La tumba de la reina Elisabeth Christine de Prusia sigue vacía 75 años después de su destrucción


Tras ser objetivo de las bombas de la Segunda Guerra Mundial, todavía nadie sabe dónde está el cuerpo de la esposa de Federico el Grande.

D.S. / S.C.

Amada por los súbditos y despreciada por su esposo, Federico el Grande, Elisabeth Christine de Brunswick-Bevern, no descansa en paz aún dos siglos después de su muerte y muchos se preguntan dónde está su cuerpo. Fue enterrada en la cripta de la dinastía Hohenzollern, bajo la Catedral de Berlín, pero cuando una bomba golpeó la cúpula del templo en la Segunda Guerra Mundial, y la incendió, también rompió el techo de la bóveda de la familia real prusiana. La cúpula envuelta en llamas enterró el ataúd de la reina debajo de ella y dado que sus restos habían sido enterrados en un sarcófago de madera, se puede suponer que sus huesos también ardieron. Cualquiera que entre hoy en la bóveda de los Hohenzollern, que conserva 94 sarcófagos y ataúdes de 500 años de historia, encontrará solo una lápida sin cuerpo: «La reina Elisabeth Christine: su ataúd fue destruido en la Segunda Guerra Mundial», según el testimonio de la historiadora Elizabeth Jane Timms, que visitó la catedral.

En 2017, al cumplirse 220 años del fallecimiento de la reina, después de que se abriera un ataúd número 93 (etiquetado como ‘Unbekannt’, ‘desconocido’ el alemán) con el objetivo de restaurar su decoración, la historiadora del arte de la Catedral de Berlín Birgit Walter, dijo: «Descubrimos que en el ataúd al que no podíamos ponerle nombre había un pequeño ataúd de zinc, del tipo en el que algunos de los huesos que se encontraban en el hollín se colocaron después del colapso de la catedral. Los otros huesos en ese momento podían asignarse en su mayor parte, pero el ataúd de la reina Elisabeth Christine estaba en el medio, directamente debajo de la cúpula hundida y fue completamente destruido. Por lo tanto, podría ser que se hayan encontrado huesos al azar que ya no se puedan identificar con un ataúd…” La historiadora estima que, tras el bombardeo, los trabajadores de la catedral pudieron haber reunido todos los huesos y colocado en distintos puntos de lo que quedaba de la cripta.

Elisabeth Christine de Brunswick
Destrucción de la cúpula en 1944.

Tras un tumultuoso romance con un miembro de la guardia real, Federico se convirtió en un soldado consumado, se interesó mucho por los asuntos administrativos del reino y se casó, obligado por su padre, con Elisabeth-Christine, para quien no sintió jamás «ni amistad ni amor», en sus propias palabras. “El príncipe no ocultó a los íntimos que no quería una esposa beata y boba y prodigó sarcasmos sobre la institución matrimonial que se le preparaba (…) En cuando Federico conoció el nombre de la mujer que se le destinaba, se dirigió a Grumbkow para oponer algunas salvedades al proyecto: resignándose mansamente, el galán solicitaba se diese a la futura esposa una educación brillante. ‘Prefiero -escribía- ser burlado o esclavizado por mi mujer, a casarme con una tonta que me irrite con sus sandeces, y a la que no pueda mostrar a las gentes sin sonrojarme’. Insinuó también el príncipe, que le complacería más casarse con la hija menos del duque de Bevern, ya que esta tenía algún talento. Su padre se obstinó en elegir a la hermana mayor. ‘La compadezco -comentaba Federico- ya que así habrá otra princesa desgraciada en el mundo’”.

La cripta Hohenzollern se encuentra bajo la Catedral de Berlín.
La cripta conserva 94 sarcófagos y ataúdes de 500 años de historia de la dinastía.

El día de la boda, celebrada el 12 de junio de 1733, el príncipe Federico simuló con tanta fidelidad el cariño, que el rey creyó que “los prometidos estaban muy enamorados”. El kronprinz sólo pasó una hora en el dormitorio de su mujer, el tiempo justo para consumar el matrimonio, y nunca volvió a tener intimidad con ella. Desde entonces, vivió alejado de su esposa, en Rheinsberg, a unos 100 kilómetros de Berlín, donde, rodeado por una sociedad de intelectuales, estudió historia, arte militar, filosofía y se relajó componiendo sonatas para flautas y versos en francés. Organiza conciertos y obras de teatro, mantuvo una estrecha correspondencia con Voltaire, del que se convirtió en un apasionado admirador, y solo vio a su esposa en grandes ocasiones oficiales. Su coronación como rey de Prusia en 1740 no cambió la actitud de Federico hacia su esposa, que era oficialmente la reina, y no le permitiría irse del país. En 1763, cuando Federico vio a su esposa después de seis años, sólo comentó: «La señora se ha puesto gorda».