Abusos, violencia y pobreza: la hija del ‘Napoleón africano’ habla por primera vez de su infancia


Marie-France Bokassa, hija del antiguo emperador de África Central, habla de una niñez difícil y de las secuelas que dejó en su vida. «Perdoné al hombre, pero no al tirano», dice.

D.S.

Cuatro décadas después del reinado del «Napoleón centroafricano», Jean-Bedel-Bokassa, sus palacios ruinosos y sus villas imperiales abandonadas, mientras el país se encuentra entre los más pobres del mundo, plagado de corrupción y guerra civil. El tirano que pretendió convertir a la República Centroafricana en un imperio absolutista fue coronado en 1977 y derrocado dos años después, con el país en ruinas y bajo serias acusaciones de represión, torturas, asesinatos y hasta canibalismo.

Ahora, Marie-France Bokassa, una de los 39 hijos que tuvo Bokassa con sus 17 esposas oficiales, publicará un libro, Au château de l’ogre, en el que relata su vida: «He sido un insomne por treinta años», contó en una entrevista. «Incluso hoy, todos estos momentos se vuelven en mi cabeza y por eso hice este libro, para separarme de él. Mi padre no es alguien a quien odio. No estoy aquí para defenderlo. Lo amo pero lo culpo». En una entrevista televisiva con la cadena France24, este año Marie-France reconoció, pese al enojo de su propia familia, que su padre fue un verdadero dictador: «Perdoné al hombre, pero no al tirano», dijo.

Marie-France era hija de una mujer de origen taiwainés que fue repudiada por Bokassa y enviada de regreso a Taiwán, donde se convirtió en monja. La chica y su hermana, Marie-Alice, no volvieron a ver jamás a su madre. «Mi padre me había dicho que ella me había abandonado», contó la ‘princesa centroafricana’. «Era mentira, por supuesto, él la había expulsado. Ella es una monja hoy. Todavía no me he atrevido a contactarla». Bokassa -que fue presidente centroafricano antes de coronarse emperador- envió a las dos princesas al castillo de Hardricourt, construido el siglo XVIII en Yvelines, Francia, donde él mismo se refugiaría cuatro años después de ser derrocado, en 1983.

Entrevistada por el diario francés Liberation, ella recordó el castillo como «una prisión enorme». «Las ventanas en la planta baja estaban alineadas con grandes rejas negras de hierro, las puertas delanteras estaban cerradas», recordó. «La gente se imagina que teníamos una vida real en Hardricourt, cuando nunca vi a un criado, el edificio se estaba congelando y comíamos arroz con cada comida». Cuando el dictador murió, las autoridades que intentaron vender el castillo encontraron 39 herederos, algunos de los cuales se convirtieron en activistas políticos mientras otros terminaron sus vidas como vagabundos o delincuentes.

Marie-France Bokassa, que tenía dos años de vida cuando su padre se autocoronó en una payasesca ceremonia en Bangui, todavía vive en Francia y ahora decidió contar su historia en un libro en el que relata la crueldad y la violencia con la que los trataba su padre, y las necesidades materiales que pasaron pese a que el emperador había llenado sus arcas de oro y diamantes. «Desarrollé un instinto de protección contra la dictadura familiar, sentía que mi deber era proteger a mis hermanos para que no les faltara de nada», contó en una entrevista concedida a un sitio web. «En realidad, todavía hoy, aunque mis hermanos más cercanos no hayan aceptado mi libro, deben saber que elegí abrirme a los medios de comunicación para protegerlos a todos».

Según relata Marie-France, ella y sus hermanos se alimentaban de arroz y vivían sometidos a una disciplina militarista controlada por un padre alcohólico, que los azotaba con el cinturón o el látigo. «Sus hijos eran todo lo que él tenía a mano. Nosotros éramos sus soldados, dice ella. Éramos su personal, teníamos que orar por él durante horas, llevarlo a su cama, desvestirlo, escucharlo contar sus historias». «¡Solo eres un bastardo!», le gritaba Bokassa a sus hijos. «Creo que nos quería mucho, pero a su manera», contó Marie-France a Europe1. «No estaba deprimido, pero estuvo muy marcado por las muchas guerras que luchó».

«Siempre lo quise y lo acepté como era. Aunque encontrara injustas sus decisiones hacia nosotros y fuera muy violento», relató Marie-France. «El miedo desapareció cuando abandoné el castillo. Lo único que me da miedo soy yo misma, porque hace unos años traté de poner fin a mi vida, dos veces, y gracias a la ayuda de mi psicóloga salí adelante. Durante años acumulé una gran fatiga, padecía insomnio crónico. Pero no podía contárselo a nadie».

Años más tarde, Marie-France Bokassa decidió visitar a su padre mientras cumplía su condena de prisión bajo arresto domiciliario en Bangui, donde en los años 80 fue juzgado y condenado, pero jamás puso un pie en la cárcel. «Tan pronto como tuve la mayoría, tuve la necesidad de volver a verlo. Esperaba encontrar un padre cansado, pero finalmente, nada había cambiado, era peor o igual que antes».

Marie-France fue la rebelde de todos los hijos del emperador Bokassa. Al principio, sus hermanos y hermanas se opusieron a la publicación de su libro: «Entre los africanos, no se hace eso. No laves tu ropa sucia en público», le dijeron. En el Capítulo 20, titulado Inocencia Despreciada, Marie-France acusa a uno de los hermanastros de violencia sexual. «En Hardricourt nunca hubo severos castigos», dijo Jean-Barthélémy Bokassa, nieto del dictador nacido el mismo año que Marie-France. «Su libro es un residuo de mentiras, un insulto a la única persona que siempre la ha cuidado: un padre amoroso».

“Ahora, mi relación con la familia se ha cortado y solo veo a mi hermana Marie-Alice”, relata Marie-France. “Pero necesitaba contar mi infancia sin hacer trampas. Solo he disimulado una parte de los malos tratos más duros para no atentar contra la intimidad del resto de mis hermanos”. «Ella es una luchadora», dice Philippe Pons , un amigo que la ayudó a escribir. El ex alcalde de Hardricourt, Guy Poirier, elogia la «capacidad superadora» de Marie-France: «Estaba en una situación de precariedad, pero siempre determinada. Ella es una mujer con los pies en la tierra, amigable, en la que tengo plena confianza».