Princesa en la Era Shōwa y emperatriz en la Era Heisei, la hija de un industrial no fue bien recibida en la encorsetada corte imperial.
El 8 de agosto de 2016 el emperador Akihito de Japón anunció su intención de abdicar al trono. En la grabación del mensaje de vídeo dirigido a la ciudadanía la emperatriz Michiko acompañó a su marido guardando silencio. La consorte, que cumplió 82 años en octubre del mismo año, respondió a las preguntas la prensa en el Palacio Imperial con un escrito que incluía el siguiente fragmento: “Al leer las palabras ‘abdicación al trono’ en grandes letras cubriendo las portadas de los periódicos sentí una gran conmoción. Quizá porque nunca antes me había encontrado con tal expresión por escrito, ni siquiera en los libros de historia, junto con la sorpresa me sobrevino un instante de dolor. Tal vez reaccioné con demasiada sensibilidad”. Princesa en la Era Shōwa y emperatriz en la actual era Heisei, Michiko fue la primera consorte plebeya de una historia dos veces milenaria, pero acompañó a su esposo mostrando siempre un gran vigor en la ejecución de las ceremonias rituales de la corte imperial y en sus obligaciones oficiales dentro y fuera de Japón. Aunque ahora goza del respeto y la admiración del pueblo, el suyo no ha sido siempre un camino de rosas.


El pasado 10 de abril, Akihito y Michiko celebraron sus 60 años de matrimonio, veinte días antes de su abdicación. Formado en un ambiente totalmente distinto al que vivió su padre, el emperador cuasidivino Hirohito a primeros de siglo XX, el joven príncipe Akihito mostró su inclinación por modernizar la rígida estructura imperial al no renunciar a sus sentimientos, que, en contra de la tradición, se inclinaron por el amor a la plebeya Michiko Shoda, hija de un millonario fabricante de harinas y salsas de soja, a quien conoció jugando al tenis en Kuraizawa, en los denominados “Alpes japoneses”. Treinta años después de su boda, Michiko se convertiría en la primera emperatriz consorte sin sangre azul.
Michiko era la hija de un adinerado industrial sin lazos con la familia imperial o de la segunda aristocracia, aunque era difícil caracterizar a la familia Shoda como “gente normal” cuando encabezaban un importante imperio empresarial. Más de uno entre los centenares de doctos burócratas que velaban por el mantenimiento de las tradiciones de la casa imperial vio con muchas reservas que una plebeya -y además cristiana- hubiese tenido la osadía de convertirse en miembro de la dinastía, cuyo emperador hacía poco más de una década había renunciado a una divinidad que consideraban, hasta entonces, indiscutible. Sin embargo, Akihito no encontró grandes opositores además de su madre, la implacable emperatriz Nagako. Por aquel entonces, los medios de comunicación concentraron sus esfuerzos en elaborar programas especiales sobre su persona, y muchas mujeres japonesas albergaban esperanzas de futuro en la belleza e inteligencia de la emperatriz. De repente, la “princesa plebeya” se convirtió en una estrella japonesa.


La ceremonia nupcial sintoísta se celebró el 10 de abril de 1959 en el Kashikodokoro, el templo más importante de los tres que hay en el Palacio Imperial de Tokio, y duró apenas 15 minutos. La futura princesa lució un kimono de 17 kilos de piso con significancias milenarias: su peso simbolizaba el peso de la corona que un día llevaría con tanto esfuerzo. Los futuros esposos entraron por separado, primero él y luego ella, al pequeño santuario dedicado a Amaterasu O-mikami, la diosa del Sol y guardiana imperial. Allí, el príncipe pronunció una promesa y tras leer una pequeña plegaria sintoísta, ambos bebieron tres veces sake, el licor tradicional japonés elaborado con arroz, en presencia de un sacerdote shinto.
Michiko se convirtió así en la primera princesa de sangre plebeya de la milenaria historia nipona y fue madre tres hijos: Naruhito (nacido en 1960), segundo en la línea de sucesión; Fumihito (1965) y la princesa Sayako (1969), que adquirieron los títulos, a modo de tratamientos alternativos en la edad infantil, de príncipe Hiro, príncipe Aya y princesa Hiro. Los niños fueron criados sin intermediarios por Michiko, quien los amamantó y, cuando crecieron, preparaba la comida para su familia en una cocina que hizo instalar en el Palacio Togu. Esta sencillez le valió pronto la oposición de la corte y de su suegra, la emperatriz Nagako, que instruyó a sus sirvientes para que espiaran y la informaran sobre todos los pasos de su nuera. Aunque hoy es apenas una sombra de lo que fue, Michiko logró que los japoneses de a pie la admiraran por intentar imprimir una imagen más humana a la monarquía.
La emperatriz que perdió el habla


