La historia de la última Romanov nacida en Rusia que vivió y murió en Uruguay


Lejos de los ambientes cortesanos de San Petersburgo, en la capital uruguaya, Montevideo, hay un pedacito de la historia de la Dinastía Romanov, que reinó en Rusia durante tres siglos. La vida de Catalina (Ekaterina) Ioánnovna Romanova, la última princesa nacida en la corte zarista es un apasionante relato que une a Uruguay y Rusia.

Catalina, tataranieta del emperador Nicolás I (1825-1855), nació el 25 de julio de 1915 en Pávlovsk, uno de los principales palacios de la familia imperial. Sus ilustres antepasados no solo se destacaron por sus títulos nobiliarios, sino por sus logros militares, científicos y artísticos, según explica el autor Grígory Koroliov en el libro ‘Los rusos en el Uruguay: historia y actualidad‘.

Hija del príncipe Ioánn Konstantínovich y la princesa Elena Petrovna (hermana de Alejandro el Unificador, rey de Yugoslavia), «la princesa Ekaterina Románova era sobrina segunda y ahijada del último emperador ruso Nikolay II», cuenta Koroliov. Catalina, cuyo título nobiliario completo era ‘Su Alteza Serenísima Princesa de Sangre Imperial’, en sus primeros años de vida compartió mucho tiempo con el heredero al trono, el zarévich Alexis, hijo de Nicolás II.

La vida de la princesa tuvo un quiebre el 18 de julio de 1918. En medio de la guerra civil que sucedió a la Revolución rusa, en la ciudad de Alapáevsk, su padre fue ejecutado junto a la Gran Duquesa Isabel, el Gran Duque Sergio Miháilovich, sus hermanos Konstantín e Igor Konstantínovich, el príncipe Vladímir Paley y la religiosa Várvara Yákovleva.

Para intentar salvar a su esposo, Elena Petrovna se hizo arrestar, por lo que estuvo detenida en Perm y luego en el Kremlin de Moscú. Más tarde, gracias a la intercesión de la embajada de Noruega, consiguió la libertad y el permiso para irse de Rusia mientras, paralelalemente, Catalina y su hermano mayor, el príncipe Vsévolod, eran sacados de Rusia por su abuela.

«Al principio vivieron en Suecia donde a la pequeña princesa le enseñó a leer en ruso el ‘Padre Nuestro’ su abuela segunda, la reina griega Olga. Se les unió la madre de Catalina, que los llevó a su patria, Serbia. Allí vivieron ocho años. Había que darle a los niños una buena formación; para eso Elena Petrovna los trasladó primero a Francia y después a Gran Bretaña. En Inglaterra la famosa Ninette de Valois le daba clases de ballet a la princesa«, relata Koroliov.

Catalina manejaba para entonces con soltura la lengua inglesa, su idioma principal durante la mayor parte de su vida, así como el ruso. Del Reino Unido, viajaba con su madre con frecuencia a Italia, donde conoció a su futuro marido, el marqués Ruggiero Farace di Villaforesta. A pesar de ostentar el pretendiente un título nobiliario de menor rango, la princesa accedió cuando le pidió la mano.

En 1937, a los 22 años, Catalina se casó con Farace, diplomático de carrera. Del matrimonio nacieron tres hijos: Nicoletta (1938), Fiammetta (1942) y Giovanni (1943). Cuando tres décadas más tarde la Cancillería italiana envió a Farace como embajador en Montevideo, Catalina y sus hijos lo acompañaron.

Farace murió en 1970 de cáncer, acompañado de su esposa hasta los últimos días de su vida en Roma. Tras enviudar, Catalina se fue con su hija Fiammetta a los Estados Unidos, pero regresaba a Uruguay para pasar las Navidades con Nicoletta. Apasionada por la música clásica y el cine, la princesa tenía una vida social en la colectividad británica de Uruguay. Lejos de los recuerdos de la infancia en Pávlovsk, su vida transcurría entre la localidad estival de Punta del Este, a orillas del Atlántico, y el silencioso y elegante barrio de Carrasco.

En esta etapa, la princesa desarrolló «una cercanía espiritual» con el padre Vladimir Shlenev, sacerdote de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el extranjero. Así como ella, el religioso se crió entre inmigrantes blancos. «Ekaterina Ioánnovna amaba ardientemente a Rusia. Seguía con atención las noticias de nuestro país. Al final de su vida, durante mucho tiempo veía la BBC y, según su hija, siempre con mucho interés escuchaba las emisiones de los discursos de Vladímir Putin procurando traducírselos a Nicoletta y a sus nietos directamente«, apunta Koroliov.

Catalina sufría un «estrés emocional demasiado fuerte» cuando se trataba de recordar la historia de su familia. De hecho, cuando en 1998, los miembros sobrevivientes de la dinastía Romanov fueron invitados a San Petersburgo para participar del entierro de Nicolás II y de sus familiares ejecutados, ella rechazó la invitación.

La princesa falleció el 13 de marzo de 2007 a los 92 años. Su círculo más íntimo organizó una ceremonia privada, con la participación del padre Vladímir. Con su muerte, la rama Konstantinovich de la dinastía se extinguió. A pocos meses, en el sepulcro principesco de la Catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo, se elevaron al cielo oraciones por la última princesa nacida en el Imperio Ruso.