“We are amused!”: la imagen de una reina Victoria depresiva es solo una leyenda


Tradicionalmente representada como una monarca enlutada y sumergida en su drama personal, la reina tenía un humor picaresco y sabía disfrutar de la sinceridad humana.

Por Darío Silva D’Andrea

La reina Victoria de Gran Bretaña es usualmente representada como una monarca vestida de negro cuyo reinado estuvo marcado por la muerte dramática de su esposo, el príncipe Alberto, en 1861. La monarca ha sido juzgada injustamente por su comentario “We are not amused” («No nos divierte»), lo que llevó a muchos a creer que no tenía sentido del humor. Mientras que el segundo soberano británico de mayor servicio continuó vistiendo de negro por el resto de su vida para honrar a su esposo, la autora real Julia Baird admitió que Victoria poseía un «malvado sentido del humor». La autora real Helen Rappaport, por su parte, reveló que su pasión por las bromas «atrevidas» puede haber ayudado a Victoria a recuperar la sonrisa.

Baird le contó al diario británico Express que la monarca, de quien este 24 de mayo se cumplen 200 años de su nacimiento, disfrutaba usar el humor “picante” para molestar a los miembros de su familia, incluida su segunda hija, la princesa Alicia, que poseían un temple más aristocrático y acartonado. “Es divertido saber que cuando la hija de Victoria, Alicia, se convirtió en madre y decidió amamantar a sus hijos, de repente, una novilla en la lechería de Windsor se llamaba Alicia. Victoria era muy crítica de sus hijos, pero también tenía un sentido del humor muy malvado”. La autora afirmó que la monarca no aprobaba la lactancia materna ya que consideraba el gesto “repugnante y bastante animal”. “¡No soy una vaca!” habría dicho a sus médicos después de que le recomendaran dar el pecho a sus bebés.

Se sabe que la reina Victoria tuvo frecuentemente una relación desafiante con los nueve hijos que tuvo con el príncipe consorte, un problema que puede haber sido influenciado por su lucha con la maternidad en los primeros años de su matrimonio. “Incluso hoy en día, la familia real, que administra los archivos reales, prefiere no investigar este período de la vida de Victoria”, dijo Baird. La autora Helen Rappaport, por su parte, que revela datos inesperado de la relación entre la reina y el príncipe consorte en su libro Magnificient Obsession, también resalta la faceta humorística de la monarca cuyo imperio se extendió por todos los rincones del planeta.

Rappaport dice que la reina recuperó lentamente “su capacidad de sonreír” gracias a su pasión por las “bromas graciosas” y los chismes: “Creo que debemos disipar esta idea de que ella era esta mujer triste y de negro. De acuerdo, siguió vistiendo de negro, pero volvió a sonreír, ella se echó a reír. En realidad, en privado, la reina disfrutó las bromas. Tenía sentido del humor. Le encantaban los chistes, adoraba los chismes y las bromas arriesgadas”. La experta también sugirió que las raíces alemanas de la reina (su madre, su abuela y sus bisabuelos eran alemanes) podrían haberla ayudado a desarrollar su lado pícaro. “Ella era, por nacimiento, una Hannoveriana, por lo que había bajo la superficie una naturaleza bastante fuerte, apasionada y sexual. Ella no era del todo mojigata, pero Alberto sí. Victoria estaba aterrorizada por el escándalo sexual, pero esta sensación de estrechez y prudencia victoriana proviene de Alberto”.

El lado más apasionado de la reina está bien documentado en sus cartas y diarios personales, en los que ella grabó minuciosamente su relación intensa y apasionada con su esposo a lo largo de su matrimonio. Escribiendo después de la noche de bodas, Victoria dijo: “Fue una experiencia gratificante y desconcertante. Nunca, nunca pasé una noche así. Su amor y afecto excesivos me dieron sentimientos de amor y felicidad celestiales. Él me abrazó y nos besamos una y otra vez”. Tras la muerte de su amado consorte a los 42 años, la reina se retiró de la vida pública durante un largo período de luto y sus nueve hijos tuvieron que rogarle para que reanudara sus deberes oficiales.

