A 130 años de la muerte de Rodolfo de Habsburgo: ¿pacto suicida o asesinato político?


En 1889, el emperador Francisco José recibió el más duro de los golpes de su vida: la muerte de su único hijo varón, Rodolfo, el heredero, a los 31 años. El “kronprinz” era un joven apuesto, brillante, inteligente, que cautivaba al público con su elegancia y soltura. Pero también era depresivo, explosivo, inestable, dramático. No era rígido como su padre, ni tímido como su madre, pero llegó a sentirse tan desdichado como sus progenitores.

Al llegar a la adultez, asombraba por su amplia cultura y por sus conocimientos de política europea, y aunque la relación entre padre e hijo nunca fue del todo buena, a veces Francisco José se mostraba satisfecho del valor intelectual de su heredero. La policía secreta imperial seguía los pasos del heredero y le informaba de todo al emperador: desde sus aventuras nocturnas en los cabarets o prostíbulos de Viena, hasta los contactos con liberales, masones, republicanos y todo personaje con ideas contrarias a la política imperial.

Su madre, Isabel de Baviera, por su parte, nunca se mostró muy contenta con la personalidad de su hijo, y tampoco se reveló como una buena suegra con la esposa, la princesa Estefanía de Bélgica, ni siquiera recordando el angustioso trato que su propia suegra le había dispensando al llegar a Viena. ¡Ese matrimonio es una locura! ¡Bélgica ya le trajo una mala suerte a los Habsburgo!”, exclamó.

Un matrimonio condenado

El archiduque Rodolfo murió a los 31 años.

Con la idea de consolidar a la dinastía imperial, Francisco José urdió el matrimonio de Rodolfo con Estefanía, la hija de Leopoldo II de Bélgica, una princesa apodada “la Rosa de Brabante” por la prensa, pero que lo único que tenía de lindo era ese apodo: gorda, descuidada, poco elegante, casi no tenía nada que pudiera interesar al joven Rodolfo, quien, por cierto, era un muchacho atractivo y todas las muchachas se le arrojaban a los pies.

Según la condesa Maria Larish, Estefanía tenía “cabellos opacos, rubios y muy mal peinados” y además era “muy alta (un metro setenta y seis) y su silueta era deplorable. No tenía cejas ni pestañas”. Por su parte, la condesa Festetics, opinaba: “La princesa no es tímida en absoluto; es muy banal y tiene un comportamiento muy extraño”. Otro miembro de la corte vienesa se compadeció del archiduque al conocer a la novia elegida: “¡Pobre Rodolfo! Su mujer tiene la delicadeza de un dragón”. Decepcionado con la vida que le había tocado, Rodolfo empezó a divertirse en compañía de prostitutas, entregándose por completo a la bebida.

“No pude resistir al amor”

La última carta de la baronesa Vetsera.

Fue en 1888 cuando Rodolfo conoció a la mujer por la que perdió la cabeza y la vida. Se trata de la joven baronesa María Vetsera, proveniente de una familia acaudalada de zapateros, a la que conoció a instancias de su prima, María Larisch. Era dulce, seductora, y era capaz de acompañar y entretener al archiduque como ninguna otra mujer podía hacerlo. Además, a decir de una amiga suya, era muy hermosa: “No era muy alta, pero su figura sinuosa y el seno exuberante la hacían parecer más que adulta a sus diecisiete años. Coqueta por instinto, inconscientemente inmoral en sus actitudes, casi una oriental en su sensualidad y, sin embargo, una dulce criatura”.

Rodolfo quedó tan encandilado con esta joven de diecisiete años que envió al papa León XIII una carta para solicitarle la anulación de su matrimonio. El Santo Padre, por supuesto, rechazó el pedido, y, acto seguido, Rodolfo tuvo que enfrentarse violentamente a su padre. Francisco José le pidió que terminara con aquella relación, que ya empezaba a escandalizar a la corte y al Imperio. La pasión fue ardiente y efímera.

El 14 de enero de 1889, apenas unos días antes de la tragedia, María escribió a su institutriz, sin titubeo alguno: “Estuve anoche con él [Rodolfo] desde las siete hasta las nueve. Ambos hemos perdido la cabeza. Ahora nos pertenecemos por completo”. Envilecido por el alcohol y la droga, el príncipe heredero incomodó a todos al introducir a su amante en la corte.

Mayerling

La noche del 28 de enero fue la última vez que se vio con vida a Rodolfo, durante un baile palaciego en la que se había atrevido a presentarse junto a su amante, y en el que Marie Vetsera se había permitido mirar fijamente a la princesa Estefanía de arriba abajo, sin hacerle una reverencia. Después, los amantes partieron a Mayerling, en compañía de dos amigos del archiduque, el conde Hoyos y el príncipe Felipe de Sajonia. En la madrugada del 30, se oyeron disparos en la habitación de Rodolfo.

