El rey que vivía «de milagro»


Víctima de accidentes y enfermedades, del rey se decía que vivía milagrosamente ante las infinitas veces que escapó milagrosamente de la muerte.

Del rey Eduardo VII de Inglaterra (1842-1910) se decía que vivía de milagro ante las infinitas veces que escapó milagrosamente de la muerte. Cuando era niño, en una partida de caza, pasó una perdiz entre él y su joven compañero apuntó a la pieza sin reparar en que se hallaba en la misma dirección que el príncipe de Gales. El criado que acompañaba al heredero al trono lo derribó al suelo y, aunque salvó al príncipe, recibió el disparo en la cara.

Pocos años después, a los 16, durante una excursión a las montañas de Escocia se le fue un pie en un paraje peligroso y cayó rodando por una vertiente, casi perpendicular, a una distancia de más de 30 metros, aunque salió ileso. Cuando en 1862 conoció a la princesa Alix de Dinamarca en Heidelberg, estuvo a punto de morir cundo una enorme araña de bronce se desprendió del techo y cayó al suelo a pocos centímetros del príncipe. En otra ocasión, bañandose en el Mar Muerto, en Palestina, le dio un calambre y hubiera muerto ahogado de no ser por la densidad de las aguas y de un sirviente que lo escuchó de casualidad.

En diciembre de 1871 estuvo varios días entre la vida y la muerte a consecuencia de una fiebre tifoidea y por esos años, cuando participaba de incógnito en el cuerpo de bomberos de Londres, durante un feroz incendio un techo se derrumbó a pocos metros del príncipe, matando a dos de sus compañeros. Al iniciar su reinado, su coronación tuvo que posponerse debido a una peritonitis que lo tuvo a las puertas de la muerte y, en otro momento, en una competencia de regatas, la caída del palo mayor del yate “Shamrock II” casi le rompe la cabeza. En 1901 no participó del primer tramo del cortejo fúnebre de su madre porque estaba enfermo de sarampión: lo habían contagiado sus nietos. (S.C.)