El camino, sin embargo, no fue sencillo. Como primera princesa de origen plebeyo de la historia de Japón, Michiko tuvo que lidiar con un continuo de dificultades desde los inicios de su matrimonio. Según el diario de Irie Sukemasa, que sirvió como chambelán al emperador Hirohito durante medio siglo, la emperatriz Nagako estuvo totalmente disconforme con el matrimonio desigual de su hijo desde el principio. Pocos meses antes de la boda, el 11 de octubre de 1958, Irie había escrito en el diario lo siguiente: “La emperatriz ha convocado a Setsuko [princesa Chichibu] y a Kikuko [princesa Takamatsu] para hablar sobre la futura esposa del príncipe heredero, y ha declarado que su matrimonio con una plebeya es una deshonra”. Una década después, los problemas de Michiko con su suegra se prolongaban y la prensa informaba de una guerra fría entre las dos mujeres. El 13 de noviembre de 1967, Irie cuenta que Michiko le confesó sus inquietudes: “Audiencia con la princesa durante más de dos horas, de las 3:30 a las 5:40 (…) Terminó preguntándome qué opinaba la Emperatriz de ella realmente y si tenía algo en su contra aparte del hecho de que fuera plebeya. Respondí a sus preguntas y me retiré”.
La muerte del emperador Hirohito en 1989 y el ascenso al trono del emperador Akihito no hizo más que profundizar la presión en la que se veía sometida Michiko. El 20 de octubre de 1993, el día en que Michiko -ya convertida en emperatriz consorte- cumplió 59 años, sufrió un desmayo, justo cuando los periódicos japoneses se hacían eco de una noticia sobre la tala de árboles del jardín imperial de Fukiage Gyōen para la construcción de una nueva residencia imperial, con titulares como: “El bosque del Palacio que el emperador Shōwa adoraba será totalmente arrasado por deseo de la Emperatriz Michiko”. “Al enterarme de la crisis de salud de la Emperatriz, lo primero que me vino a la mente fue el linchamiento mediático que estaba sufriendo”, escribió la académica japonesa Watanabe Midori.


La emperatriz reaccionó a la noticia de un modo inaudito, respondiendo por escrito a las preguntas de la prensa: “Creo que debo prestar atención a todo tipo de críticas para reflexionar sobre mis propios actos. Pido perdón si hasta la fecha he pecado de falta de consideración o si mis palabras han herido a alguien. Sin embargo, las noticias que no se basan en hechos verídicos me provocan una enorme tristeza y confusión. No debemos construir una sociedad que sancione las críticas, pero tampoco deseo una sociedad en la que se permita emitir repetidas críticas que carecen de veracidad”.
“La familia imperial suele abstenerse de expresar públicamente aprobación o desaprobación como parte de su protocolo”, escribió Midori. “Por eso la emisión de una respuesta pública a los ataques de los medios de comunicación por parte de la emperatriz fue un hecho sin precedentes. A mí me conmovió la actitud positiva que demostró al responder a la pregunta acerca de los artículos que criticaban a su familia, involucrándose de lleno en una cuestión que anteriormente las mujeres de la familia imperial hubieran decidido ignorar. A la emperatriz, licenciada en Literatura Internacional por la Universidad del Sagrado Corazón en 1957 y miembro de la primera generación que se educó en la democracia después de la guerra, debió resultarle lógico pronunciarse ante la difusión de información falsa”.
A partir de entonces, Michiko le fue difícil sostener su papel, al igual que le sucedería a su futura nuera, la princesa Masako, años después. Tras el desmayo de 1993, Michiko perdió la voz y aunque en la minuciosa exploración cerebral a la que la sometieron no se detectó ninguna anomalía física, el equipo médico que la trataba explicó que la pérdida temporal de la capacidad de hablar es un síntoma que puede manifestarse cuando alguien experimenta una aflicción muy intensa. Tardó mucho en recuperar su voz y su hija, la princesa Sayako, debió acompañarla constantemente y ayudarla en el día a día. Un alud de cartas de apoyo y “senbazuru” —ristras de mil grullas de papel dobladas a mano— llegaron al palacio procedentes de todo el país.
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