Los cadáveres de Rodolfo y su amante fueron encontrados por el camarero personal del archiduque, Johan Loschek, que tuvo que derribar la puerta del dormitorio con un hachazo. El camarero encontró a Rodolfo al borde de la cama, con un brazo colgando. Vetsera, a su lado, sobre sábanas ensangrentadas. Al lado de los cadáveres, una pistola. Los emperadores se enteraron de la noticia en el palacio de Hofburg: “¡Cuando empieza a destruir, el gran Jehová es como una tempestad!”, gritó la emperatriz.

Antes de morir, Rodolfo le había escrito a su esposa Estefanía: “Te ves libre de mi funesta presencia. Sé buena con la pobre pequeña, ella es todo lo que queda de mí. Voy tranquilo hacia la muerte”. En una carta dirigida a su madre, María Vetsera le dijo: “Perdona lo que he hecho. No pude resistir al amor (…) Soy más feliz en la muerte que en la vida”.

La última emperatriz habló de «asesinato político»

La baronesa María Vetsera.

Tras una larga investigación oficial, se informó que Rodolfo había matado a su amante antes de dirigir el arma contra sí mismo. Un informe publicado de la autopsia por la prensa vienesa después de los funerales decía que Rodolfo y María se habían suicidado juntos y que “el acto fue llevado a cabo en un estado de aberración mental”. La otra teoría, sostenida incluso por algunos miembros de la Casa de Habsburgo, afirma que el hijo del emperador fue ejecutado por razones políticas. De hecho, en cierta ocasión, Rodolfo había apuntado a su primo Francisco Fernando, diciendo: “Ese hombre que está allí será emperador de Austria. Yo no”.

La archiduquesa María Teresa, cuñada de Francisco José, dejó asentado en su diario que, cierto día, Rodolfo le había confesado: “Seré asesinado”. Según ella, Rodolfo hacía alusión a aquella conspiración europea que pretendía derrocar a Francisco José del trono de Hungría y colocarlo en su lugar. Rodolfo, quien se habría rehusado a participar de la conspiración, reveló a su tío Carlos Luis: “Hay mucho que criticar en la política de mi padre, pero la crítica tiene sus límites. Soy un hijo leal del emperador. Develaré sin escrúpulos esta conspiración pero, si lo hago, me matarán”.

Ilustración del momento en que fueron encontrados los cadáveres.

María Teresa, que vio el cadáver, afirmó: “Los guantes de Rodolfo, que eran negros en lugar de ser blancos como hubiera correspondido en su uniforme, habían sido forrados con algodón puesto que sus manos estaban destrozadas”. Otro pariente, el príncipe Xavier de Borbón-Parma, declaró: “Sé de buena fuente, créame, puesto que se trata de la boca de un oficial que entró en Mayerling, en la habitación del drama, cuando acababan de llevarse rápidamente el cuerpo de María Vetsera, que la muñeca derecha del archiduque había sido seccionada de un sablazo”.

Según una carta del príncipe de Gales a la reina Victoria de Inglaterra, el primer ministro Salisbury estaba convencido de que se trataba de un doble asesinato: “Me dice usted que Lord Salsbury está seguro de que el pobre Rodolfo y la desdichada muchacha han sido asesinados…” Por su parte, Leopoldo II, escribió a su hermano días después: “Importa soberanamente que la versión del suicidio sea afirmada y sostenida. Puede parecer difícil a los ojos de nuestra población católica ver a una casa de sentimientos tales como la de Habsburgo afirmar la versión del suicidio. El suicidio y la locura son los únicos medios de evitar un escándalo inolvidable, cuyos detalles no puedo confirmar en mi carta, pero que le narraré con todos los detalles el sábado…”

Zita de Borbón: «Rodolfo no se suicidó. Fue asesinado. Fue un asesinato político»

La última emperatriz de Austria, Zita de Borbón-Parma, la última sobreviviente de la corte de Francisco José y viuda del emperador Carlos I, declaró a la prensa en 1982 su convencimiento de que el archiduque Rodolfo había sido asesinado y que tenía pruebas para demostrarlo.

“La verdad sobre Mayerling no tiene nada que ver con lo que se cuenta… El archiduque Rodolfo no se suicidó. Fue asesinado. Su asesinato fue un asesinato político”, dijo Zita. Sus palabras, sin embargo, fueron después desmentidas por su hijo Otto, heredero de la familia imperial: “No existen tales pruebas. Rodolfo se suicidó”.

Habiendo transcurrido 130 años desde el drama de Mayerling, no hay nada comprobado. Nadie sabe si Rodolfo fue víctima de un asesinato o si se trató de un pacto suicida de dos amantes. Lo cierto es que el heredero del trono austrohúngaro fue una víctima más de su doble linaje: la locura de los Wittlesbach y la tragedia de los Habsburgo.

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