Los reyes Alberto y Paola de Bélgica cumplen 60 años de un amor a prueba de tormentas


Seis décadas después de una boda esplendorosa, los exreyes intentan superar una crisis con el reclamo de la artista Delphine Boel por ser reconocida como hija extramatrimonial de Alberto.

El 2 de julio de 1959, exactamente hace 60 años, el príncipe Alberto de Bélgica se casó en Bruselas con una hermosa aristócrata italiana, que sería en el futuro la reina Paola de Bélgica. Con el sol escondido entre las nubes y una lluvia que arreció la capital belga, el príncipe y su rubia novia se casaron en una ceremonia doble: civil, en el Ayuntamiento de Bruselas, y católica, en la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula. Seis décadas después no se planean festejos por el que es el matrimonio más extenso de la familia real belga, y que ahora intenta superar una crisis con el reclamo de la artista Delphine Boel por ser reconocida como hija extramatrimonial de Alberto.

A sus 85 y 82 años, respectivamente, Alberto y Paola ya no son lo que eran hace 60 años, y llevan una vida retirada, aquejada por varios problemas de salud: ella sufrió un ACV en 2017 que la obligó a casi desaparecer de la vida pública. Cuando se casaron eran dos jóvenes hermosos y saludables, populares entre los belgas y asesiados por los incipientes medios “del corazón” de Europa. Nacida en 1937 en Fonte di Marmi, una estación balnearia de Italia donde su familia pasaba los veranos, fue bautizada con los nombres de Paola Margherita Giuseppina Maria Clánsiglia. Era la hija de la condesa de sangre belga Luisa Dei Conti Gazelli di Rossana e di San Sebastiano y de don Fulco príncipe de Ruffo, di Calabria, duque de Guardia Lombarda y conde de Sinopoli.

Paola una joven rubia de belleza perfecta, y muchos opinaron que bien hubiera podido hacer carrera como modelo o como estrella de cine. Pero al decir de los italianos, la boda con Alberto, príncipe de Lieja, fue obra de su hermano Antonello, el hombre de negocios de la familia, que quería dar un destino más alto al mejor capital de los Ruffo. Se conocieron gracias a una invitación de la embajada belga a una recepción en honor de Alberto de Lieja ofrecida en los días de la coronación de Juan XXIII como nuevo Papa. Tras sortear un vendaval de críticas por su intención de casarse en Roma, la ciudad donde se habían conocido, Alberto y Paola decidieron casarse en Bruselas, la primera boda real en territorio belga después de la de los padres del novio, Leopoldo III y Astrid de Suecia, en 1926.

La boda civil, el 2 de julio por la mañana, se celebró en una ceremonia en francés y flamenco en el Salón Imperio del Palacio Real ante, varios centenares de invitados. Entre ellos había dos reyes, el reinante Balduino (hermano mayor de Alberto, y todavía soltero) y el rey Leopoldo III (padre de Alberto, que había abdicado ocho años antes). Estaban además la madrastra del novio, la princesa Liliana, y la reina Isabel, abuela de Balduino y Alberto, viuda del rey Alberto I y antigua heroína de la Primera Guerra Mundial. La princesa Paola vestía un traje de satén blanco, muy simple de corte, con una cola de cinco metros, y un velo de encaje dé Bruselas, perteneciente a su abuela paterna, y que también había utilizado su madre en su boda con el príncipe Ruffo di Calabria. Alberto, primero en la línea sucesoria, llevaba uniforme de la Armada, con el gran cordón de la Orden de Leopoldo.

Después de la lectura del acta matrimonial en francés y en flamenco, la novia primero y el novio después, respondieron a las habituales preguntas ante el alcalde de Bruselas, Korregmans y firmaron en el acta matrimonial, que fue igualmente firmada por el principe Juan de Luxemburgo, cuñado del príncipe Alberto, y el príncipe Carl Bernardotte de Suecia, tío suyo, como testigos de éste, y por el príncipe Francesco Ruddo di Calabria, tío de Paola, y su cuñado el marqués de San Germano, como testigos de la novia. En un breve discurso, el alcalde de Bruselas dijo a los contrayentes que “todos los alcaldes se sentían felices porque su boda celebra en territorio nacional”.

Unos 2.500 soldados, 1.000 policías y 51 salvas de cañón escoltaron a los príncipes del palacio a la Catedral de Bruselas, donde serían casados por el cardenal Van Roey, primado de Bélgica, ante cientos de invitados de todo el mundo y con miles de espectadores en las calles y avenidas principales de la ciudad. Nunca una boda real había suscitado tanta emoción en Bélgica y se trataba, además, del primer casamiento de la familia real que era transmitido por radio y televisión. Junto a los belgas aparecían miles de italianos llevando banderas de su país. En el curso de la ceremonia, fue leído un mensaje del Papa Juan XXIII, gracias al cual, indirectamente, los novios se conocieron.

