Hace 30 años murió el controvertido Hirohito, el último emperador divino de Japón


El caso del emperador Hirohito de Japón es excepcional: llegó al trono de Japón en un momento en que los soberanos de Japón eran enviados celestiales a los que se debía reverencia absoluta y llegó al final de su vida convertido en un mortal. Era el «Príncipe Celestial», el «harahitogami» al que los simples mortales no podían acceder, ni tocar, ni mirar a los ojos. Pocos tenían el privilegio de pisar el suelo por el que el «Tenno» había pasado. Hirohito, además, llegó a ser tildado de criminal de guerra a causa de las acciones japonesas durante la Segunda Guerra Mundial y murió con elogios de los líderes mundiales por su contribución a la paz.

Su muerte, el 7 de enero de 1989 -exactamente hace 30 años- conmocionó a la sociedad japonesa, al punto que varios de sus súbditos se sometieron ese mismo día a un hara-kiri, un suicidio ceremonial- para tener el honor de acompañar a su señor en su viaje de vuelta al cielo de las divinidades. Un día más tarde, su hijo Akihito recibía los atributos de un puesto que ya no era celestial. Finalizada la guerra, su padre había declarado al mundo que «los lazos que unen al Emperador y Japón estaban «sustentados por la confianza y el afecto mutuo» y no por «las leyendas y los mitos». Hirohito había hecho más lejos al afirmar a sus súbditos que él ya no era descendiente de los dioses del Sol, la Luna, el Mar y la Tierra: «Los lazos que unen al emperador y Japón… ya no están basados en la falsa idea de que el Emperador es divino y que los japoneses son superiores a otras razas y destinados a dominar el mundo».

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HIROHITO ASCENDIÓ AL TRONO EN 1925, AL MORIR SU PADRE, TAISHO.
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HIROHITO EL DÍA DE SU ENTRONIZACIÓN COMO EMPERADOR.

Hirohito, desde su muerte conocido en Japón con el nombre de la era que denominó a su reinado, «Showa«, nació en 1901 y tuvo originalmente el nombre de príncipe Micho-no-miya. Era apenas un niño cuando sacerdotes sintoístas, funcionarios y ministros imperiales se abocaron a la tarea de encontrarle una mujer idónea. De una lista de 100 mujeres aptas, casi todas de la rama imperial de Tokugawa, que durante siglos proporcionó emperatrices, Hirohito se fijó en la delicada princesa Nagako, de la famili Kuninomiya. Aunque su matrimonio fue arreglado, Hirohito y la emperatriz Nagako tuvieron un apacible matrimonio de 64 años y se quisieron mucho: él fue el primer «Tenno» que no tomó concubinas.

El reinado de Hirohito duró tanto como su reinado y Japón contuvo la respiración durante los 111 días que duró su agonía. El 7 de enero de 1989, finalmente, llegó el último día de la Era Showa y los japoneses lo lamentaron sinceramente. El entierro del que era entonces el monarca más longevo del mundo tuvo lugar 50 días después de su fallecimiento, por razones técnicas y psicológicas.

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HIROHITO CON SU ÚNICO HIJO VARÓN, EL ACTUAL EMPERADOR AKIHITO
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Técnicas porque Japón debía coordinar un intenso programa de recepción, hospedaje, seguridad y protocolos para líderes mundiales representantes de 150 países, entre ellos los presidentes más poderosos del mundo. Y psicológicas porque, siguiendo la tradición, no puede hacerse ningún preparativo fúnebre antes de que el emperador muera, aunque la noticia fuera inminente. La misma norma indica que el emperador no podía ser informado de su enfermedad, por lo que Hirohito nunca supo que un cáncer estaba acabando con su vida mundana.

El funeral tuvo lugar en el Parque Shinjuku Gyoen, famoso por las flores de sus cerezos en primavera y sus crisantemos en otoño. En él se construyó un ingenioso “torii” (puerta de entrada a un santuario shinto) de madera y tres metros de altura, que según la tradición es desmontado cuando todo finaliza. El ritual comenzó con el “sojoden-no-gi”, una ceremonia en la que el nuevo emperador ejerció como celebrante con sacerdotes sintoístas.

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EL MATRIMONIO DE HIROHITO Y NAGAKO DURÓ MÁS DE 60 AÑOS
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Para finalizar, un funeral de Estado, presidido por el primer ministro, permitió que monarcas y presidentes de todo el mundo presentaran su homenaje. Un microscopio, una espada, un sombrero, un par de viejos zapatos, algunas corbatas de seda, libros de ciencia y un programa de lucha “sumo” fueron algunos de los objetos personales más queridos de Hirohito que fueron introducidos en su ataúd de bronce. La espada, símbolo de prosperidad, la ubicaba Hirohito cada noche bajo su almohada. El microscopio, construido en Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial, le acompañó durante medio siglo en sus investigaciones. Aquel 24 de febrero de 1989, Japón enterraba definitivamente a su último «Arahitogami«, el divino emperador.