Cazadores de tesoros dicen estar a las puertas de la ‘Cámara de Ámbar’ de los zares rusos


Esta obra maestra era el orgullo de casa de los Romanov. Desapareció durante la Segunda Guerra Mundial y todavía se desconoce su paradero.

S.C.

Un grupo de cazadores de tesoros cree que están un paso más cerca de encontrar la mítica “Cámara de Ámbar”, que hoy podría valer 320 millones de dólares, robada a Rusia por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. La majestuosa habitación fue construida para el zar ruso Pedro el Grande en la década de 1700 y estaba llena de joyas preciosas, oro y ámbar antes de ser saqueada por los nazis en 1941. Sin embargo, su contenido desapareció al final de la Segunda Guerra Mundial y durante décadas los cazadores de tesoros la han buscado en toda Europa sin ninguna suerte.

Ahora, un grupo de cazadores cree haber encontrado cerca de la ciudad de Wegorzewo, en el noreste de Polonia, una entrada oculta a un búnker secreto del nazismo que podría esconder el tesoro imperial. Bartlomiej Plebanczyk, del museo Mamerki Bunker, dijo: «Podemos decir categóricamente que hemos logrado un gran avance en la búsqueda. Gracias al uso de un geo-radar profesional, pudimos determinar la ubicación de un túnel subterráneo. Después de desenterrar el lugar indicado por el dispositivo, en realidad encontramos una escotilla, que casi seguramente no se ha abierto desde la guerra». «Han pasado varias docenas de años desde que se enterró la entrada. Desde ese momento en la puerta original creció un árbol y hasta que no se corte no hay posibilidad física de abrir la entrada. La presencia de un baúl demuestra que nadie ha abierto el pozo en las últimas décadas», agregó Plebanczyk.

Los cazadores de tesoros necesitarán el permiso del gobierno polaco antes de que puedan comenzar a excavar, pero son optimistas de que se les entregará a fines de este mes. El área de su búsqueda solía ser la sede oriental del Ejército alemán y estaba cerca de la primera sede militar del Frente Oriental de Hitler, la infame Wolf’s Lair. Durante muchas décadas se dijo que ese búnker era el refugio de todos los tesoros saqueados por Hitler alrededor de toda Europa, incluida la Cámara de Ámbar.

Los nazis robaron los artículos de la majestuosa habitación imperial durante la invasión de la Unión Soviética en 1941. Cuando llegaron al Palacio Blanco de Catalina la Grande, cerca de San Petersburgo, llevaron los preciados contenidos al Castillo de Koienigberg, en lo que entonces era Prusia Oriental, que se encuentra a solo dos horas del búnker. Los contenidos desaparecieron en enero de 1945 después de ataques aéreos y un asalto a la ciudad. Hoy, mientras algunos afirman que la Sala de Ambar fue destruida por las bombas, otros sugieren que los nazis lo pusieron a salvo.

El amor de Pedro el Grande, que reinó entre 1682 y 1721, por las curiosidades era bien conocido. Su colección de objetos raros está reunida en el museo de Kuntskámera, que todavía hoy se puede visitar en San Petersburgo. En aquella época cualquier monarca europeo que quisiera complacer al zar le hacía un regalo original, y eso fue precisamente lo que hizo Federico Guillermo I de Prusia para ganarse el favor de Pedro. En 1716 le regaló al emperador ruso una habitación diseñada por los mejores arquitectos y escultores barrocos de Prusia, decorada con oro y ámbar. Se trata de la famosa Cámara de Ámbar, que posteriormente vino a llamarse la octava maravilla del mundo, debido a su gran belleza.

Los descendientes de Pedro renovaron la sala significativamente y la ampliaron. La magnífica sala se convirtió en una muestra de su prosperidad. A finales del siglo XVIII se transformó en una impresionante sala de más de 100 metros cuadrados, cubierta con seis toneladas de ámbar, decorada con pan de oro y piedras semipreciosas. Los historiadores y los joyeros todavía discuten sobre el precio aproximado de la sala, entre 142.000 millones hasta más de 500.000 millones dólares. Catalina II (que reinó entre 1762 y 1796) colocó la sala en su residencia de verano, situado en Tsárkoye Seló. A pesar de pequeñas restauraciones esta obra de arte única estuvo en el palacio de Catalina hasta 1941. Irónicamente se planeaba una restauración para el año siguiente, que nunca llegó a producirse.

Según Alfred Rohde, historiador del arte alemán que supervisó la colección del Castillo de Königsberg entre 1926 y 1945, Alemania se ocupó de cuidar bien la Cámara de Ámbar. Creyendo que el regalo prusiano les pertenecía, los soldados nazis empaquetaron los paneles de ámbar en 27 cajas y los enviaron a Alemania. El experto afirma que el botín sobrevivió a los fuertes bombardeos de 1944, cuando casi todo el centro de la ciudad fue destruido. Los mandos desmantelaron la sala y la pusieron en los sótanos del castillo. Aunque cuando las tropas soviéticas liberaron la ciudad en abril de 1945 no encontraron nada. La Cámara de Ámbar había desaparecido y una de las versiones más comunes supone que Rohde mintió y que la obra maestra se incendió durante los severos combates. Según otra versión, la habitación sigue enterrada en algún lugar bajo el castillo, demolido por los soviéticos en 1969. Los expertos creen que si es así, lo más probable es que haya desaparecido, ya que el ámbar necesita una temperatura determinada para mantenerse y, si sigue bajo tierra, lo más probable es que se haya deteriorado.

LA SALA DE AMBAR. Fue un regalo del rey Federico Guillermo I de Prusia al zar ruso Pedro el Grande en 1716. Estaba compuesto por seis toneladas de resina ámbar y tardó 10 años en completarse y los paneles fueron construidos con más de 100.000 piezas de ámbar que se encastraban perfectamente como un rompecabezas. En 1755, se trasladó al Palacio de Catalina, 17 millas al sur de San Petersburgo. En 1941, los nazis rodearon la ciudad, que fue conocida como Leningrado durante la era soviética y saquearon la habitación y tomaron los preciosos contenidos de la ciudad prusiana del Castillo Koenigsberg. Los tesoros de la sala no se han visto desde 1945, aunque hubo piezas originales que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. En el año 2000 Alemania devolvió a Rusia dos piezas de decoración: un mosaico florentino y una cómoda rococó.