¿Y ahora?

Pasaron muchas cosas entre 1959 y 2019, entre ellos un reinado de veinte años de duración de Alberto II y Paola, elogiado como uno de los más prósperos y estables de la historia belga. La corte que conoció Paola hace 60 años había quedado paralizada en el tiempo. Era un «convento» lleno de hombres vestidos de gris, regido por un protocolo envarado y animado por una religiosidad excesiva. El fantasma de la muerte de la reina Astrid, trágicamente desaparecida a los 29 años durante un accidente de tránsito, sobrevolaba en el ánimo de todos, y la aparición de una cuñada también latina, la española Fabiola de Mora y Aragón, justo un año de la boda, no mejoró las cosas para la «dolce Paola».

El contraste entre las dos cuñadas no podía ser mayor: Fabiola tenía una vestimenta recatada, Paola prefería las minifaldas; la primera prefería rezar, la segunda prefería bailar hasta el amanecer; la española, católica tradicional, la italiana fue expulsada del Vaticano por usar minifalda; la esposa de Balduino, estricta, convencional, apegada al protocolo, la esposa de Alberto, adicta al rock y las fiestas. A los cuatro años de casada, las cosas no andaban bien para Paola. Sólo aparecía en los actos donde su presencia era imprescindible, se la veía bostezar en los actos aburridos y siempre tenía sueño. Su popularidad empezó a erosionarse y tanto ella como Alberto prefirieron frecuentar otras personas. Según La Libre Belgique, diario conservador y católico escribió que todas las anteriores circunstancias «convirtieron en difícil de vivir su destino de princesa, llegando a perjudicar incluso al equilibrio de la pareja principesca».

El cantante italo-belga de expresión francesa Adamo, autor de los bailables más hot de los años 70, le dedicó una canción, lo que dio pie a algunas especulaciones: «Dolce Paola», con el consiguiente escándalo, ya que los paparazzi los fotografiaron juntos, abrazados, caminando por una playa. Mientras tanto, Alberto mantuvo un efusivo romance con la esposa de un riquísimo empresario, la baronesa Sybille de Sélys-Longchamps, durante 18 años. Según esta aristócrata, Alberto y Paola estuvieron dos veces al borde del divorcio, pero la marcha atrás de la baronesa frenó el último intento, 15 días antes del anuncio oficial.

El primer intento se produjo en 1969, apenas tres años después de que el exmonarca conociera a Sybille de Sélys. Alberto, ya casado aunque aún sin estar al frente del trono, comunicó a su hermano Balduino, su intención de emprender una nueva vida con Sybille. Aunque al principio se mostró reacio, Balduino acabó asimilando la idea y organizó todo un proceso legal para aclarar las condiciones del divorcio. La principal era que un príncipe divorciado perdería su derecho al trono y la sucesión pasaría a Felipe (actual rey), el queridísimo sobrino y heredero de Balduino y Fabiola. El rey pidió a su hermano posponer la separación hasta que su hijo Felipe alcanzara la mayoría de edad.

Cuando Sybille estaba a punto de convertirse en la segunda esposa de Alberto, no soportó más la situación y comunicó a su amante que se iría de Bélgica con su hija Délphine, presunta hija de ambos. «Delphine es una hija del amor (…) Es lo que le dije cuando le conté la verdad a sus 17 años», dijo la baronesa en una entrevista televisiva. Ante la idea de perderla, Alberto solicitó de nuevo el divorcio, pero 15 días antes del anuncio oficial Sybille se arrepintió. El motivo, según su propio relato, fue la condición que se impuso a Alberto respecto a la relación con sus hijos: podría mantenerla, pero nunca en presencia de la baronesa, que temió quedar retratada como la mala en esta historia.

En 1999 la historia de Délphine salió a la luz en una biografía de Paola, quien seis años antes, tras la muerte del rey Balduino, se había convertido en reina, como esposa de Alberto II. El libro revelaba detalles de los turbulentos años 60, con un matrimonio roto, unos hijos -Felipe, Astrid y Laurent- completamente abandonados por su madre, una amante oficial, planes de divorcio e hijos ilegítimos. Délphine llevó a Alberto ante los tribunales de Justicia, que en principio no le dieron la razón. Desde los años 80, no había nubes de tormenta sobre el chateau de Belvedere, residencia de Alberto y Paola. Se dice que fue la santa ayuda de la reina Fabiola lo que ayudó a la pareja a alcanzar la estabilidad y recuperar su apasionado amor. Para cuando llegaron al trono -y todavía hoy, 24 años después- Alberto II y Paola se presentan como una pareja de ancianos enamorados incomparable en la realeza europea. En 2013, con lágrimas y un nudo en la garganta, Alberto II cedió el trono a su hijo y dijo «Gracias… ¡Y un beso grande!» a que ha sido durante los últimos 60 años el amor de su vida, la dolce Paola.


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