Pero mientras la reina lamentaba el fallecimiento de Alberto, varios documentos sugieren que la reina recuperó su humor lentamente. El médico residente en el castillo de Windsor, sir John Reid, presenció una impactante interacción entre la soberana y su ayudante escocés John Brown mientras caminaba por la residencia en 1883. Se dice que vio cómo Brown, de 56 años, levantaba su falda escocesa diciendo: “Oh, ¿está aquí?” Y la reina, entonces una viuda de 64 años, respondió levantándose la falda y diciendo: “No, está aquí”. Tras la muerte de Alberto, Victoria se aferró a John Brown, antiguo caballerizo de su esposo. La amistad se hizo tan fuerte que comenzaron a dormir en habitaciones contiguas, y las hijas de la reina comenzaron a bromear diciendo que el lacayo barbudo era “el amante de mamá”. Los rumores del momento llegaron incluso a sugerir que se habían casado en una ceremonia privada dirigida por un capellán real.

“Espontáneo y servicial, atento pero franco en el trato, la familiaridad que manifestaba en su trato con la soberana fue, de inmediato, la comidilla cortesana”, contó la historiadora Pilar Queralt del Hierro. “De hecho, su trato desenfadado y despojado de protocolo ya le había ganado el afecto del príncipe Alberto, quien apreciaba el sentido del humor y los conocimientos de caza y pesca de Brown. Victoria, además, compartía con su caballerizo el gusto por la vida al aire libre y las cabalgatas que, tras la muerte de su esposo, se convirtieron en su mejor terapia”.

Brown podía retarla y hasta atreverse a darle una orden y solo él estaba autorizado a entrar en los aposentos de la reina sin llamar a la puerta o referirse a ella llamándola “wumman” (mujer). Cuando ella le preguntaba si estaba gorda, él le respondía sin reparos “creo que sí”, una sinceridad que la reina agradecía. Uno de los más importantes biógrafos de la reina, Lytton Strachey, relata cómo John Brown se encargó de la ingrata tarea de hacer que Victoria volviera a sonreír: “A Victoria le gustaba su fuerza, su solidez y la sensación de seguridad física que le proporcionaba; le agradaba incluso su aspecto rudo y la tosquedad de su lenguaje. Permitía que la tratara con una familiaridad inconcebible en cualquier otra persona. Imponerse a la reina, mandarla de acá para allá, reprenderla, ¿quién podía atreverse a semejantes osadías? Sin embargo, cuando John Brown la trataba así, parecía que Victoria disfrutaba de verdad. Semejante excentricidad resultaba increíble; pero, después de todo, no parece tan insólito que una autocrática reina viuda permita que algún criado de confianza adopte hacia ella una actitud autoritaria rigurosamente prohibida a familiares o amigos”.

“WE ARE NOT AMUSED”. “El comentario de ‘we are not amused’ (“no nos divierte”) se produjo cuando su descarriada hija Luisa mantenía una aventura con el cortesano Sir Arthur Bigge”, escribe el biógrafo real Andrew Norman Wilson en la revista Culture. “A Bigge le gustaba contar chistes picantes. Estaba haciendo esto una tarde y avergonzando a todos los presentes, hombres y mujeres, y la reina le respondió: ‘Sir Arthur, no nos estamos divirtiendo’”. Según Wilson, los hijos de la reina contrataron a dos figuras del Establishment británico, Lord Esher y A.C. Benson, para editar cartas, documentos privados y diarios de Victoria tras su muerte, ansiosos por borrar todo rastro de humanidad de su memoria.

Según Wilson: “Pusieron la anécdota del ‘No nos divierte’ para sugerir que no tenía sentido del humor. Sin embargo, Victoria era una persona con un gran sentido del humor: en una de las pocas imágenes de ella que sobrevivieron, conducida en un landau abierto en 1897, durante el jubileo de diamantes, se la ve riendo mucho”. La monarca negó haber pronunciado esa frase que la caracteriza actualmente. Su nieta, la princesa Alicia, condesa de Athlone, una vez tuvo el descaro de averiguarlo: “Sabes, estoy muy decepcionada. Yo le pregunté”, contó a un entrevistador de televisión en 1976, “¡y nunca lo dijo!”.


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