinaba el rey Fernando, un héroe de la Primera Guerra Mundial.
El 25 de octubre de 1921, nació el príncipe Miguel, hijo único de la pareja, que ya estaba en crisis. “Su madre sería, desde los primeros años de vida, una modelo, amiga, pilar de apoyo, en los momentos más difíciles de la vida, y a pesar de las dificultades causadas tanto por el entorno político como por Carol”, escribió el historiador rumano Ioan-Luca Vlad. Las frecuentes infidelidades de Carol, combinada con su renuncia a la corona, condujeron a la pareja al divorcio, sellado el 21 de junio de 1928 por el Tribunal Superior de Casación en Bucarest.
Según la decisión del Parlamento, la princesa Elena mantuvo su título de princesa de Rumania porque era la madre del rey. Un año antes, al morir Fernando, el pequeño príncipe Miguel se había visto catapultado al trono a la edad de seis años y su madre lo llevó de la mano hasta el Parlamento para presenciar su proclamación. En los siguientes años, mientras un consejo de Regencia gobernaba en nombre de Miguel I, la princesa Elena fue la persona que se encargó de su crecimiento y educación.

El 8 de junio de 1930, sin embargo, las cosas tomaron un giro negativo. El exiliado príncipe Carol reclamó desde el exilio su derecho al trono, al que había renunciado años antes, para volver a Rumania y destronar a su propio hijo. En un caso inédito en las monarquías modernas europeas, el padre arrebató la corona al hijo, quien se vio denigrado nuevamente al título de príncipe. En menos de un año, Elena fue obligada por Carol a exiliarse y condenada, por el mismo rey, a no volver a su hijo durante los siguientes ocho años. Según el diario británico The Times, desde entonces la vida de Elena “estuvo marcada por los extremos de la suerte y la desgracia”.
“Mi vida ha sido triste durante muchos años, y ahora me voy en la oscuridad”, lamentó ella. Instalada en Alemania, Elena acompañó a su madre en sus últimos momentos de vida hasta que murió en 1932. En Italia, la princesa compró Villa Esparta en Fiesole, que se convertiría en su residencia principal durante algunas décadas, y allí pasó los años que precedieron a su regreso a Rumania. Tras la abdicación de Carol II en 1940, después de un nefasto reinado de diez años en los que sumió al país en el caos, Miguel fue restituido en el trono y Elena recibió el título de «Reina Madre» (Regina Mama). En septiembre de ese año Elena regresó al país, asumiendo un papel esencial en la vida política y social del país y aconsejando a su hijo en tiempos difíciles.
Conmovidos por su dignidad, los rumanos le pidieron que retomara las riendas de los deberes reales, y algunos políticos pensaron en nombrarla regente, pero después de los traumáticos años, Elena solo quiso servir como la mano detrás del trono y asesora personal de su hijo. Según Ioan-Luca Vlad, en silencio, Elena “desempeñó un papel social activo, organizando colecciones, ayuda y asistencia médica durante la guerra y otros desastres, como el Gran Terremoto. El período de la Segunda Guerra Mundial es también uno en el que la Reina Madre Elena jugó un papel esencial en salvar las vidas de los conciudadanos de la religión judía, siendo posteriormente honrada con el título de ‘Justa entre las Naciones’”.

Según el Jewish Chronicle, “Elena influyó en el mariscal Antonescu, el dictador rumano, para mejorar las condiciones de los judíos que deportó al territorio ocupado por los soviéticos de Transnistria, en agosto y octubre de 1941. La ‘intervención real’ convenció al mariscal Antonescu de permitir el transporte de suministros médicos y dinero recaudado por otros judíos a los más de 100.000 judíos deportados a Transnistria”.
“Su papel durante los siguientes cinco años fue un mentor sabio y afectuoso para el Rey Miguel, pero su relativa alegría terminó cuando Carol regresó, tomó la Corona y la obligó a exiliarse nuevamente”, escribió el diario británico The Times al momento de su muerte. “[Después de 1945 ella estuvo] siempre con su hijo, apoyándolo durante muchas reuniones difíciles con líderes comunistas rusos y rumanos; ha demostrado devoción, determinación y equilibrio al más alto nivel”.
Durante los difíciles momentos finales del reinado de Miguel, Elena se mantuvo a su lado como protectora y consejera. Acompañó a su hijo el 30 de diciembre de 1947, cuando se vio obligado a firmar su abdicación bajo amenaza de muerte por los comunistas, y lo siguió al exilio. En los siguientes meses, Elena acompañó al rey en su periplo por el Reino Unido, Francia y los Estados Unidos, donde Miguel denunció la situación real en Rumania y el peligro soviético en toda Europa. Elena también viajó al Vaticano, para tratar de persuadir al Papa Pío XII para que bendijera el matrimonio ortodoxo del rey con la princesa católica Ana de Borbón-Parma, aunque sin éxito.

A partir de 1948, la reina madre regresó a Villa Esparta, que transformó en un oasis de paz, cultura y tranquilidad para su hijo, quien ese año se casó con la princesa Ana. Debido a dificultades financieras y a causa de su avanzada edad, Elena vendió su casa en Fiesole en 1979 y se mudó a un modesto departamento en Lausana, cerca de la residencia del rey Miguel y su familia. En los últimos años de su vida, se rodeó de un séquito cosmopolita, porque era una lingüista talentosa, con fluidez en seis idiomas, y siguió demostrando un interés constante en el arte, ya que era buena en dibujo y acuarela.
Elena murió en Lausanna el 28 de noviembre de 1982 a los 86 años, y fue sepultada en el cercano cementerio de Boix-de-Vaud. En una cruz sobre su tumba se leía la leyenda “Elena, Reina Madre de Rumania, Princesa de Grecia”. En su certificado de defunción, sin embargo, las autoridades suizas optaron por registrarla como “Helene Schleswig-Holstein” porque el gobierno griego no permitía la denominación de príncipes tras la caída de la monarquía.

El sacerdote de la Iglesia Ortodoxa Griega en Lausana, Eugen Ionesco, recordó en los funerales que «la reina siempre fue un ejemplo de dignidad y honor, incluso en los momentos más difíciles de nuestra historia” y a las ceremonias asistieron los exreyes de Grecia, el rey de Noruega, la exreina de Italia, la exemperatriz Farah de Irán y numerosos príncipes europeos. Desde los Estados Unidos, la anciana princesa Ileana de Rumania describió a su cuñada como “un ser humano maravilloso, grande y bueno, paciente y valiente”.
El diario suizo Illustrierte Neue Welt describió de esta forma el último adiós del hijo a la madre: “Con una mirada severa, el rey Miguel I se acercó a la tumba de mármol blanco en el cementerio Boix de Vaud en Lausana. Perdido en sus pensamientos, miró el ataúd de caoba de ladrillo rojo, vestido con el estandarte de la Casa Real de Rumania. De su abrigo negro sacó una pequeña caja plateada y abrió la tapa. En ella había tierra de su patria rumana. […] Compadecido, puso tierra de esta caja en el ataúd de la reina Elena”. Pronto sus restos reposarán uno junto al otro en Rumania.